«Si la inspiración no viene a mí, salgo a su encuentro, a la mitad del camino.» Sigmund Freud.
Hace tiempo que sufro bloqueo creativo; un bloqueo del que, obviamente, no he dicho nada. A nadie le gusta hablar de sus fracasos y reconocer sus debilidades en público, especialmente en un mundo tan competitivo como éste, en el que hay que ser siempre el mejor. Yo lo siento pero esta vez no puedo. Hay veces que no queda más remedio que sacarlo todo fuera para limpiarse y poder continuar.
El bloqueo en cuestión no ha sido cosa de los últimos días; viene de varios meses atrás. Durante este tiempo, por supuesto, he seguido escribiendo (por eso el “creativo” y no “del escritor”, aunque escribas por pura inercia y, a veces, obligación) y no reniego de ninguno de los textos que han salido de mí. Pero eso no cambia nada. Tú puedes querer mucho a tus hijos y al mismo tiempo admitir que no son los más guapos de la clase. Hasta que uno, definitivamente, se me atragantó.
[Tenía que ilustrar este punto, y he pensado que la cara de ese hombrecillo de blanco encaja bastante bien. ¿Que no? Bueno, lo siento. Algo de información práctica entonces: la foto está sacada en la puerta del Lingaraj Mandir, el templo más importante de Bhubaneswar.]
El bloqueo alcanzó su máxima gravedad al intentar escribir la segunda parte de Nagaland. Abría mi libreta, esa que siempre me acompaña y donde apunto todo lo que se me pasa por la cabeza, y era incapaz de dar forma a mis recuerdos en tierra de konyaks. Sentía que, de alguna manera, las palabras jugaban al Scrabble, cruzándose entre ellas una y otra vez pero sin construir una historia. Una historia que no cayese en la mera (y aburrida) narración cronológica, de la que intentaba escapar.
Yo soy de viajar, vivir, parar y contarlo. Así es como este blog nació hace casi cinco años, y como me siento más cómoda. Puedo escribir sobre experiencias pasadas, pero se me da mejor el directo. Y sé que si lo dejo mucho tiempo cabe la posibilidad de que al final no escriba nada, como ha ocurrido con tantos lugares que he visitado (en Nueva Zelanda, Uruguay, Israel…) y nunca he llegado a plasmar aquí. Por eso, a medida que el viaje continuaba, mi frustración no hacía más que crecer.
[Ruta de templos en Bhubaneswar.]
[Cuevas de Udayagiri y Khandagiri, cerca de Bhubaneswar]
Llegué a Bhubaneswar, la ciudad de los mil templos, y seguí viendo cosas y conociendo personas. Después a Puri, y allí me quedé, dispuesta a no moverme hasta parir la maldita entrada sobre Nagaland. Haber estado en un lugar tan interesante y bonito, y ser incapaz de hacer nada con ello. Cuanto más me emperraba era peor. Y está esa tendencia a pensar “Si no puedo escribir sobre esto, no voy a poder escribir sobre nada. ¡Socorro! ¡Ayuda!”. La frustración que he llegado a sentir no la puedo transmitir. Horas he pasado delante del ordenador pulsando cuatro teclas para borrarlas segundos después. Horas.
Hasta que me planté. “Por el amor de Dios, Carmen, ¡estás en India! Tienes la vida ahí fuera y tú sigues llorando porque no puedes escribir. ¡Hombre ya!” Y me obligué a dejarlo, a olvidar Nagaland y salir a la calle. Desde entonces he pasado por tres fases. Tres fases que no me han devuelto la inspiración, pero al menos me han ayudado a avanzar.
Fase 1: Extremoduro y el efecto terapéutico del mar
El mar. Podría hablar del efecto que el mar ejerce sobre mí, pero no me quiero eternizar. Dejémoslo en que me tranquiliza y me hipnotiza. Puedo perder la noción del tiempo paseando por su orilla, mojándome los pies, o simplemente sentada en la arena, mirándolo fijamente. Afortunadamente para mí, Puri tiene una playa muy grande; sucia, pero inmensa, como para estar un día entero caminando sin parar. Y eso es lo que he hecho.
