Llevaba toda la vida soñando con viajar a Tierra Santa. Con independencia de mi inclinación religiosa, de creer o no creer, ser o no ser u olvidarse del tema, lo cierto es que desde los tres a los 18 años me eduqué en un colegio de monjas, y todas las navidades ponía el “nacimiento” con su Virgen, sus pastores y el vendedor de cántaros (al que el primer día se le rompió un brazo, y por eso le llamábamos “el manco”).
Los nombres de Jerusalén, Nazaret, Galilea y Jericó me resultaban tan familiares como San Vicente de la Barquera, Santander o Madrid. Había crecido con ellos. Claro que luego vino esa fase que atravesamos todos (o casi todos) tras descubrir la verdad sobre los Reyes Magos, hacer la Primera Comunión y entrar de lleno en la “edad del pavo”, en la que unilateralmente decidí que la Iglesia era una mentira, esa historia no había quién se la creyese, y que por tanto, ni Jerusalén, ni Nazaret, ni Galilea ni Jericó existían, o de haber existido, sería un lugar así como la Atlántida de Platón… entre la leyenda y el paradero desconocido.
No os metáis conmigo: era lista para unas cosas (ya he comentado que de la civilización egipcia me lo sabía todo), pero algo estrecha de miras para otras. Estaba muy ocupada aprendiéndome la biografía de Seti I, y de aquellas no había Internet, Google ni Wikipedia para sacarme rápidamente de dudas. No se me ocurrió buscar en la enciclopedia (aunque la usaba, ¿eh? :P).
El caso es que unos años después (digamos que sobre los 16, cuando volví a interesarme por el mundo) descubrí que, efectivamente, en Palestina/Israel/Tierra Santa en general (la de verdad, la del mapa, no la de mi imaginario infantil) había una ciudad llamada Jericó, un río Jordán, y una tal Jerusalén que salía casi todos los días en el telediario. Lo que me mostraba la pantalla del televisor no era exactamente lo que yo había imaginado, pero si existía tenía que conocerlo.
Y de aquí tengo que hacer un gran salto temporal hasta abril del año 2010. En ese periodo de tiempo no es que cayese en coma ni nada por el estilo: seguí viviendo, estudiando, creciendo, y sobre todo, Tierra Santa se posicionó como uno de los lugares que más ganas tenía de pisar y descubrir. Pero no fue hasta el año pasado, encontrándome en el Lago Inle, en Birmania, cuando me lanzó la señal definitiva de que me esperaba: después de cinco meses viajando, sin encontrar nunca un libro en español, di con uno en mi guesthouse, en mi idioma, y precisamente sobre este tema. Para mí, dar con un libro español en mi idioma era ya un acontecimiento insólito, pero todavía lo fue más el hecho de que su argumento en cuestión me interesase tanto.
El libro era “El Escándalo de Tierra Santa”, de José María Gironella, que con sus 850 páginas y sus dos kilos de peso me tuvo absorta durante las semanas siguientes, hasta llegar a Vietnam si no mal recuerdo. En él Gironella relata un viaje a Tierra Santa de varios meses, desde la perspectiva del escritor y viajero que era, y que en su camino por poner en orden su cabeza y creencias descubre los verdaderos Israel y Palestina, la Tierra Santa actual (entendiendo por actual la década de los 70): ese hervidero de religiones, idiomas, identidades y culturas, en constante ebullición desde hace miles de años.
Aquel libro me apasionó hasta tal punto que en aquellos días hubiese cambiado todos mis planes por viajar allí. Por comodidad no lo hice. Tampoco era el momento.
Meses después regresé a casa y comencé a preparar mi nueva aventura: el Transiberiano (ahora Transmongoliano). Con mis planes, Tierra Santa quedaba relegada definitivamente a un segundo plano, un viaje deseado que no podría llevar a cabo hasta dentro de algunos meses, quizá años.
Pero entonces entró en escena Minube (una comunidad de viajeros que seguramente conoceréis, y si no, desde aquí la recomiendo): un día, sin más, recibí un mensaje de Pedro invitándome a acompañarles a… Israel. Cuando leí aquel mensaje se me paralizó el corazón durante unos instantes. Se lo dije a él en su momento, y lo digo también ahora: hubiese ido con ellos a cualquier sitio, para mí ya era un honor que Minube me invitase a participar en uno de sus viajes; pero a Israel, precisamente a Israel… era demasiado.
Sabía que sería un viaje corto, de una semana. Que no podría ver, ni mucho menos, todo lo que me gustaría. Para conocer Tierra Santa se precisan (lo pensaba entonces, y me reafirmo ahora) al menos unos meses (o varios viajes). Pero no podía rechazarlo; era ahora o esperar, otra vez, muchísimo tiempo. Al menos, pisarlo. Acercarme al Muro. Visitar el Santo Sepulcro. Pasear por la Tel Aviv nocturna. Para entrar en profundidades ya habrá, no lo dudo, otra ocasión.
Y así fue todo. Así fue como el 23 de mayo, acompañada por Pedro, Joan, Juan Carlos y Eddy, salí del aeropuerto de Barajas rumbo a Israel, invitados por el Ministerio de Turismo. No iríamos “tras las huellas del mesías” como reza el cartel de la fotografía, pero en el camino descubriríamos muchas cosas más. Aspectos de un Israel que, si me lo llegan a presentar hace veinte años, cuando ponía ese nacimiento con su Virgen, sus pastores y su vendedor de cántaros (alias: “el manco”), hubiese pensado que me estaban tomando el pelo.
