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Isfahan, la bella

Cuando el pasado 17 de junio crucé la frontera de Irán, la primera visión de las mezquitas con sus altos minaretes y cúpulas de azulejo azul me estremeció. Mezquitas había visto muchas antes, pero ninguna como éstas. Tenerlas ahí significaba que por fin había cumplido mi sueño (durante mucho tiempo masticado) de viajar a Irán.

Desde el primer día, las mezquitas tuvieron un especial protagonismo en mi viaje. Siempre me han gustado estos edificios (en cuyo interior puedo pasar horas), y aunque la faceta espiritual de este país no me ha conquistado (porque, salvo excepciones, lo que he percibido es precisamente lo contrario: rechazo hacia un extremismo religioso impuesto desde arriba), su característico diseño me cautivó y su mera presencia me tranquilizaba. Ni siquiera necesitaba entrar en ellas: eran un símbolo y la prueba de que estaba muy cerca de Asia Central.

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A quien le gusten las mezquitas y la arquitectura en general, se enamorará de Isfahan. El dicho persa «Isfahan es la mitad del mundo» («Esfahan nesf-e jahan», con rima, como no podía ser menos en tierra de poetas) sirve de introducción a la ciudad más bella de Irán. El título, aunque grandilocuente, se apoya en una verdad histórica: son tantos los palacios, mezquitas y otros monumentos de Isfahan, que los viajeros que visitaron la ciudad a partir del siglo XVII (después de que Shah Abbas El Grande la convirtiera en su capital) afirmaban que haber estado en ella equivalía a haber visto la mitad de las maravillas de este mundo.

Lo primero que conocí de Isfahan, después de haber pasado por casa para dejar el equipaje, fue la plaza del Imán o Naqsh-e Jahan. Eran aproximadamente las siete de la tarde e iba acompañada por un amigo de mis anfitriones, un chico muy simpático con quien congenié desde el principio, por lo que caminábamos sin parar de hablar. Cuando atravesamos uno de los arcos que dan acceso al recinto, me quedé muda. Si he visto alguna plaza mayor en mi vida (la de Tian’anmen en Beijing, por ejemplo) puedo asegurar que no me impresionó tanto; la plaza de Isfahan no destaca solo por su tamaño, es un todo: los edificios que la rodean, los estanques, las fuentes, el tintineo de los carros de caballos…, y a esa hora del día, las cientos de personas sentadas en sus jardines, disfrutando del atardecer con un helado en la mano.

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[Esta fotografía es muy mala, pero le tengo cariño porque es la primera que hice nada más entrar en la plaza. Esto fue exactamente lo que vi, o mejor dicho, la mitad de lo que vi: la plaza es el doble.]

¿Habéis experimentado alguna vez esa sensación de estar viviendo un momento irrepetible, uno de esos momentos en los que solo deseas estar ahí, porque sabes que aunque regreses al día siguiente ya no será lo mismo? Así me sentí yo aquella tarde. La visión de aquel lugar tan hermoso, con toda esa gente riendo, compartiendo un rato con su familia y amigos, me llenó de energía positiva y no me quise mover, pero tuve que hacerlo. Mi acompañante estaba empeñado en llevarme ese mismo día a la Mezquita del Viernes (Masjed-e Jāme) a través del bazar, y quería llegar antes de la oración de la tarde. Me dio un poco de rabia, pero me consolé pensando que como disponía de varios días en la ciudad no me faltarían ocasiones para volver en soledad (lo hice, y viví momentos muy buenos en esa plaza, pero por supuesto ya no fue igual).

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[El bazar, un día normal de diario.]

En el camino a la Mezquita del Viernes nos perdimos varias veces. Como era jueves por la tarde, todas las tiendas del Gran Bazar (salvo las más turísticas y cercanas a la plaza) estaban cerradas y sus galerías formaban un laberinto de callejuelas, iguales unas a otras, en las que era imposible orientarse. Que a mí me costase es normal, lo que tiene mérito es que mi amigo (de Isfahan de toda la vida) tuviera que pedir ayuda ocho veces.

