En el cementerio de Navotas la eternidad se encarna en forma de un interminable partido de baloncesto al que todo el mundo está invitado.
Por lo que se dice fuera cualquiera pensaría lo contrario: que vigiles tus cosas, que no es un lugar para ir solo, que es una zona muy pobre, que hay mucha delincuencia, que tengas cuidado. Y, sin embargo, cuando cruzas la verja que abre paso al camposanto (ligeramente acojonado, sin atreverte todavía a sacar la cámara de la mochila, haciéndote el despistado) y al dar de bruces con el partido que se juega en su calle principal nueve pares de ojos se vuelven a la vez hacia ti, no es para darte una paliza o robarte la cartera, sino para saludarte en perfecto inglés, pedirte una foto, invitarte a jugar y chocarte las manos. En definitiva, para darte la bienvenida a su casa.
Aún así, los primeros pasos a través de aquellas hileras de lápidas los doy despacito y cuidando no hacer nada que pueda malinterpretarse como una ofensa. El lugar me infunde respeto, no por temor a los espíritus de quienes allí yacen enterrados, sino por aquellos que lo habitan por encima de la tierra. Porque el cementerio de Navotas está habitado.
Dejado atrás el partido, el siguiente signo de vida que encuentro es una mujer joven con el cabello mojado, apenas cubierta por una pequeña toalla rosa, aseándose entre un par de tumbas. Poco después me sorprendo al descubrir por sorpresa a un grupito de niños de diferentes edades, quién sabe si hermanos, durmiendo dentro de un sepulcro familiar.
Durante aquellos intensos primeros minutos, rodeados por un silencio casi sepulcral (los gritos del partido se escuchan a lo lejos) no puedo evitar pensar que somos un par de intrusos en un lugar al que nadie nos ha invitado, pero antes de tener tiempo para plantearme dar media vuelta, la frecuencia de los encuentros aumenta. A medida que nos adentramos más en el cementerio, y también a medida que se corre la voz de nuestra presencia en él, los niños empiezan a aparecer por todas partes. Dos pasos, giro a la izquierda en un nuevo pasillo de nichos, y ahí están, corriendo, saltando, riendo…, algunos durmiendo. Entre tanta confusión también vemos algo irónicamente inesperado: un entierro.
Nos dejamos llevar hasta el lugar que ha protagonizado mis sueños cada noche desde aquel día. La primera visión me impresiona tanto que quedo paralizada y tengo que pestañear varias veces antes de volver a mirar para asegurarme de que lo que estoy viendo era real y no una broma de mi imaginación. Sobre un mar de basura y excrementos (mar en todos los sentidos: hasta una barca de remos hay atravesada en la calle, detalle de surrealismo extremo) se levanta el último bloque de nichos, y sobre él, un grupo de chabolas de chapa, madera y otros materiales de deshecho.
Durante unos brevísimos instantes permanezco quieta sin saber a dónde mirar: a las viviendas construidas sobre los nichos, con toda la pinta de estar a punto de derrumbarse, o a mis pies, hundidos hasta casi el tobillo en ese cenagal de mierda y bichos. El olor es insoportable, tanto que no puedo contener el principio de una arcada que a duras penas consigo disimular cuando todas las mujeres y niños que hasta el momento no se habían percatado de nuestra presencia empiezan a gritar, llamándonos y agitando los brazos con unas sonrisas tan enormes dibujadas en sus caras que debo obligarme a respirar bien profundo para que las lagrimas no me delaten.
Tanto el llanto, como el olor y la macabra visión de aquellas tumbas quedan (casi) olvidados a los pocos minutos, tras un rato jugando con los niños, encantados de posar para decenas de fotos como celebrities por un día, participar de la euforia colectiva animando a los chicos del baloncesto (otro de los muchos partidos que se juegan simultáneamente), e intercambiar algunas palabras con unas mujeres que hablan inglés con tal naturalidad y fluidez (en realidad, como todo el mundo en este país) que resulta inevitable cuestionarse la educación y oportunidades por unos y otros recibidas.
