Que en China y muchos otros países del sudeste asiático se come perro no es ninguna novedad. Tuve ocasión de comprobarlo en Vietnam, cuando paseando por Hanoi di de bruces con la escalofriante imagen de un perro recién hecho, y más adelante en un restaurante de Jakarta, donde mi amigo Abhu trató de hacerme tragar lo que para él era una auténtica exquisitez.

Pero hasta la fecha nunca me había encontrado con una estampa tan triste como ésta. El backstage.

Ocurrió en Yangshuo, esa sobreexplotada ciudad turística ubicada en un escenario de fantasía, en la provincia de Guangxi. Me dirigía hacia el «pico de la televisión» con la intención de hacer unas fotos para dar cuenta de lo maravilloso del paisaje, para lo cual tuve que callejear por la parte posterior del llamado mercado de granjeros; con mucho, el mercado más maloliente que haya tenido el disgusto de visitar en cualquier país asiático.

Y ahí estaba: un gran camión cargado de jaulas llenas de perros hacinados, jadeantes, sedientos. Sufriendo. Entre el camión y la puerta trasera del mercado, el suelo manchado de sangre y salpicado de vísceras. El impacto fue brutal.

Pasados dos días la imagen seguía taladrándome el cerebro y no pude resistir la curiosidad (o el morbo) de volver a asomarme a la calleja. El camión seguía ahí. O lo habían vuelto a traer, qué más da.

Y sí, en China se come perro, y no me parece mal (¿acaso nosotros no comemos vaca, o cerdo, o cabra, o conejo?), pero el comprobar por uno mismo las lamentables condiciones que estos animales padecen los días e incluso semanas antes de su matanza es algo que, cuanto menos, da que pensar.