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En las entrañas de la Historia

“Dicen que hasta las herraduras de los caballos eran de plata  en la época del auge de la ciudad de Potosí. De plata eran los altares de las iglesias y las alas de los querubines en las procesiones: en 1658, para la celebración del Corpus Christi, las calles de la ciudad fueron desempedradas, desde la matriz hasta la iglesia de Recoletos, y totalmente cubiertas con barras de plata. En Potosí la plata levantó templos y palacios, monasterios y garitos, ofreció motivo a la tragedia y a la fiesta, derramó la sangre y el vino, encendió la codicia y desató el despilfarro y la aventura. La espada y la cruz marchaban juntas en la conquista y en el despojo colonial. Para arrancar la plata de América, se dieron cita en Potosí los capitanes y los ascetas, los caballeros de lidia y los apóstoles, los soldados y los frailes. Convertidas en piñas y lingotes, las vísceras del cerro rico alimentaron sustancialmente el desarrollo de Europa (…). Vena yugular del Virreinato, manantial de la plata de América, Potosí contaba con 120.000 habitantes según el censo de 1573. Sólo veintiocho años habían transcurrido desde que la ciudad brotara entre los páramos andinos y ya tenía, como por arte de magia, la misma población que Londres, y más habitantes que Sevilla, Madrid, Roma o París. Hacia 1650, un nuevo censo adjudicaba a Potosí 160.000 habitantes. Era una de las ciudades más ricas del mundo, diez veces más habitada que Boston, en tiempos en que Nueva York ni siquiera había empezado a llamarse así.” (Eduardo Galeano, “Las venas abiertas de América Latina”)

Plaza Central (8)

Detalle de los bancos de la Plaza Central

Cuando se camina por las empinadas calles de Potosí, es muy fácil, y al mismo tiempo, extremadamente difícil, hacerse a la idea de que todo lo que se ha leído en los libros haya tenido como escenario, realmente, esa misma ciudad que uno está pisando. Por una parte, las elaboradísimas fachadas de las mansiones y las iglesias no dejan lugar a equívocos: una arquitectura tan exquisita sólo puede ser producto de una época de esplendor sin igual. Por otra, uno se niega a creer que tal abandono, tal deterioro, haya sido posible en una ciudad que durante años fue, como quien dice, el centro económico del mundo.

Durante los días que he permanecido en la ciudad de Potosí, he pasado por diferentes fases: “apunamiento”, nostalgia, incredulidad, vergüenza, rechazo, repugnancia, rabia e impotencia. La primera de todas, el “apunamiento” (más conocido como «soroche» o mal de altura), fue puramente física, así que no entraré en detalles. Baste decir que me tuvo día y medio casi sin poder moverme de la cama, entre nauseas, sensación de asfixia y mareos. Yo pensaba que después del tour por el salar y las lagunas (en el que llegamos a alcanzar los 5000 msnm), había librado, pero al parecer mi cuerpo me tenía reservada esa sorpresa para más adelante: fue regresar a Uyuni, y sobre todo al subir de nuevo hasta Potosí (situado a unos 4060 msnm), cuando me asaltó todo el malestar de golpe. ¡Y qué desagradable! Por fortuna, no me duró más de dos días… excepto la asfixia: esa sí me acompaño toda la semana.

Casa de la Moneda (1)

Portada de la Casa de la Moneda

Casa de la Moneda (2)

Aquí se acuñaban todas las monedas de plata que luego eran enviadas a Europa, financiando el desarrollo económico del Viejo Mundo...

Iglesia San Lorenzo (1)

Iglesia San Lorenzo (hay que ampliar mucho la imagen para apreciar lo elaboradísimo de su arco)

La segunda fase, la de la nostalgia, puede que no sea física en el estricto sentido de la palabra, pero tratándose de mí, como si lo fuera. Ya el último día comentaba que algo bastante habitual en mí es sentir nostalgia por cualquier suceso o periodo histórico pasado, que por el motivo que sea me resulte “romántico” o despierte mi interés. Al pasear por las calles de Potosí, admirar la riqueza de su edificios, y tratar de imaginar cómo debió ser la vida cotidiana en esta antigua ciudad colonial, con sus carrozas rodando calle abajo, los banquetes y fiestas que sin duda debieron tener lugar en sus mansiones… instintivamente deseé poder tener una máquina del tiempo para tele transportarme quinientos años atrás y verlo con mis propios ojos. Será que a veces soy un poco como Karina: cualquier tiempo pasado me parece mejor.

