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Larung Gar (un viaje interior)

[Nota inicial: No sé cómo contar lo que he sentido en este viaje sin ser tachada de loca, pero tampoco puedo hacer una narración plana de él -qué hicimos, dónde comimos, qué vimos- porque eso es lo que menos me importó y sería mentirme a mí misma. He escrito este post a ratitos porque no podía hacerlo del tirón. Más que un parto ha sido como un exorcismo, tratando de transformar en palabras unas emociones que raspan al salir. No he logrado lo que quería (¿y qué quería?), pero tampoco creo que pudiera conseguirlo. Sea como sea, aquí está.]

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Puede suceder que un lugar al que no tenías pensado ir te cambie la vida para siempre. A mí ha ocurrido en Larung GarYo no tenía pensado ir, pero porque ni lo conocía (vamos a decir la verdad). Solo había visto un par de fotos que busqué pocos días antes, cuando me dijeron que, aprovechando las vacaciones del Año Nuevo chino, íbamos a hacer una pequeña excursión a la zona tibetana de la provincia de Sichuan.

Me pareció estupendo, sin más, como cada vez que me descubren un lugar del que no he oído hablar. Mis dos compañeros de viaje sí lo conocían, perfectamente; de hecho uno de ellos llevaba años soñando con ir. Y yo sin tener ni idea. Esto es algo que últimamente me pasa mucho: verme rodeada de personas que saben tanto de tantas cosas, y tomar consciencia de mi gran ignorancia sobre casi todo. “Solo sé que no sé nada”, que diría Sócrates. Y lo poco que sé, lo voy aprendiendo sobre la marcha.

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[Las fotos que vi eran parecidas a ésta. Nosotros tuvimos suerte y los últimos días también nevó.]

En fin, decía que la idea me hizo mucha ilusión, aunque no supiera nada del lugar a dónde íbamos. Tan solo que se encontraba en una prefectura autónoma de cultura tibetana, ¿y a quien no le haría ilusión conocer Tíbet? Nos subimos en el autobús y unas doce horas más tarde, ya de noche, llegamos a un pueblecito de una única calle donde rápidamente buscamos un lugar para dormir. Dos niños vestidos con preciosos abrigos tradicionales tibetanos nos llevaron a su casa, y con ellos correteando alrededor cenamos una enorme thukpa para entrar en calor. En aquellos momentos estaba tan cansada que no me dio tiempo a pensar demasiado, pero cuando ahora echo la vista atrás soy capaz de ver que ya desde aquella noche ese lugar no era para mí uno más.

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Cuando a la mañana siguiente salimos de la casa hacía mucho frío, por debajo de los diez grados, y con las mochilas sobre la espalda echamos a andar. Fue un paseo corto: dejamos atrás un camino rodeado de stupas, algunas casas sueltas, y antes de darnos cuenta el pueblo de Larung Gar apareció ante nosotros igual que en las fotografías que había visto un par de días atrás.

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La primera imagen de todas aquellas casitas apiñadas me resultó impactante, pero no fue hasta empezar a fijarme en los detalles cuando me invadió un sentimiento de extraña dicha que ya no me abandonó (con altibajos) hasta el día de partir.

Es difícil explicarlo, así que solo diré que me sentí bien de una manera muy profunda, algo que no me sucedía desde hacía mucho, y nunca con tanta intensidad. No sé si viajar constantemente influye en la capacidad de sorpresa o emoción, pero en cualquier caso fue maravilloso comprobar que el problema no era tanto mío como de no haber dado con el lugar adecuado. Y aquello solo acababa de empezar.

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Larung Gar es un pueblo muy especial. Empezando por lo más superficial diré que estéticamente es bonito, como de juguete: casitas rojas rematadas con detalles de colores, flores de plástico dando la ilusión de una falsa primavera, y cientos de monjes y monjas vestidos con túnicas y abrigos en tonos granate y marrón, correteando como hormiguitas en las plazas frente a los templos, y montaña arriba-montaña abajo, por todas las callejuelas. Como toque final, unos altavoces estratégicamente camuflados emiten mantras en bucle que parecen provenir del aire, acentuando todavía más la sensación de irrealidad. Recuerdo haber pensado que si los budistas tuviesen un cielo al que ir después de morir, debería ser algo muy parecido a aquel lugar.