Entonces me doy cuenta: todo eso que a mí me ha sobrecogido tanto, todas esas preguntas que me he formulado (¿Cómo pueden vivir así? ¿Cómo aguantan el olor? ¿Los niños, no tienen miedo de los muertos, de los fantasmas?) solo tiene una respuesta, sorprendentemente simple: no lo ven. A sus ojos las tumbas forman parte ya del paisaje urbano y además sirven como gradas para los partidos, el olor no lo notan (como tampoco lo noto yo al cabo de un rato) y la mierda que les rodea hasta meterse en sus casas no les impide jugar con los globos y comer los dulces que se venden en el kiosco que, como una isla en medio del océano, aporta la única nota de color a ese universo de grises y sombras. Es así de sencillo: donde yo veo grises, ellos ven color; donde yo veo muerte, ellos ven vida.
Cuando creo que poco puede sorprenderme, una mujeres nos invitan a sus casas, situadas tras los nichos. Justo detrás del kiosco se accede a un laberinto húmedo, oscuro y sin ningún tipo de ventilación, en el que más de quinientas familias viven como topos en su madriguera. Nos cruzamos con un par de personas lavándose en medio del túnel/calle, por el que hay que ir agachado para no darse con la cabeza en el techo, controlando al mismo tiempo para no resbalar, porque el suelo es puro fango. La sensación es de estar a dos metros bajo tierra, como los vecinos de la necrópolis de al lado. Salir de nuevo a la luz del sol es un regalo.
Los habitantes del cementerio sobreviven como pueden, pero no mendigan. Es el único lugar de Manila donde nadie me ha pedido nada; ninguna mano extendida, ni un solo niño agarrado a la camisa. Ni siquiera un amago. Unos se dedican a la pesca (como el 70% de la población de Navotas, aunque en esas aguas cuesta imaginar que pueda quedar algún pez vivo), otros mantienen y reparan tumbas, algunos son jardineros y otros directamente se dedican a la recolección y aprovechamiento de residuos en el vertedero que es su casa. Todos sin excepción nos sonríen, posan para las fotografías, hacen bromas entre ellos y ríen a carcajada limpia.
Me voy de Navotas con muchos más interrogantes de los que tenía antes de ir. Muchísimos más. Esta primera visita me ha conmovido tanto que no he reunido valor para hacer demasiadas preguntas a unas personas con una vida tan injustamente jodida, desde mi privilegiada perspectiva de viajera-curiosa-niña-bien. En ocasiones como ésta me doy mucho asco. Es un sentimiento con el que ya estoy más que familiarizada, aunque creo que nunca he estado en un lugar que me haya impactado hasta este extremo: por la pobreza, por la insalubridad, por su doble naturaleza de cementerio y vertedero, por la convivencia entre vivos y muertos, y como contraste a todo, por las sonrisas. Por la poesía que, a pesar de todo, encierra un lugar originariamente consagrado a la muerte donde cada día nace la vida.
Gracias. Por valiente. Por contarlo. Por vivirlo.
Gracias a ti por leerlo :)
Wow. Y mira que de Filipinas tras las tres rutillas pensaba que me iba a sorprender poco de lo que me cuenten…
Un buen vídeo grabado en ese mismo cementerio: https://vimeo.com/33735037
Ya tienes un motivo para volver ;)
Y muchas gracias por el vídeo. Había visto otro, pero mucho más cutre (y no muy fiel a la realidad que digamos, al menos en mi opinión).
¡Un abrazo!
Precioso relato, Carmen.
Gracias por compartir una vez mas esas bonitas experiencias.
Vida entre la muerte… Sus sonrisas reflejan felicidad donde nadie, del otro mundo, creería poder vivir.
Otra gran lección sobre lo poco que necesitan/ tienen muchas personas en su dia a día, y a pesar de ello seguro, se quejan menos y valoran mas.
Gracias por tus palabras, Alicia :) Suscribo tu última frase al 100%.
Me ha encantado la entrada. No sabía de su existencia y la verdad que me ha emocionado la forma de contarlo, las fotografías y el reflejo de la felicidad que tienen. Esto debería hacernos pensar muchas veces en valorar más lo que tenemos (o quizá menos y desprendernos de mucho). Un abrazo!
Muchas gracias, Pedro, me alegra que te haya gustado. Yo tampoco sabía de su existencia hasta hace un par de semanas y, aunque desde el primer momento no dudé en que tenía que venir, me ha sorprendido mucho. Nunca he estado en un lugar así, que me haya golpeado tanto.
