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Saigón de puertas para afuera y el «circo» de la guerra

Llegué a la calle Pham Ngu Lao de Saigon pasadas las seis de la tarde, tras un viaje que se había prolongado algo más de lo previsto y casi dos horas peleando con todos los habitantes de la ciudad, preguntando en qué dirección quedaba el centro y si había algún tipo de transporte público que pudiese tomar para llegar hasta allí. Todo esto, bajo un aguacero importante.

Mis primeras impresiones sobre los vietnamitas se van confirmando: si no hablan bien inglés (y esto ocurre la mayoría de las veces) no sólo no responden, sino que ni siquiera te miran a la cara; en caso de entenderte, se limitan a decirte cuánto cobran por llevarte (en moto-taxi: ¡todo el mundo puede serlo!), pero bajo ningún concepto te indicarán si debes ir hacia la izquierda o hacia la derecha, ¡antes se cortan la lengua! Ya puedes suplicar, llorar, decir que no tienes dinero, que te dan alergia las motos, que te gusta pasear… no importa; o te llevan ellos, o te quedas sin saber hacia dónde tienes que ir. ¡Incluso en alguna ocasión han llegado a indicarme la dirección opuesta! Intento mirarlo con perspectiva, pero resulta desesperante… y odioso.

Una vez en el área de Pham Ngu Lao (hasta donde llegué en el autobús local, ¡todo un éxito!), segundo reto: encontrar una guesthouse no demasiado cara. En la calle De Tham (refugio de mochileros, restaurantes italianos, bares de copas y “algo más”) o cualquiera de las secundarias que la cortan, imposible: el precio por habitación no baja de los ocho o diez dólares; en el mejor de los casos puede conseguirse una rebaja a seis.

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[Callejeando.]

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[«Controladores» en todas las esquinas.]

Sin embargo, a unos metros de la animadísima calle De Tham, metiéndome por una callejuela casi escondida entre una panadería y un restaurante mexicano, hallé la respuesta a mis plegarias: una barriada. Una barriada de calles estrechísimas, a rebosar de auténticas casas de huéspedes regentadas por familias cuyos miembros duermen apelotonados en el suelo del “salón” a fin de ceder sus habitaciones a viajeros de paso, a cambio de un par de dólares.

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[Éste con cara de pocos amigos… pero con abanico.]

Así ha sido como he terminado en casa de Tu’an, en la que posiblemente sea la mejor habitación en la que me he quedado hasta ahora: un dormitorio infantil lleno de ositos de peluche, con dos camas de matrimonio, tres potentes ventiladores, baño y balcón, situado en la azotea del edificio, para la que tenía que subir una empinadísima escalera en la que casi me dejo las piernas. Todo por tres dólares (“gimnasio” incluido).

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[Último tramo de la escalera de la muerte.]

La estrecha callejuela de la casa donde me he alojado no es más que una muestra del ambiente del barrio en conjunto: está vivo, y a decir verdad, parece mentira que a apenas unos pocos metros de la super-turística De Tham pueda encontrarse algo tan auténtico. Lo primero que llama la atención (y de qué manera) es que las casas permanecen completamente abiertas al exterior, dejando a la vista de todo el mundo el “recibidor-salón-cocina”, donde los miembros de la familia duermen, preparan la comida, se reúnen para jugar al Xiangqí (ajedrez chino, o literalmente “juego del elefante”) y ven la televisión. Resulta curioso comprobar también la calidad de los televisores, la mayoría con pantalla de plasma de 37 pulgadas (por decir algo, la verdad es que no tengo ni idea de televisores), en fuerte contraste con el resto del mobiliario, de lo más humilde.