Playa arriba, playa abajo, entre camellos, mujeres bañándose vestidas y vendedores de algodón de azúcar. La brisa en la cara, un coco en la mano (gracias Romy por descubrirme las propiedades de su agua: has creado un monstruo) y Extremoduro en las orejas. De este grupo sí me apetece hablar, porque me da la gana.
Me encanta Extremoduro. Como leí una vez no sé en dónde, no conozco otra persona (Robe) capaz de decir cosas tan bonitas con palabras tan malsonantes. Y tantas verdades, directas a las entrañas. Por suerte para mí (y ya van dos golpes de suerte, parece que esta parada hubiese estado escrita) me enteré de que hace poco habían sacado nuevo álbum, así que me lo descargué y con su música sonando fuerte en mis auriculares recorrí durante horas la playa y el paseo marítimo de Puri. Desde las primeras palabras de la primera canción, a modo de pregunta que me azotó como una bofetada, a las últimas palabras del último tema, una respuesta que llega con el viento, habré escuchado ese disco no menos de veinte veces en cinco días.
[«Sufro locura transitoria…»]
[«…bajo a la tierra y cruzo la línea divisoria…»]
[«… que separa en esta historia la locura y la razón.»]
[«Estoy viendo molinos… Ya arreglaremos cuentas.]
Presenciar el vaivén de la vida en India con Extremoduro como banda sonora es una experiencia bastante curiosa. Probadlo algún día y me contáis. Por otra parte, atender a las letras me obligaba a silenciar el puñetero run-run de mi cabeza, y por tanto a dejar de pensar en Nagaland para centrarme en lo que tenía delante y, sobre todo, dentro de mí. Ha sido una buena terapia. Poco a poco (“agarrado un momento a la cola del viento”) iba sintiéndome mejor; aunque las palabras, las mías, seguían sin salir.
Fase 2: La mirada nueva (o volver al detalle)
He tenido la mala suerte, además, de que mi bloqueo creativo ha estado acompañado estos días por un bloqueo físico, real y tangible. Mis planes de adentrarme en las zonas tribales de Orissa se fueron a la mierda al saber de las restricciones impuestas por el Gobierno para visitar las aldeas y mercados adivasi, debido no tanto a problemas de seguridad como intentan hacer creer, como sobre todo por protección de estas comunidades, que en los últimos años se han visto convertidas en carne de “safaris humanos”.
Al principio me llevé una gran decepción y quedé sin saber qué hacer. Pensé en intentar alguna triquiñuela, colarme de alguna forma, buscar el agujero en la pared, pero entonces me di cuenta (para ese momento ya había dado unos cuantos paseos junto al mar) que esos días eran un regalo que me estaba sentando muy bien. Y que no me haría mejor volver a la carretera a recibir otros cientos de estímulos distintos cuando aún no había terminado de organizar mi interior. Así que me quedé.
[Puri desde las alturas. No es una mala ciudad como campamento base.]
Me quedé y decidí “hacer mía” Puri; vivirla, intimar con ella hasta sentirme parte de su rutina. Esto es algo que me encanta y que en India particularmente se me da muy bien. Quedarme más de dos, más de tres y más de cuatro días en un lugar, aunque ya haya visto lo más significativo, hasta conocer su último rincón. Pasear sin cámara de fotos, no como turista, sino por el puro placer de paladear una vida que no es la mía, pero podría serlo.
Funcionó. Fui consciente el cuarto día, cuando al entrar para comer en el restaurante de siempre el camarero me recibió con un “Veg thali, madame?”. Nunca jamás en España un camarero me ha recibido con un “¿Lo de siempre?”, ni siquiera cuando residía en Barcelona y prácticamente vivía en el bar donde trabajaba mi pareja. Me servían la copa de blanco y ya está. Pero España es mi país e India no, y ese “¿Lo de siempre?” aquí no pudo llegar en un momento mejor. Sentí que había superado otra fase, me sentí nueva, regenerada, y me entraron ganas de agarrar la cámara para poner a prueba mi flamante mirada, sin pensar (evitando pensar, de hecho) en lo que podría decir de la ciudad después. Al fin y al cabo, no tenía intención de contar nada.
