Me produce un enorme respeto escribir sobre Jerusalén. Llevo semanas atrasando lo inevitable, a ver si, con un poco de suerte e inspiración ¿divina?, me venía a la cabeza una idea genial para hablar de la ciudad sin repetir nada de lo que ya se ha dicho, aportando un punto de vista diferente, algo que realmente mereciese la pena decir.
Normalmente mis textos no son más que un “lo que siento sobre lo que veo”; un mismo lugar pasado por el filtro de mi perspectiva, con un aliño de experiencia personal, algún dato anecdótico, y una pizca de ironía. Pero en el caso de Jerusalén, la empresa es difícil.
Y como creo que ya he explicado por qué, y he dicho hasta el hartazgo que no conozco Jerusalén, no voy a daros más la lata con ello. Voy a proceder, sin más, a relatar brevemente nuestra experiencia en la Ciudad Vieja. Sin pretensiones. Lo que vimos, lo que hicimos, y en mi caso, cómo lo sentí. Pero prometo volver pronto, muy pronto, para ahondar más y, de alguna manera, “arreglar” la chapuza que estoy a punto de hacer. Y es que, al fin y al cabo, lo importante es eso: querer volver. Eso es una buena señal. Y yo (esto también lo he dicho muchas veces) no veo la hora de regresar a Israel.
Entrando por la Puerta de Jaffa, nuestros pasos nos llevan por el Barrio Cristiano hasta la Basílica del Santo Sepulcro. Sí, no nos andamos con florituras; quizá semejante lugar debería haber sido reservado para el final, pero después de las horas dedicadas a los museos, no podíamos esperar más.
La Basílica del Santo Sepulcro es un edificio enorme, aunque visto desde fuera, y por la cantidad de edificios que lo acorralan, apenas llame la atención.
Una vez traspasada su discreta puerta principal, no hay lugar para concesiones: lo primero que uno se encuentra, a menos de dos metros, es la piedra del ungimiento. Sobre ella, cinco, seis, si no diez personas al mismo tiempo, se postran para… no lo sé, pero rezan, lloran; algunas incluso sueltan un pequeño grito de vez en cuando. Supongo que eso es lo que se entiende por “adorar”.
Aún sin comprenderlo, siento que se me doblaban las piernas. De verdad. Ni siquiera puedo sostener la cámara con la debida firmeza, y por eso (y porque no soy, lo que se dice, la mejor fotógrafa del mundo), las fotos salen como salen. Es difícil explicar lo que el visitante, aún desde el mayor escepticismo a este tipo de dogmas, siente estando allí. Es algo independiente de la religión, es… Fe. En mi caso, fe en la propia Fe, y fe en el Amor. O en la Humanidad. O en el Alma. O en ese “algo” que todos tenemos dentro, y que según los budistas es el mismo para todos.
Seguimos recorriendo la enorme Basílica, y apenas giramos una esquina, nos encontramos de bruces con la ornamentadísima Capilla que protege el Santo Sepulcro. Sí, tal vez no era esto lo que esperaba. O quizá sí; ya he dicho en otras ocasiones que las iglesias son lugares que me atraen y repelen a partes iguales. En este caso no iba a ser menos: estamos en la Madre de todas las iglesias, en el centro neurálgico en que se basa toda la Fe cristiana. Y, claro, ya tuvo que venir alguien (en este caso, la Emperatriz Elena, madre de Constantino) para cubrir el santo lugar con una instalación “digna de un rey de reyes”.
Reconozco que, al contrario de lo que me ha sucedido apenas unos minutos antes frente a la piedra del ungimiento, no se me mueve un pelo, ni muchos menos se me pasa por la cabeza hacer la cola de hora y media para entrar y tocar la piedra. Si me conmueve, sin embargo, la imagen de una mujer que, ajena a todo el barullo originado a su alrededor, se golpea la cabeza una y otra vez contra el muro de piedra.
Las pugnas por el dominio de los santos lugares tienen también su miga. No deja de ser triste (por no decir lamentable) que incluso dentro del cristianismo existan redecillas que enfrenten a unos y otros por quién posee qué. Por ejemplo, la Basílica del Santo Sepulcro pertenece a los griegos ortodoxos. Y se aferran a ello con uñas y dientes porque, junto con la Basílica de la Natividad (en Belén), es lo único que tienen. Que no es poco.