Finalmente la encontramos, y como ya no eran horas de visita pude entrar sin pagar (pero con chador) a la que está considerada una de las mezquitas más antiguas y bellas de Irán. La arquitectura de la Masjed-e Jāme es el resultado de las sucesivas reconstrucciones y ampliaciones de las que el edificio ha sido objeto desde el siglo VIII, que es de cuando data su primera estructura. Sin embargo, en esa visita yo no presté demasiada atención a esos detalles; habíamos llegado justo unos minutos antes de la oración y el lugar estaba cargado de una fuerte energía por la que enseguida me dejé atrapar, llegando a decirle a mi compañero que podía irse, pues esta vez no tenía ninguna intención de renunciar al momento y pensaba quedarme allí hasta que el último hubiese terminado de rezar.

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[El lugar se va llenando en los minutos previos a la oración.]

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A Isfahan no se le puede reprochar nada porque es bonita desde todos los ángulos. Bonita con ganas, una urbe al estilo de Madrid o Paris (aunque menos poblada), atravesada por anchas avenidas arboladas, sembrada de zonas verdes, llena de monumentos que son todos Patrimonio de la Humanidad, y además habitable: una de esas ciudades donde se percibe que es agradable vivir.

Sin embargo, durante mis días en ella sentí que me faltó algo. Mis anfitriones, que eran encantadores, o trabajaban todo el día (caso del padre) o permanecían encerrados en casa hasta el atardecer a causa del calor (caso de la madre, quien acababa de dar a luz un par de meses antes). No es que las temperaturas fueran insufribles (viniendo de Kashan a mí me parecían bastante tolerables), pero en verano eso de echar la siesta y vivir de noche los iraníes se lo toman muy en serio. Más todavía a partir de esa semana, que comenzó el mes de Ramazan.

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[También encontramos la versión mixta: echar la siesta en la calle, entre setos]

Así pues, de día paseaba sola por la ciudad, encontrándome con apenas cuatro gatos (y esos cuatro gatos eran siempre turistas -varios grupos de españoles, curiosamente-). Lo bueno de esto es que pude ver cada mezquita y palacio casi en exclusiva, lo malo es evidente: pasear una ciudad vacía, por muy bonita que sea, es como visitar un museo; ver solo la carcasa, sin la vida que le aporta fuerza y personalidad; como quedarse a medias.

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[Plaza del Imán y mezquita Lotfollah.]

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[Plaza del Imán y Palacio de Ali Qapu.]

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[Palacio Chehel Sotun.]

Esa soledad no buscada me regaló, no obstante, algunos momentos memorables. Uno de ellos tuvo lugar en el que después pasaría a ser mi rincón preferido de Isfahan: la mezquita Sheikh Lotfollah, el segundo templo en importancia en la plaza del Imán. Con la salvedad de su hermosa cúpula, la mezquita del Jeque Lotfollah no llama demasiado la atención por su apariencia externa: especialmente si se la compara con la del Shah, cuyos altísimos minaretes arrojan su sombra sobre la plaza a tan solo unos metros de distancia. Por no tener, la mezquita de Sheikh Lotfollah no tiene ni minarete (no era necesario, pues solo era usada por las mujeres de la familia real), pero basta acercarse un poco a su fachada para comprobar que su grandeza reside en cada uno de sus detalles.

Su interior es tan pequeño como promete su exterior. Un breve pasillo conduce a una sala de oración completamente alfombrada, en cuyo centro, aprovechando que no había nadie, no pude resistirme a tumbarme para contemplar más cómodamente la decoración de su cúpula, una de las más bonitas que haya visto nunca. Calculo haber permanecido allí casi tres cuartos de hora, me sentía en el cielo (también estuve a punto de quedarme dormida, lo confieso) y si puse fin al paréntesis fue solo porque me daba apuro por el guarda, a quien imaginaba vigilándome por una de las ventanitas desde la calle. Tenía miedo de ofenderle y que me regañase por estar espatarrada en un lugar originariamente dedicado al culto.