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No he dicho aún que Larung Gar es, o eso dicen, la mayor universidad budista del mundo. Pregunté (y posteriormente lo he buscado) cuántos monjes viven allí sin conseguir una respuesta unánime, pero haciendo una media podríamos situar la cifra sobre los 17.000, con un 40% de mujeres. Muchos, en cualquier caso. Tampoco es importante.

Los dos primeros días anduvimos por el pueblo un poco perdidos, sin saber muy bien lo que buscábamos o esperábamos, ni cuantos días nos quedaríamos en él. En principio Larung Gar era una parada más entre todos los pueblos que pensábamos recorrer dentro de la prefectura autónoma de Garzê, pero se convirtió en nuestro destino final cuando los dos hombres que me acompañaban cayeron víctimas del mal de altura.

Primero fue Lois, quien terminó durmiendo en un pequeño hospital tibetano cuidado por monjes, porque por las noches no pegaba ojo entre las náuseas y la falta de oxígeno. A los cuatro días se tuvo que ir. Después le tocó a Antonio, quien si bien no llegó a encontrarse tan mal como nuestro amigo, cogió un resfriado que se le complicó por la altitud. Larung Gar se encuentra en un valle a unos 4000 metros sobre el nivel del mal, pero aparentemente mi cuerpo ni lo notó. Yo seguía ahí, viéndolas venir mientras esperaba su recuperación, disfrutando de los paisajes, de la paz de los templos y las sonrisas de la gente, contenta por tener que quedarme allí. No me urgía conocer los pueblos de alrededor.

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Ocurrió el tercer día, coincidiendo con la festividad del Año Nuevo chino, que a su vez coincidía con el tibetano. Lois estaba descansando en el hospital, y Antonio y yo nos unimos a los monjes en una celebración especial que tenía lugar en una de las salas que usan para sus clases.

Vaya por delante que en temas “esotéricos” soy una persona bastante racional, y que si bien creo a aquellos que tienen un acercamiento directo y natural con lo espiritual, e incluso lo envidio, siempre he pensado que esas cosas estaban fuera de mi alcance.

He tenido mis intentos. Por ejemplo, hace un año en India hice un retiro Vipassana de diez días. Fue una gran experiencia, aunque no me cambió la vida. No llegué a lograr lo que otros, pero sí tuvo ciertas consecuencias positivas sobre mí. A corto plazo, la mierda que los días de silencio y meditación sacaron del fondo de mi subconsciente; a largo plazo, me abrió los ojos a una realidad que desconocía, si bien dejándome la duda de si estaría en mis capacidades poderla explorar.

Esa tarde pasamos tres horas en aquella sala, los hombres en un lado y las mujeres en otro. Yo estaba sola, rodeada de monjas que recitaban sutras sin descanso, y al cabo de un rato empecé a sentir una agradable sensación de plenitud, de estar donde tenía que estar.

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Después mi mente se aceleró y desbordó de preguntas acerca de las personas que tenía alrededor. No podía dejar de mirar a aquellas mujeres, todas iguales con sus ropajes a modo de uniforme y las cabezas rasuradas, despojadas de su individualidad. Me fijaba en ellas una por una y me preguntaba quiénes habrían sido antes de dejarlo todo para vivir allí, para qué sostenían en las manos fotografías de quienes parecían sus familiares, por qué dedicaban cada minuto de su existencia a repetir frases escritas en un papel y qué esperaban conseguir con ello. Siempre me ha interesado la filosofía detrás del budismo, pero nunca he llegado a comprender su parte ritual.

De repente, observando allí sentada a todos los ocupantes de la sala, excepto (obviamente) a mí misma, me sentí una más. Era consciente de que mi ropa y rasgos me hacían diferente y que por ello cualquiera repararía inmediatamente en mi presencia, pero me sentía invisible, unida a ellos y al mundo de una forma que nunca antes había experimentado (ni soñé experimentar). 

