Hace un tiempo que estoy calladita. Hacía tiempo que necesitaba parar. Tener una casa, un hogar; un hogar que sintiera como propio, al margen de la parada de descanso que supone para mí el hogar familiar de Cantabria en el que entre viaje y viaje paro a “repostar”. Hace tiempo que mi hogar es Sevilla.
La única vez en los últimos siete años que he tenido algo parecido (pero ni aproximado) fue en Chengdu. Viajé a la capital de Sichuan, en el sudoeste de China, porque Antonio estaba allí viviendo y trabajando como profesor de inglés. A mí me pareció bien. Un lugar u otro del globo francamente no me importaba; lo que necesitaba era parar un tiempo, despertarme en la misma habitación, preparar mi comida y fregar los platos, dedicar unas horas al día a estudiar, conocer el bar y la gente con la que esa noche nos tomaríamos una cerveza. Y quiso el destino que ese lugar fuera Chengdu.
Quién me lo iba a decir, a mí que la primera vez que viajé a China, en 2011 durante el transmongoliano, terminé tan saturada. Aquella primera estancia duró solo dos meses, y aunque las primeras semanas fueron como la seda, al final debo admitir que me el país sobrepasó. Quizás porque quise abarcar mucha geografía en poco tiempo (dos meses son dos meses, pero China es enorme) y los trayectos entre ciudades eran larguísimos; quizás porque la mitad de las noches las pasaba en trenes y autobuses, y la otra mitad cambiaba cada dos días de habitación. Tal vez, simplemente, porque China es un país intenso y culturalmente muy distinto, sin más.
El caso es que una mañana de febrero aterricé en Chengdu, con una mochila llena de libros y la intención de quedarme dos meses viviendo en la ciudad (el máximo que me permitía el visado). Después vendrían otros dos meses más. Un total de cuatro meses a lo largo de 2015 viviendo en la capital de Sichuan, esa megalópolis de catorce millones de habitantes en la que (debido a la boina de contaminación que cubre su enorme cielo) rara vez se ve el sol; esa enorme ciudad de paraguas contra los rayos UVA, en la que la calle más estrecha ocupa cuatro carriles, de la cual conocí tanto el invierno como el verano.
Allí tuve, por primera vez en mucho tiempo, una misma cama en la que despertarme todas las mañanas y un rincón en el mundo al que llamar “hogar”. Un hogar compartido, con Antonio y nuestro amigo Lois, quien también estaba trabajando allí como profesor de inglés y había comprado una moto eléctrica (que en realidad fueron varias, porque se las fueron robando en el camino) con la que desplazarnos por la ciudad.
Allí tuve, por primera vez en mucho tiempo, una misma mesa en la que sentarme a estudiar todos los días, un sofá donde disfrutar leyendo o viendo alguna película, y una arrocera que siempre estaba llena, a cualquier hora a la que tuviese hambre. Puestos de fruta y verdura debajo de casa. Y un par de restaurantes del barrio, mis favoritos, a los que diariamente bajaba a comprar el plato del día, en mi caso casi siempre los mismos: tofu ahumado y salsa súper-picante a mediodía, barbacoa vegetariana por la noche.
Yo, que en 2011 había tenido mis más y mis menos con la comida china (ya he entonado el mea culpa, admito que en mi primer viaje a este país el cansancio me impidió gestionarme bien), descubrí en la gastronomía sichuanesa un paraíso. Un paraíso que me hizo engordar cuatro kilos en cuatro meses. ¡Está tan buena la comida de Sichuan! El Shao Kao (barbacoa) se convirtió en una obsesión. Pero ya hablaré de ello en una próxima entrada.
Lo más bonito que recuerdo de Chengdu no es un lugar o un momento concreto, sino esa sensación de estar viviendo allí, de tener “mi” barrio y ninguna obligación viajera. Como mis dos compañeros trabajan desde la mañana a la noche, pasaba la mayor parte del día sola (y tan feliz), y entre estudio, lecturas y tareas domésticas, de vez en cuando salía a dar pequeños paseos por la ciudad.
