Existe un lugar en el mundo donde el tiempo parece haberse detenido hace siglos; un lugar donde apenas llega la electricidad, y cuando llega, lo hace durante el día, de modo que al caer la noche sus aldeas quedan semiocultas en la penumbra, y apenas sí puede verse al paso de una motocicleta o gracias a las velas que iluminan los porches de las casas.
En ese lugar, más que en ninguna otra ciudad o pueblo de Birmania, sus habitantes visten con tradicionales longyis (de rayas o cuadros en el caso de los hombres, floreados y estampados en el de las mujeres), maquillan su piel con thanaka, y cubren sus cabezas con enormes gorros de paja, a fin de protegerse del sol que da de lleno en los inmensos arrozales, donde no existe sombra bajo la que cobijarse.
En ese lugar, que es el Lago Inle, se encuentra además el que posiblemente sea el único monasterio del mundo donde los gatos duermen a pata suelta sobre los altares, y dan volteretas en el aire al ritmo de la música. Desconozco si dicho espectáculo se trata realmente de una tradición de los monjes, o ha sido pensado posteriormente para atraer a los turistas pero, en cualquier caso, no deja de ser algo curioso de ver.
Los habitantes de los pequeños pueblos que rodean el Lago Inle (exceptuando Nyaungshwe, centro neurálgico y más enfocado al turismo de backpackers) se dedican fundamentalmente a la agricultura y la pesca. Esto sería del todo normal tratándose de un entorno tan rural, de no ser porque en el Lago Inle nada se hace de forma «normal», al menos visto desde nuestros ojos ignorantes: ni siquiera plantar tomates o atrapar peces.
Los pescadores del Lago Inle han aprendido a sostenerse en equilibrio sobre una única pierna mientras con la otra sujetan el remo, y lo más increíble de todo: son capaces de remar. Reman con el pie, pues eso les permite tener las manos libres para lanzar la red y dar palazos sobre ella, a fin de atraer a los peces y apresarlos.
Hay otros personajes curiosos vestidos con “falda” y haciendo peligrosas cabriolas sobre una pierna en sus barcas: son los recogedores de sedimentos. Estos hombres, valiéndose bien de una pala, o de sus propias manos, se dedican a recoger todo el limo y el follaje que pueden del fondo del lago, para luego venderlo a los agricultores o emplearlo en sus propias plantaciones.
Y es que ya he dicho que ni siquiera la agricultura es algo que se trabaje de forma «normal” en este lugar. En el Lago Inle, los huertos flotan sobre largos y estrechos parterres, perfectamente simétricos sobre el agua, hechos a base de cañas de bambú, tierra y sedimento vegetal. En ellos se plantan principalmente tomates, pero también pimientos o flores, y entre estos jardines flotantes los agricultores se desplazan con sus canoas, asegurándose de que la cosecha evoluciona según lo previsto.
Quienes no se dedican a ninguna de estas tres actividades, trabajan la artesanía en sus propios hogares: sombrillas, seda, plata, y sobre todo, los famosos cheroot: el cigarro tradicional birmano, hecho a base de un 40% de tabaco, hierbas, miel, y en muchos casos, también anís, todo ello envuelto en la hoja seca de cheroot que les da nombre.
Los habitantes del Lago Inle subsisten por sí mismos comerciando entre ellos, ya sea encima de sus barcas, en mercados flotantes, o en un gran mercado rotatorio que tiene lugar cada día en uno de los cinco grandes pueblos de sus orillas; entre ellos, Nyaungshwe, donde esta semana cayó en miércoles.
Hasta Nyaungshwe se desplazaron decenas de personas de todas las aldeas vecinas, cada una con el fruto de su trabajo: fruta, pescado, ropa, tabaco, arroz… aunque no faltaron tampoco los que se dedican a vender leche condensada (absolutamente necesaria para la elaboración del –empalagoso- té birmano), Ovaltine y otros productos manufacturados que previamente han comprado a algún mayorista.
Ya sea paseando entre sus casas, recorriendo los alrededores en bicicleta, o los canales en canoa, en el Lago Inle resulta fácil quedar uno mismo atrapado en el tiempo, hasta el punto de olvidar qué día de la semana es, y que en algo menos de cuatro días debes abandonar el país, por lo que urge desplazarse hasta Yangon sin pérdida de tiempo.
Se podría hablar mucho más (y mejor) del Lago Inle, pero por lo que a mi respecta, hasta aquí he llegado. No puedo decir nada más porque, para hacer justicia al Lago Inle, hace falta ser un poeta; y lo que es yo, no lo soy.
impacta mas un día en el lago que una semana en Yangong, pienso en los atardeceres y me das un poco de envidia, cuando estuvimos nosotros al caer la tarde hacía un frio que pelaba. Suerte en la capital. UN BESO MUY FUERTE
No serás poeta, pero la prosa la dominas muy bien.Desde tus líneas viajo contigo mientras espero días en que yo pueda viajar también.
saludos y buenos caminos
Solo de recordarlo me entra una terrible nostalgia al pensar que soy yo lo que tus ojos ven, a pasado tan poco pero a la vez tanto tiempo…es un sitio maravilloso.lo daría todo por verlo contigo
Tiene que resultar muy pintoresco ese lago tan aprovechado!! Y más viendo esas técnicas de remo “a pedal”…
Guapa! Paso para saludarte porque no paro y estoy de un lado para otro sin tiempo para nada, pero veo que sigues igual de bien! Espero las fotos que serán gantásticos!
Viaje al atardecer
All About Cities
Qué maravilla de texto. Has conseguido que me imagine a la perfección el lago, los pescadores, los huertos. No me extraña que te quedases unos días más. Sigo leyéndote.