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Cartas desde Birmania (5): “Breve” resumen de mi paso por Mandalay

Estoy en Kalaw, un pueblo de 12.000 habitantes en las montañas del estado de Shan State, a 50 kilómetros del Lago Inle. En Kalaw no hay Internet, tan sólo una precaria conexión vía móvil que apenas me permite acceder al correo electrónico, y que cuesta casi dos dólares cada 30 minutos, así que tendré que ser muy breve al resumir mis días en Mandalay (me va a costar).

Al final he pasado cuatro días en la antigua capital birmana. Allí me he alojado en una guesthouse en el centro, un enorme edificio de ladrillo rojo de cuatro pisos, en cada uno de los cuales habrá por lo menos cien habitaciones como celdas, donde apenas entra la cama y una mesita de madera. Estoy convencida de que tiempo atrás ese edificio debió emplearse como prisión o algo parecido, pero no me he atrevido a preguntarlo. Las habitaciones (por llamarlas de alguna manera) son mínimas, y en la parte superior, en lugar de pared, hay rejas, así como en la mínima y estrecha ventana que da a un muro a menos de medio metro del edificio. Como digo: una cárcel.

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Sin embargo, la falta de “comodidades” ha sido compensada por el exquisito trato del personal. Especialmente, Mashoori: una mujer de origen indio que decidió “adoptarme” durante el tiempo que he estado en la ciudad.

Mashoori es una mujer de carácter alegre y, tal y como ella se me presentó, “católica, apostólica y romana”. Su marido murió hace algunos años (era alcohólico), y tras su muerte el Estado se quedó con la casa familiar, por lo que sus dos hijos (de 13 y 15 años) residen ahora en Yangon, en un convento, al cuidado de unas monjas que se encargan de su educación.

Mashoori “vive” en la Catedral del Sagrado Corazón de Mandalay, justo enfrente de la guesthouse, donde paga 6.000 kyats (algo menos de seis dólares) al mes por un trozo de suelo donde poner su esterilla y dejar sus pocas pertenencias. Algunas noches, cuando hay muchos huéspedes en la guesthouse, su jefe le permite dormir en un colchón en la recepción, junto con los demás empleados.

Una vez cada dos meses, Mashoori viaja a Yangon para ver a sus hijos. Les lleva algún regalo y algo del dinero que haya conseguido ahorrar, y que no suele ser mucho, pues ya en vivir, pagar el “alquiler” de la iglesia y comprar el billete de tren, se le va gran parte de su sueldo. Está muy ilusionada, pues dentro de poco su hijo mayor cumplirá 16 años y empezará a trabajar y a ganarse su propio salario, con el que espera que puedan alquilar una casa para vivir los tres juntos de nuevo.

Mashoori, con su alegría y su amabilidad constante, es de esas personas que te hacen replanteártelo todo, y ser un poquito más consciente de lo afortunados que somos y cómo muchas veces nos quejamos por nada. No hace falta buscar debajo de un puente o buscar el caso más extremo para dar con personas como ella, que son mayoría en este país, viviendo en condiciones lamentables por culpa de un gobierno ladrón y corrupto, sin posibilidades de encontrar salida al final del túnel. Y sin embargo, ellos lo aceptan casi como “normal”, como si así tuviesen que ser las cosas, sin plantearse que tal vez debieran tener derecho a unas condiciones de vida mejores.

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Por mi parte, tras asistir el sábado por la noche al show de los Moustache Brothers, y ver las condiciones en que viven personas como Mashoori, no me quedaron muchas ganas de pagar el ticket que permite el acceso al Palacio de Mandalay, así como a otros yacimientos arqueológicos de los alrededores. El ticket cuesta 10 dólares, y pensar que este dinero va a ir íntegro a las arcas de la Junta Militar me hacía hervir la sangre, así que empecé a buscar alternativas.

Si te sabes mover, en Mandalay hay muchas cosas que hacer y que ver, sin necesidad de pagar al Estado. El Palacio queda descartado de entrada, pero sinceramente no era algo que me llamase especialmente la atención: se trata de un edificio relativamente reciente (el original fue destruido durante la Segunda Guerra Mundial, así que de histórico tiene poco) levantado a base de trabajos forzados, y en cuyos jardines, de unos 8 kilómetros cuadrados, protegidos por un enorme Fuerte que a su vez está rodeado por un gran canal de agua, viven las familias de los militares. No me interesaba demasiado.

Lo que sí hice fue subir hasta Mandalay Hill, una colina algo alejada del centro con unas increíbles vistas de toda la ciudad. Tanto el camino de ida como el de vuelta lo hice caminando, para lo cual hay que rodear todo Fuerte, de modo que el “paseito” me llevó más de cinco horas entre ir, venir, subir y bajar sus 1.700 escalones, y estar un rato arriba para recuperar fuerzas. Una paliza. Eso sí, una vez arriba, las vistas merecen el esfuerzo.

