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Muang Sing y el trekking de la muerte (2 de 3)

Crónica del primer día

Cuando todos estuvimos listos, una furgoneta vino a buscarnos a Muang Sing, y tras hacer una breve parada en una aldea cercana para abastecernos de agua y comida, nos llevó al lugar donde comenzaba nuestro trekking. Para entonces eran las diez de la mañana.

Empezó suave: veinte minutillos caminando por un sendero de tierra rodeado de un precioso paisaje que cada dos minutos nos obligaba a detenernos para hacer una fotografía. ¡Qué bonito era todo! ¡Cuánta felicidad se reflejaba en nuestros rostros! Ni siquiera las nubes que cubrían el cielo podían empañarla. Tanto mejor: mientras el sol no diese de lleno sobre nuestras cabezas, el esfuerzo a realizar sería algo menor.

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Después comenzamos a ascender por unos campos de pronunciada pendiente con alguna que otra incursión en la selva, lo que en aquellos momentos nos pareció de lo más divertido. Si uno no estaba atento y mantenía el ritmo, cuando se quería dar cuenta había perdido de vista al compañero que le precedía.

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¡Selva a la vista! Y esta vez, no saldríamos de ella...

 

Así estuvimos hasta la hora de comer, a las doce del mediodía. Paramos a orillas de un río en el que tuvimos que descalzarnos y quitarnos los calcetines para cruzar al otro lado, a una especie de islote donde había más espacio para sentarnos y dejar nuestras mochilas.

Apenas habíamos caminado un par de horas, pero ya se notaba cierto malestar entre los componentes del grupo. Unos (la pareja francesa) consideraban que el ritmo de caminata que llevábamos era demasiado rápido. Otros (las belgas y yo) nos quejábamos de avanzar muy poco porque el guía “titular” hacía muchas paradas injustificadas, cada una de diez minutos mínimo, para cosas tan absurdas como comer un melón (lo juro). Por su parte, el guía sostenía que íbamos muy lento, ante lo que yo no podía evitar preguntarme “¡¿Y por qué paras cada quince minutos?!”. El segundo guía, pobrecito mío, callaba.

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Los franceses ralentizando al grupo

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El guía, buscando melones

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Los únicos seres humanos que encontramos en casi diez horas de travesía

 

Sin duda, éramos un grupo bastante heterogéneo. Cosas que pasan cuando metes a seis personas, cada una de su padre y de su madre, a hacer un trekking sin preocuparte antes por conocer las expectativas y capacidades de cada uno. Afortunadamente la comida entró en escena para apaciguarnos. Ante el arroz, las verduras, la tortilla y la carne todos éramos iguales: hombres y mujeres hambrientos. Lo único que yo me vi incapaz de probar fue la carne, y a la foto me remito. Durante los tres días que duró el trekking fui vegetariana.

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La carne

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Cara de desolación del segundo guía

 

A eso de la una (¡una hora para comer un pedazo de arroz!), tras cruzar de nuevo el río, y con los pies y los calcetines mojados dentro de nuestras zapatillas, reemprendimos la marcha selva adentro. Y ahí empezó la pesadilla.

No había sendero, la selva era frondosísima, y durante más de dos horas estuvimos caminando sin ver más que raíces y hojas, raíces y hojas, raíces y hojas. Si digo raíces y no árboles es porque para más inri había llovido y la tierra se había convertido en fango. No podíamos apartar la vista de nuestros pies, a riesgo de dar con el culo en el suelo. Más de uno terminó con las posaderas manchadas de barro. Y las manos. Y es que, para terminar de rizar el rizo, el camino era cuesta arriba. MUY cuesta arriba, y resbaladizo. Era necesario ayudarse de las manos para no caer hacia atrás.

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Mientras tanto, el guía “titular” iba a su rimo. Esto es: veinte metros por delante del grupo. Completamente despreocupado de lo que ocurriese detrás, pero parando cuando le daba la gana (no cuando nosotros lo necesitábamos) y deteniendo la marcha durante veinte minutos sin ningún pudor. Sin  ningún sentido.

Yo, por el momento, resistía, pero reconozco que por dentro me iba quemando: “¿Qué narices es esto? ¿Alguien puede explicarme que encanto tiene caminar durante tres horas mirándonos los pies y salvando obstáculos? ¿Por qué nadie avisó? ¿Por qué no llevamos un ritmo más constante?”. Pero la pesadilla no había hecho más que empezar.