Plaza Central y Catedral (4)

Catedral de Potosí

Iglesia San Francisco (1)

Iglesia San Francisco

Calles (7)

Una calle cualquiera. Al fondo: Iglesia San Francisco y el Cerro

Casa de López de Quiroga

Antigua mansión de Antonio López de Quiroga, un lucense que llegó a ser el mayor productor de plata de la región

Pero eso fueron sólo las dos primeras fases, como digo, casi instintivas y a las que no hay que dar demasiada importancia. A partir del segundo día, cuando empecé a mirar la ciudad desde un punto de vista algo más analítico y consecuente, se apoderaron de mí todo el resto de emociones  a las que anteriormente he hecho mención.

Primero, la incredulidad: ¿cómo es posible que una ciudad, otrora tan importante, haya terminado en este estado? ¿Cómo es posible que se la haya usado, robado, machacado,  de esta manera, para luego dejarla así? En realidad, a este respecto la explicación es sencilla: una vez que se vio que las riquezas del Cerro Rico no daban más de sí, los colonizadores huyeron despavoridos, pues las condiciones climáticas (noches heladas, días calurosísimos… ¿he mencionado la falta de oxígeno?), entre otras cosas, no hacían de Potosí un lugar demasiado “cómodo” para vivir. ¿Quiénes no se fueron? Pues los de siempre: los más pobres entre los pobres, los esclavos, los que no tenían otro sitio donde caerse muertos.

Arco de Cobija y zona indígena (1)

Arco de Cobija, separando la zona noble de la indígena (junto al cerro)

Arco de Cobija y zona indígena (2)

Zona indígena

Tiendas y puestos (3)

Vendedora de flores

Y de ahí, pasamos a la siguiente fase: la de la vergüenza. No vergüenza por ser española, y por tanto descendiente de aquellos ladrones y asesinos, que ahora disfruta de las riquezas obtenidas a base de pólvora y látigo por parte de sus antepasados. Desgraciadamente, además de ladrones y asesinos, los españoles fuimos lo suficientemente imbéciles como para entregar toda esa plata a los ingleses, alemanes, holandeses, flamencos y franceses. Y así nos fue. Pero la vergüenza sigue ahí: vergüenza de pertenecer a un mundo que ha sido levantado con los recursos (y sobre la sangre) de millones de indígenas que vivían tan tranquilos hasta que, un mal día, unos extraños hombres blancos y brillantes, subidos en caballos y escupiendo fuego, llegaron y se lo arrebataron todo.

Es normal: para que unos ganen, otros necesariamente tienen que perder; si nuestro maravilloso y perfecto sistema capitalista funciona es precisamente por la desigualdad existente entre las partes que lo forman. Pero, si tan normal es, no entiendo porqué, en aproximadamente veinte años que ha durado mi escolaridad (quiero decir, entre colegio y universidad), ningún profesor de Historia o Economía ha hecho nunca mención al asunto. Cómo es posible que se nos haga estudiar la caída del feudalismo, la afirmación del capitalismo (por encima, siempre muy por encima…) y nunca se mencione, ni por descuido, de dónde provino el capital capaz de financiar semejante progreso. Cómo es posible que se nos hable de los Reyes Católicos (poquito, todo hay que decirlo, ¿se llamaban Fernando e Isabel?), de cómo reconquistaron el Al Andalus (¡malditos moros!), de Colón, del descubrimiento de América… con ese orgullo patrio, y lo dejen ahí, sin contarnos la otra parte de la historia. Cuanto más lo pienso, más convencida estoy de que, ya de contar sólo la mitad de las cosas, lo más justo sería que en el colegio nos dijesen: “mirad, niños: más le hubiese valido al amigo Colón haberse quedado tranquilito en casa”.

Tiendas y puestos (1)

Tienda de comestibles al uso

Tiendas y puestos (7)

Puestos de frutas (probad a subir la calle con un carretillo como éste...)

Calles (12)

Rechazo, repugnancia y sobre todo, rabia, es lo que he sentido caminando por las calles de Potosí. Como mencionaba al comienzo, la sensación de falta de oxígeno –debido a la altitud- no se me quitó ni al tercer,  ni al cuarto, ni al quinto día, hasta el punto de que cada pocos metros (¡es que son metros muy empinados! –ver fotos-), tenía que parar para recuperar el aliento, como si en lugar de paseando estuviese corriendo una maratón. Fueron varias las veces que tuve la tentación de regresar a la habitación a echarme un poco, pero no lo hice. Tampoco podría decir exactamente por qué. Era como si, al ser testigo de cómo los potosinos, no sólo suben y bajan esas calles sin atragantarse, sino además con kilos y kilos sobre la espalda, algo dentro de mí me obligase a hacerlo también. No tiene ningún sentido: sé que ellos están acostumbrados, y a mí no va a eximirme de nada el sufrir un poco subiendo una cuesta durante mis “vacaciones”. Sin embargo, algo dentro de mí me obligaba a pasar por ello. Aunque fuese para nada. Aunque ya hubiese visto todo lo que tenía que ver en la ciudad. Aunque estuviese gastando energía sin sentido.

