Cuando se habla de vivir en un cementerio (un tema de lo más común, o eso parece a la vista de los últimos post de este blog), el primer pensamiento no puede ser muy agradable. Películas de terror, cuentos de fantasmas, o en el mejor de los casos (mejor no por bueno, sino por acercarse más al mundo real), imágenes de extrema pobreza como las que ofrece el cementerio de Navotas, son algunas de las ideas que se nos pueden venir a la cabeza. En cualquier caso, seguro que nada como el Cementerio Norte de Manila, y no porque no sepamos de su existencia: yo lo sabía, incluso había ojeado algunas fotografías antes de ir, y ni con esas fui capaz de aproximarme a lo que más tarde vería. De hecho, la idea que me hice fue totalmente errónea.
Quizá esto le ocurra también al lector de este texto. Me pongo en sus ojos y leo: niños jugando entre tumbas, familias enteras viviendo en panteones, la falta de recursos, sin olvidar la constante presencia de la muerte… El panorama no puede pintar peor. Pero no es esto lo que voy a escribir; no esta vez. ¿Y si os digo que lo que he visto en el Cementerio Norte es algo diferente? Borrad de vuestra cabeza las imágenes de Navotas y cualquier otra idea previa que podáis tener de la vida en un cementerio. ¡Vamos, vamos! Aquí no ha pasado nada, no sabemos todavía nada. Empezamos otra vez.
550.000 metros cuadrados de caminos, árboles, jardines, plazas, estatuas y fuentes. Tiendas de comestibles, un taller de motos, varias canchas de baloncesto, un señor en bici, el carro de los heladitos. Un jeepney haciendo su ruta y parando en los lugares previstos, dos vecinas tendiendo juntas la colada, tres niños corriendo con sus mochilitas para coger el vehículo antes de que se vaya. Y paro ya porque parezco el Conde Draco contando cosas.
Esto es otra historia, ¿verdad? Un barrio de siempre (por el tamaño podría ser una pequeña ciudad), con su ajetreo, sus pajaritos que cantan y las nubes que se levantan. Pocas nubes, la verdad, porque el día es soleado. Y las calles están más limpias que en muchas otras zonas de Manila. ¿No parece un lugar perfecto para vivir? Y de lo más normal (tirando a idílico) si no fuera porque… es un cementerio, claro.
[Vecinas cotorras en su «banco» de todos los días.]
[La tienda de confianza.]
[Nada como el hogar.]
El Cementerio Norte es otro de los camposantos que los vivos de Manila se han visto empujados a habitar debido a la pobreza y la superpoblación que afecta a ésta y otras grandes ciudades de Filipinas. No se trata de un fenómeno reciente: hay quien lleva décadas viviendo ahí. La mayoría, en realidad; muchos son los que han crecido, se han enamorado y casado entre esas tumbas. Y muchos son, ahora en nuestros días, los que entre tumbas nacen, programados genéticamente para perpetuar la tradición.
Esto no lo digo yo, lo cuentan ellos, y muy orgullosos además. Los vecinos del Cementerio Norte se sienten felices de vivir allí, ¿y por qué no? Si se está estupendamente. Mejor que en la calle o en un barrio de chabolas seguro que sí.
Y es que «este cementerio no es cualquiera cosa» (me ha dado fuerte con la cancioncita). En sus orígenes estuvo reservado a los españoles y, cuando estos se fueron, a las familias pudientes de la ciudad, de modo que cuenta con un buen número de tumbas de categoría, con varias habitaciones, pisos (dos, tres, cuatro y hasta cinco) e incluso una terraza en la azotea para tomar el sol. Lo que los muertos hacen todos los días, vaya. Porque no hay que perder de vista que, aunque ahora esté habitado, en principio las tumbas se construyen para albergar fiambres.
[Es hasta bonito… Con su tiendita al lado para que no les falte nada.]
[Si me pinchan no sangro.]
Sea como sea, los vivos que ahora las ocupan han tenido suerte. La mayoría no son como estos mini-chalets, pero incluso de las más pequeñas se puede hacer un lugar agradable para vivir. Para muchos el hecho de que tengan techo y paredes es más que suficiente. No disponen de baños para hacer sus necesidades pero sí de agua corriente (en las fuentes); también cuentan con electricidad para por lo menos un par de bombillas por hogar (no me ha quedado claro si esto lo pagan, hacen sus trampas o cada uno se las apaña de una forma) y algunos para mucho más: televisiones, videokes con potentísimos sistemas de sonido, y hasta un ordenador portátil hemos encontrado asomando la cabeza en estas casitas.
[Éste se conforma con poco: un plástico, un colchón encima de la lápida, y arreando. Ah, pero puede presumir de cabecero original.]
[Puede faltar la comida, pero nunca faltará… ¡el videoke!]
