A veces el lugar más inesperado te sorprende. Por si algo dentro de mí se estuviese durmiendo o pensase que Camboya era sencillamente “uno más” dentro del mosaico de países del sudeste asiático, un país por el que necesariamente he de pasar debido a su situación geográfica entre Tailandia y Vietnam, un lugar que sólo destacaría de manera independiente gracias a los conocidos templos de Angkor, mi llegada a este país ha sido como una sacudida, una bofetada en toda la cara que se ha encargado de devolverme a la realidad y recordarme que no debo dormirme en los laureles, que abra bien los ojos, pues Camboya posee tanta o más historia que cualquiera de los tres países que la rodean (la más reciente, muy triste, por desgracia) y, por su puesto, su propia personalidad y características.
[Historia reciente de Camboya (Phnom Sampeau)]
Aviso: en las próximas líneas voy a quedar como la más completa ignorante. Para justificarme, lo único que puedo decir es que otros lo ignoraron antes que yo (los hechos son muy recientes y a nivel internacional fueron completamente silenciados). Además, qué demonios: soy de la generación del 85, sucedió antes de que yo naciera y nadie me lo contó. Leo bastante, pero no soy ninguna base de datos, no tengo un archivo con todo lo que hay que saber de todos los países del mundo y la Historia universal.
Por otra parte, esta ignorancia también ha jugado a mi favor. En estos momentos estoy tan impresionada con lo que estoy viendo y conociendo de este país, que agradezco enormemente el haber venido a ciegas, sin ninguna idea preconcebida y sin ningún tipo de expectativa (que siempre corren el riesgo de no cumplirse). Viajar es la mejor escuela.
Corrupción en la frontera
La llegada, como digo, ha sido agitada en todos los sentidos. En primer lugar, los trámites en la frontera han superado con creces cualquier idea que pudiese tener en base a los comentarios y recomendaciones que otros viajeros me habían hecho para que estuviese atenta y no me dejase engañar ni estafar por los buscavidas o la policía fronteriza. Insisto: por mucho que me hubiesen avisado, si me dicen que el nivel de corrupción alcanza estos límites, no me lo hubiese creído.
En Bangkok había comprado un billete de autobús hasta la frontera de Aranyaprathet-Poipet. Un minibus turístico, pero más barato y cómodo que el local que, por otra parte, fue lo mejor que pude conseguir dado el tiempo que tenía para buscarlo: sólo una noche.
[Primeros pueblos y paisajes de Camboya desde la carretera.]
El viaje duró unas cinco horas, tras las cuales el autobús paró y el conductor nos indicó que bajásemos a hacer el papeleo. Nada más bajar del autobús, empecé a olerme lo peor: nos encontrábamos en un bar de carretera, donde unos hombres uniformados y con sus credenciales bien a la vista (indicando que son agentes autorizados por el gobierno tailandés y toda la parafernalia) nos entregaron los papeles a rellenar y nos pidieron el pasaporte y dos fotografías. Aunque todo ello me olía a chamusquina, al ser la única de los quince ocupantes del autobús que parecía no estar demasiado convencida con el asunto, me senté y cumplí con lo que me decían.
Pero como no terminaba de sentirme tranquila, cuando hube terminado y entregado la documentación, me animé a preguntar el precio de la visa. La primer en la frente: 1200 baths (unos 36 euros), cuando yo sabía de sobra que el precio del visado es de exactamente 20 dólares (unos 15 o 16 euros). Ni corta ni perezosa, pregunté a uno de los hombres si estábamos muy lejos de la frontera (respuesta: “No, está ahí mismo, a dos minutos caminando”) y educadamente le pedí que me devolviese mi pasaporte, ya que prefería hacer los trámites por mi misma.
Ni que decir tiene la que se montó en aquel bar: el hombre comenzó a gritar como un loco, diciendo que en la frontera no podía tramitarse el visado, amenazándome con tener que dar media vuelta, para después (cuando vio que yo no cedía) perder definitivamente los nervios, echándome en cara que no se lo hubiese dicho antes, que ahora “la visa ya estaba en proceso”, etc, etc. Mientras tanto, el resto de los ocupantes del minibus habían dejado caer sus bolígrafos sobre la mesa y nos miraban boquiabiertos, entre asustados por el genio del hombre (que llegó a amenazar con llamar a la policía fronteriza si no pagaba lo que me pedían), y sintiéndose estafados por el timo de la estampita.