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El concepto de privacidad desaparece, o se omite deliberadamente. Todo el mundo se relaciona con todo el mundo, y la casa de uno es la casa de todos. Así no es de extrañar que, paseando entre esas callejuelas, una viejecita me invitase a sentarme con ella y sus nietas a conversar un rato (mediante el universal lenguaje de las señas) o una señora que cocinaba un extraño potaje de carne, cuyo olor se extendía por todo el callejón, me ofreciese un generoso plato a fin de retenerme un rato más. Y tras la comida: la siesta; ese invento del que tanto nos enorgullecemos los españoles, aquí extendido no sólo a la hora de después de comer, sino al resto del día. Da igual la hora a la que pasase: seis de la mañana, cinco de la tarde, once de la noche… siempre había alguien durmiendo; y las puertas, abiertas, como invitando al extraño a unirse a ese momento de intimidad.

Vietnam, viaje, Ho Chi Minh, Saigon, familia[Hora de la siesta…]

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En la casa donde me he quedado vive un niño; un niño gordito y bastante introvertido que me ha dado más de un quebradero de cabeza. Es un caso bastante raro. Su vida se desarrolla en el minúsculo salón-entrada-cocina, frente a la gigantesca pantalla del televisor (siempre emitiendo dibujos animados en Cartoon Network); siempre en pijama, siempre solo. ¿No tendrá que ir al colegio ese niño? ¿No tendrá tarea? ¿No tendrá amigos? No lo sé, pero cada vez que entraba o salía de la casa, el niño estaba ahí, solito, casi podría decirse que esperándome para jugar un rato. Me inclino a pensar que su madre, Tu’an, tenga algo que ver: una mujer de carácter bastante agrio,  que se ha dedicado a empapelar las paredes de la casa con fotografías de su juventud, cuando fuera modelo o algo parecido, y de cuya belleza no quedan ni vestigios de lo que, se supone, fue: ni por dentro, ni por fuera.

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Mi primer día en Saigon ha estado enteramente dedicado al Palacio de la Reunificación y al Museo de la Guerra. Éste último realmente interesante, aunque, como cabría esperarse, ofrece sólo una vista parcial del conflicto. Junto con muchos otros turistas, además de cientos de estudiantes vietnamitas, me he dedicado a recorrer sus salas llenas de fotografías, tanto de la guerra como de sus secuelas. Especialmente duras resultan aquellas que retratan a las víctimas del Agente Naranja, y sobre todo, a sus hijos, la mayoría nacidos con terribles malformaciones.

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[Palacio de la Reunificación.]

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[Museo de la Guerra.]

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[«Sala de la Paz» (o algo así), llena de fotografías de Ho Chi Minh.]

Dejando a un lado las visitas obligadas, la ciudad de Saigon ha sido toda una sorpresa. Es una ciudad magnífica, de enormes y majestuosos edificios – especialmente en el centro-, cuyas calles y avenidas en muchos momentos me recordaron más a París que a ninguna otra ciudad asiática. La Catedral de Notre Dame, el Teatro de la Ópera, los carísimos cafés de indudable estilo francés, las inaccesibles tiendas de Dior, Gucci o Louis Vuitton… parecen ser el escenario perfecto para las numerosas parejas de novios que ese día (sábado) se encontraban posando en todas las esquinas, acompañadas por su séquito de fotógrafos y acaparando la atención de todos los viandantes.

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[Catedral de Notre Dame.]

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[Edificio en 1erplano: la Ópera, con una pareja de novios.]

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Pero si hay algo que siempre está ahí para recordarme que aún no he salido de Asia (además de los carteles con la cara del “tío Ho” y las banderas comunistas que cuelgan por doquier), es el tráfico. El denso, impenetrable y ruidoso tráfico que hace de cada cruce de calles una aventura. Motos y más motos, a toda velocidad, algunas ocupadas por tres o cuatro personas, pero eso sí: todos, y digo absolutamente todos, con su casco puesto.