Plaza Central y Catedral (1)

La foto está bien sacada: la plaza es así

Plaza Central (3)

Plaza Central (2)

Calles (4)

Cuando se llega a Potosí, una de las primeras cosas que llaman la atención (además del incontable número de abogados…pero eso es cosa mía) es la gran cantidad de agencias de turismo ofreciendo visitas guiadas a las minas. Todavía a día de hoy, el famoso Cerro Rico de Potosí (si bien bastante maltrecho), sigue dominando la ciudad con un aire, más que solemne, irónico. Es imposible escapar a su mirada, como burlándose de sus habitantes, de las desgracias que les ha causado. Resulta, como digo, bien irónico pensar que un regalo de la naturaleza como éste, que debería haber sido fuente de riqueza y bienestar, supusiese la condena para todos sus legítimos dueños y sus descendientes.

Pero el cerro sigue ahí. Y no haciendo mero acto de presencia, cual convidado de piedra, no: sigue en explotación. En la actualidad, evidentemente plata ya no queda (y de haberla, por favor ¡que no se entere nadie!), pero las minas continúan siendo la principal fuente económica de la ciudad, si bien se le auguran pocos años, y poco a poco se la está intentando sustituir por el turismo. Con este motivo, entre otros, están al parecer las famosas visitas guiadas a las minas.

Mina (1)

Mina (3)

Al principio fui muy reacia a contratar una. ¿Visitar las minas, donde actualmente trabajan los mineros, para observarlos en su propio hábitat como si fuesen animales?  ¿Acaso se trata de un zoológico o algo así? Había algo que no me dejaba tranquila del todo… Sin embargo, tras varios días recorriendo la ciudad, entrando y preguntando en muchas agencias, y en definitiva, informándome, no me pareció tan mala idea. Las agencias (al menos, la que yo finalmente escogí) tienen firmado un acuerdo con los mineros, según el cual un pequeño porcentaje del precio de la visita se lo quedan ellos; ni tan mal. Por otra, a los turistas se les “obliga” a comprar algunos artículos en el mercado (hojas de coca, refrescos, cigarrillos, dinamita…) para llevar como regalo a los mineros; que no es que ellos no puedan permitirse comprar un par de coca colas o unos cigarrillos, pero si cada hora llega una excursión cargada de botellas y más chucherías, pues mucho mejor. Por último, al final yo misma me convencí de que no era tan mal asunto ver determinada realidad con mis propios ojos, siempre que para ello no molestase a quienes verdaderamente tienen que sufrirla.

Mercado Minero (2)

Mercado minero

Mercado Minero (1)

Coca, cigarrillos, dinamita... y todos los complementos para la mujer inquieta

La visita a las minas me ha  golpeado mucho más que la propia ciudad de Potosí. Y no es para menos: por muy preparado que se entre, por mucho que más o menos uno se “huela” lo que está a punto de ver, la realidad, como en la mayoría de los casos, supera a la ficción; y en este caso, también a la imaginación.

Por otra parte, hay que mencionar que la “visita a las minas”, aunque así dicho parezca algo “light”, es dura con ganas. No sólo por la parte mental, sino también por la física: se pasa frío, calor, falta el aire, con cada (escasa) bocanada se tragan toneladas de polvo, la oscuridad llega a ser total en muchos momentos, la humedad se clava en los huesos, hay que ir constantemente agachado para no darse golpes contra el “techo” (yo me dí varios: de hecho, casi me parto la cara y todavía tengo la nariz y la frente morada); constantemente alerta por si pasa, a toda velocidad, un vagón de los que se usan para sacar los minerales (que no avisan)… en definitiva: una prueba de resistencia; de la hora y media, o poco más, que estuvimos dentro, yo ya quería salir a los veinte minutos. Y eso fue sólo la parte física.

Mina (11)

Esquivando el vagón

Mina (14)

¿Veis algo? Sólo para que os hagáis a la idea...

Mina (15)

¿Alguien quiere meterse ahí? En ese agujero (de 2x3) había dos hombres trabajando

Mina (12)

Estos son unos privilegiados, ¡así cualquiera!

