Después de un vuelo de tres horas y media hasta Auckland, una escala de casi dos, y otras trece horas sobrevolando el Pacífico, llegué a Buenos Aires. Una vez allí debería haber tomado un “colectivo” (voy aprendiendo a comunicarme, che!) que me llevase del aeropuerto Pistarini al Newbery, pasar otra vez por la tortura del check in y el embarque, para volar una hora más hasta Santiago de Chile (destino final de mi billete). Pero no lo hice. El motivo: estaba harta; harta y cansada, así que lo de conocer la capital chilena… queda para otra ocasión.
Así es: llegué a Sudamérica sin ningún plan definido, sin tener idea de si una vez aquí iba a tirar hacia el norte o hacia el sur, hacia la izquierda o hacia la derecha. Durante los meses anteriores, cuando de vez en cuando pensaba en ello, los países habían entrado y salido de mi lista como moscas: ¿Uruguay? ¿Paraguay? ¿Colombia? ¿Ecuador? Era tanto lo que me gustaría ver, y tan escaso el tiempo con el que contaba… Sólo una cosa tenía clara: no pensaba perderme Bolivia y Perú bajo ningún concepto. Y, sí: tal vez para recorrer Argentina y Chile iba un poco justa… De modo que, con las ideas tan “definidas”, realmente importaba muy poco si bajaba en un lugar o en otro, y como lo cierto es que Buenos Aires me atraía poderosamente, ahí mismo me quedé.
Estos primeros días han sido de adaptación: adaptación al nuevo horario (he necesitado tres días hasta conseguir dominar el sueño que me poseía a las dos de la tarde y las ganas de comer que me despertaban a las dos de la mañana) y al nuevo ambiente, que aunque mucho más parecido al de mi hogar que aquel del sudeste asiático, en esos primeros momentos me resultaba del todo extraño.
Para empezar, aquí se habla español. De eso empecé a darme cuenta en el último avión, cuando un grupo de argentinos gastó algunas bromas sobre un mensaje poco amistoso que el piloto había dedicado a aquel que hubiese tenido el móvil encendido durante el aterrizaje. Pero, sobre todo, fui plenamente consciente de ello cuando, al dirigirme a una señora para preguntarle por la parada del autobús, me miró como si fuese un extraterrestre haciéndome reparar en que le había lanzado la pregunta en inglés, precedida por un respetuoso “excuse me”. “Además de gallega, tonta”, debió pensar. Situaciones parecidas se sucederían en los dos días siguientes, tanto con perfectos desconocidos, en la calle, como con Alejandra, la chica en cuya casa me he alojado esta semana, y que cada mañana me hacía pegar un bote en el sitio al saludarme con un efusivo “¡Buen día, Carmen!”. La falta de costumbre…
Tengo que reconocer que el cambio de lengua al principio no me agradó mucho. Si bien todos estaremos de acuerdo en que el dominio del idioma del lugar que se visita es algo que abre muchas puertas, pocas veces se recuerda que su desconocimiento, lejos de incomunicar por completo, sirve de estupenda coraza al que no quiere hablar ni que le hablen; o que queriendo hablar, necesita un “salvavidas” en caso de que las cosas salgan mal, una excusa para “volver a lo suyo” y que no le molesten. Lo que son las cosas: después de ocho meses viajando por países donde la forma más sencilla de hacerse entender es el lenguaje de los signos , resulta que llego a un lugar donde hablan mi lengua materna, y se me echan encima todos los temores e inseguridades que no he tenido hasta ahora. Aunque suene paradójico, me sentía desprotegida; casi, casi, como si pudiesen leerme el pensamiento. Por suerte, esa desagradable (y estúpida) sensación, poco a poco fue desapareciendo por si sola, hasta finalmente admitir que, las cosas como son, que hablen tu idioma facilita mucho las relaciones, permite enterarse de muchos chismes de otra forma inaccesibles, y por supuesto, integrarse mucho más en la cultura local.
Dado que mi llegada a Buenos Aires fue algo completamente improvisado y fruto del azar, en principio no tenía pensado quedarme más de tres noches; sobre todo, porque dependía de la generosidad de una persona que me había abierto las puertas de su casa en el último momento, y lo último que quería era abusar o ser un estorbo. Sin embargo, una vez allí me di cuenta que tres días no eran ni por asomo tiempo suficiente para ver todo lo que quería ver, sobre todo si la mitad del tiempo andaba medio dormida debido al “jet lag”. Así que, como suele sucederme, los tres días se convirtieron en siete, algo con lo que Alejandra, lejos de oponerse, estuvo más que de acuerdo, ya que afortunadamente nos habíamos caído muy bien.
