Dicen que Machu Picchu fue el único lugar del Perú donde los españoles no llegaron jamás. Teniendo en cuenta su ubicación, escondida entre las montañas a unos 2450 metros de altitud, no es de extrañar que la ciudad permaneciese “perdida” durante años. No sería hasta principios del siglo pasado cuando el norteamericano Hiram Bingham, un profesor de historia interesado en estos temas, llegó hasta las ruinas con la ayuda de un aldeano de la zona, sacando para siempre a la ciudadela inca de su (casi) anonimato.
Desde entonces, y hasta la fecha, existen únicamente dos formas de acceder a Machu Picchu: en tren o a pié. Digo “hasta la fecha” porque hace pocos días, y a raíz de las inundaciones que el pasado enero provocaron que miles de turistas quedasen atrapados en Aguas Calientes, el gobierno peruano ha calificado de “necesidad pública” la construcción de una carretera que conduzca hasta el Santuario Histórico. Dejando a un lado lo que esta decisión pueda o no afectar al entorno paisajístico (un debate en el que cada uno tiene su opinión, de acuerdo con sus intereses) ésta podría ser una muy buena noticia para los viajeros de bajo presupuesto que en los últimos años han visto como Machu Picchu se ha convertido en un destino de verdadero lujo, lejos del alcance de todo el mundo.
Y es que Machu Picchu es caro. El oligopolio formado entre las agencias de trekking (que llegan a cobrar 350 dólares por el “Camino del Inca” y 250 por el “Jungle Trail”) y las dos compañías ferroviarias (Inca Rail y Perú Rail) han llevado a los mochileros (entendiéndose bajo este término aquellos que viajan con cuatro duros) a “inventar” una tercera vía para llegar a las ruinas. Ésta, conocida popularmente como la “Ruta Alternativa”, consiste en ir de pueblo en pueblo, subiéndose en trenes, autobuses y camiones, cruzando ríos y quemando suela, en un arduo y penoso camino que puede llegar a prolongarse durante dos días.
Supongo que no tendré que decir que esa fue siempre mi primera opción. Para empezar, no había reservado con antelación el “Camino del Inca” (requisito absolutamente necesario, ya que el límite de personas que pueden acceder a la ruta ronda las 500 diarias, incluyendo porteadores y guías) y no estaba dispuesta a pagar casi lo mismo por el “Jungle Trail”, una ruta inventada y alejada de los verdaderos caminos incas, sólo por “amor a la naturaleza” (estoy cansada, ¡qué queréis!). La opción del tren tampoco terminaba de convencerme: pagar un dineral por un viaje de dos horas me parecía una estupidez si podía recorrer la misma distancia por unos pocos soles. Pero había un problema… no quería hacerlo sola.
He de reconocer que, una vez en Cuzco, “me acojoné”. En el hostal donde me alojaba nadie me daba ningún tipo de información sobre la famosa ruta, el tiempo empeoraba por momentos (aunque las fotos no lo reflejen –gracias a mi arte ;) – el cielo estaba bastante gris y llovía un buen rato todos los días), y ninguno de los huéspedes parecía tener problemas para pagar cientos y cientos de dólares en guías, excursiones, tickets y alcohol. Por más que pegué la oreja, no di con nadie que pensase lanzarse a la aventura de los caminos locales; y aunque la economía ha sido siempre un punto importante a la hora de tomar decisiones en este viaje, por una vez decidí que no me arriesgaría a estropear mi visita a Machu Picchu (ni mucho menos mi integridad física) por ahorrarme unos cuantos euros.
De modo que, al final, pagué. Eso sí, alejándome de intermediarios y buscando cada billete yo misma. Más que por una cuestión de dinero (no he ahorrado mucho con respecto a lo que me proponían en la agencia) por tiempo y libertad: las excursiones organizadas, como su nombre indica, tienen los tiempos marcados hasta para ir al servicio y, como siempre, yo prefería ir a mi aire: poder quedarme a dormir donde quisiese y comer donde me apeteciese. Finalmente, con mi billete de tren en mano, las baterías de la cámara a tope, un par de mudas limpias y el cuaderno de notas en el bolsillo, puse rumbo a la ciudad sagrada de los incas.