Subimos al piso superior, donde se encuentra lo que debería ser lo alto del Gólgota; esto es: el lugar exacto donde crucificaron a Jesucristo. Ahí, esa energía de la que os hablaba hace un rato, se me mete de nuevo hasta la médula del hueso. Y por un error motriz a la hora de sacar fotos, la cola me empuja hasta casi darme de bruces con la Santa Roca. Pero no me conmueve, ni mucho menos me incita a besarla, como han hecho todos los que estaban delante de mí. Prefiero salir corriendo y prestar toda mi atención a las personas que me rodean: frailes, monjas, jóvenes repeinados e impecablemente vestidos con camisa negra.
Aquí hago un inciso para comentar que una de las cosas que más me han llamado la atención de la Ciudad Vieja de Jerusalén, son las vestiduras de la gente. No hablo ya de las de los judíos ortodoxos, que por supuesto, y para mis ojos desacostumbrados, resultan chocantes. Los propios turistas o peregrinos del Barrio Cristiano visten como de otra época; unas faldas, vestidos y pañuelos anudados a la cabeza que quieren recordarme a las fotos polaroid de mi abuela en los años 50. Esta vez el viaje en el tiempo no se limita sólo a la antigüedad de las piedras: lo impregna todo.
Salimos de la Basílica, y en lugar de continuar hacia el Barrio Musulmán, retrocedemos sobre nuestros pasos hasta llegar al Barrio Armenio. Se respira la calma. Es el barrio menos frecuentado de la ciudad, y también el más pequeño. A día de hoy no serán más de dos millares los habitantes puramente armenios que viven en él, aunque según me cuentan, en sus orígenes (allá por el siglo I d.C) fueron muchos más. Me sorprende la cantidad de carteles que empapelan sus paredes recordando el genocidio al que este grupo étnico fue sometido por los turcos durante la I Guerra Mundial. Y es que, ya os lo he dicho, las paredes hablan. Menos mal, porque si no llega a ser por ellas, mi paso por esta zona de la ciudad hubiese pasado casi desapercibido. No hay muchos lugares que estén abiertos al público, por lo que lo atravesamos con cierta prisa, casi de puntillas.
Al entrar en el Barrio Judío se nota la diferencia. No voy a decir que parezca otra ciudad, pero la infraestructura es infinitamente mejor, con un toque de “maqueta” que sigue resultándome chirriante.
Dejando atrás la vía de El Cardo (uno de los pocos restos que quedan de la Jerusalén Bizantina), y tras girar un par de callejuelas hacia la izquierda y la derecha, nos topamos, de golpe, con el explanada del Muro Occidental, o Muro de las Lamentaciones.
Ésta es sólo la primera de varias visitas que le haríamos a lo largo de esos dos días, y debo admitir que no fue, ni mucho menos, la más impactante de todas. Aún así hubo lugar para la sorpresa al pasar los exhaustivos controles de seguridad del check point que le precede; y, una vez dentro, al encontrarnos rodeados de tantísimo judíos ortodoxos, de todas las edades, vestidos con sus ropas características.
No sabría decir si es como viajar al pasado o a un mundo paralelo, a otra dimensión lejana y desconocida. Pero si hay algo que verdaderamente me chocó y no puedo dejar de comentar, es que por vez primera desde que viajo, encontrándome con personas tan diferentes a mí en tantos aspectos (por apariencia, rasgos, vestiduras…), esta ha sido la primera ocasión en la que he podido percibir claramente que la curiosidad circulaba de manera unidireccional, de mí hacia el exterior. Soy yo la única que mira anonadada a todas partes, sin dar crédito. Ellos, ni se inmutan. No les llamo la atención. Ni lo más mínimo.
Tras la parada de rigor frente al Muro (yo, en mi sector correspondiente), entramos en el Barrio Musulmán. Puedo decir que el barrio que más me ha gustado, y donde más he sentido que apenas he conocido una parte muy, muy superficial del mismo. Un barrio de aspecto decadente, pero realmente auténtico; con olor a horno de pan, al humo de las shishas, y a carne recién salida del matadero. Y los gritos de sus niños. Y esas interminables partidas de ajedrez. Un barrio del que no puedo decir mucho más, pero que en sí mismo ya me da todos los motivos que necesito para regresar a Jerusalén.