Tras un forcejeo que duró unos veinte minutos, conseguí recuperar mi pasaporte y eché a caminar hacia la frontera, acompañada por gritos de “¡’Animo!” y “¡Buena suerte!” por parte de dos españolas que habían viajado conmigo, así como más amenazas del hombre, insistiendo en que “yo no podía tramitar por mi misma el visado”. Cuando comprobé que la frontera se encontraba, efectivamente, a menos de 400 metros del bar donde habíamos parado, y que lo primero que de ésta se veía era el enorme cartel que indicaba donde estaba la oficina para tramitar las visas, tuve que contenerme para no regresar donde aquel estafador y decirle cuatro cosas a la cara.
[¡Conseguido! ¿Sí?]
Pero el asunto no terminó ahí: en la misma frontera, un hombre con pinta de policía se ofreció a acompañarme a la “verdadera oficina”, donde nada más llegar pregunté el precio y volvieron a decirme que era de 1200 baths. ¡Estaba en una agencia! Y no era la única: a mi alrededor, a menos de diez metros de la “oficina oficial”, había por lo menos cuatro agencias más, todas “autorizadas por el gobierno”, cuyos trabajadores se esforzaban por convencer a los viajeros de que en la frontera era imposible hacer la visa por uno mismo. Para no creerlo.
Aunque no fue tarea fácil, al final conseguí escapar de ellos y llegar a la verdadera oficina, donde el trámite no pudo ser más sencillo y rápido. Pero todavía había una última sorpresa esperándome; esta vez, en territorio camboyano.
[Carteles avisando, ya en la frontera, de uno de los mayores problemas del país.]
Llegado el momento de pagar, tras haber atravesado todos los controles, un oficial camboyano me pidió 25 dólares, ¡justo debajo del cartel que indicaba claramente y en mayúsculas que el precio era de 20! Al preguntarle el motivo, el hombre, con toda la serenidad del mundo, me espetó que la visa on arrival lleva un suplemento, y como la situación ya me parecía demasiado excesiva para no ser verdad (el uniforme impone), me dispuse a entregarle lo que me pedía.
Afortunadamente, justo en ese momento un argentino apareció a mi espalda y me dijo: “No le pagués ni en pedo, ¡te está garcando! Acabo de venir de la comisaría y precio son 20 dólares”. Durante unos segundos me quedé paralizada sin saber qué hacer, mirando al argentino primero, al policía después. Un mochilero yendo a la policía a denunciar a otro policía… ya me parecía demasiado. Y sin embargo, era verdad: al escuchar al argentino, el hombre (de muy malas maneras) me quitó el pasaporte de las manos y en menos de tres minutos tenía mi visa en él. Por 20 dólares, exactamente lo que tenía que costar.
Battambang y primeras impresiones de Camboya
Pero no todo han sido sorpresas desagradables en mis primeros días en Camboya; más bien, al contrario. Como decía al comienzo de la entrada, la llegada a sido como una bofetada bien dada, una llamada de atención en mayúsculas, de tanto como me han sorprendido las diferencias que, nada más cruzar la frontera con Tailandia, se perciben entre estos dos países.
Camboya es un país mucho menos desarrollado que su vecino, de carreteras polvorientas (que obligan a sus habitantes a usar viseras-pañuelo cubriéndoles toda la cara) y escasa vida comercial si nos alejamos de los recorridos más turísticos. De sus habitantes, pocos son los que hablan inglés (por lo que comunicarse con ellos es una tarea algo complicada) y muchos los que carecen de algún brazo, pierna o se mueven en curiosas sillas de tres ruedas como consecuencia de algún desafortunado “encuentro” con una de las diez millones de minas antipersona que, se calcula, aún siembran sus campos.
[Alucinante vegetación.]
[Vida a orillas del río en Battambang.]
Camboya es también un país verde, de una vegetación exuberante y zonas selváticas mires donde mires. Y entre toda esta vegetación, a orillas del río Stung Sangker, se encuentra Battambang: una pequeña localidad de arquitectura de marcado estilo francés, donde he dormido las tres últimas noches y he aprovechado los días explorando los alrededores.
