Dejo atrás Indonesia con un rictus de tristeza en el rostro, reflejo de esa sensación que me sobreviene siempre que me voy de un lugar con ganas de haber querido conocerlo un poco más. Son muchas cosas las que hay que ver, muchos personajes de los que me tengo que despedir cuando apenas estoy empezando a encariñarme de ellos… pero así es el viaje.
Por lo que parece, Indonesia tampoco quería dejarme ir tan fácilmente. Cuando apenas quedaban 24 horas para que mi visado expirase, un hombre con quién estaba hablando sobre mi próximo destino dio al traste con todos mis planes al comunicarme que el ferry que debía tomar de Medan a Georgetown (capital de la isla-estado de Penang, en Malasia), ya no está operativo. Como no terminaba de creerlo del todo, pregunté a tres personas más, obteniendo de todos ellos la misma respuesta. “¡Demonios! ¿Y ahora qué hago?”. Pues de cabeza al aeropuerto, qué voy a hacer… Por suerte, el billete de avión a Georgetown cuesta prácticamente lo mismo que el ferry (35 euros), incluso comprándolo con sólo unas horas de antelación; de ahí que el mes pasado eliminasen el barco: tardaba cinco veces más, y ya nadie lo tomaba. Yo lo hubiese preferido.
Aunque en mis planes no entraba permanecer en Georgetown más de un día, al final decidí quedarme un poco más: he llegado a esta ciudad sin saber absolutamente nada de ella, y lo cierto es que enseguida me he sentido como en casa. Es una ciudad muy tranquila; tan tranquila, que durante el día las calles están completamente vacías. Puedes caminar por ellas durante horas y apenas cruzarte con diez o quince personas. ¿Dónde está todo el mundo? No lo sé, pero me gusta.
Mi guesthouse se encuentra en el barrio chino, y es allí donde he pasado la mayor parte del tiempo. Me resulta curioso, sin haber estado jamás en ese país, sentirlo tan próximo: todos los carteles están escritos en esos extraños caracteres indescifrables, y en mis paseos, cada pocos metros doy de bruces con un pequeño templo decorado con farolillos rojos y cascabeles que tintinean a cada ráfaga de aire.
Pero mi zona favorita, como no podía ser de otra manera, es el barrio indio. En este caso, los carteles están escritos en lengua malaya (o inglés), y tampoco puede decirse que los edificios cambien lo más mínimo, pero cada comercio, cada restaurante, cada carrito callejero y cada persona, parecen sacados del mismísimo Uttar Pradesh. Tengo que reconocer que me ha entrado un poco de nostalgia, y por eso tampoco he querido permanecer mucho tiempo allí (sé que voy a encontrarme con un “Little India” en casi todas las ciudades malayas, y dado el escaso tiempo que tengo, no me gustaría olvidarme del país que estoy visitando), pero las horas que he pasado visitando sus templos, paseando entre mujeres con saree, discutiendo con un vendedor sobre si “My name is Sam” ha sido o no mejor película que “Veer”, y devorando samosas y katchoris, han bastado para recordarme que como India… no hay ningún otro lugar.
Georgetown se me presenta como el lugar ideal para empezar a despedirme de Asia (continente que abandonaré en algo menos de 15 días) y al mismo tiempo, una buena introducción sobre lo que me espera en Malasia. Es el perfecto batiburrillo, un microcosmos cultural y racial imposible de descubrir de un sólo vistazo: blancos edificios coloniales se entremezclan con grandes rascacielos de cristal de más de 30 pisos de altura; el sonido de las mezquitas llamando a la oración apenas acierta a escucharse entre los últimos “superhits” de Bollywood; y la comida… ¡ay, la comida! Si por algo destaca Penang, es por su variada y exquisita oferta gastronómica. Empezando por las crujientes cucur udang malayas (o “tortitas de camarones”, como las llamaríamos en España) de la Esplanada, y terminando con los masala dosaï del barrio Indio… ¡tardo horas en decidir el menú del día!