Empezó a llover. Con fuerza, por no decir algo peor. Un lluvia espesa que nos empapó de la cabeza a los pies, y el interior de nuestras mochilas. Yo prefería no pensar en el estado de mi cámara de fotos. Ninguno teníamos chubasquero. Y el suelo cada vez resbalaba más. Muchos de mis compañeros empezaron a quejarse de las sanguijuelas y sangraban por las piernas. Yo rezaba para que no me tocase a mi. Por razones obvias no hay fotos de esa parte del trayecto, pero puedo asegurar que la agonía se prolongó durante dos horas más, como poco.

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La única foto que pude sacar

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Falsísima sonrisa al salir durante unos breves instantes a la luz del sol (sólo llovía sobre la selva). No se aprecia, pero estoy EMPAPADA.

 

Y por fin, el guía anunció que ya habíamos terminado de subir la montaña. Respiramos aliviados, desconocedores de que aún quedaba lo peor: un tramo que yo bauticé como “el corredor de la muerte”.

Una hora. Una santa hora estuvimos recorriendo un pasillo de zarzas y espinas que no concedían clemencia alguna. Con los ojos cerrados por miedo a que alguno de esos pinchos se metiese en nuestros ojos, y los brazos y las piernas llenos de arañazos y heridas al actuar como escudo. Por supuesto, a todo esto hay que añadir la lluvia, la maldita lluvia que no paraba ni un minuto. El guía “titular”, como siempre, veinte metros por delante del grupo. El segundo guía iba al final tratando de ayudar a la chica francesa, que estaba a punto de entrar en una crisis nerviosa. Reconozco que ahí rompí a llorar, aunque por suerte nadie se dio cuenta. Eran lágrimas de desesperación.

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El corredor de la muerte, cuando aún no era demasiado terrible y no había anochecido

 

Una vez fuera de la selva, llegar a la aldea donde pasaríamos la noche nos llevó una hora más. Esta vez por sendero de tierra, pero en medio de la negrura más absoluta: eran casi las siete de la tarde y se había hecho de noche. Las seis/siete horas de caminata previstas para ese día se habían convertido nueve y media. Según el guía, la culpa era nuestra por ser demasiado lentos.

Por supuesto, en la aldea no hubo oportunidad de ver nada ni de relacionarnos con nadie. Tampoco teníamos ánimo para ello: chorreábamos de arriba a abajo, y la ropa de recambio que llevábamos en las mochilas estaba todavía más mojada que la que teníamos puesta. Las páginas de mi diario de viaje se habían convertido en una masa viscosa. De la cámara de fotos mejor no hablar. Muchos de mis compañeros todavía encontraban sanguijuelas bebiendo glotonas de sus piernas.

Dormiríamos en la cabaña de una familia, todos juntos, en esterillas en el suelo. Tras dejar algunas de nuestras cosas cerca de las brasas de la “cocina” para que secasen, el guía nos obligó (sí: obligó) a salir a la calle mientras hacía la cena. La estampa era de película: seis pobres infelices arremolinados alrededor de una pequeña hoguera que hicimos para intentar calentarnos, y rodeados de niños que nos observaban, entre curiosos y divertidos por nuestro estado. Y es que estoy segura que a sus ojos éramos unos chiflados por pagar para atravesar una selva por la que hacía meses que no pasaba nadie, con la que estaba cayendo.

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Nuestras camas. Foto hecha al día siguiente.

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Porque en esa aldea por supuesto no había luz, y la oscuridad era total

 

Cenamos un arroz que nos supo a gloria, y tras recibir un masaje (incluido en el precio del trekking) por parte de unas niñas de la aldea, nos fuimos a dormir con la ropa mojada. Si alguno tenía necesidades durante la noche, tendría que salir de la cabaña, alejarse un poco, y vérselas con los gigantescos cerdos que campaban a sus anchas por ahí.

Por supuesto, me tocó. Y puedo asegurar que del miedo que pasé al escuchar los gruñidos de uno de estos animales a menos de cinco metros de mi, cuando estaba de cuclillas en el suelo con mis empapados pantalones por los tobillos, casi me lo hago encima.

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22 comentarios en Muang Sing y el trekking de la muerte (2 de 3)

  1. JD (aitor_vca) 31 enero, 2012 at 11:26 #

    jajaja qué apuro tan tonto!