Si bien en Birmania he pasado el suficiente calor como para pensar que debería estar curada de espantos, lo cierto es que Camboya a este respecto no sólo no se queda atrás, sino que el clima ha cambiado radicalmente a peor, sumándole a las altas temperaturas una humedad asfixiante (sin duda debida a la abundante vegetación y al Monzón que se avecina) que convierte el simple hecho de salir a la calle en una dura prueba de resistencia física difícil de superar; al menos, hasta que el cuerpo se me acostumbre (o eso espero).
[Adentrándome en la selva.]
Aun así, estos dos días no he perdido el tiempo. A pocos kilómetros de Battambang se encuentran numerosos yacimientos arqueológicos de inusitada belleza, además de otros enclaves que, pese a dar testimonio de una parte menos agradable de la historia reciente del país, no por ello dejan de merecer una vista. Como todavía nos movemos en temporada baja y lamentablemente la mayoría de los turistas que visitan Camboya se limitan a pasar cuatro días en Angkor y, tal vez, alguno en Phnom Penh o en la playa, en Battambang he estado prácticamente sola, por lo que no me ha sido difícil conseguir una guesthouse de lujo por 2$ (todas las habitaciones estaban vacías) y un tùk tùk (pilotado por el dicharachero Mr. Tony) que me ha llevado a todos los lugares de interés por algo menos de 4$.
Nuestra primera parada ha sido Phnom Sampeau, una colina a 18 kilómetros de la ciudad donde Tony me ha dejado en manos de Kyo, un niño de ocho años cuyo trabajo consiste en hacer de guía en la ascensión a la cima por 2.000 rieles (0,5$). La verdad es que de Kyo no hay mucho que pueda decir, ya que además de callado era bastante seco; algo que, por otra parte, no me extraña: si a mi, entre clase y clase, mis padres me obligasen a hacer semejante subida varias veces al día por 50 céntimos, (que ni siquiera me voy a quedar yo), tampoco lo haría con alegría.
[Con el pequeño Kyo.]
[Kyo y su amigo: grandes trabajadores.]
En cualquier caso, gracias a Kyo no me he perdido entre los numerosos caminos que suben hacia el templo que corona la colina, y no me he saltado el principal atractivo que atrae a los turistas a este lugar (que, por cierto, está bastante escondido): las cuevas usadas por los Jemeres Rojos como cámaras de tortura, y que todavía contienen los esqueletos de sus víctimas. Un poco más arriba, casi llegando a la cima, entre imágenes de Buda y dioses locales, pequeños templos y algún puestecito de bebida, se conservan también dos grandes armas que pertenecieron al ejército vietnamita.
[El continente.]
[El contenido.]
[Armas de destrucción masiva.]
[Y alguna cosa bonita.]
En definitiva, una excursión curiosa, donde belleza y brutalidad se unen a partes iguales, y que sólo por adentrarse y pasear casi en soledad en esa selva de palmeras, lagartos y monos, merece la pena.
Tras despedirme de Kyo (y darle una pequeña propinita), Mr. Tony me ha llevado a Wat Banan, en el cual se dice que se inspiraron para construir Angkor Wat. Sin llegar a eso (todavía no he ido, de modo que no puedo juzgar), no cabe duda de que Wat Banan es un templo digno de visitarse, si bien para hacerlo debe subirse una empinada escalera de 359 escalones que, en esas condiciones atmosféricas, acaban con la energía de cualquiera.
[Subida al templo.]
[Si os parecía poco, donde se pierde la vista hay más.]
Penurias aparte: el templo de Wat Banan, a pesar de su reducido tamaño, no sólo está muy bien conservado, sino que es de una belleza salvaje, primitiva (característica acentuada por las gigantescas plantas que poco a poco van ganándole terreno) y, por lo que a mi respecta, si esto sólo es una pequeña introducción, ¡no quiero ni pensar cómo será Angkor Wat!
Por último, y como anécdota, comentaré que en el camino de regreso a Battambang nos ha caído una tromba de agua (la primera en todos los meses que llevo viajando)que, a fuerza de repetirse los dos días siguientes, no hace otra cosa que anunciar que el Monzón este año es posible que se adelante un poco… “Que Dios nos pille confesaos”.