Es en este barrio donde comienza la Vía Dolorosa: el recorrido que hizo Jesús desde que fuera condenado en el Palacio de Poncio Pilato hasta su crucifixión en lo alto del Gólgota. Acompañados por un grupo de turistas indios, seguimos el recorrido deteniéndonos en todas sus estaciones, catorce en total, y cuando nos queremos dar cuenta hemos regresado a la Basílica del Santo Sepulcro.
A partir de ahí, nuestras visitas son variadas y dispersas. Un paseo hasta la Basílica de la Dormición y el Cenáculo, ambos fuera de las murallas de la Ciudad Vieja, en la ladera del Monte Zion; y una rápida visita al extremo opuesto de la ciudad, saliendo por la Puerta de Damasco, a la Tumba del Jardín: esa que según los anglicanos sería la verdadera tumba de Cristo. De hecho, a pocos metros de ella nos detenemos para contemplar «otro» monte Gólgota; éste sí, con un ligero aspecto de calavera si se le mira desde el ángulo adecuado.
Son demasiadas las cosas que hay que ver en Jerusalén, y sobre todo, demasiado el tiempo que hay que dedicarle para llegar a entenderla, siquiera un poquito. Como decía hace ya unos días en aquella entrada introductoria, me siento feliz por haber tenido la oportunidad de pasear por sus calles, de vivirla y sentirla, si bien por un breve periodo de tiempo. Tras esta primera y fugaz visita, sólo puedo decir que volveré. Aunque creo que eso ya lo sabíais.
Increíble Carmen, tanto tus palabras como las fotografías (las del Muro de las Lamentaciones traspasan la pantalla).
Carmen, muchísimas gracias por dejarme, como siempre que te leo, recorrer esas calles contigo.
Sin duda, en breve, espero poder empaparme de este país que igual que yo espero, sé que me está esperando.
Mientras, seguiré acompañándote…
Qué relato y qué fotos tan chulas compañera, no digo nada más.
Lo has hecho de maravilla Carmen y te entiendo perfectamente al inicio del post! Jerusalen da mucho respecto! yo tambien quiero volver!
¡Muchas gracias a todos, chicos! A decir verdad, ésta no ha sido precisamente la entrada con la que más contenta he quedado… pero es que pretender «resumir» Jerusalén en cuatro líneas es un auténtico reto. En cualquier caso, me alegra que os haya gustado :D Un besazo desde San Petersburgo!!
PD: Saray, sé que te debo esa entrada sobre la mochila de este nuevo viaje, pero entre pitos y flautas han ido pasando los días y cuando me he querido dar cuenta me he encontrado con que ya estoy en Rusia! De todas formas, no lo pierdo de vista, y la escribiré un día de estos cuanto tenga un ratito, al igual que la última entrada que me queda de Masada y el Mar Muerto :D
No te preocupes Carmen, sitúate, acaba de ponerte en ruta y en cuanto tengas ese momento leeré con muchas ganas lo que queda de Israel y tu nueva mochila ;)
Y desearte lo mejor para este nuevo viaje. Sobra que te diga que disfrutes a tope cada día porque sé que lo vas a hacer :) Estaré aquí clavada siguiendo tus andadas y animándote si hace falta ;)
Un abrazo enorme y cuídate!
A pesar de ser una ciudad con tanta historia, sobre todo en lo referente a las religiones, nunca ha sido un sitio que me atrayera… Pero tu relato y tus fotos han despertado tal curiosidad que me ha hecho plantearme poner esta ciudad en la lista de destinos futuros.
Saludos
Hola!
Seguía hace tiempo tu viaje por Asia y Sudamérica, en el blog, y ahora veo que estás de nuevo de viaje… y menudo viaje!
Impresiona «el muro» lleno de papeles por todas las grietas…
Saludos
@Saray: Gracias mil! Ya he llegado a San Petersburgo y en breve empezaré a contar mis primeras impresiones… aunque todavía estoy un poco verde! jeje Un beso enorme para ti!
@M.C.: ¿Cómo es posible?! jajajaja Jerusalén es uno de los lugares que más ganas he tenido de conocer en la vida! Me alegro que estas entradas te hayan hecho replantearte visitarla… es una ciudad apasionante. Un abrazo!
@Andrea: Sí, estoy de nuevo «on the road», pero ya he dejado atrás Israel… ¡ahora estoy en Rusia! :D Bienvenida, espero verte de nuevo por aquí! Un beso!