Nada especial: una vuelta por el barrio para ver a los vecinos (cuyas caras poco a poco fui aprendiendo a reconocer) y los embutidos colgar de los balcones, o una mañana en el mercado cercano para comprar más tofu ahumado (otra obsesión).
[«Mi» calle.]
[La entrada a «mi» vecindario.]
[Los embutidos.]
[La vida en el barrio.]
[Los vecinos.]
[«Mi» supermercado.]
O bien tomaba el metro y me acercaba al centro; a la plaza Tianfu o a la exclusiva zona comercial de Chunxilu, donde lo más caro que llegué a comprar fueron unas chanclas para andar por casa, pero me entretenía mucho observando a los chinos y sus extraños hábitos, tan diferentes a los míos, o a los tibetanos que estaban de paso por la ciudad, haciéndose fotos en cada rincón.
[Los chinos y el cansancio repentino.]
Cuando Antonio regresaba del trabajo, o en sus días libres, hacíamos “salidas” más largas. No es que estando sola no pudiese; sencillamente me gustaba reservar mi tiempo para mí, para el placer culpable de no tener que estar constantemente viendo cosas nuevas. Al fin y a cabo, llevaba mucho tiempo ansiándolo.
A lo largo de esos cuatro meses hicimos de todo, desde el turisteo más elemental (como visitar Jinli Street -barrio antiguo de Chengdu, convertido en un parque temático muy del gusto chino-, el templo de Wuhou o el monasterio Wengshu), a otras actividades más cotidianas (como dar un paseo de domingo en People’s Park, por el maravilloso barrio tibetano, los mercados de viejo, o invertir tardes enteras en los enormes centros comerciales, alucinando con sus dimensiones o patinando sobre hielo).
También hicimos algunas excursiones o pequeñas escapadas, como a la cercana Luodai (otro parque temático), al Gran Buda de Leshan, o a Larung Gar: ese recóndito lugar del que no sabía nada y que me partió por la mitad (hablo de él en esta entrada). Me llena de pena pensar que, si alguna vez regreso (algo que me había prometido hacer) no será igual.
[Gran Buda de Leshan.]
Hicimos, en definitiva, casi todo lo que puede hacerse; excepto lo más típico para cualquiera que pase por Chengdu: visitar el centro de conservación de los osos panda. Por motivos éticos y personales tengo mis reticencias hacia este tipo de “santuarios” (y el negocio millonario que los rodea), por lo que, salvo recomendación expresa de FAADA, prefiero evitarlos.
Guardo Chengdu en mi memoria con un cariño inmenso; cariño hacia sus colmenas humanas en forma de rascacielos, hacia sus enjambres de motos invadiendo la acera peatonal y también hacia sus habitantes, quienes todas las tardes, como en un compromiso ineludible escrito en alguna parte, se reúnen en las calles para practicar alguna actividad en grupo, como bailar, hacer gimnasia o jugar con el diábolo.
En Chengdu no solo me reconcilié con aquella China de la que años atrás había salido huyendo: en Chengdu pasé días malos y días buenos, fue una época de transición en mi vida, y en definitiva, me dediqué simplemente a vivir.
Cuando vuelvas no será lo mismo, pero será especial igual.
Yo he tenido esos miedos siempre y he regresado a varios sitios en los que fui muy feliz. A veces he vuelto con un sabor de boca extraño, pero me ha encantado saborearlo igual.
Yo también ando sintiendo «la llamada» del hogar o, mejor, del semihogar. Aún no siento que quiero una casa, pero no puedo deambular rápido, así que siento que he cambiado de ciclo, igual que lo hiciste tú por aquí.
Lo dicho, qué bueno leerte y qué gusto ver que alguien se reconcilia con China, a mí me parece aún inverosímil :P
Un besote
¡Hola, Claudia!