Cuando llegué a Ollantaytambo, a las siete y media de la mañana, la estación estaba completamente vacía. El tren no salía hasta las nueve, y muchos de los que habrían de subirse conmigo habían elegido pasar la noche en el pueblo, por lo que aún estarían desayunando y no llegarían hasta minutos antes de la partida. Durante casi una hora, Ollantaytambo fue solo mío.
Finalmente, el tren llegó y las puertas se abrieron. Primera sorpresa: se trataba del Vistadome, un tren con servicio a bordo y ventanas en el techo que permiten apreciar los paisajes del Valle Sagrado en toda su inmensidad. En teoría, yo debía viajar en el Backpackers, el normal y corriente, pero por los 63 euros que había pagado por el viaje (i/v), el cambio no me pareció nada mal.
El ambiente en el tren durante las dos horas que tardamos en llegar hasta Aguas Calientes, podría ser comparado con el del viaje de fin de curso de unos alumnos de la ESO. Mis compañeros de vagón, tan dispares como numerosos, reían, chillaban, cantaban, se levantaban de sus asientos, sacaban las cabezas por las ventanas, hacían fotos a las azafatas… La verdad es que el espectáculo era gracioso, más todavía cuando quienes lo hacían no eran dos mochileros de treinta años sino un matrimonio de sesenta y cinco, equipados de la cabeza a los pies con ropa de montaña de primeras marcas y sin estrenar.
En ese tren se percibía una energía especial. Y no era para menos: de manera excepcional, y como si de un peregrinaje religioso se tratase, todas esas personas tan diferentes, llegadas cada una de nuestra parte del mundo, nos dirigíamos hacia un destino común; un destino, en muchos casos, esperado durante años. Sólo con mirar a los ojos de algunos de ellos, podía leerse la emoción, el tiempo que llevaban preparando ese viaje. Especialmente llamativo era el caso de los sudamericanos: argentinos, chilenos, brasileños… no sé por qué, pero sus miradas tenían un brillo especial; como si, para ellos, Machu Picchu significase algo más.
Fue precisamente analizando estas sensaciones, siendo silencioso testigo de toda esa alegría que me rodeaba, de esa excitación, de esos nervios, cuando descubrí algo que me hizo encogerme en el asiento. Entre todas esas risas, entre toda esa –casi podríamos llamarla así- “fe”, había un extraño, un pagano, un hereje.
Y la hereje era yo.
He pensado bastante en si debería decir esto o no, si será bueno que me “confiese”, o más me valdría guardármelo para mí y fingir ser yo también una de esas personas para quienes Machu Picchu representa un sueño en la vida, una especie de Meca a la que algún día hay que ir. No puedo. De hacerlo así, tendría que escribir mintiendo desde el principio, y en esas condiciones, ningún texto o crónica puede salir bien. Así que, aun a riesgo de equivocarme en mi decisión, empezaré confesándome y diciendo la verdad:
Para mí, Machu Picchu nunca ha significado nada. Es cierto que cuando preparaba este viaje y fantaseaba con la idea de llegar a Sudamérica (algo que nunca estuvo asegurado) Machu Picchu era un lugar que estaba en «la lista», que a toda costa tenía que conocer. Pero… ¡porque es Machu Picchu! Una de las grandes maravillas del mundo, un destino de culto que no debe faltar en el cuaderno de ruta de ningún viajero que se precie. Simplemente por eso, había que ir. Fuera de ello, Machu Picchu, como tal, me importaba un rábano.
Dicho esto, y contando con que algunos de los que me leéis me conocéis un poco, supongo que habrá quien se pregunte “¿Pero a esta no le gustaba tanto la historia, la arqueología y no sé qué más? ¿Cómo puede decir ahora que Machu Picchu le importaba un rábano?”. Todavía no lo he contado todo… No se trataba únicamente de que Machu Picchu no me importase, el tema es un poquito más personal: «odiaba» a los incas. Hasta embarcarme en este viaje y llegar a Sudamérica no tenía demasiada idea de quienes habían sido, qué territorios habían ocupado, ni cuántos años había durado su imperio, pero los odiaba. Y hay una explicación…
Cuando tenía once años, mis padres me llevaron de viaje a Egipto. Y para mí, personita de “poca imaginación”, ese viaje marcó un antes y un después en mi vida. Fue tal el impacto, que desde el momento en que puse un pie en mi casa no hice otra cosa que leer sobre los egipcios: llegué a convertirme en una pequeña experta, a saberme las fechas de memoria, a acumular libros, libros y libros sobre la materia (hablo de libros universitarios, en español, inglés e incluso francés –idioma que nunca hablé demasiado bien-). Siendo claros: era una friki. Mi sueño, mi máxima aspiración en la vida, era estudiar Historia, convertirme en arqueóloga, e irme a vivir a Egipto (idea que mantendría firmemente hasta los 18 años y que nunca llevé a cabo, algo por lo que todavía me doy golpes contra la pared).