Según el último estudio, en 2009, a Saigon se le calculan unos 9 millones de habitantes. Y hay 5 millones de motos en circulación. Eso no hace una cifra de dos o tres motos por persona, como decía yo el último día (qué exagerada soy, je), pero son unas cuantas. Y por lo que he podido enterarme, el número de muertes por accidentes de tráfico hasta hace poco era de 20.000 personas al año, razón por la cual el gobierno decidió sacar una ley imponiendo el uso obligatorio del casco, con la que se muestra bastante inflexible. Supongo que esto, unido a que el precio de los cascos no supere los 25.000 dongs en la mayoría de las tiendas (poco más de un dólar, lo mismo que un plato de comida en la calle), ha favorecido que todo el mundo respete dicha norma, algo bastante encomiable.

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[Esperando…]

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[Preparados, listos…]

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[… ¡ya!]

Otro “recordatorio” de que sigo en Asia  son los mercados. Mi favorito, el de Ben Thanh, donde sin duda la parte más atractiva y aquella que verdaderamente lo diferencia de un mercado corriente de la vieja Europa, es la zona de la comida: un sinfín de puestecillos con los más variados platos de cerdo, pollo, ternera, gambas, calamares… y, atención a esto: serpiente, rana e incluso rata, ¡lo más caro de la carta! Todo ello acompañado de los omnipresentes noodles o su platito de arroz, por supuesto.

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Antes de despedirme de Saigon había una visita que no quería dejar de hacer: los túneles de Cu Chi, a unos 60 kilómetros de la ciudad. Para ello, por primera vez rompí todas mis reglas y me apunté a una excursión organizada en una de las numerosas agencias de la calle De Tham. Qué se le va a hacer… salía más barato, y era mucho más cómodo.

Los túneles de Cu Chi forman parte de una extensa red de túneles subterráneos usada por el Viet Cong para esconderse y atacar a los americanos por sorpresa durante la Guerra de Vietnam, aunque por lo visto habían sido construidos mucho antes, en la guerra contra los franceses. En cualquier caso, los túneles de Cu Chi componen una auténtica ciudad bajo tierra, que contaba entre sus dependencias con hospitales, cocinas, habitaciones, comedores… todo ello perfectamente ventilado y comunicado entre sí por kilómetros y kilómetros de túneles.

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[Nuestro guía, excombatiente del ejército de Vietnam del Sur, pro-americano.]

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[Acceso a un refugio.]

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Aunque debo reconocer que la visita, a grandes rasgos, es interesante, lo cierto es que todo esto de los túneles de Cu Chi me ha parecido, más que nada, un circo sobre la guerra muy bien montado. O más que un circo, un parque de atracciones: durante la visita te dan a comer tapioca, te dejan meterte por los túneles, probar las trampillas, se vende todo tipo de material y souvenirs (gorras, mecheros, medallas.. todo supuestamente auténtico) y, lo mejor de todo, puedes incluso disparar algunas de las armas -de ambos ejércitos- que más se usaron durante aquella terrible guerra.

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[Sofisticados métodos de captura.]

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[No, no es un campo de prácticas de golf (aunque lo parezca)]

Esa frialdad al comerciar con los recuerdos que ha dejado una guerra tan cruenta como fue aquella, que se cobró tantísimas vidas, una guerra cuyas secuelas aún son visibles en gran parte de la población… a mis ojos, es terrible. Puedo entender que se abran museos, que se gane dinero con ellos (si bien se agradece cualquier indicación asegurando que los beneficios obtenidos son empleados para el mantenimiento del sitio, o para otro tipo de organizaciones, como es el caso del campo de Choeung Ek, en Camboya), pero que disparar un M16 se convierta en parte de la atracción… sencillamente, no puedo entenderlo. Cualquier día visitaremos Irak con el reclamo: “¡Cinco días en pensión completa en el bunker de Sadam! ¡Cuélgate de su misma soga por un módico precio!”.

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[¡Cantan y bailan de verdad!]

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[Cola (y caja) para disparar.]

