El segundo día de nuestra escapada a Gran Canaria también estuvo dedicado al bienestar. Y como relajarse no está reñido con hacer algo de turismo, la mañana la invertimos en conocer uno de los pueblos más pintorescos de la costa sur de la isla: Puerto de Mogán.

En el camino hicimos una parada en las Dunas de Maspalomas; breve, pero suficiente para maravillarnos ante la existencia de este pequeño desierto único en la isla cuyas dunas, de formas cambiantes según el día y el viento, parecen querer expandirse y romper el aprisionamiento al que se ven sometidas debido a su posición entre el mar y una infraestructura hotelera cada vez más dominante y amenazadora.

A pesar de tener la consideración de Reserva Natural Especial, las Dunas de Maspalomas  están en peligro, tanto por el desarrollo urbanístico de la zona y el tránsito masivo de turistas como por los efectos erosivos de las mareas sobre un ecosistema cada día más frágil. Un problema que afecta no solo a la propia supervivencia de las dunas, sino también a las aves migratorias y nidificantes que encuentran cobijo en sus zonas húmedas .

A media hora en coche de Maspalomas se encuentra Puerto de Mogán: un pequeño pueblo perteneciente al municipio de Mogán que fue construido expresamente como puerto deportivo y urbanización vacacional a principios de los años 80, en plena efervescencia del desarrollo turístico de la isla.

Por ello, el aspecto que Puerto de Mogán presenta es de lo más peculiar: entre el de un tradicional pueblito de pescadores y una urbanización diseñada al milímetro, con todas sus pequeñas casitas iguales, de inmaculadas paredes blancas con detalles en colores vivos, llenas de flores y buganvillas.

A Puerto de Mogán se le ha apodado la Pequeña Venecia debido a su red de canales y puentes, que le otorgan un supuesto parecido con la ciudad italiana. Yo no se lo encontré, esa es la verdad, pero ni falta que le hace: Puerto de Mogán es bonito sin necesidad de comparaciones odiosas que creen falsas expectativas sobre él, dejando en un segundo plano su propio encanto.

Quienes van a Puerto de Mogán no buscan románticos paseos en góndola ni bucear en la historia. Es un lugar para descansar, tomar el sol, comer buen pescado en alguno de sus numerosos restaurantes, practicar deportes acuáticos y hacer alguna excursión en barco por la costa. El clima, cálido todo el año, invita a ello y al tiempo que explica su enorme éxito entre los turistas del norte de Europa (especialmente aquellos de avanzada edad), que como pudimos ver esos días, hacen de la isla su segundo hogar para huir del invierno de sus países de origen.

Abandonamos Puerto de Mogán haciendo uso del ferry turístico Líneas Salmón: un agradable paseo que en quince minutos nos dejó en Puerto Rico, donde de nuevo tomamos el coche para desplazarnos al hotel Sheraton Salobre Golf Resort & Spa.

Lo primero que me sorprendió del hotel fue su ubicación en medio de un paraje árido e inhóspito a unos tres kilómetros de la costa. ¿Viajar a Gran Canaria y elegir un hotel tan poco cómodo y lejos de la playa? Solo cuando recorrí sus instalaciones, comprendí: si yo me alojase en este hotel, no saldría de él ni a tiros.

El Sheraton Salobre está literalmente incrustado en una montaña, perfectamente integrado en el paisaje. Su diseño, aparentemente simple, es sencillamente genial: consta de un total de once pisos que en ningún momento parecen tales; más bien, la impresión que se tiene al ir de uno a otro es la de estar desplazándose por una estructura casi llana, y siempre en espacios abiertos, algo que unido a los dos campos de golf de 18 hoyos que lo rodean y al silencio que reina en todas sus zonas, enfatiza aún más esa sensación de encontrarse en un oasis en medio del desierto.

Tras recorrer cada una de sus plantas, contar sus siete piscinas, visitar algunas de sus habitaciones (mención especial a la Suite Presidencial) y disfrutar de una deliciosa comida en el restaurante La Palmera, finalmente nos llegó el turno de disfrutar del Aloe Spa.

Saunas, baño de vapor, hamman con cama de piedra caliente, jacuzzis… no dejamos una instalación por probar, aunque si tengo que quedarme con una, sin duda elijo la piscina exterior, donde lo que menos importan son las camas de burbujas o los chorros terapéuticos, cuando la vista que tienes delante acapara toda tu atención.

Yo lo tengo claro: en mi próxima escapada a Gran Canaria, aquí es donde me quiero quedar.