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Camino de la colina, visité también la Sandamani Paya, de acceso gratuito (al contrario que la Kuthodaw Paya, a apenas unos metros de ésta, y para la que es necesario el ticket, a pesar de ser casi iguales), y algún otro templo. En la otra punta de la ciudad, una visita obligada (y también gratuita) es la Mahamuni Paya, donde se encuentra la imagen de Buddha más venerada de todo Birmania. Nadie sabe con exactitud qué altura tiene, pero es muy grande, y cada día, a las cuatro de la mañana, un grupo de monjes se encargan de lavarla, dejándola preparada para recibir nuevas capas de papel de oro, que también se le aplican diariamente.

El martes cogí el transporte público y me desplacé hasta Amarapura, popularmente conocida como “la Ciudad de la Inmortalidad”, y famosa por albergar el puente de U Bein, el puente de teca más grande del mundo, de 1,2 kilómetros de largo (incluido en el ticket, si quieres pasar por él, pero gratuito si sólo quieres verlo). Antes de ir al puente, pasé por Ganayon Kyaung, lugar que podría describir como una gran “zona residencial” para monjes, donde se concentran residencias, comedores, templos monasterios y escuelas, y donde cada día cientos (por no decir: miles) de monjes y novicios desayunan a las diez y diez en punto de la mañana. Fue realmente increible verles a todos, al toque de la campana, salir silenciosamente de sus habitaciones, formando filas perfectamente organizadas, con sus servilletas colgando del brazo, de cuadritos y colores muy vistosos, en contraste con el granate de sus túnicas.

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El miércoles, día 13 de Abril, era la víspera del Water Festival (cuyas celebraciones duran una semana), y las calles de Mandalay eran un hervidero de niños, jóvenes, y también adultos, bien provistos de mangueras, “cañones” de agua a presión o simples cubos, dispuestos a mojar a todo aquél que pasase por la calle. Era imposible salir y caminar tres metros sin terminar empapado de los pies a la cabeza, por lo que, aunque el agua no sea tan agresiva con la ropa como los polvos de colores del Holi, al final decidí dejar la cámara en la habitación para evitar llevarme un disgusto.

A medio día me encontré con un grupo de suizos y alemanes que me invitaron a unirme a ellos y a otros birmanos, para ir a una fiesta que tendría lugar esa tarde-noche. En primer lugar fuimos a la avenida principal, junto al Palacio, donde se habían instalado unos templetes desde donde decenas de birmanos arrojaban agua con sus mangueras, haciendo de la calle un lugar intransitable. ¡El agua llegaba por encima de la rodilla! Y a pesar de ello, los coches ¡e incluso las motos! continuaban pasando, no sin ciertas dificultades para abrirse paso entre la multitud.

Allí estuvimos un par de horas, bailando como los que más bajo los grandes chorros de agua (que con el calor que hace, se agradecían muchísimo), al son de la música que salía de unos enormes altavoces instalados en la calle, superando en mucho los niveles aconsejados por Sanidad, y bebiendo chupitos de ron birmano (realmente fuerte) que no dejaban de ofrecernos por un lado u otro.

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Después fuimos en furgoneta hasta el río, donde asistimos a una de las puestas de sol más bonitas de mi vida (y eso que ya tengo muchas en mi inventario para comparar), sobre una balsa de troncos de caña de bambú anclada en la orilla, y rodeados por algunas de las familias más pobres de Mandalay, que viven en chozas-flotantes en el mismo río. Nuestros anfitriones nos trajeron una especie de sopa-curry que ellos mismos habían preparado, así como más botellas de ron, y allí nos quedamos hasta que, a las 10 de la noche, agotados, algunos pedimos regresar a nuestros alojamientos. Sobre todo yo, que al día siguiente debía coger un tren a las cinco y media de la mañana.

Y es que, contra todo pronóstico, al final conseguí un medio de transporte que me sacase de la ciudad. No se trataba de la opción que más me hubiese gustado, pero era la única disponible: el tren.

Los trenes en Myanmar tienen muy mala fama entre los viajeros. A pesar de ser, al igual que en India, herencia del colonialismo inglés, tenía entendido que la comodidad y la puntualidad dejaba mucho que desear, por no mencionar que son propiedad del Estado y el dinero del billete va a parar directamente a las arcas de la Junta Militar.

Sin embargo, al ser mi única alternativa, no me quedó otra que tomarla. Debo reconocer que no ha sido tan terrible como me lo habían pintado. El viaje, de cinco horas, hasta Thazi, ha durado exactamente lo que tenía que durar. Y aunque he viajado en tercera clase, es decir, con asientos de madera y sin aire acondicionado ni ventiladores, lo cierto es que no ha sido tan incómodo. Todo por sólo tres dólares, así que mi contribución al “engordamiento” de las arcas no ha sido tanta, dentro de lo que cabe…

En Thazi tomé un minibus que en seis horas me llevó hasta Kalaw. Ese trayecto sí puedo decir que ha sido horrible: posiblemente, el peor que he hecho en lo que llevo viajando, con muchísima diferencia. Han sido seis horas en una carretera de montaña, llena de curvas y baches (super-baches, debería decir), en unos asientos incomodísimos cuyos hierros se me han clavado en todo el cuerpo, y que, en definitiva, me han dejado hecha polvo.