[Éste niño nos muestra su habitación.]
Durante nuestro paseo vamos hablando con unos y otros. Manuel*, por ejemplo, vive en el panteón de su propia familia y trabaja en el de enfrente, que llevaba años abandonado y lo ha aprovechado como taller para motos y triciclos. Con la mayor naturalidad del mundo cuenta que duerme junto a la tumba de sus padres, quienes cuando él todavía era un jovencito se mudaron al cementerio, donde su padre trabajaba cuidando sepulcros. Ahora el que cuida los sepulcros es él, un trabajo que le proporciona unos pocos ingresos extra al final de mes.
[Manuel posa en el panteón-casa junto a la tumba de sus padres.]
[El panteón-taller.]
No es el único. Gran parte de los habitantes del Cementerio Norte viven en panteones heredados generación tras generación, y muchos otros los habitan con permiso de las familias propietarias a cambio de que se encarguen de su cuidado y mantenimiento. La mayoría de los vecinos del camposanto hacen un mix de ambas: viven en sus propios sepulcros familiares y cuidan de muchos otros. También hay quien los alquila, y quienes son desahuciados si no pueden pagar.
Cuando la tarde empieza a caer y nos disponemos a salir de la enorme necrópolis, nos encontramos con Edwin** y la conversación (como siempre, en perfecto inglés) se prolonga casi una hora. Nos cuenta muchas cosas: que de joven estudio enfermería pero terminó trabajando en una empresa de pinturas, que se enamoró de su mujer y, con toda franqueza, casándose con ella y viniendo a vivir al cementerio vio la oportunidad de heredar el trabajo de su suegro. De eso hace ya más de treinta años, ahora tiene más de cincuenta tumbas a su cargo y una sonrisa sincera. Dice que le gusta vivir aquí, que es un lugar tranquilo (ya sé que parece un chiste malo) y la gente, buena.
Se está haciendo tarde y sabemos que no nos podemos entretener más, pero Edwin no nos quiere soltar y nosotros no nos queremos ir. Contra todo pronóstico, el Cementerio Norte de Manila ha resultado ser un lugar acogedor en el que pasados unos minutos la muerte queda lejos, muy lejos, y no ves los nichos aunque estés rodeado de ellos. Las sonrisas de sus vecinos son las protagonistas absolutas del paisaje.
[* y **: Estos dos nombres me los he inventado porque con tantas emociones no anoté/recuerdo los reales. ¿A que les quedan bien?]
Jejeje, yo también he puesto la canción de Mecano. A mí me daría mucha cosa porque por no estar, no he pisado siquiera un cementerio en España. Pero bueno.
En el último párrafo me estaba temiendo que te hubieras quedado a dormir ahí. ¿No hay ningún vecino que sea miembro de Couchsurfing? Tendría su miga. Y sí, lo del lugar tranquilo parece un chiste, pero es que es buenísimo :).
No te comento casi nunca, pero te reitero mi admiración y espero que sigas escribiendo durante muchos años. No te lo creerás, pero ayudas a romper prejuicios, y eso siempre es importante.
Si vas a dejarte caer por Alemania, avisa. Bueno, y si vas a Polonia también. Un abrazo,
Cristina
Si los muertos no lo van a necesitar, no creo que les importe que otros vivos aprovechen el espacio :D
KU es impresionante que existan vidas así ( lo digo por los que viven , no por «los otros». ). Pero hija, vete a otros lados, ya sabes, los de ambiente. Bonitas fotos, como siempre. Tq
Simplemente increíble. De los posts mas curiosos que he leído últimamente.
Es curioso la concepción que se tiene de la muerte en otras culturas, tratándola como un tema de lo mas normal, como debería ser, si es que por mucho que nos empeñemos es parte de la vida. Mientras tanto en nuestra cultura preferimos simbolizar todo lo malo con ella (si es que tiene algo bueno…) y apartarla lo más lejos de nosotros. Como comentaba Cristina en el primer comentario hay quien ni ha pisado un cementerio en España y la verdad es que hay algunos bien bonitos.
Gracias por mostrar al mundo que otras formas de vida son posible!
Un saludo.
Pd: espero que no te ofrecieran una tapita de fiambre…(chistaco!)
Increíble pero cierto, la realidad supera la ficción que miedo!
me ha encantado el artículo. se que puede parecer raro, extravagante e irreverente que se haga toda una ciudad alrededor de un cementerio, pero hay que tener en cuenta que en muchos países es mas normal de lo que nos pensamos que vivos y muertos convivan
la vida no sería vida, si no existiera la muerte, y va siendo hora que nos vayamos quitando esos tabúes que llevamos en nuestras espaldas desde tiempos inmemoriales
muchas gracias por el post y por haberlo compartido con todos nosotros
un saludo