[Mi primer «Lo de siempre» ♥ ]
[Hacia la derecha: Templo Jagannath. Hacia la izquierda: playa y crematorio. ¿No es genial?]
[Bicis y puestitos de dulces en los alrededores del templo Jagannath.]
Qué bien me lo pasé. Disfruté como una niña con juguete nuevo. Como si no hubiese hecho fotos nunca. Y aunque las mías no son el mejor reflejo de ello, puedo asegurar que Puri es una ciudad fotogénica. O eso me ha parecido a mi desde los ojos de la novedad. A veces pienso que me he acostumbrado tanto a India, a sus vacas en la calle, a sus coloridos templos, que me cuesta fijarme en todas esas cosas que para el que viene por primera vez son motivo para detenerse en seco.
Esta vez lo hice. Decidí empezar por los detalles (el cartel de una pared, un puestito de artículos religiosos, la imagen de una diosa terrible protegiendo la entrada al santuario…) y poco a poco fui abriendo mi campo de visión hasta ver India en toda su explosión de colores y sonidos, como una sinfonía perfecta. Y volví a reconciliarme conmigo misma, con la belleza de este país, y con la suerte que tengo de estar aquí y disfrutarlo cada día. Y fui de excursión al Templo del Sol de Kornark y pasé tres horas extasiada dando vueltas a su alrededor, fijándome en cada una de sus exquisitas esculturas. Algún día hablaré de él, supongo.
[Un cartel misterioso…]
[… la «colita» de un tigre…]
[… diosas que dan miedo…]
[… una pared bonita..]
[… y un puestito.]
Me llevo muy buenos recuerdos de Puri, de su playa y de su barrio sagrado; incluso de su crematorio con vistas al mar (donde he asistido a una de las escenas más horripilantes de mi vida). Y aunque no conseguí escribir nada en ella, sentí que mi tiempo allí había terminado y era momento de continuar.
Fase 3: Las palabras
Llegaron sin previo aviso en Bhubaneswar, a donde regresé para tomar un tren hacia Chhattisgarh. Me encontraba haciendo tiempo en la estación y, de repente, como si hubiese alcanzado alguna suerte de estado de iluminación, saqué la libreta y empecé a escribir sin control sobre cualquier disparate. Miles de cosas, un torrente de ideas que probablemente nunca me atreva a compartir con nadie, por locas o estúpidas.
Pero ahí estaban: las palabras. Y me sentí fértil y pletórica. Y feliz. Feliz por estar ahí, sentada en el suelo de esa estación. Feliz de que toda mi vida entre en una mochila y por tener la libertad de ir a donde quiera; un hecho sobre el que, por costumbre, hacía tiempo que tampoco me detenía a reflexionar.
[Feliz por las miradas que cruzo cada día.]
[Y por poder sustituir una comida «de verdad» por dulces de colores.]
Y escribí, y escribí, y entonces pensé que me apetecía compartir todo esto. Porque a fin de cuentas hay que escribir sobre lo que uno siente, y lo que yo he sentido estos días es esto: BLOQUEO. Qué difícil resulta admitir en público las propias debilidades. Pero libera, oigan.
Así que aquí estoy, volcando todos mis desvaríos en una litera de Sleeper Class a las dos de la noche, mientras el resto del vagón ronca a mi alrededor, iluminada únicamente por la luz que llega del fondo del pasillo. Una catarsis brutal, de la cabeza al papel, sin intermediarios y sin artificios. Y tal vez ocurra que mañana, al leer lo escrito, piense que es una santa tontería, me de vergüenza y no quiera publicarlo. Pero intentaré convencerme para hacerlo, para dejarlo fluir… y así fluir yo con ello. Mientras la inspiración vuelve a mi encuentro.
[«… y voy detrás de todas las tormentas, por si la encuentro.»]
El camino de las utopías, Extremoduro.
Un abrazo fuerte, Carmen.
