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Un día en Palestina (II): Belén

Tras visitar los lugares santos e históricos más importantes de sus alrededores, el taxista nos llevó al que había sido nuestro objetivo desde que aquella mañana saliéramos del hotel: la Plaza del Pesebre (Manger Square), en Belén.

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Plaza del Pesebre; al fondo, la minúscula puerta de entrada a la Basílica.

Nos encontrábamos en el centro histórico de Belén; una ciudad con 3.400 años de antigüedad documentados entre la Historia y la leyenda, y que (como ya comenté hace tiempo), junto con el resto de Tierra Santa constituía uno de los destinos que más me habían inquietado desde mi niñez.

Por eso me sentí ligeramente decepcionada al comprobar que mis primeras impresiones no eran todo lo intensas que habría podido esperar, especialmente si las comparaba con las emociones que me invaden cada vez que paseo por una calle cualquiera de la Jerusalén intramuros.

La ciudad que en este caso descubría distaba mucho de la idea romántica que, con los años, me había hecho de ella. Siendo honesta, me pareció una población árabe normal y corriente. Con sus peculiaridades, eso sí; peculiaridades que no contribuyen a añadirle romanticismo (más bien al contrario), pero que es imposible pasar por alto.

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Belén es una ciudad donde conviven dos dimensiones claramente definidas por la religión; una doble realidad que se evidencia de manera notable en esa Plaza del Pesebre, presidida por la Basílica de la Natividad en su extremo Este, la Mezquita de Omar en el Oeste, y el Centro de la Paz entre ambas, como un monumento levantado en homenaje a esa ejemplar convivencia que tanto escasea en otros frentes.

En el marco de la tradición cristiana, Belén es la capital mundial de la Navidad. Pero que nadie se imagine un escenario como el reflejado en la película de Tim Burton, porque con la salvedad de algún villancico puntual, que a su manera algo de alegría y festividad aportan al ambiente, el espíritu de la Navidad en Belén tiene un acento más decadente que esplendoroso. Para muestra, las horripilantes tiendas de souvenirs, delirio para los amantes de lo kitsch, en cuyas estanterías se exponen desde tazas con el mensaje “Happy New Year 2011” (¡la fecha es lo de menos!) a belenes de plástico fluorescente.

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Pero todo este regusto a circo rancio pasa a un segundo plano cuando se entra en la Basílica de la Natividad. Así como la Iglesia del Santo Sepulcro es un lugar tan sobrecargado y forzado que, en sí misma, no consigue conmoverme de ninguna forma (el espectáculo ofrecido por los fieles es, naturalmente, algo aparte), la Basílica de la Natividad es una belleza monumental en su simplicidad; un santuario de una nobleza sin artificios, a la altura del acontecimiento que pretende conmemorar.

Construida en el siglo IV por la Emperatriz Helena en su afán por dar con todos los lugares santos y reliquias de la tradición cristiana, el templo comenzó siendo una pequeña iglesia levantada sobre una gruta que desde los primeros años de la cristiandad era venerada como el lugar de nacimiento de Jesús. Dos siglos más tarde, tras ser destruida por un incendio, el Emperador Justiniano la restauraría y ampliaría hasta adoptar su forma actual.

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Poco hace prever su pequeñísima puerta de entrada (conocida como “Puerta de la Humildad”), reducida hasta lo ridículo con el fin de evitar la entrada de hombres a caballo, las dimensiones que una vez dentro presenta su nave principal. Es magnífica; magnífica y sencilla, sin más ornamentación que las numerosas lamparas que cuelgan del techo de madera, en sus orígenes cubierto de plomo, y entre las filas de columnas que dividen su planta, cuyas pinturas también se han perdido pero todavía se dejan intuir.

Finalmente, al fondo de la nave se encuentra el altar principal, a cuyos lados se abren sendas entradas a la Cueva de la Natividad. Ahí tuvimos un encontronazo con el palestino que hacía las funciones de “guardia de seguridad”, quien al parecer no se había levantado con el pie correcto esa mañana, consiguiendo empañar ligeramente el que debía ser uno de los momentos más memorables de nuestro día en Belén.

