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Dambulla sin serendipia

Serendipia: Suceso o hallazgo inesperado que se produce cuando se está buscando otra cosa distinta. Casualidad, coincidencia, accidente.

Parece que no se puede hablar de Sri Lanka sin mencionar la serendipia. Busques la información que busques, te topas con la famosa palabra. Eso sí que es serendipia. Yo no voy a ser menos y también voy a contar su historia. Porque es bonita, casi tanto como el sonido que produce al pronunciarla.

Serendip fue uno de los primeros nombres de la isla de Sri Lanka. Se lo pusieron los persas, quienes a su vez lo tomaron del tamil Seren Deevu, que a su vez proviene del sánscrito Suvarnadweep: «Isla Dorada». El nombre adquiere fama al aparecer en un famoso cuento tradicional persa “Los tres príncipes de Serendip” (podéis leerlo aquí), cuyos protagonistas son tres sagaces hermanos que, por accidente, realizan descubrimientos que les permiten salir de los líos en los que se meten (también debido a su inteligencia, o por pasarse de listos, para que nos entendamos). El término serendipity (traducido al español como serendipia, aunque no lo encontraréis en el diccionario de la RAE) fue acuñado por el británico Horace Walpone en 1754 después de que esta historia cayese en sus manos, designando desde ese momento a todo descubrimiento fruto de la casualidad o accidente, que finalmente aporta un valor aún mayor de lo que se buscaba.

Desde entonces, parece que cualquiera que viaje a Sri Lanka se sintiera en la obligación de decir que allí vivió «inolvidables serendipias», que el país es una caja llena de sorpresas maravillosas e inesperadas y que bla bla bla. Personalmente, leer siempre lo mismo me cansa y provoca un cierto recelo. Que todo el mundo use el mismo recurso para expresar sus sentimientos y contar sus experiencias no me da confianza; siento que no están siendo sinceros conmigo y no me creo el artículo.

Yo no viví ningún momento de serendipia en Sri Lanka. Bueno, la subida a Adam’s Peak fue un verdadero descubrimiento, pero ¿serendipia? No. Por otro lado, vi muchísimos lugares que me encantaron, pero ya sabía que existían y fui a ellos a tiro hecho, así que tampoco cuenta, aunque en vivo  me sorprendieran más de lo que esperaba. La joya de la corona, el más hermoso de todos para mí, es el que hoy os voy a mostrar: las cuevas de Dambulla.

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Lo primero que te encuentras al llegar a las cuevas de Dambulla es este adefesio. Un «hallazgo inesperado», sin duda, pero tampoco serendipia, porque es feo como él solo, y aportar, aporta poco. Este edificio aloja en su interior, entre otras cosas, un museo del budismo bastante mediocre pero gratuito, así que al final resulta inevitable darse una vuelta por él. Reservad vuestro tiempo para las cuevas, eso sí merece la pena.

Tras visitar el museo, el acceso a las cuevas se hace a través de una larga escalera que con el calor parece aún más larga, pero nada que cualquiera que no pueda hacer: cuando te empiezas a cansar, ya has llegado arriba.

Mi primer y único consejo (y es uno que debería haber dado hace mucho, pues también se aplica en Anudharapura, Polonnaruwa, y en definitiva, en cualquier lugar sagrado a cielo abierto) es que llevéis unos buenos calcetines. Por su carácter sacro, a todos estos lugares se debe entrar descalzo y ocurren dos cosas: el suelo ARDE literalmente, y cuando no, está lleno de piedrecitas muy pequeñas y malvadas, que te cortan a cada paso (especialmente en Polonnaruwa, que es algo más «salvaje»). Así pues: calcetines imprescindibles. Luego no digáis que no avisé.

De lo que tampoco importa que vayáis avisados es sobre la belleza de las cuevas. Aunque las hayáis visto en fotos antes, aunque hayáis leído cinco blogs donde las describen una por una, estatua por estatua, siempre sorprenden.

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Las cuevas que forman el llamado Templo de Oro son solo cinco de las alrededor de ochenta cavidades que se han documentado en los alrededores de Dambulla. Se encuentran en lo alto de una montaña, debajo una gran roca sobresaliente bajo la cual en 1938 se construyó una estructura de color blanco a modo de soportal, que da la bienvenida y sirve de entrada al complejo religioso. No está mal, ¡pero cuánto más especial se mostraría el lugar siglos atrás, cuando las grutas se escondían ente la vegetación y la roca! Dar con ellas de esa manera sí que sería serendipia.

La historia de las cuevas comienza en el siglo I, cuando el rey Valagambahu de Anuradhapura construyó el primer templo a modo de agradecimiento por haber sobrevivido a los invasores del sur de India. A partir de ese momento, cada rey fue haciendo su aportación, y llegado el siglo XI las cuevas formaban ya un centro religioso de importancia (siendo habitado por monjes en algunas épocas), al que se siguieron añadiendo estatuas y pinturas hasta el siglo XVIII. A día de hoy se cuentan 150 estatuas de Buda, varias de deidades hindúes, algunas de monarcas, y cientos de pinturas que cubren sus paredes y techos por completo.