Abandono Saigon a las cinco de la mañana, una hora que no se sabe si es demasiado tarde para la noche que termina, o demasiado pronto para el día que está por venir. Una hora en la que es tan fácil cruzarse con un guiri que, borracho, a duras penas es capaz de encontrar el camino de vuelta al hotel; con una prostituta dando su última ronda a ver si, con suerte, el guiri “cae” (para los curiosos: cayó); o con los camareros del Crazy Buffalo, que ya no dan abasto entre limpiar los restos del último cubata y preparar los primeros desayunos continentales.

Dejo atrás, también, al niño gordo; ahora dormido en el salón, hecho un ovillo entre su madre y sus dos hermanas. Sé que, cuando despierte, lo primero que hará será encender esa televisión y poner los dibujos animados. Espero que tenga suerte y esta tarde llegue otro viajero al que no le importe jugar un ratito con él; yo estaré un poco lejos, en un autobús camino de las montañas de Dalat.

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[Cinco de la mañana.]

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[Nota: Esta entrada llega con un par de días de retraso porque he tenido algunos problemillas de conexión… Asimismo aviso que Facebook en este país está completamente «capado» (al menos, en los cibers que he probado), luego las notificaciones por ese medio no se reanudarán hasta nueva orden.]

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12 comentarios en Saigón de puertas para afuera y el «circo» de la guerra

  1. Saray 27 mayo, 2010 at 19:48 #

    Me encanta tu diario, sueño con hacer un viaje parecido algún día. Gracias por compartir tus aventuras!!

  2. Almudena 27 mayo, 2010 at 20:27 #

    Me encantan tus fotos y todo lo que cuentas, sigue así.
    besos y sigue disfrutando tanto como lo estás haciendo.

  3. Sergio 27 mayo, 2010 at 20:46 #

    Hola Carmen. Al final nunca te agradeci lo utiles que fueron los consejos que me diste, por eso quería hacerlo, aunque con un poco de retraso. Mi novia (que ahora es mi mujer) y yo dimos nuestra «mini vuelta al mundo», con la que estamos muy contentos, y leerte ahora es como revivirlo todo de nuevo. Estamos enganchados, y tu manera de relatar las cosas lo hace muy ameno. Nos encanta tu blog!

    Aunque no estuvimos en los túneles de Co Chi, me ha llamado la atención la reflexión que haces sobre ello. ¿Algún día iremos a Irak o a Afganistan de la misma manera que vamos ahora a Vietnam? ¿Sera posible?

    Sigue así, porque lo haces muy bien. Te enviamos mucho animo, ¡te mereces llegar hasta el final!

  4. Criss 28 mayo, 2010 at 0:35 #

    la foto tuya cn el nombre detras brutal!!!
    increible!!! lo d los tuneles ya lo habia visto d otro d torrelavega q ya habia estado….increible pero cierto, te imaginas cruzarte cn alguien de aki en un sito asi??el mundo es un pañuelo…
    a mi lo q mas me llama la atencion es el estilo de vida d esta gente, q pasivo no?? sobretodo el pobre niño, q espera la madre d su futuro? no se, son cosas tan peculiares y tannn distintas….
    dsd luego q tienes q encajar todo esto muy bien y valorar muy bien las cosas q tenemos!! aunq tb las q No tenemos esta claro…
    un beso enorme!! te veo muy wapa y muy morena!

  5. panedu 28 mayo, 2010 at 10:24 #

    Gracias por mostrarnos Saigon :) casi casi como si estuviese allí jejeje Muy curioso lo de los controladores, porque no creo que ocurran tantas cosas como para vigilar todas la calles.
    En parte el niño gordito me da un poco de pena, estará muy aburrido ahí viendo la tele… y que futuro le espera? sino estudia ni hace nada se acostumbrara a las siestas de continuo y no querrá hacer nada.

    ahh me ha hecho mucha gracia la foto con tu nombre atrás y la calidad de la foto es la adecuada.. parece que estas iluminada.

