Lo comenté una vez: uno de los sueños de mi vida, desde hace años, ha sido vivir una temporada en Jerusalén. Llegar con un montón de libros bajo el brazo (Biblia, Corán y Talmud incluidos) y sumergirme en ella, sentirla, vivirla, no ir solamente de paso. Profundizar en los sentimientos que en viajes anteriores me había despertado. Estudiar su Historia. Tratar de comprenderla.
Pero como lamentablemente no dispongo de tiempo indefinido, en esta ocasión me he conformado con siete días (editado: y otros tantos al final del viaje, en total algo más de dos semanas). Que no está mal (ya es más que la suma de todas las visitas que hasta ahora le había hecho), pero desde luego no es ni de lejos tiempo suficiente para todas las metas que me había marcado. En cualquier caso, he fracasado. Me ha ocurrido algo que jamás hubiese ni siquiera sospechado: no he conectado. Me he quedado fuera, como viendo una película que te entretiene pero cuyo argumento no te crees. Tiempo atrás, algún amigo me confesó que esto exactamente era lo que le había sucedido a él, y yo le dije que era imposible, que no se trataba de ser creyente (yo no lo soy), ni siquiera de respetar la religión (yo sí la respeto): que Jerusalén tenía una energía, en muchos aspectos, que se sentía sí o sí. Pues no. Puede ocurrir que no. Me ha pasado.
Creo que parte de la culpa la ha tenido un pequeño desencuentro que tuve en mi primer día en la ciudad, cuando visité el Museum of the Seam, en mi lista de “pendientes” desde hacía tiempo. No sé dónde lo había leído, pero tenía la idea (y no debo ser la única: la última edición de Lonely Planet se ocupa de desmentirlo, de modo que en alguna parte tuvo que estar escrita la falsa información) de que el tal museo se encontraba en un antiguo checkpoint (?) y que todo su contenido giraba en torno al conflicto israelí-palestino. Lo que me encontré fue un museo de arte contemporáneo con una exhibición temporal cuyo tema central era la soledad. Y yo, que generalmente no suelo tener mucho feeling con esas instalaciones súper modernas de las nuevas vanguardias, debo admitir que salí de aquel museo con un nudo en el estómago y la cabeza a toda pastilla.
A partir de ahí, paseando por Jerusalén me sentí como la protagonista de uno de los vídeos que había visto en el museo: caminando en dirección opuesta a todos los demás. Los pensamientos que tuve no entran al caso, lo que importa es cómo este estado influyó en mi percepción de la ciudad. Me quedé fuera. Miraba las escenas que en ocasiones anteriores tanto me habían perturbado, y no me provocaban ningún tipo de emoción. Me sentía completamente ajena a todo, y sobre todo, al componente religioso de la ciudad. Cuando al llegar la noche revisaba las fotografías que había hecho durante el día, lo veía más claro aún: había una distancia enorme entre ellos y yo. Las imágenes parecían haber sido tomadas a kilómetros de distancia. De escribir ni hablamos.
Llegada a este punto, en lugar de desesperarme decidí asumir la situación y aceptar lo que me ofrecía: disfrutar de la película, sin más. O de las películas, porque en Jerusalén pasas del blanco y negro al technicolor, y del péplum a la ciencia ficción en un santiamén. Así que pulsé el botón de play y me dejé llevar. Estas son algunas de las cosas que vi. Y esto no es más que lo que parece ser: un post con cuatro fotos de lo que te puedes encontrar durante un paseo por Jerusalén.
Callejuelas de la Ciudad Vieja.
Contrastes con la Jerusalén moderna (por más veces que la recorra, la calle Jaffa siempre me parecerá sacada de una película del periodo de entreguerras).
También me he acercado a algunos de los lugares que aún no había visto, como la Tumba de María o la visita guiada a los Túneles del Muro Occidental.
El fabuloso mercado Mahane Yehuda.
Donde se venden aguacates del tamaño de sandías, y sandías de tamaño nuclear (si en vuestro mercado el género os parece malo, es porque todo lo bueno se ha quedado ahí).