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Esto es un poco bochornoso, pero la forma más llana que se me ocurre de explicarlo es que tuve la certeza de que un misterio empezaba a desvelarse dentro de mí. Y ya no me lo pude quitar de encima. Desde ese momento, en nuestros paseos y conversaciones diarias veía el mundo con ojos nuevos, a través de un velo translúcido que me separaba ligeramente de la realidad en la que siempre he creído, y que no podía apartar por más que lo intentase (pensando en otra cosa, buscando la manera de distraerme). También de noche: no hubo una que no tuviese pesadillas o sueños cargados de simbolismo que me apresuraba a escribir en una libreta, porque en cada uno de ellos veía revelaciones acerca de mi vida y del «sentido» de la misma en general. Podría establecer una tosca comparación con lo viví en el centro Vipassana hace un año, pero esta vez sin buscarlo: las imágenes simplemente venían a mí.

Durante los días siguientes pasé por varias fases: tristeza, alegría, esperanza, y un gran desconsuelo. A veces me sentía afortunada por descubrir que sí, que también yo podía experimentar esas cosas que antes había creído fuera de mis capacidades, y en otros momentos sentía miedo. Miedo a perder mi inocencia ante algo que quizá no quería saber.

Por supuesto, también tuve momentos de escepticismo: me preguntaba si no sería la altitud la causante de todas esas emociones, algo parecido a estar borracho o bajo el efecto de alguna droga. Igual fue eso: el mal de altura, pero incluso en ese caso, un origen adulterado no lo hacía menos real.

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Llegó la mañana en que presenciamos los famosos Entierros en el Cielo. Digo famosos porque ahora sé que lo son, o al menos que mucha gente los conoce, pero entonces no era mi caso. No había leído, ni visto ninguna imagen, ni escuchado hablar de ellos hasta que me lo dijeron allí mismo.

Los minutos antes, mientras esperábamos en la caseta a la que traían los cadáveres, estaba tan nerviosa que no podía parar de temblar. Fue liberador, porque durante un rato olvidé mi viaje interior, todos los fantasmas, y pude gozar de la simple excitación ante algo que sabía que me iba a impresionar. No es algo que me ocurra mucho últimamente. A veces, ya lo he dicho, pienso que viajar tanto puede mermar tu capacidad de asombro.

No voy a describir detalladamente el ritual funerario tibetano porque ya lo he hecho en Kamaleon Travel. En este artículo tenéis la crónica completa de aquella mañana, podéis leerlo si como yo en aquel momento no sabéis en qué consiste. Aquí prefiero contar cómo lo viví, de forma algo más superficial.

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Cuando llegamos al monte donde iba a tener lugar el “entierro”, sentí una ligera decepción. El lugar parecía un teatrillo, y para colmo había un autobús de turistas chinos, más de cincuenta (de vacaciones debido al Año Nuevo), que lo fotografiaban todo y peleaban por conseguir el mejor puesto, cerca de donde los cadáveres iban a ser descuartizados.

Nosotros nos colocamos un poco más atrás. Antonio farfullaba entre dientes que habíamos tenido mala suerte, pero para mí lo que allí presenciamos fue algo tan atroz, tan deshumanizado, que asistir a ello a solas con cuatro tibetanos no hubiese podido superarlo.

No me impresionó tanto el ritual en sí (aunque sin duda es lo más impactante que he visto jamás), sino todo lo que lo rodeó. Ante nosotros, dos monjes ayudados por los familiares desnudaron a los cadáveres y en cuestión de minutos los convirtieron en pedazos de carne sin forma reconocible. Y mientras tanto, el público se acercaba cada vez más, hasta casi ponerse encima de aquello que antes habían sido personas, tomando fotos y comentando la jugada, haciendo del que debería ser un acto solemne un espectáculo con todas las connotaciones negativas que dicha palabra puede implicar. No puedo juzgarles porque yo también estaba allí.

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Pasado el estupor inicial me concentré en el entierro. Los buitres, decenas de ellos, se abalanzaron sobre la carne y aquello se convirtió en un baile frenético de alas, plumas y vísceras. Aún desde la distancia a la que estábamos, con toda esa gente delante, era imposible no apreciar los detalles; sobre todo a medida que la carne desaparecía y las costillas y cráneos quedaban a la vista, o cuando un buitre pasaba a nuestro lado, abandonando el ojo de aquel huracán con un trozo de intestino en el pico.

