Uno podría creerse en el Caribe de no ser por la gélida temperatura de las aguas. El Parque Nacional de Abel Tasman es, para mi, el mayor diamante en bruto de Nueva Zelanda; un pedazo del Paraíso en la Tierra que por sí mismo justifica un viaje a las Antípodas.

Cuando el explorador holandés llegó al lugar en 1642 no debió opinar lo mismo. Los maoríes que allí habitaban le recibieron hostilmente desde sus canoas de madera, matando a algunos de sus hombres y obligándoles a huir sin haber desembarcado. Abel Tasman se fue por donde había venido, murmurando palabras de odio hacia una tierra que bautizó como Bahía de los Asesinos.

Su nombre actual, Golden Bay (Bahía Dorada), es más acertado. Pero si su fama se apoyase únicamente en su arena dorada y aguas cristalinas, esta zona no sería especial respecto a tantos otros lugares paradisíacos de nuestro planeta. Abel Tasman tiene algo más. Algo intangible y difícil de expresar con palabras, aunque si tuviese que mojarme, diría que es sobre todo su virginidad la que marca la gran diferencia.

Si una cosa hay reconocer y aplaudir a los neozelandeses es el empeño que ponen en proteger su patrimonio natural. No he visto una cosa igual en ningún otro lugar del mundo. Sirva como mera referencia que las papeleras brillan por su ausencia en todos los parques naturales, escaseando llamativamente en las ciudades, y aún así jamás se ve un papel en el suelo. Jamás. Ya tenga uno que recorrer diez kilómetros con los desperdicios a cuestas, al suelo no va. En España, con todos mis respetos, en ese aspecto nos queda mucho por aprender. En lo que respecta a los atentados ecológicos (y al buen gusto) que permiten los planes urbanísticos de algunos ayuntamientos mejor no voy a entrar.

El Parque Nacional de Abel Tasman ocupa una extensión de 23.000 hectáreas dentro de la Golden Bay, en el extremo norte de la Isla Sur de Nueva Zelanda. 23.000 hectáreas de pura naturaleza, libres de asfalto, de vehículos y de la huella del hombre, a excepción de unas pocas casas de lujo que se acumulan en Torrent Bay, en unos terrenos privados desde mucho antes de que el Parque fuese creado en 1942.

Casitas de lujo en Torrent Bay

La única forma de acceder a Abel Tasman es en barco o a pie, y los 53 kilómetros que bordean su costa constituyen uno de los Great Walks más famosos de Nueva Zelanda. Se trata de un recorrido fácil de completar en tres o cuatro días, aunque para disfrutarlo en condiciones conviene dedicarle al menos cinco o seis.

Nosotros no disponíamos de tanto tiempo, así que hubimos de conformarnos con recorrer la mitad del Parque en dos días. Dos días de caminata y una noche de acampada que atesoro como una de mis mejores experiencias en el país.

Para ello, el día anterior acudimos al i-Site de Motueka, donde se encargaron de diseñarnos un itinerario adaptado a nuestro tiempo, comprar los billetes de AquaTaxi, conseguir el permiso de acampada y darnos todos los consejos pertinentes para el trekking.

Los i-Sites son una de las grandes cosas de Nueva Zelanda; no hace falta venir con guía: en cada ciudad hay una de estas oficinas donde, de forma gratuita, te diseñan un plan de viaje, reservan hoteles, autobuses y lo que haga falta. Visto desde otro punto de vista, esto convierte el viaje en algo aburrido y carente de emoción, pero no se puede negar que es cómodo.

El recorrido que nos propusieron comenzaba en Onetahuti Beach, en el corazón del Parque (a donde llegaríamos en AquaTaxi), y terminaba 26 kilómetros después en Marahau, en el extremo sur de Abel Tasman. No miento al afirmar que se trata del trekking más bonito y agradable que he tenido la oportunidad de hacer en mi vida. Muy fácil, todo hay que decirlo, pero hay veces que uno busca sencillamente eso… disfrutar, no darse la gran paliza.

Parte del recorrido, literalmente colgado del mar

Descubriendo calas paradisíacas y vacías

El primer día caminamos 15 kilómetros: desde Onetahuti Beach hasta Anchorage Bay en aproximadamente cinco horas y media, contando la parada para comer en Bark Bay. Tuvimos suerte de que la hora de marea baja coincidiese con nuestro paso por el estuario que divide Torrent Bay con Anchorage Bay, porque si no hubiésemos tenido que dar un rodeo de hora y media. A decir verdad no me hubiese importado, pero llegar un poco antes y tener la posibilidad de disfrutar unas horas de la playa es algo que también se agradece.

El segundo día recorrimos 11 kilómetros: de Anchorage a Marahau. Apenas tres horas y media de caminata que, sinceramente, me supieron a poco. Tanto más cuando esta parte del trayecto es mucho más llana y se hace sin apenas darse cuenta de ello.

El segundo día atravesamos mucho más bosque

¿Y qué decir de los paisajes? Las fotos hablan por sí solas y aún así se quedan cortas. No se trata de un simple trekking en la montaña, de un trekking en la selva o de un paseo por la playa… es todo eso junto, y es mucho más. Es único, Abel Tasman.

Un último consejo: si completáis la experiencia con el alquiler de un kayak o alguna otra actividad como nadar con focas, no querréis iros nunca de allí. A mi me faltaron los días para ello, pero es bueno dejar algo para la próxima vez, ¿verdad?