La parte mental… bueno, creo que en este caso no voy a ser muy buena dando datos concretos, ya que aunque me quedé con algunos y nuestra guía (una mujer maravillosa, amiga de todos los mineros, que lleva veinte años entrando a las minas dos veces al día) preguntaba constantemente si teníamos alguna pregunta, yo estaba en tal estado de shock que no supe ni qué preguntar. En esas minas se trabaja igual que hace quinientos años, de forma completamente manual, no hay medidas de seguridad de ningún tipo, ni siquiera un mísero refugio en caso de derrumbe (yo no dejaba de acordarme de los mineros de Chile), no existen los conductos de ventilación; las temperaturas, en pocos metros, pasan de los cinco grados a los cuarenta y cinco… y lo que es peor: trabajan niños (la esperanza de vida de estos hombres no es muy elevada, de ahí  que se necesite carne lo más fresca posible). Chavales de a partir de catorce o dieciséis años, que viven “los mejores años de su vida” como topos, arrastrándose por las entrañas de la tierra ocho o diez horas al día, sin ver la luz del sol, cargando sacos que pesan más que ellos mismos… Todo eso, por unos 80 o 100 bolivianos, dependiendo de lo que se haya sacado en el día; puede ser más… pero también puede ser menos.

Mina (7)

Mina (8)

Mina (9)

En el camino de vuelta, hicimos el favor de bajar con nosotros a unos mineros (de entre 17 y 30 años) que tenían tal borrachera que apenas podían caminar. En la mano llevaban botellas de alcohol sanitario de 96º. Eso, mezclado con cualquier refresco, además de estar buenísimo es muy “energizante”, como me decía uno que la tomó conmigo y quería, a toda costa, que me uniese a su fiesta bebiendo del brebaje.

No se les puede juzgar. Ni porque para sobrellevar esa vida se refugien en el alcohol etílico twenty four hours per day, ni porque al entrar en la mina dejen de creer en Dios, para creer en el Diablo. Estoy de acuerdo con ellos cuando afirman que en esas ratoneras Dios no tiene autoridad alguna. Y si la tuviese, deberían escupirle en la cara, por hijo de puta.

Mina (18)

Salí de las minas sin fuerzas para pensar ni para hacer nada más en el resto del día. Ni ese día, ni los siguientes. El resto de la semana me dediqué únicamente a dar paseos sin sentido, ir de acá para allá, observando a la gente de la calle, y con un único pensamiento en la cabeza. Como el mismo Galeano dice, refiriéndose a Potosí,  en el libro anteriormente citado: ¨el mundo debería empezar por pedirle disculpas¨.

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Curiosidades de Potosí  (por quitarle un poco de hierro al asunto):

¿De dónde salen tantos abogados? En cada calle se cuentan por decenas, en un mismo portal puede llegar a haber cinco… ¿Hay trabajo para todos? ¿Realmente? Y si no, ¿a qué se dedican?

Abogados (2)

Abogados (1)

No exagero: estas fotos están tomadas a pocos metros de distancia

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18 comentarios en En las entrañas de la Historia

  1. Yael 12 septiembre, 2010 at 18:06 #

    ku, nos gusto mucho tu entrada. Nos lleva nuevamente a ese hermoso lugra y alegra enormemente que Bolvia haya «calado» en tus huesos, y corazón. Ante todo, digo que la historia es cíclica, el mundo redondo, y la desigualdad una constante de tiempos pasados y presentes. Ayer fue Potosí, hoy es Kabul con los marines gringos devastando, aunque aparentemente se diga que es un hecho pasado.
    Hay un dicho popular que cuenta que de la plata robada al Cerro rico hubieran podido construir un puente de plata que uniera Potosí y España, así como otro de vuelta con los huesos de los indios que quedaron dentro de las minas.
    Es cruda, pero no por ello real, los libros de historia los escriben quienes ganan y no sería políticamente correcto que la historia hablase de ello. Es mejor obviar la parte de muertos y explotados. Te pasó a vos en España, nos pasó a nosotros en Uruguay. Quizás viendo el resultado del partido, habría que cambiar aquel texto que decía: De todas las historias de la Historia, la más triste sin duda es la de España porque termina mal. Gran abrazo Carmen, seguimos con expectativa tu peripecia andina. Besos

    • Ku 13 septiembre, 2010 at 21:04 #

      Me alegro mucho de que te haya gustado Yael! Me quitas un enorme peso de encima (que, chico, vaya presión saber que estás al otro lado de la pantalla… Es broma!)