    Pero es que a ver… no he hecho muchos treckings de estos pero meterse en Laos en la selva con pantalones cortos (según veo foto) sin chubasquero y sin saber el nivel del recorrido es un poco temerario no?

    Lo mejor es poderlo contar y reírte del mal rato que seguro lo vuelves a repetir en otra ocasión :-)

    un saludo!

    • Ku 1 febrero, 2012 at 0:42 #

      ¡Hola JD!

      Se explica de una forma muy sencilla: un engaño. Cuando contratamos el trekking nadie nos advirtió de las condiciones de los caminos (los “no caminos” para ser totalmente exactos) en esa época del año. Nos lo pintaron todo de color de rosa “cualquier puede hacerlo, hay que caminar pero es sencillo, vais a ver muchas cosas bonitas, por las tardes llegaréis a la aldea y aprenderéis cómo viven…”. Sin comentarios.

      En cuanto a la ropa, decir que la mayoría íbamos adecuadamente vestidos. Cuando ves pantalones cortos es porque para cruzar el río nos los arremangamos quienes los llevábamos largos, o los “desabrocharon” quienes llevaban pantalones multiusos de esos de varias piezas.

      Como dices, lo mejor es poder contarlo al final. ¡Pero ni loca me vuelven a pillar en una de estas!

      Un saludo!

  2. Pau 31 enero, 2012 at 11:55 #

    Madre mía, el nombre está más que justificado.

    Un buen guía es fundamental para un trekking y por lo visto este es de los de pillo la pasta y me largo. Menuda pesadilla :(

    • Ku 1 febrero, 2012 at 0:42 #

      El guía titular fue un impresentable que sólo miraba por la pasta. No tengo más que malas palabras para él :( En la última entrega contaré alguna más de sus lindezas….

  3. David 31 enero, 2012 at 13:41 #

    Oye, pues suena genial (excepto el tema de la carne, que me recuerda al aspecto de las vísceras en una casquería).

    • Ku 1 febrero, 2012 at 0:43 #

      ¡Hola David!

      Hombre: genial, genial… jajaja Lo que está claro es que contándolo tan “a toro pasado” los recuerdos se dulcifican… pero te puedo asegurar que en el momento “genial” no fue!!

  4. Criss 31 enero, 2012 at 16:57 #

    jajajajaaja bueno supongo q no es para muchas risas, pero la forma q tienes d contarlo tiene cierto aire cómico, con lo d los cerdos y los niños q pensarian q estabais locos,
    madre de dios, yo en esos momentos supongo q la ira se apoderaria de mi y machaco al guia!, anda q….vaya sufrimiento, y para haberte agarrado una buena durmiendo calada, por no hablar d las sanguijuelas, algun dia me diras como lo haces los dias posteriores a estas grandes palizas!!
    un besote!
    eso si, las fotos me encantan

    • Ku 1 febrero, 2012 at 0:43 #

      ¡Hola Criss!

      Conforme pasaban las horas y los días, las miradas que yo le echaba al guía eran dardos cargados de veneno, y me consta que se dio cuenta… aunque poco le importó. El próximo día contaré como la francesa y yo intentamos huir de esa pesadilla, y el tipo hizo todo lo posible por evitarlo.

      Las fotos son un desastre, ¡pero en esas condiciones lo raro es que consiguiese hacer alguna! Aún así, de los peores momentos no tengo pruebas gráficas… normal, por otra parte.

      ¡Un abrazo!

  5. Viajes por el Mundo 31 enero, 2012 at 17:16 #

    Pues yo me lo hubiese pasado genial, por muy duro que fuera, me encantan las pateadas, y en Malasia hicimos una bastante dura y complicada tb, lloviendo a cántaros, barrizal, y tb pantalón corto! ;) Aventuras que nos da la vida! :p

    • Ku 1 febrero, 2012 at 0:43 #

      Si te gusta caminar sin ver NADA lo hubieses pasado genial, seguro. Es que a mi, cuando hago un trekking, además de hacer algo de deporte me gusta ver cosas… y esto fue un engaño total. Una agonía para nada :(

  6. Sandra 31 enero, 2012 at 17:50 #

    Me he grabado tu entrada a fuego para no caer en la tentación si alguna vez voy a Laos, pero es que yo eso de andar lo llevo fatal!!!!! Y en esas condiciones aún más!!!!