Por las mañanas, mientras mi anfitriona estaba en el trabajo, yo me dedicaba a recorrer la ciudad. El primer día me lo tomé con calma y lo invertí en pasear sin más por la zona de la Plaza de Mayo y su avenida homónima hasta el Congreso. Ese día creo que fue el más impactante, por la cantidad de estímulos y emociones que recibí en las pocas horas que duró mi paseo. Todo empezó al entrar al “subte” (aka. “el metro”) y tener que salir de nuevo porque me había equivocado de andén y por dentro no se puede cambiar de lado. “Vaya atraso”, pensé “menos mal que las avenidas son estrechas y hay poco tráfico…” (nótese la ironía). Una vez dentro, mis sospechas se confirmaron: el subte de Buenos Aires empezó a construirse en 1913 y parece que hubiese quedado anclado en esa época (al menos en lo que respecta a la línea A, la más antigua de las seis que tiene). Lejos de resultar feo o destartalado, esta característica le confiere un aire de elegante decadencia que como más tarde podría comprobar, lo sitúa a tono con el resto de la ciudad. Me recordó muchísimo a la Estación de Chamberí de Madrid, clausurada en 1966 y convertida en museo hace pocos años: paredes de azulejo, luz más bien escasa, vallas de hierro cercando el paso a la zona del andén… Pero lo mejor fue al llegar el tren, y encontrarme con un vagón de madera, de vayan ustedes a saber de qué año, alumbrado con lamparitas y con puertas que deben abrirse con la mano. Toda una reliquia.
Al salir del metro el resto de sensaciones que viví siguieron esa misma línea: exceptuando en la Plaza de Mayo, donde estos días hay montado un campamento-protesta por los ex combatientes de la guerra de las Malvinas exigiendo justo reconocimiento (y tal vez por eso mi atención se fijó más en este hecho puntual que en analizar el resto de la plaza), en el recorrido hasta la Plaza del Congreso no me quitaba la cabeza la idea de haberme colado por error en un episodio de “Celia” (véase: la serie que Televisión Española grabó en el año 1993 en base a las novelas de Elena Fortún, que narran las peripecias de una niña de la burguesía madrileña en los años 20 y 30). Yo, que siempre fui una gran admiradora de estos libros, no he podido sentirme más en mi salsa.
No sabría decir exactamente qué es lo que tiene esta ciudad para hacerme sentir de esa manera: ¿tal vez los coches? quiá, tampoco son tan antiguos…, ¿la cartelería? eso podría ser: aquí los modernos carteles desaparecen para abrir paso a la técnica del “fileteado”, un arte típico de la ciudad de Buenos Aires, y sin duda mucho más elegante. ¿El ambiente en general? Indudablemente. Hay algo, no sabría decir qué pero algo tiene. Desde que llegué aquí han sido numerosas las personas que me han preguntado “¿Qué pensás de Argentina?”, “¿es como lo imaginabas?”, “¿muy diferente a España?”, y sinceramente, no sé qué responder. ¿Cómo me imaginaba Argentina antes de venir? creo que de ninguna manera concreta… ¿Qué diferencias noto en Argentina, con respecto a España? Pues todo… y nada. Si apenas llevo aquí cinco días… Al final, siempre respondo lo mismo: que me parece estar viviendo en una película de época. No sé si se lo tomarán bien o mal… A mi, me encanta.
El segundo día me acerqué hasta el barrio de La Boca, una zona portuaria y proletaria mundialmente famosa por sus casas pintadas de colores. Curiosamente, por alegre que sea la imagen que ahora ofrece, la historia de esta tradición es bastante triste: a finales del siglo XIX esta zona fue poco a poco ocupada por inmigrantes llegados de Italia, especialmente de Génova, que como no tenían dinero para nada, y mucho menos para pintura, decoraban sus casas con la pintura sobrante de los barcos que les traían los marineros. Como ésta generalmente no daba para cubrir una casa entera del mismo color, el resultado era un collage de colores parecido al que ahora puede verse; aunque como se podrá suponer, en origen los colores no eran tan vivos ni tan alegres…
El barrio de La Boca en la actualidad es uno de los puntos turísticos clave de la ciudad de Buenos Aires. En pocas cuadras aloja “la Bombonera”, el estadio del Club Atlético Boca Juniors, y la calle Caminito, en realidad un conjunto de calles convertidas en “museo” por obra y gracia del artista Benito Quinquela Martín, que fue quien tuvo la genial idea de recuperar la tradición de las casas de colores y convertirlo en un arte.
