A veces no necesito más que detenerme a observar.
En el delta del Mekong hay un pueblo perfecto para ello, Nga Nam. No es que sea el pueblo más bonito de Vietnam (que no lo es) ni el que cuenta con el mercado flotante más grande (que tampoco). Tan solo es un pequeño pueblo que parece haber sido diseñado a propósito para facilitar la observación, como un teatro.
El epicentro de la vida en Nga Nam es un cruce de cinco ríos apuntando en cinco direcciones distintas por el que pasan barcos constantemente. Y como el propio pueblo está dividido por la intersección formada por los cinco ríos, toda la vida de sus habitantes pasa obligatoriamente también por ahí: desde los niños que van y vuelven del colegio a la señora con las compras del día.
Un único puente permite cruzar desde el «centro» de Nga Nam a la carretera que une el pueblo con el resto de Vietnam y viceversa, mientras que para todo lo demás hay que usar las barcas. Durante todo el día, desde el amanecer al anochecer, tres o cuatro mujeres se dedicar a transportar pasajeros y sus mercancías de un lado a otro, ejercitando, a pesar de su menudez, unos brazos que imagino duros como garrotes.
Nga Nam parece haber sido construido a propósito para favorecer la observación porque tanto desde ese único puente como desde cualquiera de sus cinco orillas se disfruta de un espectáculo de cotidianidad fabuloso (para el que le guste fijarse en las pequeñas cosas).
A mí me gusta mucho. Puedo sentarme a observar lo que se mueve a mi alrededor durante horas. No necesito más: ni aventuras ni profundas conversaciones (si bien, si vienen, bienvenidas sean); solo quedarme quieta y callada observando cómo es un día cualquiera en otra vidas, en otro lugares (no necesariamente lejanos o «exóticos»). Me gusta fijarme en los rostros de las personas y jugar a imaginar quiénes son, cuál será su nombre, qué le preocupará hoy o si cree en el amor. El tema del amor da mucho juego en según qué sociedades.
La de observar es una actividad que puede hacerse en cualquier lugar, sea un parque o una parada de metro, pero en Nga Nam resulta especialmente cómodo porque puedes sentarte con un café junto al cruce de los ríos y todo pasa ante tus ojos como en una película, con el añadido de que además sucede sobre el agua. Del mismo modo que en Srinagar quedé fascinada con la vida en las casas flotantes (algo asombroso para mí, mientras que para ellos no era más que rutina), en Nga Nam me encantaba ver cómo cada persona tomaba la barca para hacer algo tan rutinario como «cruzar la calle».
Un día estábamos ahí sentados, observando sin necesidad de intercambiar palabra, cuando de repente Antonio me dijo: «Mira lo que viene por ahí». Lo que venía era un tsunami, pero al revés; un chaparrón casi sólido que avanzaba hacia nosotros a tal velocidad que podíamos ver a la gente corriendo y las barcas zozobrando mientras nosotros aún estábamos secos, teniendo apenas tiempo de mover nuestras banquetas de plástico un poco hacia atrás para protegernos bajo un toldo. El espectáculo que vino después fue maravilloso.
[La intersección segundos antes del tsunami.]
[Las tres fotografías están tomadas desde la banqueta. Como en el teatro.]
Pasados unos minutos, así como vino, la lluvia se fue. Y la rutina del pueblo siguió su curso con total normalidad, como las aguas de los cinco ríos.
El día siguiente amaneció radiante y tomamos una barca para vivir el mercado (que no es exclusivo de las mañanas; dada su ubicación en ese cruce de ríos las compras y ventas se prolongan durante todo el día) desde dentro, para después dar un paseo junto a la orilla con el fin de no perdernos ninguna perspectiva. Y observamos.
A veces basta con detenerse a observar. Observar lento y profundo.
Observar los detalles que cuelgan de los barcos (esas frutas y verduras indican los productos que están a la venta).
Observar a quien rema (hay muchas mujeres entre estas fotografías porque en Vietnam son las ellas quienes llevan «los remos de la casa»).
Observar a quien observa.
Y observar a quien nos observa (los animalitos también llevan una vida flotante).
Jejeje es que el Delta del Mekong está repleto de lugares pintorescos y un mercado flotante lo es. Del sur de Vietnam me sorprendió la capacidad que tienen para adaptarse e «ignorar» esos aguaceros. Saben que se van como vienen, tan abruptamente.
tu que eres tan observadora…, dime a quien se te parece el niño que te observa
Muy bonito ku, lo que mas me gusta es el nombre : Nga Nam. A nosotros nos suena poético. ( la lluvia no ) y el sitio me encanta ( la lluvia no ) pero luego salió el sol y apetece estar allí. Sobre todo contigo . Un beso
Gracias por compartir este artículo muy interesante. Me gustó mucho su lectura! mantener el buen trabajo como de costumbre! Bien hecho!
Que lugar más pintoresco, y que ideal poder para por allí con calma a como bien dices observar con calma.
Un fuerte abrazo señorita, que últimamente te tengo desubicada de por donde andas :D
Es muy curioso si vienes de una cultura europea, encontrarte con este tipo de mercados ya que, entre que parece que todo te puede contagiar algo, la gente hace su día a día allí y viven con una calma y serenidad que no la encuentras en ningún otro sitio. Cuando fui con mi pareja a Vietnam, nos llevaron al delta del Mekong a ver el mercado y realmente alucinamos, y quitando la pequeña indigestión que cogió Juan, por lo demás todo fue fantástico!