¡Hola Carmen! No sabés cómo te entiendo. Estoy en la misma hace rato (pero por distintos motivos). Y realmente es muy frustrante cuando los estímulos que en un principio fomentaron la escritura ahora no hacen nada más que abrumarnos. Me encantó e hiciste bien en publicarlo, para recordarte cómo te sentiste.
Cuando vuelva volverá, pero hay que aprender a no forzar las cosas (a mí me cuesta un horror y me deprimo mucho jaja pero bueno, le pongo lo mejor de mí a aceptar el presente y fluir con lo que pasa en mi interior).
Beso enormeeeee
Angie
Que haga sitio Txema, que ahì va otro abrazo…
Magnificca entrada, amiga. Te espero en Italia ;)
Impresionante la entrada, y tan honesta que hubiera sido una pena no publicarla… qué sigan saliendo las palabras ;)
Saludos
En ocasiones no hay que presionarse, cuando no se tienen ganas, o simplemente no se es capaz de hilar unas cuantas palabras con sentido, lo mejor es desconectar y al final todo llega. Siempre es un placer leerte :)
Esa diosa da mucho miedo ,estoy contigo…
a veces un mal momento te deja nula, sin ideas, te saca las ganas de todo, hagas lo que hagas pero bueno lograste superarlo y lo hiciste bien!
beso grande!
parece que te ha venido bien esa ciudad con nombre de peluquera y bizcos por doquier, pero ojo, a casi nadie le importa el proceso sino el resultado, revisa tus conocimientos literarios y las grandes cosas contadas salieron del tormento de su contador
Un mal momento, pero los momentos son solo momentos y por tanto cortos. NA MÁS. La vida se llena con momentos de todo tipo, Animo
Grande, no se puede decir más
uauuuu !!
Extremoduro y Puri !!
los conozco por separados, pero no revueltos
cómo me gustaría probarlos juntos
y cómo me alegro que al final salga tu esencia
ama y ensancha el alma
un abrazo
A veces es necesaria una catarsis espiritual para poder procesar las experiencias y sucesos de nuestra vida, sobre todo si uno tiene que comunicar las mismas a terceros, puedo decir que sentí India con tus palabras y las fotografías ayudaron mucho. Gracias
Bueno, Carmen, pues para estar «bloqueada», no está nada mal :-)
Un abrazo
Hola Carmen,
Te leo seguido pero pocas veces me detengo a comentar. Esta vez fue inevitable. Me encantó esta entrada, me sentí muy identificada y me gustó mucho tu manera de expresarla. Qué bien que hayas pasado por esa etapa y hayas podido lograr algo bueno de ella!
Y no conozco Extremoduro, pero ya lo escucharé! Me resultó simpático ver esas fotos asociadas a esa cortina musical, porque cuando estuve en Goa me la pasé escuchando «Eres buena gente», del Desván del Duende. Y aunque no podía dejar de «regañarme» en cierta manera. «Qué hago escuchando esta música española que no tiene nada que ver con lo que tengo a mi alrededor», confieso que me hizo muy bien también.
Un abrazo, y nos leemos pronto,
**Lau**
A veces hay q tocar fondo para empujarse hacia arriba a volver a respirar. Ojalá Puri fuera ese punto y todo vuelva a fluir a tu ritmo. Bs. P&I
Todo tiene principio y fin, hasta los bloqueos….Habrás hecho un viaje íntimo a la locura. Un abrazo Carmen.
PD: Gracias por avisar de su último disco, lo desconocía ¡Qué grande es El Robe!
Bueno, bueno, ¡me habéis abrumado con tanto abrazo y apoyo!
Muchas gracias a todos. No tengo buena conexión, así que no puedo responder uno por uno como me gustaría, pero me guardo en el corazón cada una de vuestras palabras.
¡Un abrazo desde India!
Un saludazo. Que envidia poder viajar
contando días para que se solvente todo esto de la pandemia y volver a retomar viajes y vivencias.
Intentando coger ideas para un nuevo viaje.
Muy buen artículo.
Te despierta las ganas de viajar