Una cara de esa Tierra Santa que, en definitiva, me ha sorprendido más de lo que jamás hubiese pensado, y que con esta primera y rápida visita sólo he conseguido alimentar todavía más ese deseo de volver pronto, para quedarme durante un tiempo. Es imposible ir y, a la vuelta, pensar de otra manera.
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[Otra entrada muy personal, lo sé. Podría haberla evitado, haberme saltado todas estas tonterías y pasado directamente al recorrido que hemos hecho durante estos siete días en Israel. Pero cuando se trata de un lugar tan especial, me resulta muy difícil ir a tiro hecho sin expresar el enorme significado que ha supuesto para mí visitarlo. Un sueño cumplido, de verdad. Mañana, prometido, empezaré a contaros el viaje… Espero que, al menos, hayáis entendido lo que he querido decir con esta parrafada, y no os hayáis quedado con que cuando tenía doce años y me volví «idiota» pensaba que aquel nacimiento que ponía en el salón en realidad nunca había existido… :P]
¡Hola Carmen!
Las entradas personales como esta son las que dan cierto carácter al blog. Tú eres de las que vuelcas tus opiniones y pensamientos en los textos que subes, y eso está (al menos a mi juicio) más que bien. Lo haces cercano, no estás leyendo a una pantalla si no a una persona. ¡Así haces que nos encante leerte!
Yo tengo unas ganas de Israel también que no me tengo en pie. Espero que no tarde mucho en llegar.
Un beso y buenos vientos!
Carmen,
Creo que las experiencias son fundamentales a la hora de visitar un país, y la tuya sin duda ha tenido un peso muy grande como se puede presentir en las entradas que vendrán. Los blogs que se nutren de datos preconcebidos, manidas historias y referencias de guías de viajes no me aportan nada. El tuyo, sin embargo, gana con cada visión personal y vivencia contada.
Un abrazo.
¿A estas alturas hay que recordarte que el blog es tuyo y te lo follas cuando quieres? A ver si hay que quitarte el Bitácoras :-P
A mi también me gustan estas introducciones… Deseando ver el resto del viaje!!!
Qué lástima no haber podido acompañaros, pero las obligaciones mandan ;)
Veo que la experiencia ha sido muy buena. El lugar es muy llamativo, lleno de historia y de masacres, encrucijada de caminos.
Lo llaman Tierra Santa para no alarmar, pero su verdadero nombre es Tierra Maldita.
Saludos,
juan.
Y el pobre perro cojo ¿Qué? ¿nadie se acuerda de él? pobreeee
Una entrada muy personal pero muy bonita!
Hooola, que buenos relatos, no sabes como se me antoja viajar sola así como tú, tal vez me anime ya te contaré, mientras tanto a disfrutar tus aventuras, llenas de conocimiento del lugar, me gusta como te involucras con la cultura, muy enriquecedor para tí, me ha encantado.
Saludos desde México, si decides venir acá te hospedo ehh?
Jajaja, bueno, contesto en general porque más o menos sólo tengo una cosa que decir: ¡me alegro mucho de que os guste! Con esa coletilla al pie he podido dar la impresión de que me «justificaba» por la entrada: no es así. Como dice Txema, a estas alturas ya sé que «el blog es mío y…». :P
Lo que ha ocurrido, es que en realidad cuando comencé a escribir esto NO pretendía hacer una introducción tan larga ni irme tanto por las ramas. Escribí la frase «Llevaba toda la vida soñando con viajar a Israel» con la intención de hacer un párrafo introductorio como mucho, y meterme en el tema… pero cuando me quise dar cuenta, me había enrrollado tanto que la «intro» me ocupaba dos folios, y el resto de la entrada, más o menos lo mismo… ¡era demasiado!
Pensé en borrarlo, o dejarlo así. Al final, decidí publicar esta introducción sola, porque al fin y al cabo, a mi me gustaba… ¡Sólo me justificaba por no haber empezado a contar ya el viaje!
Pero bueno, ya no hay nada más que decir… ¡hoy empiezo!
Un abrazo y gracias a todos!
¡Hola guapa! ¡Geniales tus posts de Israel y tu blog! Estoy enganchada ;). En cuanto al Mac, yo cambié el año pasado y aunque al principio es un poco lío, enseguida te acostumbras y como tú dices, es taaaan bonitooooo, jejeje. ¡Un beso!
¡Hola Susana! Al mac le estoy cogiendo el tranquillo poco a poco, ¡y me encanta! En unos días seré toda una experta :P Ya noto la diferencia y todavía no sé dónde están la mitad de las cosas…! ¡Un abrazo!
Hola, Carmen.
Al fin un día de calma chicha y haciendo esas cosas que me gustan hacer.
No sólo me hiciste feliz cuando me comentaste la ilusión que te hacía venirte con nosotros de viaje y, especialmente, a Israel (qué puntería, eh). Sino que te puedo asegurar que aquel arrebato de sinceridad que tuviste en la cena en Tel Aviv me ha ayudado un montón. No es lo mismo darte cuenta tú mismo de ciertas cosas que darte cuenta de que los que van contigo también lo hacen. Y eso no puede ser. También es cierto que necesitaba desconectar. Lo hice la semana pasada.
Y, desde aquella conversación, a volver a lo que debe ser. A disfrutar de cada día «on the road». A dejarse llevar más y a estresarse menos.
Gracias por ser como eres.
¡Un beso!
Gracias, Pedro. Ha sido maravilloso compartir este viaje con vosotros. Espero que, en un futuro no muy lejano, haya muchos más :)
Me alegro que hayas tenido la oportunidad de desconectar un poco. Te gusta lo que haces (y además lo haces muy bien ;) ), pero un descanso no sienta mal a nadie :)
Un beso!