Me ha gustado mucho tu entrada, por la manera de contarlo y porque además me has enseñado un lugar al que yo no creo que fuera capaz de ir. Las fotos son preciosas.
Gracias, Sandra. Por supuesto que eres capaz de ir. Al principio impone un poco de respeto (yo tampoco iba muy convencida), pero en cuanto te reciben con esas sonrisas solo piensas en que tendrás que volver.
KU, Solo me atrevo decir lo bien que lo has contado, porque si me atreviese a decir que yo ahí no hubiese ido en mi vida, te enfadarías conmigo, así que no lo digo. TQ
Al final lo has dicho, jeje ;)
¡Madre mía! Se ponen los pelos de punta…
A mí me da la sensación de que el texto se queda corto. Es difícil transmitir la enormidad de todo lo visto y sentido allí…
Excelente reportaje, Carmen. Esa es la filipinas real y no las postales de Boracay. Pero ya sabes, ten mucho cuidado con las aswang, los duwendes, los engkantos, los tikbalang y demás, jejejeje… Todos esos seres de otro mundo los podrás encontrar facílmente en ese cementerio.
Un saludo desde Palawan.
Madre mía, he tenido que buscar a todos esos personajes, jeje.
Muchas gracias por el comentario, Oscar, me alegra que te haya gustado. Aunque tú sabes tan bien como yo que se queda corto…
Un abrazo!
no está tan sucio, exagerada… ( ji,ji,ji..)
Aún me cuesta creer que este comentario lo hayas escrito tú… (ji,ji,ji..)
A priori un lugar macabro se ha convertido en un rincón lleno de vida, vida en el sentido más amplio de la palabra. Otra pequeña joya peridística que nos regalas querida Carmen, sigue disfrutando de Filipinas.
Gracias, Pau!
Bufff, tremendo. Tiene que ser muy impactante ver algo así, con tantos contrastes entre lo «disparatado» para nosotros y lo «normal» para ellos, lo has transmitido fenomenal. Un abrazo!
Gracias, Dany!
Me encanta la entrada, es sorprendente que se hayan acostumbrado a algo así. Eso demuestra lo diferentes que podemos ser las personas según donde hayamos crecido o como nos hayan educado.
Un saludo!
Me pregunto cuanto tiempo hace que se da esta situacion, segun tu descripcion da la impresion de que no es cosa de hace meses sino mas bien años.
Y que han sabido adaptar los medios de los que disponia el cementerio en su provecho, como el agua corriente o la luz. Y hablando de la luz, ¿viste como era aquello de noche? me imagino que para alguien de fuera debe ser especialmente chocante.
well pinoys is always smiling even tho they live in situation like this some of them they dont care as long as they live happy. i want to comment in this, about our government why the informal settlers is live in the cemetery.
but im not good in english hahaha! by the way i live nearby the cemetery about 4 blocks away.
Great Story! :)
Me recuerda a una combinación entre la ciudad de la basura y la ciudad de los muertos, en El Cairo. Pero llevado mucho más al extremo, yo no vi tanta «vida» en ese cementerio.
Yo las sonrisas más francas y más sinceras las he visto muchas veces en los sitios más pobres, lo que nos da una lección de humildad tremenda.
Preciosas sonrisas, preciosa gente, preciosa esa niña…
Ten por seguro que de ir alguna vez a Filipinas, intentaría hacer esta visita, me ha llegado al corazón. Es la visita que mis amigos jamás harían y que yo haría sin dudar, por lo que sería tachada de friki, rara… Qué más da. Yo lo de los olores lo llevaría bien… trabajo en una planta de tratamiento de residuos, así que figúrate.
Un abrazo!
Me encantaron las sonrisas, preciosas imágenes.
impactante,choca claramente ver otra realidad muy distinta en la que un se encuentra o esta acostumbrado a ver. me encanto como esta contada la experiencia! la transparencia de lo vivido!
El asombro de estar ahí y sentir como transmiten esas sonrisas debe ser algo hermoso e inolvidable,eso nos muestra que las cosas mas valiosas y hermosas que la vida nos da no se encuentran en lugares lujosos ni con dinero,sino que es lo valioso de las personas,lo que llevan dentro y como lo transmiten!