    Hummm que envidia el comer en el mercado, con lo que me gusta a mi la comida asiática :)

    Y lo del museo, pues es de esperar… ellos están ahora hacer negocio y atraer turistas.

    Un beso y con ganas de leer tu próximo post.

  6. OTRA LAURA 28 mayo, 2010 at 10:48 #

    Efectivamente, el «niño gordito» lo que inspira es una ternura tremenda! Es una gozada que reflejes así a la gente con la que te cruzas; nos pones rápidamente en situación!! Muchas gracias, y no dejes de hacerlo! Mucho ánimo, y cuídate mucho.

  7. RAMON 28 mayo, 2010 at 20:31 #

    Carmen!!

    Ya veo que te lo montas fenomenal! Nosotros empezamos el dia 21, ya no queda nada! gracias por tus consejos financieros, al final nos decidimos por la tarjeta que recomendabas, y tb el seguro de world nomads( incluyendo discount). Empezamos en Malasia unos 8 dias, si estas por ahi entre el 20 de Junio y el 2 de Julio a ver si coincidimos!!

    Un abrazo!!

    Ramon y Claudia
    ramonbarbero@gmail.com

  8. Andrea 30 mayo, 2010 at 19:56 #

    Qué pasada de blog, preciosas e impresionantes fotografías. Cómo envidio la gente que consigue hacer estas cosas.
    Un beso y a seguir disfrutando.

  9. Rubén 31 mayo, 2010 at 8:05 #

    Pues sí que debe ser eso un sitio tranquilo, la gente durmiendo a la pámpala con todas las puertas abiertas!

  10. El Contrabandista de Cebollas 31 mayo, 2010 at 16:24 #

    Joder, haber tus noticias hoy, sentirte por msn, me ha hecho pasar un dìa de puta madre, ahora puedo estar contento, q estes bien, q lo pases bien y que te disfrutes el mas posible!
    Pero joder, no te reconozco en las fotitas, no es la carmencita que viajaba en pijama todo el dìa cocinando carotas y pasta a las 5 de la manana volviendo de fiesta, y con la cual me quedaba el domingo en la cama a ver toda la serie de Prison Break… (te acuerdas q la segunda temporada era en inglés y te enfadaste mucho??) la cual siempre se enfadaba contra la parejita; que me enseño… o perdona, entento enseñarme bailar flamenco y otras putarias mas q si solo me acuerdo… no se si empezar a llorar o reir…
    Tu manera de describir lo sitios es de puta madre, toda la energia q tienes en hacer este viaje, la transcribes aquì y yo q leo, me parece también de estar por la calle contigo. El niño gordo esta de puta madre, pero claro q no hay muchas posibilidades de un futuro mejor en esas partes… Su vida sera’ la de hacer siesta, y dar indicaciones y compañia al proximo turista q pasa por la casa.
    Disfruta de este viaje mas q puedes, y hazlo para mi también!
    Un besazo
    TI VOGLIO BENE CARMENCITA!

    • El Contrabandista de Cebollas 31 mayo, 2010 at 16:31 #

      Perdona, me olvidé q en español se llaman zanahorias y no carotas

  11. Abel 31 mayo, 2010 at 20:27 #

    ¡Carmen!

    Aunque no llevo tu blog al día he de decirte que lo que leo me encanta. Describes muy bien los sitios por los que pasas y, por lo que respecta a mí, me acercas a lugares que, sobre todo culturalmente, siento muy lejos. Además, aderezas tus relatos hábilmente con anécdotas y reflexiones que los hacen más atractivos; eso sin hablar de las fotos, que suponen el complemento perfecto al ilustrar tus vivencias de viajera y hacernos partícipes de tu aventura: por todo ello te felicito.
    Por cierto, te veo bastante delgada… Supongo que es del trajín que llevas ;-)
    Un beso.

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