Lamento si este texto ha quedado un poco largo y apelmazado: tan sólo he intentado resumir las primeras impresiones que me ha producido la entrada en este país. Para combatir mi ignorancia, ya me he hecho con varios libros sobre el Imperio Khmer, la guerra, los Jemeres Rojos y su famoso “Año Cero”, que espero poder comentar, contrastar y completar con la información que me proporcionen las personas que me vaya encontrando por el camino.
¡Quién me lo iba decir! Yo que a Camboya le daba 15 días… igual tengo que pedir una ampliación de visado.
[Niñas en una escuelita de Battambang.]
[El mundo desde su punto de vista.]
Pues cuidado dónde solicitas la ampliación del visado!! Menuda corruptela…
Mmm…
Curioso…
Me quedo con que has descubierto algo que no pensabas encontrar… Y con que ya no es tan fácil colártela…
Me encanta que estés en Camboya y que nos expliques que tal el país. Tengo muchas ganas de ir este año, así que me miraré con especial atención los post que cuelgues estos días!
Saludos,
Camboya es entre los paises que mas me apetece visitar, serà porqué acabo de leer la historia de los ultimos 30 años de este pais contada por un periodista de aquellos tiempos… me encanta lo que nos has enseñado hasta ahora. Cuidate mucho, yo estaré esperando la proxima entrada :)
ku
¡Que de cosas!! ¡¡que calor!! Vete a la playa a descansar.
Me asusta lo de las minas. ¡Ten cuidado chiquitina, por Dios!
Me choca que lleves la falda corta. Veo que son normas diferentes.
T.Q.
Es un placer leerte chiquilla, menuda vuelta al planeta estamos dando si tener que pagar comisión.
Ten cuidado donde pisas.
Un saludo.
Hola Carmen!!
Se que te debo un correo, pero flipado por tu post camboyano, ya que alomejor me paseo pronto por allí yo también, te dejo algo por aquí. Me alegro de que te salgas del triángulo típico del turismo de masas, y procures empaparte de la realidad tal y como es. Y lo de las fronteras, sabes que es así en buena parte del globo, hay que tener precaución, que las carga del diablo!!
Pena que hubieras partido de Prem Dan sin conocer (si es que seguía allí) a mi amigo, pues es un personaje único.
Un beso, Antonio!
Kuuuuuuuuu!!!
Hurraaaa!! no teh as dejado timar! ajaja
ese cartel le vi en el aereopuerto de Bangkok por todas partes!
Las fotos me han recordado muchoa un poblado que fuimos en thailandia que habia un puente colgante y mama tenia miedo ^^ y compramos ranas!
tambien me he acordado que hace mucho vinieron unas niñas camboyanas al cole e hicieron bailes tipicos en el salon de actos (muchos sin piernas,ni brazos) KU ME DA MUCHO MIEDO!POR EL AMOR DE DIOS!CUIDADOOO!
Es muy bueno lo del continente y el contenido ^^
Bueno y lo de la humedad ya se te nota en el pelo!
po ultimo y más importante DESCANSA
TQ
Muy buenas Carmen.
Espero que siga todo bien es tu ALUCINANTE viaje.
LLevo ya un tiempecito curioseando por tu blog….y la verdad me ha ido enganchando poco a poco y a dia de hoy… pues que es uno de los que mas leo.
Me he decidido a escribirte este comentario porque este texto de Camboya me ha cautivado. Como tu misma lo titulas: ‘Sorprendete Camboya’, y sin lugar a dudas.
Y yo pensaba que andaban las cosas «corruptas» en ciertas fronteras de sudamérica….pues anda que en la otra punta del mundo!!!…
Me encantan tus fotillos!!! Oye esa del Buda me tiene loco, jijiji. Y la de la escena cruenta con las calaveras y eso…, supongo que es un cuadro, pero que fuerte la escena en si misma.
Oye linda, aprovecho para invitarte a que visites mí blog….que lleva apenas tres meses funcionando pero lo mismo, y si tienes tiempo, te gusta.
Es curioso el parecido de los nombres, ¡¡¡y te juro que es pura casualidad!!!, y además fué el motivo por lo que quise entrar, muy curioso por mi parte ante tanto parecido, para saber quien eras la primera vez que entré.
trasteandoporelmundo.blogspot.com
Venga linda, un saludete y sigue aprovechando cada momento al maximo.