Por eso, al llegar a Kalaw, un paraíso fresco y tranquilo después de Mandalay, me he quedado dos días para descansar, lavar ropa y tomármelo con calma, antes de salir mañana en un trekking de dos días, para recorrer los 50 kilómetros que me separan del Lago Inle. Sí, al final me he atrevido, así que ya os diré qué tal la experiencia… si sobrevivo para contarla.

Originalmente esta entrada no tenía fotografías, ya que debido a los problemas para conectarme a Internet durante aquel viaje en 2010, todas las “Cartas desde Birmania” fueron publicadas sin imágenes. No obstante, para hacerlo un poco más ameno, he seleccionado de mi escueta galería de Flickr un par de ellas al tuntún, si bien admito que no están a la altura habitual del blog.

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8 comentarios en Cartas desde Birmania (5): “Breve” resumen de mi paso por Mandalay

  1. Marina 15 abril, 2010 at 14:29 #

    Ku no me lo puedo creer has subido andando al mandalay hill!!! vaya palizon!y nosotros subiendo despues de un largo trayecto en cohe en escaleras mecánicas…me da vergüenza decirlo …pero SI! ajaj
    Y si te digo la verdad el palacio,vale,es bonito,pero NO TE PIERDES NADA,te lo aseguro.
    Lo de los baches me lo creo,nosotros en una furgoneta,20 min hasta el lago Inle…y no lo quiero repetir…(me di un cabezazo contra el cristal de la furgoneta que casi me deja tonta…estaras pensando MÁS? ajaj pues no has tenido suerte)
    El puente de tecaaaaaaaque envidia,nos encantoo.Ofreciste a los monjes…ya me habras visto en las fotos que te lo conte( el arroz quemaba…)
    Fuiste al GOLDEN DUCK! que nostalgia nos ha entrado en casa…
    Viste a Kyaw?
    Por ultimo decirte que me das una envidiaaaa loca(de la buena ehh?) estoy deseando ver alguna foto!

    y por ultimo:no hago mas que esperar tu superpaquete y recuerda que te tengo preparada una sorpresita!!
    Te queremossss

  2. Riky 15 abril, 2010 at 18:24 #

    Hola Carmen
    Que barbaridad menudo tute!!..Sube escaleras, paseos de cinco horas.. viajes insufribles ,trekking de dos dias..Jo!!!..que Tía…
    Te estas destapando como una autentica Dama de Hierro..
    Cuídate que tanto trajín puede pasarte factura..
    Un besote!

  3. largodomingoenoz 15 abril, 2010 at 20:50 #

    Te animaste al trekking? Buena elección buscar un plan alternativo y menos… «condescendiente».

  4. panedu 17 abril, 2010 at 15:14 #

    Siempre me ha resultado a mi también curioso como esta gente acepta su pobreza, pero claro, ¿y que opción tienen? Se pueden manifestar e incluso cambiar el gobierno… pero para mejorar sus condiciones necesitan capital extranjero o gente capacitada para crear patentes. La primera parte tras un golpe de estado es muy dificil, y la segunda lleva muchos años de educación que les falta.
    Creo que paises como China e India están tomando el camino correcto para mejorar sus condiciones, y ya tendrán tiempo de protestar.

    1.700 escalones, Los contaste o habia algún letrero??? jajajaja En cuanto te sea posible, me encantaría ver una foto de las vistas.

    Buff me estoy imaginando lo del minibus y es como si sintiese ahora los golpes de cada bache.

    Un beso! y con ganas de leer lo del trekking :)

  5. Paco 17 abril, 2010 at 22:53 #

    Eres realmente sorprendente. Menos mal que tenias que reducir, menudo reportaje nos has traído.
    Felicidades por esta nueva entrega.

  6. lance 15 noviembre, 2010 at 5:48 #

    Excelente carta, me motivó a buscar el libro… espero que pueda encontrarlo en mi país, aunque una búsqueda por internet no me dio buenos resultados aquí.

    Saludos :D
    PSD: Si tienes algún otro resumen me podrías linkear ¿?

    lance_46@hotmail.com

    • Ku 15 noviembre, 2010 at 10:32 #

      Lance, la carta es mía, no forma parte de ningún libro!! Qué gracia me ha hecho tu comentario, jeje, me alegro de que te haya gustado!! :D

  7. Miriam 19 marzo, 2017 at 21:52 #

    Buenas!!! Acabo de leer tu blog sobre Myanmar. Sé que han pasado muchos años pero te acuerdas si durante el Water Festival había transporte público. Este año coincidimos con este día y espero no quedarnos en Yangón!!! Se puede viajar en bus…. Gracias!!!!

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