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Hablando de culto, un rasgo característico de Isfahan es que en ella las tres grandes religiones monoteístas no solo conviven en paz, sino que además las comunidades cristiana y judía cuentan con sus propios barrios, con una larga historia detrás.

Una tarde me acerqué hasta el barrio armenio, llamado Nuevo Jolfa en homenaje a la ciudad de Jolfa (en el actual Azerbaiyán), cuyos habitantes fueron «invitados» a refugiarse en Isfahan por Shah Abbas El Grande tras liberar la ciudad de la ocupación otomana. Hacia las cuatro de la tarde el barrio estaba tan desierto como el resto de Isfahan, hacía mucho calor pero no podía sacar mi botella de agua en público (¿qué público?) porque era Ramazan, y aunque me estaba encantando el paseo y en circunstancias normales hubiese hecho todo lo posible por alargarlo, tras visitar un par de iglesias menores decidí acelerar los acontecimientos e ir a tiro hecho a la Catedral de Vank.

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Podría decir mucho del edificio más grandioso del barrio armenio… si fuese una experta en arte y contase con un buen repertorio de tecnicismos para rellenar, pero no lo tengo. De hecho, me faltan palabras para describir la emoción que me produjo la visión de todos aquellos frescos en conjunto, de cada viñeta con representaciones de la vida de Jesús y otros santos, hasta reparar en el gran mural del Cielo, la Tierra y el Infierno, que ocupa toda una pared. Se habla mucho de sus mezquitas y palacios, pero tras la mezquita Sheikh Lotfollah, éste es para mí el segundo edificio más bonito de Isfahan.

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En esas me encontraba, atrapada por los detalles de aquella enorme pintura, cuando un chico me sorprendió al llamarme tímidamente por detrás. Bueno, miento: no me sorprendió nada; éramos los únicos en la Catedral y llevaba media hora viéndole el plumero, siguiendo con el rabillo del ojo cada uno de los movimientos con los que intentaba acercarse disimuladamente a mí.

Al final quería lo mismo que todos: hablar. Empezó pidiéndome una foto y no sé cómo (porque no era capaz de decir dos palabras seguidas en inglés) terminé con él toda la tarde, temiendo que fuera otro de esos que deciden seguirme hasta el infinito y más allá. Lo era. Empecé a verlo venir cuando me detuve en una tienda para comprar algo de fruta y no me dejó pagar. «Por favor, otra vez no», supliqué para mis adentros. A los diez metros tuve que parar de nuevo para comprar agua (porque en la tienda anterior no tenían), y aunque antes de entrar en el establecimiento le pedí que me esperase fuera, con la excusa de ayudarme a comunicarme entró y tampoco me dejó pagar la botella. Para rematar su intervención estelar, me invitó a media chocolatina que abrió y partió a la mitad en plena calle. «Ahora somos amigos», dijo (más bien algo así: «ahora-tú-amigos»). «Gracias, pero es Ramazan, no podemos comer hasta la noche», objeté. «No te preocupes, nadie nos va a decir nada», respondió metiéndose la chocolatina en la boca. Y en efecto, nadie nos dijo nada porque tampoco nos cruzamos con nadie en aquellas calles desiertas. Pocos minutos después se fue y no le volví a ver.

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Cuando el sol empezaba a bajar, el panorama cambiaba completamente. Al llegar las seis y media (hora exacta, como si todos se hubiesen puesto de acuerdo) o las ocho y media en el mes de Ramazan (esto sí, por ley), los habitantes de Isfahan salen en bandada de sus casas y oficinas llenando avenidas, plazas, tiendas, y creando unas colas de escándalo en las heladerías. Parece una norma no escrita: a las siete de la tarde hay que comer un helado o beber un zumo/granizado. Y se hace en familia, o con los amigos, sentados en grandes corros en medio de la plaza del Imán. Los «picnic urbanos» son una parte de la cultura iraní que me encanta.