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Superado el bache, bajamos por la estrecha escalera y llegamos al sanctasanctórum de la Basílica: el portal de Belén estaba a rebosar como los probadores de Zara el primer día de rebajas. A un lado, una estrella de catorce puntas (que, a modo de curiosidad, fue uno de los desencadenantes de la Guerra de Crimea) marca el lugar exacto del nacimiento de Jesús, donde la roca se puede tocar a través de un agujero. Yo no vi a nadie introduciendo la mano en él, pero los besos que la estrella recibe por parte de los peregrinos son tan apasionados que cuesta creer que aún quede superficie que besar. Un par de metros a su derecha, la Capilla del Pesebre: el supuesto lugar donde se habría instalado la Sagrada Familia con la mula, el buey, el ángel y todos los invitados.

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La Capilla del Pesebre.

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Estrella marcando el lugar de nacimiento de Jesús.

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A pesar del escepticismo que en primera instancia en mí despiertan este tipo de lugares, admito que llegué a abstraerme hasta casi emocionarme. Poco me importaba en aquellos momentos que aquella fuera o no la verdadera cueva en cuestión, ni tan siquiera que alguna vez hubiese existido. Yo no creo en nada, pero sé reconocer el significado que aquel encuentro tenía para mí, en mi vida, a un nivel completamente distinto al de la fe.

Con nuestro objetivo principal cumplido, salimos a conocer la segunda de aquellas dos dimensiones de la ciudad a las que al principio hacía referencia: la de la ciudad palestina normal y corriente, la que vive al margen (o todo al margen que puede) del portal, la estrella y los villancicos.

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Empezábamos a ir contrarreloj, así que nuestro paseo se limitó al clásico recorrido subiendo por la calle Pablo VI, al principio llena de tiendas de souvenirs y servicios para el turista, para unos metros más adelante ir ganando en autenticidad hasta convertirse en un típico mercado local, donde yo comencé las negociaciones de la única compra que quería hacer en ese viaje: una kufiyya.

Y así transcurrió la tarde, paseando entre puestos de verduras y tiendas de vestidos de princesa para las niñas, reparando en cómo los carteles y graffitis relativos al conflicto israelí-palestino se mezclan con posters de los jugadores del Barça, el Real Madrid e incluso de Mourinho, y reflexionando sobre la ironía de que la cuna del Cristianismo se encuentre hoy rodeada de mezquitas.

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La zapatería de mi amigo.

No nos dio tiempo a mucho más. El taxista había empezado a perseguirnos cansinamente, a interceder por nosotros en asuntos donde no se requería su presencia y a pedirnos (rozando el acoso) que le acompañásemos a la tienda “del hermano de la prima de su mujer”, donde hacían unas artesanías estupendas. Por supuesto, no fuimos. Tras hacerme por fin con mi ansiada kufiyya y comprar un tirachinas a un simpatiquísimo zapatero que quedó muy sorprendido cuando le pedí que me firmase el arma como recuerdo de nuestra charla, con mucho esfuerzo logramos que nuestro indiscreto acompañante nos dejase respirar unos minutos para visitar la Capilla de la Gruta de la Leche, donde supuestamente la Sagrada Familia se habría refugiado en su huída a Egipto.

En la Gruta de la Leche sucede lo mismo que en la Iglesia del Santo Sepulcro: teniendo en cuenta que la distancia que separa esta capilla de la Cueva de la Natividad no es mayor de 200 metros, hay que hacer un verdadero esfuerzo por creer que la familia, en esos momentos de pánico y urgencia, sintiese la imperiosa necesidad de parar a descansar nada más sacar al niño del pesebre.

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En cualquier caso, el motivo por el cual la Gruta es famosa hoy día es que, según la leyenda, cuando en esa parada María estaba amamantando al niño, una gota de leche se derramó convirtiendo una roca roja en blanca; milagro que ha hecho de la gruta un importante lugar de peregrinación especialmente entre las mujeres, tanto cristianas como musulmanas, con problemas para tener hijos. Y como no hay nada mejor que una desgracia para hacer negocio, los “polvos mágicos” de la gruta están a la venta en todas las tiendas para consumir o regalar a tus amigas.

Nuestra relación con el taxista terminó como el rosario de la aurora, con éste parando (otra vez) en un descampado para exigirnos diez veces más del precio que le habíamos ofrecido, echarse a llorar escandalosamente ante nuestra negativa, para después gritar e incluso casi sacar la mano. Hubo momentos de verdadera tensión en aquel coche. Y lo que fue peor para mí, nos quedamos sin ver los graffitis de Bansky en el lado palestino del Muro.