  2. Susana 12 septiembre, 2010 at 20:00 #

    Me has dejado con el corazón en un puño, Carmen. Por todo: por el presente y por el pasado. Y esos niños… Un abrazo muy fuerte y mucho ánimo

  3. Rubén 13 septiembre, 2010 at 8:25 #

    Me alegro que al final te decidieses y bajases (o debo decir subieses?) a las Minas y que al menos una parte de lo que pueda obtenerse del turismo revierta en los mineros.

  4. Almudena 13 septiembre, 2010 at 11:45 #

    Madre mia!!! impresiona las fotos y lo que cuentas. A Bolivia iba mucho el año pasado y la verdad son vuelos que te dejan tocada.
    Gracias por contarnos todo!!
    Besos

    • Ku 13 septiembre, 2010 at 21:05 #

      Me dejas intrigada, Almudena: Como es eso de que el año pasado ibas mucho a Bolivia? Ni que fuese la tienda de la esquina… jeje
      Un beso!

  5. Carlos 13 septiembre, 2010 at 19:22 #

    entraste en la mina con el camarón o tienes una pequeña para estas ocasiones? porque si es lo primero va a haber que darle un premio a esa cámara, ha sobrevivido lo que ninguna!! y raro que todavía no te la hayan robado!!!!!!

    • Ku 13 septiembre, 2010 at 21:11 #

      La camara va conmigo a todas partes. Ya no tiene los protectores de los objetivos ni nada, pero ahi sigue. La que ha muerto es mi mochila «To the limit». La compre para Costa Rica’08, y…. no llego al «limit», que se le va a hacer. Despues de dos semanas con la cremallera rota, ayer decidi que ya no podia seguir asi (creo que el momento exacto fue cuando mi camara -precisamente- se me cayo al suelo con la mochila puesta, casi me da algo) y me compre otra… Tengo que admitir que no hay color: por 17 euros, una mochila «super profesional de la muerte», donde me entra de todo y un poco mas, y apenas me entero de que la llevo puesta: mi espalda lo ha agradecido muchisimo! Eso si, entre polainas, guantes, chaquetas y mochilas… al final Bolivia me va a salir por un pico!

  6. Mami 13 septiembre, 2010 at 21:35 #

    Excelente entrada.
    Tu si que vales «un potosi». Así se decía antes. Igual los jovenes no lo han oido nunca. Cuando era pequeña y hacia favores o bien las labores, mi madre siempre me decía que valia un potosi, algo que nunca entendí pero me sentía orgullosa porque debía ser la……. oca.
    Por fin lo entiendo hoy, gracias a ti, con lo que tu nos enseñas.
    Una entrada genial,estupenda. No me gusta que te encuentres con mal de altura.
    T.Q. mi niña.

    • Ku 14 septiembre, 2010 at 21:33 #

      Ja! Pues te voy a contar mas: Sabes quien fue el primero en decir esa frase? El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha… Hasta entonces se decia «Vale un Peru» ;)

  7. Criss 13 septiembre, 2010 at 23:31 #

    increible la entrada carmen!! pone los pelos d punta lo q has descrito de la mina y los mineros….y esa frase, lo resume todo genial, el mundo deberia empezar por pedirle disculpas….esa es la pura verdad, pero en esta vida hay mas injusticias q justicias, es asi….
    lo unico q veo esq tngo q ir alli a trabajar, ya q tngo tantos «colegas» aunq igual la competencia es dura kien sabe jeje
    espero q pases pronto esos mareos xq deben ser lo mas desagradables,…
    cada dia mejoras mas en las entradas!! son super entretenidas y graficas! un besote!

    • Ku 14 septiembre, 2010 at 21:35 #

      Sabes Cris, que me acorde de ti cuando prepare esta foto? Sabia que ibas a decir algo, jeje. Pero no: no vayas ni loca a trabajar ahi! Dudo mucho que haya pleitos para todos…

  8. tienenojos 10 febrero, 2011 at 13:05 #

    Que bueno!! me lo apunto en la gran lista de pendientes.
    Un saludo y felicidades por el blog

  9. Ana 5 marzo, 2011 at 18:21 #

    Me ha encantando ;) blink!

  10. Lorena 8 marzo, 2011 at 14:09 #

    Muy buena entrada!!!!

    Sumamente interesante y bonita.

    Felicitaciones!!

    Lorena@cultourama.es

    • Ku 8 marzo, 2011 at 18:37 #

      Gracias Lorena!

  11. zulma 21 marzo, 2019 at 21:14 #

    Soy de Potosí, al leer tu articulo se acongojo mi corazón es mi tierra olvidada por propios y extraños, gracias.

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