Tantos tipos de Halva como jamás hubiese pensado que existían.
Y paro ya, porque el mercado Yehuda necesita un reportaje para él solo.
El cruce de Shibuya en versión mini y ultraortodoxa (barrio de Mea She’arim).
La Explanada de las Mezquitas.
Avalanchas humanas.
Eternas embarazadas.
Tres esperando a alguien que viene.
Que al final resulta ser una procesión.
Fotos con el sexy ejército israelí.
Paseos entre tumbas.
Tumbas cristianas, musulmanas, judías. Tumbas de verdad, tumbas de mentira.
Jerusalén es un cementerio gigante.
Abusivo y propagandístico uso que se hace del Holocausto…
… mientras se defiende y silencia otro Holocausto.
Hombres espiando a mujeres.
Mujeres espiando a hombres (también está la que se sienta un poco más atrás para ver el espectáculo con una bolsa de patatas fritas).
Normas de buena conducta.
Gente que siempre llega tarde a alguna parte.
Caramelos de Shabbat .
Bailes de armas.
Como ya te comente en una ocasión, Jerusalem es de esos lugares que llevan tiempo rondando por mi cabeza y que quiero conocer algun día. De la excelente seleccion de fotos me quedo con la del sepulcro de la virgen, mas que nada porque desconocía su existencia. Hasta ahora siempre habia tenido en mi mente que la virgen había fallecido en las cercanías de Efeso en la actual Turquía, de hecho si uno visita la localidad de Sirince se encuentra situada la casa en donde se dice que se produjo su asunción y muerte, muchas fuentes dicen que fue llevada hasta alli por Juan el Evangelista tras la muerte de Jesus. La iglesia católica lo reconoce como tierra sagrada y santuario.
Es curioso que todas las religiones tienen esa tendencia a considerar todo como sagrado aunque se produjan duplicidades y cosas tan extrañas como el hecho de como se reconozcan oficialmente hasta media docena de Griales o que tengamos astillas de la cruz de cristo que dan por un bosque entero.
Esto me recuerda que recientemente escuche en la radio una interesante charla sobre Egipto y sus dioses y la historiadora afirmaba (desviandose un poco de la conversacion) que los egipcios eran tan politeistas como somos los cristianos, ya que aun nos empeñemos en hablar de monoteismo es mentira, adoramos a mil virgenes, a mil santos y cristos y damos culto a tumbas de las cuales no tenemos ni certeza del que esta enterrado es quien se dice que esta. La señora concluía que en el fondo los cristianos, judios y musulmanes no somos tan distintos de las religiones paganas romanas, griegas y egipcias y que nuestro supuesto monoteismo es un poco una farsa y mas bien deberiamos hablar de un puro y duro politeismo
¡Hola Miguel Ángel!
Como tú mismo dices, es algo muy habitual entre los Lugares Santos: que haya «varios» de cada, y todos aceptados. Mejor que sobren a que falten, jeje ;)
En cuanto a que el cristianismo es politeista, estoy completamente de acuerdo. Al fin y al cabo, se considera politeista una religión como la hindú, cuando aunque es cierto que tienen «millones de dioses», estos no son más que avatares de una sola divinidad. Más o menos lo que al final sucede con los santos…
Muchas gracias por el comentario, muy interesante!
Un abrazo!
A mi me pasó algo parecido, no logré integrarme mentalmente en la ciudad. Me pareció un puto…teatral todo. Ahora, recomendable la visita sin duda.
Yo tanto como un teatro no diría, pero sí, esta vez me ha costado conectar… Así que ahora entiendo mejor a quienes os encontráis en esa posición.
Un saludo!
Preciosas momentos que captan mucho de todos los contrastes del lugar. Las fotos en blanco y negro que has sacado tienen un «algo» muy especial :)
¡Muchas gracias, Iván!
Como comento en el post, yo no estaba muy contenta con las fotos porque me sentía poco «conectada» con la ciudad, pero Jerusalén es así… fotogénica en sí misma.
¡Un abrazo!