La calle Caminito (si bien para llegar a ella hay que atravesar una zona menos “amable” de la ciudad) es un lugar divertidísimo para perderse una tarde: artistas callejeros, museos, tiendas de souvenirs, espectáculos de tango en directo, “Super Hormiguita”, dobles de Maradona… Esa tarde, fijándome en los puestitos de recuerdos y tomando notas de aquí y de allá, reparé en que da igual que se trate del Che, de Mafalda, de Maradona o de la mismísima Evita: todos son hijos de “la Argentina”, y todos ellos valen con tal de promocionar su tierra.
El museo Evita, por cierto, ha sido otra de los lugares que no he querido perderme estos días. Curioso, sin más: toda una oda a la obra de la que fuera Primera Dama del presidente Perón, un recorrido por su vida (y muy especialmente por su vestuario), que se explica hasta el más mínimo detalle, para luego reducir su larga enfermedad y muerte a tan sólo tres líneas. Y no, como podría suponerse, con objeto de evitar tan desagradable tema: un morboso video sobre el embalsamamiento y secuestro del cadáver pone colofón final a la visita. Como decía, curioso.
Otra visita curiosa, sin lugar a dudas, ha sido la del cementerio de La Recoleta, donde la muerte deja de infundar respeto y temor para convertirse en una atracción turística como cualquier otra. El cementerio impresiona de por sí, debido a sus gigantescos y curiosísimos mausoleos, decorados con enormes esculturas de las más variadas corrientes arquitectónicas; pero es que, además, en él se encuentran enterrados algunos de los personajes más famosos e ilustres de la historia argentina, como por ejemplo, la misma Evita.
Tengo que reconocer que el cementerio me gustó, e incluso me retuvo más de tres horas, hechizada como estaba con todas esas gigantescas efigies que parecen vigilar al extraño desde todos los ángulos. Sin embargo, la tumba que más me conmovió, no fue de ninguna manera la de Evita (muy discretita en un panteón familiar sin demasiada decoración, y además, atestada de gente), sino la de una joven italiana de 26 años, creo que desconocida, a quien cuyo padre levantó una terrorífica estatua de ella misma con su perrito, que lejos de resultar hermosa o enternecedora, lo que causa es pavor. Para rematar la jugada, la estatua va acompañada por el escrito que os dejo a continuación (está en italiano, ma si capisce, vero?). Los pelos como escarpias…
Por las tardes, después de una siesta bien merecida, Alejandra se unía a mi plan y juntas hemos recorrido otros lugares de la ciudad, como puedan ser la Avenida Corrientes, donde quedé atrapada al descubrir decenas de librerías de segunda mano u ocasión con libros ¡¡en español!! (mi mochila pesa tres kilos más desde entonces, sólo digo eso) o el Jardín Botánico, reducto de todos los gatos abandonados de la ciudad, ¡que llegan a contarse por centenas! Al parecer, este es un problema que preocupa gravemente a la administración porteña…
Gracias a Alejandra he tenido también el gusto de conocer dos puntos clave (y si no es así, me lo invento yo) de la cultura porteña: el primero, “La Bomba de Tiempo”, un grupo de percusión que al parecer lleva varios años tocando indiscriminadamente todos los lunes en el mismo lugar (el Centro Cultural Konex), siempre con llenos absolutos, y que contra todo pronóstico, me dejó con la boca abierta (no hay fotos del evento porque me atemorizaron con el tema de los robos y no saqué la cámara). El segundo, la pizza argentina; concretamente la de la pizzería Guerrin (llenando panzas desde 1932), que con dos porciones me dejó saciada para una semana (jamás había visto tal cantidad de mozzarella en una misma masa… una cosa de locos).
En definitiva, una buena semana en Buenos Aires. Una semana que, por intensa, me ha dado para ir recopilando ya algunas anécdotas para el recuerdo, como la que ha continuación os dejo (igual escrita no es tan graciosa, pero a mi personalmente todavía me hace sonreir):
Hallábame yo en una calle cualquiera de la ciudad, dedicándome a lo de siempre (sacar fotos hasta a las alcantarillas), cuando topé de bruces con una carnicería anunciando entre sus productos “matamabre” (alguien tendrá que explicarme por qué e España no tenemos de eso, es delicioso), jamón, salchichón, queso… y más cosas por el estilo. Fue tal el impacto (recordad que llevo varios meses sin oler siquiera estos productos), que no dudé en desenfundar la cámara y agacharme para capturar el comercio desde todos los ángulos posibles: con gente, sin gente, desde arriba, desde abajo… (al fin y al cabo, si mi blog algún día cae en manos de un vietnamita, tal vez le interese saber que en Argentina eso existe ¿no?) Transcurridos un par de minutos, el carnicero no lo puede resistir más, y me pregunta: “¿Qué hacés?”. Yo, pasado el corte inicial, le respondo: “Sacar fotos de la carne”. Ante esa poco esclarecedora respuesta, el carnicero duda unos segundos, se queda como pensativo, y al final me pregunta como extrañadísimo: «¿¿En España no tienen carnicerías??”.