La próxima vez. Porque esta escapada ha sido solo un aperitivo que, si bien me ha permitido cumplir un pequeño sueño personal, no ha hecho más que alimentar todavía más mi deseo de viajar a Palestina sin tiempos definidos para vivir y conocer en profundidad su compleja realidad.

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14 comentarios en Un día en Palestina (II): Belén

  1. José Carlos DS 6 agosto, 2013 at 18:15 #

    Me alegra que la Basílica de la Natividad se mantenga tan sobria y no haya caído en las garras de la opulencia, este tipo de sitios significativos seamos o no religiosos, gusta encontrarlos de una forma natural y no con mil y un añadidos que no tienen significación alguna dentro de todo lo que representa el lugar.

    Siento que os fuera fatal con el taxista, desde luego pese a estar en un lugar santo, parece que para mucha gente no es suficiente y no son capaces ni siquiera de tratar a los visitantes como se merecen y solo buscan el dinero fácil…

    Un saludote maja!! :)

    • Carmen 7 agosto, 2013 at 13:13 #

      La Basílica es de una belleza que emociona, lo digo de corazón.

      En cuanto al taxista… es una pena, sí. Sobre todo porque, pese a que su insistencia al principio para hacer el «tour» fuese algo machacona, al final quedamos muy contentos y tuvimos conversaciones realmente interesantes con él. Tanto que estaba dispuesta a recomendarle de mil amores.

      Finalmente le pudo el afán de hacer dinero, y es una lástima. Supongo que él (y tantos como él, pues experiencias como la nuestra ya las he leído en otras partes) no era realmente consciente, o simplemente no le importa, de que a fin de cuentas está actuando como «representante» de su pueblo, y que por tanto, la imagen que como turistas nos llevemos depende también en buena parte de él.

      ¡Un abrazo!

  2. Pau 7 agosto, 2013 at 9:40 #

    Vaya con el taxista!!!

    • Carmen 7 agosto, 2013 at 13:15 #

      Gajes del viajero, Pau. Experiencias como ésta te pasan en Palestina, en Israel y en India ;)

  3. Mari 8 agosto, 2013 at 11:08 #

    No se si son las fotos, si es el texto o el sitio en concreto… pero como echo de menos ese viaje!!!
    A Belén Pastores! (8)

  4. Po 9 agosto, 2013 at 10:36 #

    Muy bien escrito Ku. Falta como documento la foto del taxista,lo mismo que faltó en su día una gota de esa leche, pero en la jeta. Palestina libre ya.

    • Carmen 19 agosto, 2013 at 14:21 #

      Tus comentarios siempre me dejan sin respuestas ;)

  5. Mami 10 agosto, 2013 at 21:46 #

    Ku. Lo principal: escribes muy bien. Lo cuentas bien. El taxista un hijoputa ( yo estaba allí ). Un beso

    • Carmen 19 agosto, 2013 at 14:26 #

      Al pobre taxista le hemos crucificado, aunque no era la intención. De vez en cuando es inevitable pasar por una mala experiencia como ésta… Si no, es que no has salido de casa ;)

      ¡Un abrazo!

  6. Nora 28 junio, 2016 at 16:39 #

    Carmen me ha pasado lo mismo en mi visita a Belen en mayo pasado con el taxista que nos acosó hasta aterrarnos!!! No disfrutamos ni un segundo. Cuando vuelva contrato una excursión!. No creo poder soportar más una situación tan desagradable como la vivida.

  7. Luis orellana 14 septiembre, 2016 at 20:29 #

    Interesante !! Pienso realizar este viaje en diciembre 2016 espero todo salga bien…gracias por sus comentarios Carmen

  8. Robert 4 diciembre, 2016 at 15:29 #

    Muy linda experiencia tuvimos en mayo en belen porque nos perdimos en medio de la ciudad.queriendo volver a la basilica solos sin el guia. Y gracias al policia de transito que todo con señas nos indico como volver.pese a que no nos acordabamos el nombre del hotel pero sabia el del hoteĺ del frente.que era sain michel.

  9. Jorge Giacoman 24 diciembre, 2017 at 2:24 #

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    Belen, ciudad magica…..te hecho de menos
    En el dia de navidad quisiera estar.
    Te prometo volver pronto.

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