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La visita impresiona. Todas las cuevas son hermosísimas, pero por tamaño y la belleza de sus pinturas, la segunda o «Cueva de los Grandes Reyes» (fotografía superior) se lleva la palma. Entrar en ella y quedarse sin habla es todo uno. Tras los primeros minutos de estupefacción, reaccionas, y empujado por la excitación, corres de una a otra estatua sin saber ante cuál detenerte. Finalmente te sientas en el suelo y disfrutas intentando abarcar todo con la mirada. Es imposible: tienes ante ti una Capilla Sixtina rupestre que no terminarías de admirar nunca. Y apenas acabas de empezar.

No voy a hacer una descripción minuciosa de ésta ni de ninguna de las otras cuatro cuevas porque para eso están las guías de viaje y Wikipedia. Tan solo subrayar el ambiente entre mágico y solemne que se respira en su interior, sobre todo en esos escasos minutos de soledad que se pueden disfrutar entre las visitas de un grupo y el siguiente, sintiéndote observado por todas esas estatuas de mirada fija y colores brillantes. Una mirada que viene de muy atrás, atravesando los siglos, proclamándose vencedora frente a los embates del tiempo e intentos de saqueo. Una mirada eterna.

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Cuando sientes haberte llenado hasta quedar satisfecho de toda esa belleza en conjunto, llega el momento de entrar cueva por cueva, prestando atención a cada uno de sus detalles: los rasgos y expresiones de las estatuas, los motivos geométricos o florales que decoran tronos y almohadas, o esos tonos rojos y dorados que visten la planta de los pies de Buda.

Y, por encima de todo, las pinturas: tan cálidas y acogedoras que cuando entré creí que las cuevas estaban cubiertas por una suave tela. Mucho después, mirándolas con detenimiento, me seguía costando creer que esos motivos hubiesen sido pintados sobre la dura y fría roca. Puedes pasar horas intentando encontrar un fallo, pero no lo conseguirás: no ha quedado un solo milímetro de cueva por pintar.

Así que no, no fue por serendipia, pero me da igual: las cuevas de Dambulla son uno de los más fascinantes lugares que haya tenido la suerte de ver.

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[Nota: Ojalá fuese mejor fotógrafa. Sin iluminación, trípode ni flash esto es todo lo que puedo hacer. No le hace justicia, así que lo mejor es que viajéis a Sri Lanka a verlo por vosotros mismos.]

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7 comentarios en Dambulla sin serendipia

  1. Ivy 6 junio, 2014 at 12:06 #

    Qué bonitas cuevas. A mi la verdad que todo lo excavado en la roca, las cuevas… me gusta muchísimo. Recuerdo que preparando el viaje a la India, nos planteamos ir a las cuevas de Ellora o Ajanta. Al final, quise ver las dos, y la verdad que me gustó muchísimo. No sé si es algo que suela visitar la gente, pero la verdad que lo recomiendo.
    Lo más «complicado» fue llegar a ellas porque no había forma de saber qué bus nos llevaba a unas o a otras. Preguntabas, y te decían que taxi. Al final un profesor nos vio, muy amablemente nos dijo cuál era, y durante todo el camino nos estuvo enseñando fotos de su familia en el móvil, y hablando con nosotros.

    Dado que me encantan las rocas excavadas… deseando ver Petra!!!

  2. Pau 9 junio, 2014 at 16:36 #

    Menudo lugar me acabas de descubrir #yoquieroir

  3. Carmen 14 junio, 2014 at 13:43 #

    ¡Me alegra que os guste! :)

  4. Claudia 16 junio, 2014 at 15:57 #

    Hola Carmen:

    Me ha gustado mucho este post. Solo una cosa: en la nueva ediccion del diccionario de la RAE (en papel) si va a aparecer la palabra «serendipia». :)

    http://www.elmundo.es/cultura/2014/03/14/5322ced7ca4741f3318b456d.html

    Claudia

    PD. Perdona las faltas de ortografia: teclado no espanol.

  5. Luciana 19 febrero, 2016 at 17:38 #

    Lugar maravilloso! He estado hoy y la entrada parece que ahora que es gratuita! ?, paso datos por si quieres comprobar y actualizar. Hermosa manera de describir un lugar único, felicidades.

  6. Tomás 25 marzo, 2019 at 21:24 #

    Carmen, ¡excelente artículo!
    Voy en octubre próximo en un viaje de 20 días a Sri Lanka. En relación con tu: [Nota: Ojalá fuese mejor fotógrafa. Sin iluminación, trípode ni flash esto es todo lo que puedo hacer. No le hace justicia, así que lo mejor es que viajéis a Sri Lanka a verlo por vosotros mismos.] , decirte que las fotos realizadas en esas condiciones no están nada mal.
    Al respecto, me surge una duda ¿Sabes si está prohibido el uso del trípode en las cuevas?
    En cualquier caso, muchas gracias por difundir tan claramente tus experiencias viajeras.
    Saludos
    Tomás Pérez
    tomaspegil@gmail.com

  7. Dambulla Sri Lanka 3 diciembre, 2023 at 12:25 #

    Buen artículo y estupendas fotos !

    Por la fecha, me parece que has sido uno de los blogeros pioneros en visitar Dambulla y sus cuevas y dejar registro en español en Internet de ello! Felicidades! Usé tu artículo para mi primer viaje en la isla. Luego terminé viviendo allí 3 años y el resto es historia.

    Gracias y abrazos!

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