En el momento de dar recomendaciones a aquellos que planean viajar a Cantabria, se suele caer en dos errores típicos, por parte incluso (y esto es lo más grave) de quienes somos de la tierruca.

El primero, sugerir siempre lo mismo.

Que sí, que Santillana del Mar, Comillas, y San Vicente de la Barquera son imprescindibles. Que sí, que no te puedes ir de Cantabria sin haber visitado El Soplao y Altamira. Que sí, que comer un cocido en Bárcena Mayor hará que se te salten las lágrimas. Son algunos de nuestros tesoros y estamos orgullosos de ellos, pero, ¡por favor! Eso lo sabe hasta el que solo ha estado una vez de vacaciones. Cantabria es mucho más, y merece la pena descubrirla.

Pueblos perdidos que a partir de ahora estarán en vuestra ruta.

El segundo, enviar a todo el mundo a la playa.

Cuando de playas se trata, a los cántabros nos puede el amor a nuestra tierra y no tenemos ninguna temeridad en insistir hasta la saciedad en que en nuestra costa se encuentran algunas de las playas más bonitas del Cantábrico, y que el visitante cometería un tremendo error si no incluyese en su programa un par de jornadas dedicadas a “darse unos coles” y, si se es deportista, practicar algo de surf.

En esta afirmación hay una verdad irrebatible: tenemos unas playas maravillosas. Sin pensar demasiado se me vienen a la cabeza Oyambre, en San Vicente de la Barquera (ideal para ir con niños); Los Locos, en Suances (para quienes busquen un ambiente más desenfadado y quieran probar suerte sobre la tabla); El Sardinero, en Santander (playa urbana sin salir de la elegante capital) o Santa Justa, en Ubiarco (una joyita para sacar fotografías, con su ermita empotrada en el acantilado). Para todos los gustos y colores. Y hay muchas más.

Pero a pesar de la buena fe que nos mueve, en nuestro entusiasmo olvidamos recordar algo: EN CANTABRIA LLUEVE. No siempre, por supuesto, pero llueve; si no, ¿de qué íbamos a tener estas montañas tan verdes por las que todo el mundo suspira?

Es como, si de una manera inconsciente, nos diese miedo meter ambas palabras en la misma frase: Cantabria y lluvia. No vaya a ser que nuestro interlocutor recule y prefiera encaminar sus pasos en otra dirección. Y el día que sale el sol, nos encargamos de que todo el mundo se entere: fotos en Instagram, Twitter, Facebook… «¡Otro día radiante en la tierruca! Y si cuando vienes está nublado, es que has tenido mala suerte».

Éste es para mí nuestro mayor error: si convences a alguien de que su escapada a Cantabria no tendrá sentido si no pisa la playa y el infeliz viene pensando únicamente en eso, hay posibilidades de que su experiencia sea un fracaso, y que el día que vuelva a su casa les diga a sus amigos que en Cantabria, con el cielo encapotado, no se puede salir a la calle y no hay nada que hacer. ¡Y es justamente lo contrario!

Los días de lluvia en Cantabria las posibilidades no se limitan, sino que empiezan. Cuando llueve, o sencillamente el cielo está gris, los cántabros no nos quedamos en casa mirándonos el ombligo; y el que viene como turista, tampoco. Hay muchos lugares por descubrir fuera de las rutas más típicas y cientos de cosas que hacer sin necesidad de recurrir a museos. ¡La vida está ahí fuera! Y en Cantabria esa vida sigue adelante llueva o no llueva (por la cuenta que nos trae).

Unas gotitas no son impedimento para pasarlo en grande con los amigos de Nor3, en Ramales de la Victoria.

Así que me voy a rebelar. Os voy a recomendar, más que nunca, que viajéis y conozcáis mi preciosa tierra, pero con la verdad por delante: no vengáis a Cantabria pensando exclusivamente en tomar el sol.  Si tenéis suerte y os hace un tiempo buenísimo, eso que habréis ganado (traed el bañador), pero si no es así consideraos de enhorabuena, porque vais a conocer la verdadera Cantabria, la más genuina, y con planes tan variados que no habrá lugar para el aburrimiento.

Rutas de senderismo o en bici, pueblos montañeses cuyos habitantes mantienen vivas las tradiciones de sus abuelos, turismo activo para quemar adrenalina, cuevas con pinturas rupestres, y un patrimonio arquitectónico único en nuestro país son algunas de las propuestas que en las próximas semanas os voy a hacer para que disfrutéis Cantabria, con chubasquero o sin él.

Así que atentos a la pantalla y empezad a planear las fechas de vuestra escapada. Cuando queráis: en verano o en invierno, porque cualquier época del año es buena para viajar a Cantabria.

(Sí: me ciega la pasión. Y me sobran motivos para ello.)

En Navidad, Santillana del Mar está más bonito que nunca.