Cuando digo que si vuelvo no será lo mismo, me refiero concretamente a Larung Gar. El Gobierno chino ha decidido destruirlo… no sé cuántos edificios han demolido ya :(
En cuanto al «cambio de ciclo», creo que es natural. Cuando (como tú o como yo) se llevan tantos años dando vueltas por ahí, de forma prácticamente ininterrumpida, es natural sentir una pequeña necesidad de bajar el ritmo (seguir viajando, pero de forma distinta, más suave). O, al menos (y este es más mi caso), de contar con un lugar propio en el que descansar entre viaje y viaje. Yo no tengo la más mínima intención de parar, pero me reconforta pensar que entre viaje y viaje tengo «mi sitio» esperándome. Antes siempre volvía a la casa de mis padres, pasaba unos días con Antonio en Sevilla, él en Cantabria… éramos siempre «invitados» de nuestras propias familias. Ahora tenemos nuestro propio hogar, un nido desde el que planificar los próximos vuelos :)
¡Un abrazo fuerte!
Qué bienvenidos son estos momentos de parón y de rencontrarse con la cotidianeidad. Yo lo necesito cada cierto tiempo para no gastarme viajando. China es un lugar que visité y me dieron ganas de qiedarme un tiempo, supongo que porque quería entenderla un poco más.
Qué suerte la tuya que el parón te haya llegado en China ;)
¡Hola, Irene!
Veo que somos varias las que coincidimos en necesitar de vez en cuando hacer un paréntesis. A veces parece que entre viajeros solo se lleva hablar de lo mucho que te mueves y de los meses que llevas fuera de casa… Viajar te da unas cosas pero también te quita otras, y al revés, así que mantener el equilibrio es en mi opinión bastante bueno.
China es un país muy interesante. Me acabo de dar cuenta de que tanto hablar del «yo, me, mí, conmigo» he contado poco de la vida allí, jeje. ¡Otro día lo retomo!
¡Un abrazo!
Iré a China como turista la segunda semana de octubre. Doy gracias por este blog, ya que me ha mostrado algo de China, un país tan distinto. Soy de Chile.
Estaré en Shanghai, Beijing, Xi’An, Guilin. Qué me recomiendan?
¡Hola, Isabel!
Me alegra que el blog te haya sido de utilidad. ¿Cuánto tiempo vas a viajar por China?
¡Un saludo!
Un placer leerte de nuevo Carmen! Se echan de menos por la blogosfera historias de viajeros con mas ganas de transmitir que de posicionarse.
Con ganas de nuevas historias tras este parón/cambio de ciclo que viviste tras asentarte en Chengdu. Entiendo perfectamente tu necesidad de hogar, de poder acumular, aunque sea un poquito, esas cosas que se echan de menos cuando se vive en movimiento, llevando siempre lo justo. Yo he vivido una sensación similar paralelamente!
Un abrazo!
¡Muchas gracias, Alicia! Lo cierto es que es un placer volver a escribir por puro gusto, le guste a quien le guste, o no le guste a nadie en absoluto (tampoco a Google).
Dicho el trabalenguas, ¡tú también hace tiempo que no escribes! ¿Tienes pensado volver? Aunque sé que ahora quizás no es el mejor momento y tienes otras cosas mucho más importantes en las que pensar :)
¡Un abrazo!
Pues es un placer también leerte escribir por puro gusto! Aunque no le gustes ni a google ni a facebook (acabo, de hecho, de darme cuenta que tienes post nuevos! me iré poniendo al día :)
Yo si, curiosamente ahora que es cuando menos tiempo tengo, es cuando me vinieron la ganas de escribir de nuevo y de publicar lo que dejé aparcado. Iré haciéndolo poco a poco… aunque el pequeñajo me roba todo el tiempo, a veces solo mirándolo dormir :D
¡Me encanta poder volver a leerte! Espero que sigas escribiendo desde donde sientas que tienes tu hogar. Sevilla, Cantabria o cualquier rincón de este mundo.
¡Muchas gracias, Rosa! Esa es la idea: seguir escribiendo sobre lo que me de la gana :D ¡Un abrazo muy grande!
Que ganas tenía de volver a leerte :P
¡Gracias, Pachín! Necesitaba un break ;)
¡Me encantan las personas aventureras como tú! Ojalá tuviera yo el valor que tienes. Me dejas asombrada. Un saludo maja!
Tus aventuras son una pasada, china es un país muy conservador que a mi parecer lo hace muy misterioso e interesante. Me ha encantado el post, un saludo.
¡Sería apasionante vivir tus experiencias!