En ese momento pude verme como cualquier birmano, laosiano, indonesio o indio a los que he acribillado a fotos los últimos meses: como un bicho raro. Y tengo que reconocer que ahora me cuesta más sacar la cámara…
Nota: De las 376 fotos que tengo de esta semana en Buenos Aires, he hecho una selección final de 102 que evidentemente no he podido meter en esta entrada. Con esto no quiero decir que todas sean buenas (ni muchísimo menos), pero sí que son «más de las que están», y por eso os invito a pasaros por su álbum, ya que posiblemente salgan cosas de las que por cuestiones de espacio y tiempo me ha sido imposible hablar aquí…
He leído con atención tu visita a Argentina….me parece estupendo…lo único que me ha sorprendido es que no sabías que en Argentina se hablara castellano. Es así o yo me equivoco en la apreciación? bueno…..
Si quieres ir para Bolivia te recomiendo que consigas un ticket del tren a Tucumán que será una verdadera sorpresa para ti y de allí en bus hagas Salta y Jujuy (quebrada de Humahuaca) e ingreses a Bolivia por La Quiaca….no es caro y conocerás una Argentina diferente de los tópicos para giris de Buenos Aires.
Por último quiero decirte que a Mafalda le gustaba el tango y mucho……..un abrazo y buen viaje
Hola Marcelo! Así que a Mafalda le gustaba el tango… no tenía ni idea, jeje, y eso que de pequeña leía mucho sus historietas!
Muchas gracias por tus consejos, ahora estoy en Córdoba; Tucumán me parece que lo voy a pasar, pero Salta y Jujuy claro que entran dentro de mi itineario!
Por último, una aclaración: ¡¡¡por supuesto que sabía que en Argentina se habla castellano!!! jajaja, espero que no se me haya interpretado mal… he intentado reflejar que el cambio de estar rodeada de asiáticos a personas de habla hispana ha sido bastante fuerte… y que al principio me salía dirigirme a todo el mundo en inglés, ¡sólo eso! Igual lo he escrito un poco lioso…
Un abrazo!
Muy buen reportaje :) La semana pasada que he estado en París he conocido a un grupo de 4 Argentinos, precisamente de Buenos Aires jejeje y les iré hacer una visita cuando pueda. Así que realmente este articulo me sirve para saber con lo que me voy a encontrar.
Voy a echar un vistazo a las fotos que has subido :)
Me alegro que todo te vaya tan bien… un besuco!!!
Qué gozada! Dan ganas de visitar todos los sitios que mencionas…hasta el cementerio!! Un abrazo y sigue cuidándote!!
Qué nervios!!! Estás en Córdoba, donde nací y viví hasta los 13 años! Espero que te tratemos bien. Estoy loco por leer tu próxima entrada!
Te recomiendo comerte un lomito en el «348», en la esquina de Colón y Chubut. Son riquísimos!!!
«en españa no tienen carnicerias???» jajajaja, ese carnicero tuvo que sentirse como una estrella de cine! jajajajaja
genial todo, como siempre. ya tardabas!
Carmen qué envidia me das. A ese lado del mundo sí que me iba sola!
Jolín Carmen, ¡qué envidia! Vaya pedazo de viaje :)!!
Sigue disfrutando y contándonos todo como hasta ahora.
Cuídate, muaa!
P.D: chinchulín.
(Del quechua ch’únchull).
1. m. Arg., Bol. y Ur. Intestino delgado comestible de ovinos o vacunos.
Bieeeeeeeeeeeeeeeen, el alfajor para mi :)! (me gustan de chocolate blanco y fresquitos de la nevera :P)
Lluís: Muy bien! El alfajor para ti! ;) Pero antes… ha probado el chinchulín alguna vez?? aquí quieren metérmelo en todas partes, y estoy siempre atemorizada analizando la comida… glups =S
Belén: Cuánto tiempo! Y a la India no te animarías a irte sola? mira que yo estoy más «asustada» aquí que allí…
Carlos: Necesitaba un descanso, man! Son demasiadas cosas… intentaré ir más ligerita los próximos días. Un beso!!