Y es que esto es Malasia: un lugar donde todo tiene cabida; un país multicultural, una tierra de inmigrantes donde sólo el 50% de la población son malayos “puros”. De ahí que en todas las grandes ciudades haya un Chinatown o un Little India; dos grandes comunidades que, si bien predominan, no son las únicas que podemos encontrar: tailandeses, indonesios, europeos (¡algunas familias británicas llevan aquí desde los tiempos de la colonia!), y también muchos refugiados camboyanos, vietnamitas, filipinos e incluso birmanos.
Eso sí: bien diferenciados entre si. Los miembros de estos grandes colectivos, a pesar de vivir en el mismo bloque de apartamentos, trabajar en la misma empresa e incluso ser grandes amigos entre ellos, han sabido mantener su cultura, sus tradiciones y su religión. Así, jamás se casan con miembros de otra etnia, de modo que el que es, por ejemplo, indio, es indio de padres, abuelos y bisabuelos, pudiendo remontarnos hasta cinco o seis generaciones, sin llegar a saber cuándo ni quién fue el primero de la familia en emigrar de su país.
La experiencia me ha enseñado que 15 días no es, ni por asomo, tiempo suficiente para profundizar en un país y su cultura; pero tampoco tengo intención de quedarme parada en un único pueblo como hice en Laos. He señalado ya en el mapa los tres lugares que no me gustaría perderme: Cameron Highlands (por conocer un poco la vida del interior más montañoso y rural), Kuala Lumpur, y Singapur (que sí, que sí… ya sé que esto es otro país, pero lo meto en el mismo lote). Así pues, y con el itinerario marcado… ¿empezamos?
Hola! Hacia tiempo q no te escribía. Por lo q se ve el viaje progresa a buena marcha, estás atesorando buenos momentos y eso es lo importante! Lo de dejar los sitios siempre resulta complicado, pero aún te quedan lugares q visitar y descubrir, por lo q MUCHO ANIMO!!!
Posdata: q fuerte lo de las etnias, no pensaba q fuera tan rígido.
Me ha encantado la imagen de «Where’s my husband?» XDDDDDDDD
Preciosas fotografías, Carmen. Realmente bonitas. ¿Me pregunto si no podrías hablar un poco más de esa variada oferta gastronómica que mencionas? Es que me gusta mucho comer. Un abrazo y cuídate mucho.
Muy buenas imagenes y la comida la verdad es que tiene una pinta buenisima. Qué tal sabe esa que estaba en el carrito, probaste?
Viaje al atardecer
All About Cities
jajaja es buenísima la imagen «Where´s my husband» aun me estoy riendo :) La comida se me hace todo de fritanga, aun así tiene buen aspecto.
Y lo del ferry, pues son cosas que pasan en los viajes… hay que adaptarse a las circunstancias jejeje así has podido saborear un poco mas Indonesia
Edu, Laura y Susana: Sí, la comida india se caracteriza por ser fundamentalmente «fritanga» y grasas, así que mejor consumirla con moderación. No sólo por el «engorde» o no: puedo dar pruebas -y algún día lo haré- de que su consumo diario, para estómagos que no están acostumbrados, puede tener efectos no deseados y bastante malos para la salud… Eso sí: ello no quita para que esté buenísima y sea difícil resistirse! (de ahí el problema)
El «especial comida» del sudeste asiático está al caer. Por eso no me detengo en explicar cada plato… Un beso!!
Hola!
Descubro tu blog desde los premios 20blogs.
Hay tantos y tan buenos… Qué difícil es decidirse!
Compartimos la categoría «Viajes».
Es un hermoso blog. Prometo volver pronto a seguir disfrutando.
Saludos cordiales desde Rosario, Argentina
Elisa
Penang es uno de mis lugares preferidos en el mundo!
Fui varias veces y volvería muchas más.
¡A mi también me encantó!
Guardo muy buenos recuerdos de allí, y no me importaría nada regresar. Aunque dicen que al lugar en el que has sido feliz no se debería volver, ¿no? (?)
¡Un abrazo!