Fue el mazazo final a mi estado anímico y mental de aquellos días. Esa tarde mi cabeza se encargó de alejar las imágenes de mí, pero volvieron a la noche. Recordaba a la niña muerta a cuyos padres en ningún momento vi llorar. Recordaba esos cadáveres que pocos días antes habían sido personas con vida y sueños, convertidos en una amasijo de carne, y me preguntaba cómo se podía moldear la mentalidad hasta el punto de no sentir dolor mientras tus familiares son devorados ante tus ojos. Pensaba en sus almas, en si efectivamente existirá algo de nosotros que podamos considerar tal, y si en ese caso estarían ya lejos, aguardando a reencarnarse antes de volver a empezar. 

Tuve más sueños, y los días siguientes Larung Gar me pareció un lugar aún más intenso; tanto que se me empezó a hacer insoportable.

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[Y, como en una mala película americana, el bajón vino acompañado de nieve y oscuridad.]

Los últimos días pasé por momentos buenos y de extrema lucidez, pero también sentí la cara más oscura de aquel pueblo, toda su energía tanto positiva como negativa (o lo que a mí se me manifestó como tal).

El hotel donde nos alojábamos, el único de Larung Gar -enorme, frío y desangelado-, se me parecía demasiado al de la película El Resplandor de Kubrick. En las letrinas de madera donde hacíamos nuestras necesidades (no he comentado que debido a las heladas no había agua corriente y hasta para quitarnos las legañas -de ducharnos ni hablamos- lo único que teníamos era el agua de un termo que nos proporcionaban en recepción), situadas a unos metros del edificio, una noche en plena oscuridad tuve un encontronazo con un pervertido que a la luz de una linterna y a menos de treinta centímetros de mí, mientras acuclillada en el agujero hacía pis, me mostró una parte de su anatomía que no hubiera deseado conocer. No tuve miedo en el momento, pero dos días después, sí. Se me metió el terror en el cuerpo y ya no pude visitar la letrina si no era acompañada, ni de día ni de noche.

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Finalmente, nos fuimos. Una parte de mí quería quedarse, pero otra me empujaba a marchar, por puro instinto de supervivencia, o así lo he querido interpretar. Demasiadas emociones en pocos días. Para entonces ya sabía que Larung Gar había sido el viaje de mi vida, no por lo que había visto, sino por lo que me hizo sentir.

Sé que volveré. Quizá dentro de mucho, cuando esté preparada para ello, porque todavía me quedan cosas por asimilar. Aunque no sea capaz de entender qué me pasó, y considerando la posibilidad de que aquello que yo creí vivir no sean más que desvaríos provocados por la altitud o la propia autosugestión, lo cierto es que lo sentí, y solo eso ya hizo que el viaje a Larung Gar valiese la pena. Sentir siempre vale la pena. En un lugar del que no sabía ni esperaba nada, quién lo iba a decir.

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Fui a China sin intención de viajar y me dejé la cámara de fotos en casa. Por eso, las imágenes que ilustran este post han sido tomadas con la cámara de Antonio. Algunas son de él y otras mías (cuando se la robaba)… conste en acta.

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32 comentarios en Larung Gar (un viaje interior)

  1. alisetter 17 marzo, 2015 at 12:10 #

    Impresionante, Carmen!! no te tacho de loca, es un placer leer una experiencia como esta, más cuando Tíbet siempre ha sido un sueño para mi.
    Has puesto este lugar en mi mapa, yo tampoco lo conocía y gracias a las fotos de Antonio (gracias ;)) se ve que es impresionante.
    A veces los lugares nos provocan eso, impresiones que no esperábamos… seguramente se magnifiquen en la vivencia de uno y no de los demás, pero como bien dices, lo que importa es lo que has vivido y sentido, una experiencia que personalmente te envidio :)

    Besos
    Alicia

  2. Claudia 17 marzo, 2015 at 13:11 #

    Simplemente impresionante, Carmen, tanto las fotos como el viaje en general.
    Si la parte del «entierro» me dejó sin palabras, el tema letrina ya es el remate.
    Un abrazo,
    Claudia

  3. Trini de Cangas 17 marzo, 2015 at 13:21 #

    Tremenda crónica, me ha encantado escribes directamente lo que sientes de una forma muy auténtica.
    Gracias por compartir unha experiencia tan delicada y personal.

    Muchos abrazos a los dos!