    • Ku 1 febrero, 2012 at 0:43 #

      Ahí el has dado, Sandra. Yo ya he confesado que gran deportista no soy, pero si a cambio veo paisajes que merezcan la pena y otras cosas, me compensa. No fue éste el caso :(

      En cualquier caso, ten en cuenta que estoy contando una situación muy especial. Conozco a otras personas que han hecho este mismo trekking (o parecido) y quedaron encantados, ¡por eso lo hice! Si algún día lo haces, asegúrate bien de que no sea en época de lluvias (bueno ahí creo que directamente lo cierran) o justo después. Lo que ocurrió es que este año las lluvias habían durado más de lo previsto (¡recuerda cómo estaba Bangkok por esas fechas!) y los de las agencias ofertaron los trekking como si todo estuviese normal… y no.

  7. Taide 31 enero, 2012 at 18:40 #

    Uff, menuda aventura! A ver como acaba…

    • Ku 1 febrero, 2012 at 0:44 #

      Termina bien, no te preocupes! Pero todavía tuvimos que pasar alguna penuria más….

  8. Saray 31 enero, 2012 at 20:13 #

    Puf, no sé como hubiese reaccionado yo en vuestro caso pero esta claro que no suena nada bien. Qué tipo de trekking es uno del que no puedes levantar la vista del suelo (y demás)? Qué pena que no recuerdes el nombre del guía. Es como para gritarlo a los cuatro vientos para quien quiera hacer un trekking allí no lo haga con él.
    No sé si era tu intención pero has conseguido que la entrada sea también graciosa ;) El último párrafo ha sido la guinda aunque como dices en el momento no debió de ser NADA agradable.

    Espero que el segundo día del trekking fuese mejor que el primero!

    • Ku 1 febrero, 2012 at 0:46 #

      ¡Hola Saray!

      Como le acabo de decir a Sandra, el trekking en condiciones normales debe ser bonito y sin duda mucho más fácil, pero nos tocó una mala época, por ser los primeros en pasar por ahí tras meses sin turistas, y porque las lluvias se habían alargado más de lo previsto… Lo que en condiciones normales serían senderos (incluso en la selva) algo más abiertos y tierra firme donde poner los pies, se convirtió en una gymkhana en la que había que abrirse paso con un machete y resbalando cada dos por tres por culpa del barro…

      Una lástima no recordar el nombre del guía, pero he dicho el de la agencia y puesto fotos suficientes como para reconocer al elemento.

      No era mi intención hacer una entrada cómica, pero tenía claro que escribiéndolo tan a posteriori no iba a reflejar la desgracia en toda su magnitud. Y teniendo en cuenta que ahora al pensar en ello me río, aunque no pretenda contarlo de forma graciosa inevitablemente me salen chascarrillos… ¡cómo se nota que ya no estoy ahí!

  9. MONTI8 1 febrero, 2012 at 17:47 #

    Que buenos artículos, estoy deseando leer el desenlace!

    • Ku 2 febrero, 2012 at 0:38 #

      Mañana en tu pantalla :D

  10. José Carlos DS 3 febrero, 2012 at 0:09 #

    Algunos de los momentos que vivísteis durante el trekking los hemos sufrido nosotros en alguna de nuestras rutas de senderismo por encontrar «caminos alternativos», aún recuerdo la ruta de los suicidas, bautizada así por nosotros en la que después de pasar por zarzales y espinos, tuvimos que bajar por una montaña casi vertical usando el culo XD

    Pero claro, eso es porque lo hacemos nosotros por gusto, que nos gusta complicarnos, lo que no tiene cuento es pagar para hacer una ruta chula y que te traten de esa manera, encima esos parones injustificados lo único que ayudan es a perder el ritmo y cansarse antes, merece la pena llevar un ritmo más sosegado y constante, que ir rápido y hacer esos altos en el camino.

    Desde luego cuanto cara dura suelto…

    • Ku 4 febrero, 2012 at 11:41 #

      Ahí está el quid de la cuestión: yo, si voy mentalizada para ello, porque es lo que me apetece en ese momento o porque me han avisado antes, lo hubiese llevado mucho mejor…. El problema es que no avisaron, nos engañaron directamente y el trekking fue un descontrol con un guía, además, que pasaba de todo :(

  11. viviana 21 febrero, 2013 at 23:08 #

    que pesadilla!

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