Y, a todo esto, un día, de casualidad, escuché hablar de los incas. En realidad, no estoy segura de que fuesen los incas: tanto podrían haber sido los incas, como los mayas o los aztecas. Para mí, todos eran “la misma mierda”. De hecho, también odié a los romanos (esto, un poquito más justificado) y a los griegos (que no tenían la culpa de nada). Desde mi mentalidad infantil (recuerden que tenía 12 o 13 años) cualquier civilización que pretendiese siquiera compararse con los egipcios era “la competencia”. No había lugar para ser de los dos, era una cuestión como Barcelona o Real Madrid. Pepsi o Coca-Cola. Y no había vuelta de hoja.
Volviendo a la época actual, concretamente al domingo a las diez y media de la mañana, se da por hecho que, a mis 25 años, ya no puedo decir que “odie” a los incas porque “son la competencia, unos mierdas y no sirvieron para nada”. Pero ese tipo de pasiones infantiles, creo yo, siempre quedan en nuestro subconsciente, en un pliegue muy oculto de nuestra personalidad; en nuestro «Ello», que diría Freud. Y por eso, en aquel tren, esa mañana de domingo y a punto de llegar ni más ni menos que a Machu Picchu, yo no podía evitar pensar “seguro que la cosa no es para tanto…”.
En esos pensamientos me hallaba inmersa, cuando una grabación emitida por megafonía me sacó de mis cavilaciones: “Damas y caballeros, su atención por favor: El Momento ha llegado”.
El Momento. EL MOMENTO. El tono y las palabras usados en la grabación y los aplausos enfervorizados con que irrumpieron todos mis compañeros de vagón no hicieron otra cosa que recordarme mi condición de hereje. Pero «El Momento» había llegado, y ya no había marcha atrás: hereje o no, estaba punto de visitar la joya del Imperio Incaico.
¿Y nos dejas ahi??!!!!
Una entrada muy divertida, Carmen, me he reido mucho con tu «confesión». Es interesante que de vez en cuando nos cuentes cosas de ti. Si te sirve de consuelo no sabemos hasta donde hubieses llegado con la arqueología, pero te consagras como una gran escritora.
¡Espero leer mañana la segunda parte!
Que grandioso final, seré un asiduo de tu blog, me ha encantado, saludos mexicanos.
Hola, acabo de descubrir tu blog (a partir del de Makavelik) y la verdad es que me ha encantado este primer relato que he leído… Me hace gracia porque yo también estuve de viaje por Egipto con mis padres de jovencita y volví prendada de aquello y hace un par de años también tuve la ocasión de conocer Perú…
Aunque nos has dejado con ganas de leer la continuación…
Un saludo
Hola!, q personalel post de hoy, es normal q las cosas q nos suceden en la infancia nos marquen para toda la vida, aunq aún nos queda saber si tras la visita has cambiado de opinión, o sigues siendo una hereje, he he he.
Qué nervios…!!! Nos dejas con la miel en los labios…Genial entrada! Gracias!!!
Estupendo relato Carmen!! A mi me pasa muchas veces lo que explicas… muchas veces se van a ver las cosas porque son «famosas» o «importantes», sin tener un afín marcado hacia lo que se va a visitar. Pero creo que es inevitable llegar a estos sitios y más estando allí… Al menos para tener una opinión propia.
A ver que tal tu llegada a Machu Pichu…
Un saludo!
vaya, y nos quedamos con las ganas de ver las fotos del Machu Pichu!! Espero que no tardes mucho en poner la siguiente entrada!!