  4. Trini de Cangas 17 marzo, 2015 at 13:24 #

    4000 metros sobre el nivel del mal! brutal :-)

  5. Antonio G. 17 marzo, 2015 at 17:32 #

    Muy inspiradora la entrada Carmen. Lo has descrito también que se me pusieron los pelos de punta con varias de tus frases…
    A mi también me pasa eso de que año tras año es más difícil sorprenderte. No sé si es bueno o malo, pero obviamente después de treintaintantos países no te impacta cualquier cosa.
    Sin embargo, cuando algo te llena de nuevo por completo, y te deja perplejo, la sensación es doblemente buena. Por los sentimientos en sí mismo y por todo ese tiempo que hacía que algo no te impresionaba.
    Con el tiempo también, estas cosas que nos sorprenden dejan de ser paisajes, monumentos o animales, convirtiéndose en sensaciones.
    Gracias por compartir todo esto

  6. Pau 17 marzo, 2015 at 19:30 #

    Los pelos de punta, no puedo decir más

  7. Carpe-diem.today 18 marzo, 2015 at 2:15 #

    impresionante, gracias por la sinceridad. Me deja una sensación agridulce con una mezcla de ganas de ir y las mismas ganas de borrar ese destino del mapa. Imagino que como tu experiencia, este post es para digerirlo con calma. Tienes razón en que hay poco sitios que lleguen a sorprenderte o hacerte sentir cosas nuevas, tu con tu relato has conseguido ambas cosas.

  8. Diego Galeano 18 marzo, 2015 at 4:55 #

    Hola Carmen! Es la primera vez que visito tu blog, llegué hasta acá a través de una recomendación que Aniko hizo en la fanpage de Viajando Por Ahí. Solo quería escribirte para dejarte saber que me encantó tu forma de relatar esta experiencia. Me atrapaste completamente y me transportaste hasta ese lugar que ni sabía que existía, pero ahora me dieron muchas ganas de investigar más sobre Larung Gar.. quien sabe si algún día yo también llegue a estar ahí. Si pasa seguro que me voy a acordar de vos y de este relato. Ahora mismo voy a echarle un vistazo a todas tus publicaciones.. Saludos desde Paraguay!

  9. TIL92 18 marzo, 2015 at 10:36 #

    Entiendo todo ese encontronazo de sentimientos opuestos. Yo sentí lo mismo en Benarés. Resulta impactante como conviven con la muerte otras culturas. Mi viaje por la India coincidió con la última etapa de una larga enfermedad incurable de mi padre y te puedo decir que la inminencia del fin de un ser tan querido, junto con mi miedo a no saber (ni querer) afrontarlo, se dieron de bruces con la realidad más intensa ante la muerte que yo había vivido jamás. Se te rompen todos los esquemas que puedas tener ante algo que inevitablemente, vamos a vivir todos de una manera u otra. Me ha gustado muchísimo tu post porque además lo entiendo perfectamente.

  10. Leticia 18 marzo, 2015 at 10:38 #

    Hola, no te conozco de nada, pero me has emocionado, se lo que es porque hace tiempo vivi algo asi en otro lugar del mundo y la vida me cambio para siempre, y desde entonces estoy unida a ese lugar y no se puede explicar.
    gracias por compartir algo tan intimo y preciado con desconocidos. un abrazo desde el corazon

  11. Quique 18 marzo, 2015 at 11:25 #

    Buff… qué decir Carmen. Excepcional relato que no terminarás nunca y algún día volverás. Ya tienes tu lugar en la tierra.

    Sobre la altura tienes razón. Tanto en Everest como en Andes a 6000 apenas puedes dormir profundamente. La falta de oxigeno te deja en un sueño liviano donde recuerdas todo lo que surge en tu mente y te da una sensación como de estar drogado. Si en lugar de glaciares vistes tus retinas durante el día con un funeral celeste, buitres carroñeros, cuerpos descuartizados, cientos de gentes vestidos iguales y un mantra continuo en tu cerebro el coctail puede ser explosivo.