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Creo que no hay discusión en que, como gran ciudad, Isfahan es la más bella de Irán. Bella a lo grande, de forma ostentosa, sin modestia. A «la mitad del mundo» solo le falta una cosa: agua, un espejo en el que reflejarse. Originalmente lo tenía, pues por ella pasa el río Zayandeh (atravesado por numerosos puentes, cada uno más bonito que el anterior), pero desde que hace unos años desviaron su curso para abastecer de agua a la región de Yazd (la sequía es un grave problema en Irán), permanece seco la mayor parte del año.

Este es el gran drama de los habitantes de Isfahan, quienes no pierden ocasión de lamentarse por ello. Cualquiera diría que hubiese sido un castigo o advertencia para evitar que la ciudad se vuelva vanidosa, como sus mujeres. Y es que si por algo destacan las mujeres de Isfahan (y de todo el país, pero en Isfahan es aún más llamativo) es por su coquetería. Una de cada treinta mujeres de las que te cruzas por la calle (y también algunos hombres) exhibe con orgullo el tabique escayolado; las otras 29 a las que ves sin nada, puedes estar seguro de que es porque ya se han hecho la cirugía o se la van a hacer.

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Ahora, tras haber hecho todo este resumen, pienso que mis días en Isfahan fueron muy completos, pero como decía al principio, me faltó «algo». Ya he comentado anteriormente que lo que más he apreciado durante mi viaje en Irán ha sido el contacto humano, las personas que he conocido, las familias que me han abierto la puerta de sus hogares y han compartido conmigo una parte de su intimidad. No tengo más que palabras de agradecimiento para mis anfitriones de Isfahan, pero es cierto que me quedé con ganas de pasar más tiempo con ellos, de hacer más vida familiar. Isfahan es una ciudad hermosa y la sola visita de sus atractivos turísticos es más que suficiente para llevarse el mejor recuerdo de ella, pero si me tengo que quedar con un día de todos los que pasé allí, elijo el viernes que fuimos a comer a casa de la abuela; un día del que no tengo fotos ni nada que contar, pero que a la larga me aportó mucho más que la visita a ningún palacio o monumento. Curiosamente ellos estaban convencidos de que aquel día me aburrí por no poder comunicarme bien.

Hay quien solo busca hacer turismo de museos; yo cada día que pasa confirmo que lo mío, si se le puede llamar así, es el «turismo de personas». Del mismo modo que unos disfrutan admirando una obra de arte, yo no puedo evitar que mi interés se centre en observar y analizar la rutina de las familias que me reciben, sus tradiciones y costumbres. Afortunadamente para mí, en Irán esto no puede ser más fácil, solo hay que estar abierto a ello. Y cuando no, siempre nos quedará Isfahan.

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12 comentarios en Isfahan, la bella

  1. Pau 29 julio, 2014 at 10:48 #

    Pero que maravilla de lugar, envidia mil :D

    • Carmen 14 agosto, 2014 at 5:48 #

      Es una ciudad mítica y demás preciosa. Ideal para viajar con peques, advertido estás ;)

  2. Amey 29 julio, 2014 at 17:28 #

    Very nice article ..

    articulo muy bueno ! estoy aprendiendo espanol y me gusta viajar en el mundo , su sitio es el combinacion mejor para me ..continua escribir !!

    buenas suerte !

  3. Jordi (milviatges) 31 julio, 2014 at 0:02 #

    Isfahan se quedará siempre en mi recuerdo. Tuve la oportunidad de disfrutar de él hace menos de 2 años y realmente, es de los sitios más bonitos que he visitado.
    Saludos viajeros!

    • Carmen 14 agosto, 2014 at 5:55 #

      ¡Hola Jordi!

      Isfahan es precioso con avaricia. Y con tanta historia… una de esas ciudades que no terminas de ver.

      ¡Un saludo!