Esperando esperando y me quedo con las ganas de Machu Pichu, jajajaja, genial entrada y relato.
SIgue así.
Muak!!!!!!
«para mi todos eran la misma mierda»: que gran frase Ku! que rigor cientifico! :D
Estoy deseando de que cuentes lo de machu pichu ya!!!!!!!!
Eso no se hace mujer, dejarnos así..Cuando termines tu entrada ….acabo mi comentario.Quid pro quo..je,je
¡Qué exagerados sois! Lo he dejado así porque si no la entrada iba a ocupar 120 páginas y al final no se iba a saber si hablaba del tren, de la herejía, de Machu Picchu o de la semana de la moda en El Corte Inglés :P
Pero ya va… esta noche (lo que para vosotros tal vez sea la madrugada de mañana) cuelgo lo siguiente. De todas formas, sé que algunos han entrado ya a ver las fotos, ¡que os he pillado! ;)
me caguen la leche!
«Damas y caballeros, su atención por favor: El Momento ha llegado”.
FIN!
esto es peor que terminar de ver un capitulo de LOST! jaajajaj
Si que tienes Arte porque las fotos reflejan un dia soleado y precioso!!
tu integridad fisica tiene que llegar sana y salva! has hecho bien por optar en cuidarla!
Ku admitelo ERES una friki! ;)
Parecia una niña dulce de ocho años,inofensiva,que todavia no entendia el mundo…Y UN CARAJO…
son la mierda,la competencia,pepsi o coca cola…XDDDD
La verdad es que eres graciosa: mira que decir que para ti todos eran la misma mierda! Me lo paso muy bien leyendo tus entradas, siento que aprendo cosas y las haces muy entretenidas. Espero con ganas Machu Pichu, pero confieso que ya he visto las fotos ;)
Un saludete!
Lo que me he reído con lo de tus fobias y tus filias con las civilizaciones… XD
Una simpática historia esa de tus ídolos faraónicos y tus fobias contra otras civilizaciones.
Me gusta cuando dices lo que otros hubiesen callado, o disimulado. Yo confieso también que aun hasta entrada mi juventud, odiaba a los españoles por haber actuado como lo hicieron durante la conquista y por las consecuencias de ello hasta hoy.
Después comprendí que nuestros pueblos debían mirar el pasado como hechos históricos y echar las bases de una linda amistad entre españoles y latinoamericanos.
Jajajajaja me ha encantado esta entrada!!! Que buena!! me he reído un montón. Cuando yo viajé a Egipto tenía 17 años, fui sola, sin mis padres, con un grupo de gente que no conocia, era una promesa que me habían hecho, tu sacas buenas notas y te vas a Egipto (era mi sueño desde pequeña) como no saqué todo sobresalientes y uno o dos notables… y a Egipto que me fui. El problema que tuve en este caso con los Egipcios fue diferente… legué a casa impactada y con 6 kg menos, un montón de fotos y un montón de historias, mi novio (hoy mi marido) estuvo escuchando Egipto un año antes y un año después jajaja, para más irni, en menos de dos años fueron mis padres (mi padre es fotógrafo, con la pasada obligatoria de ver 5000 fotos), mis suegros y mis cuñados… mi marido quedó tan harto de Egipto que no podía ni oir hablar nada de ellos, lo saturamos. Hoy tiene 33 años (en aquel entonces 18) y este año ha sido el primero que me ha dicho «podíamos ir a Egipto no?» jajajaja le ha costado un tiempo. Si al final vamos, volveré encantada, maravilloso país… pero lo que no sabe es que estoy haciendo una ruta por Perú (por eso estoy leyendo ahora estas entradas) y por supuesto visitaremos, si vamos, Machu Pichu.
Saludos!
Anna.
Jaja, ¡qué parecidas somos, Anna! Pues si es cierto lo que dices, Machu Picchu te va a encantar… mírame a mi, que iba «de hereje» total, y terminé completamente «convertida»… es un lugar increíble :D
Un abrazo!!
Por si alguien llega a entrar aquí buscando datos sobre la ruta alternativa, aquí va la receta:
-Combi o micro desde la terminal secundaria de Cusco hasta «Santa María»: 30 soles. Cuatro horas de viaje repleto de curvas.