  12. Cristina E. Lozano 18 marzo, 2015 at 11:55 #

    Quería escribir algo interesante o así, pero como que no se me ocurre nada. Sencillamente me ha gustado tu escrito y me ha hecho un nudo en el estómago, en el mejor de los sentidos. Me he sentido muy identificada en muchas palabras. Me ha gustado mucho :)

  13. Claudia "Los viajes de Claudia" 18 marzo, 2015 at 12:27 #

    Increíble Carmen… he leído y releído el post porque iba tan deprisa para seguir leyendo que me saltaba palabras. No creo que estés «loca», yo creo que los viajes hacen a las personas como tú bien dices, no sólo por lo que ven sino por cómo lo viven y eso es algo que a veces es complicado de transmitir cuando implica sensaciones tan íntimas, pero creo que tú lo has hecho a la perfección. Nunca había oído hablar de este lugar, sin embargo el Tibet está en mi lista de pendientes así que ahora sé que lo visitaré. Muchas gracias por compartir una experiencia tan apasionante.

  14. The patitas en el mundo 18 marzo, 2015 at 17:39 #

    Pillada por el estómago desde la primera frase del relato. Valiente el abrirse así y valiente el sentir sin condiciones.
    Gracias por compartir!
    saludos.
    Marina.

  15. Eliana 19 marzo, 2015 at 16:13 #

    Es un relato maravilloso sobre una experiencia de vida que no puede pasar inadvertida, una oportunidad más para no perder el asombro, saber que el mundo nos puede mostrar los mejores paisajes, aquellos lugares que nuestra retina no creería capaz de alcanzar, y puede que esos lugares sean los escenarios de los más crueles acontecimientos, y aún así, saber que ser espectador también nos vuelve cómplices, aunque nos rescata y nos libera de lo que está afuera y de nosotros mismos.

  16. Pablo Strubell 19 marzo, 2015 at 18:23 #

    Desnudarse así es lógico que te haya costado. Porque… ¡menuda experiencia, menudos sentimientos, qué intensidad!
    Si el Tibet y su cultura siempre impresiona, en tu caso ha ido un pasito más allá… Ganas de escucharlo en persona…

  17. Alicia 21 marzo, 2015 at 5:54 #

    Impresionante Carmen…
    según te leía (y eso que ya iba preavisada, porque leí la parte del entierro Celestial que publicaste en Kamaleon Travel) se me iba cogiendo un nudo en el estomago… Trasmitiste tan bien tus emociones y altibajos, que se me quedó un sabor agridulce de la experiencia… como una contradicción de sentimientos irreconciliables…
    A partes iguales el lugar me parecia «celestial», lleno de paz, y a ratos siniestro y tétrico…
    Avanzaba en la lectura con ansias y «miedo» al mismo tiempo…
    El lugar, la altura, los mantras, los sueños -con los que me sentí muy identificada ya que el efecto Jetlag + «factores internos» me han hecho tener delirios muy sugerentes de mi ¿incosciente?-
    Me pareció entonces tan apropiada la sustitución de parto por exorcismo…
    Por mucho camino recorrido, por muchos viajes a las espaldas, nunca se deja de aprender, y nunca se sabe cuando te puedes topar con una experiencia que marque un antes y un después en tu vida, o una experiencia que te agarre fuerte, te ponga bocaabajo, te sacuda con fuerza y te haga vomitar emociones que tenias dentro, sin saber, sin querer, sin querer poder…
    Enhorabuena de corazón por tus lineas, y gracias mil por compartirlas!

  18. Riky 23 marzo, 2015 at 11:31 #

    Te felicito Ku!.Mira que he leído entradas en este blog eh,pues pocas tan impresionantes como esta.Desde mi mentalidad occidental, no es posible entender semejante barbaridad,me parece una experiencia traumatica, ahora bien, el relato es extraordinario..Gracias!
    Un abrazo

  19. Maletas Originales 24 marzo, 2015 at 12:01 #

    Increíble!! Sin duda alguna!!
    Ya desde el principio me he quedado enganchado, y esas fotografías han impedido que me vaya hasta leerlo del todo.
    Me alegro muchísimo que hayas alcanzado semejante experiencia viajando y que la compartas con nosotros.

    Enhorabuena por la calidad del artículo, se nota que tiene muchas horas de trabajo encima. A seguir así amig@s!

    Saludos

  20. Sara 24 marzo, 2015 at 13:47 #

    Te sigo desde hace poco y has sido un gran descubrimiento, tremenda experiencia. Desde nuestra visión choca tantísimo lo que cuentas…Aun así, si algun dia tengo la oportunidad, iría a verlo-tratar de entenderlo.

    Muchas gracias por tu relato!

