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Cuentos cortos de Filipinas (I): El Quijote de Cervantes

Cuando ahora miro hacia atrás, creo que todo empezó cuando conocimos al Quijote de Cervantes.

Antes de llegar allí habíamos estado en Manila (mi primer contacto con las Filipinas), Ángeles (la ciudad de las putas tristes), Rosario (un pueblo a un mercado pegado) y en Vigan (la del barrio mestizo y la fuente makinera). Y en todos esos lugares fui muy feliz. Pero el verdadero viaje, mi viaje interior, empezó en Cervantes.

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[Una llegada así no podía pronosticar nada bueno.]

Quizás la culpa fue mía por insistir en quedarnos varios días en ese pueblo de nombre evocador, en la casa de aquel hombre que tan amablemente nos había ofrecido techo a cambio de nuestra compañía. “De aquí no me voy ni en una semana”, llegué a decir. “Esto es lo que yo estaba buscando. Este pueblo tiene algo, he sentido el feeling nada más verlo”. Y ni tanto ni tan poco, pero menos mal que nos fuimos a los tres días: creo que la locura se contagia.

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Kang Mu resultó ser un coreano especialista en medicina tradicional china, practicante de la acupuntura combinada con moxibustión, y pastor de la Iglesia Metodista. Se abalanzó sobre nosotros en cuanto bajamos del camión en el que habíamos hecho los últimos cuarenta y tantos kilómetros de un largo día de austostop desde Vigan, y no esperó más que a las presentaciones de rigor para invitarnos a dormir en su casa. “Pero solo por una noche, porque soy invitado del alcalde y vivo frente a la Oficina Municipal de Salud, en el edificio de rehabilitación destinado a maternidad. Ninguna mujer lo usa”.

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[A medio camino.]

Al final nos quedamos tres noches, en las que dormimos en una de las cabinas destinadas a las parturientas y a las recién estrenadas mamás, con dos camas separadas por una cortina. Raro pero divertido. Además, Kang Mu se deshizo en atenciones, nos permitió usar su baño, baldes y detergente para lavar nuestra ropa, y lo mejor de todo: sus fogones. Dijo que él no los usaba porque en su país los hombres no cocinan, pero en su última visita a Corea había comprado una arrocera porque tampoco le gusta la comida filipina.

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[Verduras, por fin.]

No tardé en darme cuenta de que el inconformismo era la seña de identidad de nuestro particular Quijote. Un hombre que se presentó a sí mismo de esta manera, e incluso nos enseñó fotografías de su viaje a España, durante el cual se había hecho retratar con todas las estatuas de Quijotes y Sancho Panzas que se cruzaron en su camino.

La primera noche, mientras cenábamos, nos contó su historia. Tras las largos años sufriendo una tuberculosis que se le estaba comiendo por dentro, tuvo una iluminación y decidió dedicar su vida a los demás, compartiendo con el mundo sus conocimientos sobre tratamientos alternativos. Dejó a su familia en Corea (aunque les visita un par de veces al año) y viajó primero a Sri Lanka, después a Nepal, India… hasta llegar a Filipinas, donde vive desde hace casi tres años. Buscaba un lugar con buen clima, alejado de las grandes ciudades y en contacto con la naturaleza, así que estudió el mapa de Luzón, echó un vistazo a la región de Cordillera y… ¡tachán! El dedo se detuvo sobre el nombre de Cervantes. ¿Dónde si no?

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[Un paisaje idílico.]

Sin embargo, no es feliz. A pesar de estar ahí por voluntad propia y haber conseguido ser acogido, no como un miembro más de la comunidad, sino como un miembro VIP (que no es lo mismo que bien acogido), el hombre no parecía estar a gusto con nada, algo que enseguida nos hizo notar a nosotros también. Sus terapias no tenían el éxito que él hubiera esperado, la comida que le preparábamos le aburría y nuestra conversación (en teoría, el regalo más preciado que podíamos hacer a alguien que vive solo en un lugar donde se siente incomprendido) dejó de interesarle la segunda noche.

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Fueron días extraños aquellos que pasamos en Cervantes; un pueblo en apariencia normal, en el que sin embargo se operó un cambio (esto en su momento no lo percibí, lo veo ahora) que ya me acompañaría durante todo el viaje en Filipinas. Aunque todavía no acierto a comprender cuál fue. Si miro hacia atrás solo recuerdo días raros, como sacados de un sueño surrealista.

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[Asistimos a sus consultas.]

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[Aprendimos nuevos idiomas.]

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[Visitamos piscinas de aguas termales.]

A partir de ahí, mis emociones sufrieron un sube y baja como el de las montañas que nos rodeaban.

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Nota: Este post pretende (no prometo nada) ser el inicio de una serie de «cuentos cortos»; la única manera en la que veo viable narrar algunas de mis experiencias en Filipinas, especialmente de las primeras semanas. Ha sido un viaje de dos meses, largo, del que sin embargo solo destacan en mi recuerdo fragmentos, historias de tintes oníricos sin continuidad entre ellas, rodeadas por un halo de surrealismo y, a veces, también algo de tristeza.

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4 comentarios en Cuentos cortos de Filipinas (I): El Quijote de Cervantes

  1. Borja Zugazagoitia 29 octubre, 2014 at 12:10 #

    La verdad es que todos tus relatos son inspiradores y te agradezco que los publiques. En lo que se refiere al turismo me considero un recién nacido, porque a pesar de haber recorrido media Europa no he podido explorar nuevos continentes. Decirte que leer lo que escribes me llena de motivación y ganas para perderme por nuevos parajes, y sobre todo para descubrir Asia. Desde mi humilde experiencia como viajero me gustaría recomendarte una web que a mi me ayuda bastante a la hora de planificar mis viajes. Aunque me da hasta vergüenza aconsejarte sobre viajes jajaja. De todas formas échale un vistazo y ya me dirás que te parece:
    http://www.triporg.org/es/cities

    Un abrazo y no pares de viajar, por favor! ;-)

  2. po 29 octubre, 2014 at 17:46 #

    un impostor, eso es este chiquitín

  3. Pau 30 octubre, 2014 at 12:24 #

    Menudo personaje, aunque me temo que esta serie de cuentos estará plagada de ellos

  4. Oscar 31 octubre, 2014 at 7:00 #

    Jejejejeje… Más que un cuento corto te sobra material para un thriller, tuvisteis agallas para acceder a la invitación de este señor raro, raro, raro… Yo, no sé por qué, pero tengo por suerte un sexto sentido que me suele acompañar siempre y empieza a pitar cuando algo me huele a chamusquina.
    Sigue contando, un abrazo desde Camiguin.
    Oscar & Jhing

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