Bueno, si este post es una chapuza para ti, no sé como serán los buenos :D. Muy guapo, tanto el texto como las fotos… me hago fan tuya hoy mismo.
Muchas gracias Chily :D
He disfrutado cada foto y relato como no tienes idea, gracias por todo lo que nos has aportado. Es mi sueño mas grande visitar Jerusalen, belen, etc. Y creo, que seria de las que se pondrian a llorar…no se si de emoción, de tristeza por todo lo ocurrido, de alegria por pisar el mismo lugar que mi Señor Jesús. Porque si de solo ver las imagenes me he querido transportar a esos lugares, seria mucha mi locura estar en ellos, sería sublime, de intensas emociones para mi, de reafirmar una fé y un amor que se ha venido en aumento conforme ha transcurrido mi existencia.
Mil gracias.
¡Hola Ana!
Me alegro muchísimo haber sabido capaz de transmitirte con mis textos las emociones que yo sentí en Jerusalem. No dudes que cuando vayas a Israel también tú las sentirás, mucho más fuerte que yo, seguro…
Un fuerte abrazo.
Hola, me estoy animando a viajar solo cuando cumpla 18 de mochilero. Seria genial que pubbliques costos y el total de los gastos para hacernos una idea y ver que ciudad nos conviene. Gracias
Hola Bryann,
De Israel concretamente no publiqué costes porque fui en un viaje de prensa, pero de todos los demás destinos suelo publicar presupuestos. Puedes encontrarlos en la categoría «Gastos y presupuestos».
Un saludo y suerte!
Impresionantes las fotos, ¡guau!
¿Te dejaron tomarles imágenes sin más? ¡Qué valiente! Yo siempre me corto con esas cosas, además de que había escuchado que no les hace ninguna gracias…
¡Son maravillosas! Y tu relato, muy humilde y muy sentido, ¡es excelente!
Un abrazo
M
¡Me alegra mucho que te haya gustado!
Te confieso que yo tampoco soy la más valiente del mundo cuando se trata de enfocar a alguien a la cara (siempre pido permiso cuando voy a hacer un retrato). No obstante, allí (en el Muro de las Lamentaciones, en el Santo Sepulcro…) la gente está tan absorta y hay tantas personas haciendo fotografías, que mientras seas mínimamente respetuoso y no invadas directamente la intimidad de alguien, no vas a tener ningún problema.
¡Un abrazo!
El tuyo así uno de los relatos que mas me ha gustado sobre una de las ciudades que tengo en mi lista de prioridades. A veces me da la impresión de que Jerusalem parece una ciudad en la que la gente la visita con el fin único de adorar rocas, que si los muros del templo, que si la roca desde Mahoma subío a los cielos, que si la piedra del ungimiento. Pero en el fondo es una ciudad con tal carga de historia y espiritualidad que no deja indiferente a nadie. De hecho a todo el mundo que conozco que ha ido ha vuelto algo cambiado.
Además esta todo ese conjunto de ramas y variantes de religiones que confluyen sobre todo en Oriente Medio y en Jerusalem en particular que convierte a esta zona extraña y difícil de comprender desde nuestros ojos habituados a una sola religión dominante. A mi cuesta entender que creyendo en básicamente lo mismo, porque las distintas religiones monoteistas son herencia unas de las otras, tengamos esa diversidad de opiniones y no nos parezcamos unos a los otros en nada. Hasta el punto que nos odiamos o podemos convivir juntos o no segun algunas circunstancias que jamas podemos controlar y que se empeñan que en esta zona en concreto nunca reine la paz
Gracias por tus palabras, Miguel Ángel! El mío es un relato muy modesto, pero me alegra que te haya gustado.
En cuanto a lo demás, no puedo hacer otra cosa que suscribir tus palabras. Jerusalén es una ciudad compleja, pero fascinante desde el punto de vista tanto histórico como religioso. Una pena, como dices, que los seres humanos nos empeñemos siempre en poner redecillas entre nosotros.
Un abrazo,
hola buenas noches que lindas expreciones la felisito que linda oportunidad tubo usted se le saluda desde sanpedro sula honduras que DIOS la bendiga disculpa por este corto comentario pero esque estoi en el trabajo y me tome unos minutos para leer un poco de sus experiencias en su vida asta pronto le deseo un millon de bendiciones atm.delmer antonio vasquez……