  21. Nati Bainotti | Mi vida en una mochila 30 marzo, 2015 at 16:09 #

    Sin duda después de viajar tanto, el poder sentir predomina mucho más que el poder ver, sobe todo en lugares tan intensos como ese. Y al fin y al cabo, es más importante lo que nos pasa viajando, que el mismo viaje es sí.

  22. The patitas en el mundo 11 mayo, 2015 at 12:09 #

    Carmen una duda…desde dónde llegasteis a Larung Gar? Estamos en Sichuan y queremos acercarnos por alli…
    un saludote y gracias!

    • Carmen 12 mayo, 2015 at 20:26 #

      ¡Hola chicas!

      Nosotros fuimos desde Chengdu. Si no recuerdo mal, cogimos un autobús a Sêrtar, pero te bajas antes (25 kilómetros antes, concretamente, que en tiempo deben ser unas dos horas, jaja), en un pueblito de cuyo nombre no quiero acordarme… que está al ladito de Larung Gar (se va andando).

      Resumiendo: bus de Chengdu a Sêrtar, y unas doce horas después, en la primera parada que hace antes de llegar a Sêrtar, os bajáis ;)

      ¡Un abrazo!

  23. Viajero empedernido 11 junio, 2015 at 5:42 #

    Parece que el compañero soñaba desde siempre (tal vez con un mes de vida) con ir a muchos lugares de cuya existencia yo me enteré hace poco. Es imposible superar tanta cultura viajera. :P

    Por cierto, Larung Gar no vale mucho a pie de calle. Me resultó feo, aunque muy auténtico (lo cual suele significar que un sitio está lleno de cables, plásticos, basura y hierros, ¡ja!). Hay otro sitio que vale mucho más, pero prefiero no darle publicidad. :)

    ¡Ah!, y no engañes. El autobús tarda unas dieciséis horas en condiciones normales. Es imposible que tardaseis doce horas.

    • Carmen 26 junio, 2015 at 7:47 #

      Es posible que fuesen más horas. Ahora que lo dices, puede que 14… porque salimos sobre las seis de la mañana y llegamos allí a las ocho de la tarde. No he dado mal el dato para engañar, te lo aseguro. Simplemente no tengo tan buena memoria ;)

      ¡Un saludo!

  24. salvador 22 octubre, 2015 at 13:23 #

    Increible, no conocia nada sobre este lugar, me ha parecido una experiencia abrumadora. Si voy a china en el futuro ya tengo un lugar del itinerario marcado.

  25. victoria 21 diciembre, 2016 at 3:37 #

    Hola! tenis noticias de este lugar increíble? parece que lo están destruyendo…

  26. Adrián 14 agosto, 2017 at 15:10 #

    Increíble…La verdad me ha parecido un blog fascinante, y me ha dado muchas ganas de poder sacar un tiempo para ir y sentirlo por mi mismo. Lo que describes me recuerda en cierto modo (salvando las distancias) a lo que me ocurrió en el campo de concentración de Sachsenhausen cerca de Berlín. Fui a finales de invierno, y el lugar estaba completamente vacío, solo mi grupo de amigos y yo, del que decidimos separarnos para vivir cada uno la experiencia por su cuenta. Estuve unas 3 horas allí, pero se me hicieron eternas. El silencio que solo se veía interrumpido por el sonido de las decenas de cuervos sobrevolando el lugar, los restos de un lugar donde más de 200.000 personas fueron torturadas y asesinadas, los laboratorios donde hicieron todo tipo de experimentos inhumanos…trasmitía una profunda sensación de tristeza, soledad y una extraña nostalgia a nivel espiritual difícil de describir.

    Mis felicitaciones de nuevo, espero poder ver más historias similares que te hacen olvidar todo a tu alrededor.

  27. stf 10 febrero, 2019 at 19:40 #

    Woowww acabo de descubrir este blog con este increible relato.
    Menuda experiencia!
    Creo que lo que más vale son las experiencias antes que el viaje en sí.
    Un viaje (o un día de nuestras vidas) en el que no te permites sentir libremente, se queda como vacío.
    Bravo!
    Saludos Carmen

  28. Joana 28 noviembre, 2019 at 11:49 #

    Hola Carmen,
    Enhorabuena por tu blog y gracias por compartir. Me inspiras. Gracias :)

    Joana

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