-Al llegar a Santa María enseguida aparecen millones de conductores de combis, camionetas o camiones que los llevan hasta Santa Teresa o mejor aún, directo a Hidroeléctrica, por 5 o 10 soles.
-Desde Hidroeléctrica parte un tren por 8 dólares o, lo mejor, caminar por las vías del tren unas 2/2.30 horas hasta Aguascalientes, un camino plagado de mochileros, sobre todo entre diciembre y marzo.
La vuelta, en el tren más económico por 31 dólares de Aguas hasta Ollantaytambo y allí, combi o bus a Cusco, si mal no recuerdo, por 15 soles.
Lo hice en 2009 y sé que no aumentaron los precios porque el sol está bien fuerte respecto al dólar, en su momento estaba a 3.25 ahora está 2.70 por lo que no hubo aumentos casi.
Éxitos en el ahorro y muerte al monopolio de Incarail.
Muchisimas gracias por la informacion, Martin! Utilisima para futuros viajeros. Como me hubiese gustado a mi poder hacerlo!!
Pd: Perdon por la falta de acentos y signos de exclamacion… escribo desde un teclado kiwi!
Me está encantando. No puedo para de leer. La verdad es que lo haces muy ameno y divertido. Lo que me he reido con «la hereje».
Jajaja, ¡me alegro de que lo veas así! Hace poco volví a leerlo yo y la verdad es que me daba un poco de miedo que mis palabras se malinterpretasen, ¡nunca he querido faltar el respeto a la cultura inca!
¡Un abrazo!
No había leído esta entrada ni los comentarios, así que lo que te comento de la ruta alternativa en la siguiente entrada es un poco redundante.
Efectivamente, hice la ruta alternativa tal y como indica Martín.
Ahora esa ruta alternativa la quieren «explotar», y son los mismos que te ofrecen hostales en Cuzco (los que te intentan cazar en la plaza de Armas por la mañana), los que te hablan de esa ruta y la quieren organizar. En mi caso, fui a Aguas Calientes y volví del mismo modo (vías de tren Santa María, Santa Elena).
A mi Machu Picchu me gustó mucho, pero admito que todo el tinglado que están armando alrededor de él va a acabar por reventar por algún lado. Porque es muy injusto y al final te cabrea.
Lo del Camino del Inca, inviable y carísimo. Y pilladísimo.
El tren, no tengo palabras, carísimo y clasista (creo recordar que no se mezclan peruanos y extranjeros en el mismo vagón).
Y el tema de los cupos… Cuando empezamos a montar el viaje, en el 2012, estuvimos al loro de los cupos. Pero hubo un buen día en que decidieron que se acabó eso de reservar y pagar con tarjetas de crédito extranjeras, que había habido mucho fraude. A partir de ese momento, había que realizar la reserva, y pagar a las x horas en un banco, físicamente, en Perú. Vamos, cojonudo. Por supuesto, para los gringos, estaba la alternativa de, por un módico precio, reservarlo con antelación pagando bastante más, a tarvés de alguna agencia. Y no queríamos. Amén de que si pasaba cualquier cosa, no recuperábamos el cupo y no nos hubiera servido de nada.
Por eso nos quedamos sin Wayna Picchu. Y me da una rabia cuando veo las fotos, y las escaleras allá arriba… Qué rabia, joer. Por mucho que los locales me dijeran que era más bonito la montaña de Machu Picchu, no me sirve de consuelo.
Al final acabaré volviendo, ya verás…
PD: A mi novio le entró el gusanillo de viajar viendo reportajes de Egipto… y aún no hemos ido!!! Está pendiente, está pendiente (lástima que esté todo tan revuelto).
Hace tiempo que sigo este blog, y me encanta! Tras mi vuelta de Perú me he animado a escribiros, enhorabuena por vuestro trabajo!
Me he reído muchísimo con este post :)
Viajar en Tren a Machu Picchu es simplemente maravilloso y puedes hacerlo en un solo día, saliendo desde la Ciudad del Cusco, maravilloso. https://incredibletravelperu.com/tour-a-machu-picchu-1-dia/
Hola!
La verdad tu contenido me ha gustado, la forma como cuentas tu experiencia hace que de alguna manera el lector tambien lo viva.
Saludos!