  4. MOCHILEANDO POR EL MUNDO 31 julio, 2014 at 3:35 #

    Que maravilla de ciudad Carmen!! Me has matao con el «cuento del chocolatito partido en dos» me puedo imaginar la escena de el que pone cara de niño travieso y dice «total, nadie nos ve» jeje. Como siempre es un placer leerte, un abrazo desde NZ :)

    • Carmen 14 agosto, 2014 at 6:06 #

      ¡Hola Lety!

      Jeje, esa historieta aunque, parezca inocente, es el claro ejemplo de la doble vida que llevan casi todos los iraníes.

      Yo también estoy siguiendo todos vuestros pasos en Nueva Zelanda (sobre todo en Facebook, ahora que no tengo muy buena conexión y me entero de pocas cosas a través del móvil). Me estáis dando muchas ganas de volver… ¡Seguid disfrutando!

      Un abrazo :D

  5. Amir Hossein Torabian 26 agosto, 2014 at 12:49 #

    Hola, A very interesting article about Isfahan. I enjoyed it.

    • Carmen 27 agosto, 2014 at 18:24 #

      Thank you! I’m glad you liked it :)

  6. Pedro B. 2 septiembre, 2014 at 21:47 #

    ¡Hola, Carmen! Mi novio y yo llevamos siguiéndote un par de añitos y alguna vez te he dejado algún comentario en tu blog. :)

    Nosotros ahora mismo estamos en Irán, llevamos aquí desde el 27 de julio. Por muy poquito no nos hemos cruzado por ahí. XDDD Empezamos la Ruta de la Seda en Estambul el 25 de mayo, ya hemos pasado por Georgia y Armenia. Ahora cruzamos los dedos para que nos concedan el visado de tránsito de Turkmenistán. Para nosotros significa garantizar toda la ruta (contamos con el visado chino y con el uzbeco, por suerte).

    Te querría preguntar, si no es mucho entrometerme, cómo es que tú, con lo viajera que eres, has visto «tan poco» de Irán. Nosotros hemos ido desde Tabriz a Shiraz, pasando por Ardabil, Masuleh, Teherán (solo el Palacio del Golestán), Kashan, Abyaneh, Isfahán, Varzaneh (un iraní, que nos llevó a dormir al desierto por ahí… XDD), Naein, Meybod, Yazd (junto con Kharanagh y Chak-Chak), Kerman (junto con Bam, Rayen, Kaluts y Mahan) y Shiraz (Persépolis). Ahora nos queda Mashhad (aunque, sinceramente, vamos porque hay que pasar al otro país). Claro que nosotros llevamos ya 35 días con un visado de 30 (lo ampliamos en Shiraz, cosa que no te recomiendo para nada). Lo que sí te recomiendo encarecidamente que visites en cuanto puedas el resto de lugares que te he dicho, porque son superchulos. Nosotros también estamos contentísimos con el trato con la gente, y hemos conocido a muchas personas estupendas gracias a CS. Este viaje está siendo toda una experiencia. :) Puede también que no hayas subido el resto de publicaciones, en cuyo caso quedaré como un idiota. XDDD

    Por cierto, no sé cómo aguantabas el maldito velo con estos calores. Nosotros estamos hasta las narices del pantalón largo, y eso que son de un tejido transpirable. Yo no sé cómo aguanta aquí la gente esas panas, esos vaqueros ajustados, esos náilones y esos poliésteres. A mí me daría un síncope… XDDD

    También te quería decir que, si te interesa saber por dónde andamos y ver fotitos, mi novio se encarga de subirlas a un grupo de viajeros en Facebook. Puedes mandarme un correo electrónico y te digo el nombre del grupo.

    Espero que estés bien donde pares ahora. Nosotros mañana madrugamos para coger el autobús… 12 horas mínimo…

    ¡Un saludo!

  7. Nicolás 28 febrero, 2016 at 8:25 #

    ¡Hermoso relato! …. como si estuviese ahí.

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