Elgus: ¡Así que de Córdoba! Jo, si me lo llegas a decir antes hubiese buscado ese sitio… Probé el lomito («lomazo», más bien), pero no se dónde… en cualquier caso estaba buenísimo! (aunque dado el tamaño me sirvió para comer toooodo el día: lo iba partiendo en raciones, jajaja)
Laura: Es que Buenos Aires es una pasada. Y a pesar de haber estado una semana se me quedaron cosas por ver… muchas… En fin, habrá que regresar algún día! Un beso!
Edu: Cuando vengas avísame que me apunto! jijiji Un besuco!!
Jaja! Bieeeeen :) Yo nunca he sido muy dado a la casquería pero me imagino que debe de andar como todo eso, textura como la de los callos o la «careta» (no sé si lo conocéis así, en Catalunya lo llamamos «galta»). Bueno, debe de ser gelatinoso si va en salsa, no sé XD!
Hasta dónde vas a llegar? Pisaras centro y/o norte américa? Cuando vuelvas de todo todo ¿haces escala en Barcelona? XD! Cuídate, muaa!
Volver a Argentina, que te esperamos en Mendoza, tierra del sol y del buen vino. Tantos sentimientos que contas que me parecieron revivir los mios en mi viaje de Argentina – España. Un abrazo grande grande.
¿Y el mate? jeje..por que yo asocio a cada Argentino chupando del cacharro ese (matara creo que lo llaman)..Muy interesante esta entrada.. que rincones tiene Buenos Aires!!!.. Monumental, Bohemia.. de todo un poco. Muy bonito..
Tengo entendido que en la Argentina, la calidad de la carne es excepcional, y con la parrilla hacen virguerías ..al menos eso me dicen. Tu prueba a ver..jejeje..
Las fotos.. una pasada!!!! (como siempre)..
Un Besuco….
Carmen!! Espero que el viajee siga todo en orden!! Que la argentina que tanto quiero te trate bien!!
No se si te conte que mi abuelo materno esta enterrado en Recoleta!! Y podes creer que nunca fui?
Un beso
increible caminito no???? jo q bonito, aunq la historia sea mas triste, pero seguro q estando alli es todo impresionante…con q nos vas a sorprender la siguiente???jejeje, queremos verte bailando tango!!!
un beso!!
ku
No se que me apetece más : chinchulin o mondongo. No sé, no sé
Estoy dudando mucho y no por cual decidirme.
Huumm me relamo .
Y no pierdas de vista el pechito y corazon.
T.Q.
Corazón de Verano!
¿Qué opción eliges?
A) A lot
B)Poquitou
C)Nada
D)Los tres cerditos… de donde salen el mondongo,el pechito,la patita y el chinchulin,conocido tambien como CHORIZO!
PD:QUIERO ESE ALFAJORRRR
Me parece genial como has explicado lo del cambio de idioma. Es como quitarte unas gafas de sol que te protegen o algo así, además de que cada vez notas que el fin del viaje se acerca…. En cuanto a lo que contaste sobre Australia: en mi opinión son muy del estilo american way of life. Es una pena que te hayas perdido Nueva Zelanda, uno de los países más bonitos del mundo. Para otra ocasión no te lo pierdas!
¡Hola Ana!
Hace tiempo que escribí esta entrada, y gracias a tu comentario me has hecho releerla :) Lo del idioma es algo que me sigue pasando ahora; me siento mucho más «segura» y protegida viajando en países donde no me entienden… ¡lo que son las cosas!
Por cierto, ¡ya he conocido Nueva Zelanda! No en aquel viaje, claro. Este año, estuve dos meses y te doy la razón: es uno de los países más bonitos que he visto. ¿Tú cuándo estuviste?
¡Un abrazo!
Hola!!!
Descubrí tu blog anoche!!, por Dios todo lo que me he perdido leí todas las entradas de India e Irán, ahora iré por Noruega que es un país que me llama mucho la atención en conocer….
Como te saltas Chile!!!! bueno para la otra……a Buenos Aires he ido muchas veces, nos separa sólo 1 hora de avión, el segundo viaje lo hice sola y lo pasé muy bien, eso sí yo soy muuuuucho más floja que tu.
ME ENCANTÓ EL BLOG Y AUNQUE POSTEO EN UN POST DEL 2012 mira como es la vida en ese mismo mes de ese año yo fui a Buenos Aires, de hecho vi la obra Agosto y fue muy buena!!
UN ABRAZO!
me encantaría ir a ese país donde está mafalda sentada en un banco!!! qué suerte tienen los del extranjero!!