El viernes a las siete de la mañana, un intrépido grupo de exploradores aguardaba impaciente el momento en que su guía sij les dijese que era hora de comenzar la marcha. El grupo estaba formado por una americana de 23 años, un italiano de 30, una pareja francesa (de la que no sé la edad, pero que rondarían los treinta y pico) y yo misma, de sobra conocida por mi pasión por el deporte y mi amor a la montaña (*).
A las siete y cuarto en punto nos subimos en la furgoneta que había de llevarnos hasta las afueras del pueblo. El vehículo estaba cuidadosamente cubierto por una lona de plástico, ya que ese día, 16 de abril, era el último del calendario budista; es decir, el último del Water Festival, y la gente, sobre todo aquella de menor edad, estaba completamente desatada, decidida a empapar a todo incauto que se pusiese en su camino.
A pesar de las precauciones, cuando a las ocho llegamos al punto de partida del trekking, estábamos todos empapados de los pies a la cabeza. Por mi parte, tras haber comprobado la facilidad que esta gente tiene para hacer pasar, en algo menos de un segundo, veinte litros de agua a través de la rendija de una ventana de un tren en movimiento, o de una furgoneta cubierta por una lona, no puedo menos que pensar que en esta parte del mundo las personas nacen, en lugar de con un pan debajo del brazo, con un dispositivo especial que les haría invencibles en una guerra, especialmente en cuanto a temas de precisión.
A pesar de mis temores iniciales, debo reconocer que el trekking no sólo no ha sido tan duro como esperaba (al menos sobre la marcha, el “después” es otra historia…), sino que posiblemente haya sido lo más bonito que he hecho en este país, y una experiencia que sin duda recomiendo y repetiría.
El primer día comenzamos a caminar a las ocho y media de la mañana, adentrándonos en los campos y colinas de Shan State, donde el único signo de civilización son los cultivos y alguna aldea de minorías étnicas que encontrábamos muy de vez en cuando. Estos terrenos están “abiertos al público” desde hace relativamente poco, ya que durante años las relaciones entre el Gobierno y las tribus no han sido demasiado buenas, lo que hizo del terreno una zona de acceso restringido y controlada por militares. Al parecer no ha sido hasta 2001-2002 cuando el Gobierno y las tribus llegaron a un acuerdo que permitió abrir de nuevo el paso de cara al turismo.
En el camino paramos en algunas de estas aldeas, donde nuestro guía tenía la misión de ir repartiendo medicamentos (costeados, en parte, con el dinero que habíamos pagado por realizar el trekking), ya que en muchos casos estas tribus se encuentran tan aisladas que les resulta muy difícil hacerse con ellos por si mismas, por no mencionar que en este país la sanidad es un pequeño lujo que por supuesto no cubre el Gobierno.
Al llegar a cada aldea, todos sus habitantes (“todos” pueden ser veinte o treinta personas) salían a recibirnos nerviosos y contentos, y sin más preámbulos nos invitaban a entrar en sus casas, donde nos han agasajado con dulces típicos de la zona y té. Los niños, especialmente, se volvían locos con nuestra llegada: se colgaban de nuestro cuello, nos tiraban de la nariz, del pelo… y sobre todo posaban para las fotos, encantados de verse en la pantalla de nuestras cámaras digitales. Huelga decir que en estas aldeas la electricidad también brilla por su ausencia, por lo que podría decirse que la llegada de los grupos de turistas que deciden hacer el camino hasta el lago (o a la inversa: del lago a Kalaw) a pie, es el gran divertimento de la semana.
Los adultos, por su parte, se mostraban más interesados en saber de dónde veníamos y a qué nos dedicábamos, así como de la actualidad de nuestros países de origen. Muchos de ellos, curiosamente, hablan un buen inglés, especialmente los hombres más ancianos (lo que tal vez sea un vestigio de la época del colonialismo británico) y los que no, al menos algo entienden, y en caso contrario, esperaban a la traducción de Harry, nuestro guía.
Exceptuando esas dos paradas, hemos caminado sin descanso hasta las doce y media, hora de comer, algo que hemos hecho también en un poblado, en una de esas coquetas cabañas elevadas de troncos de bambú, donde la familia propietaria nos ha ofrecido un buen plato de noodles con coliflor y huevo, así como unas cuantas uvas, que hemos regado con té.
A las dos hemos reemprendido la marcha, pasando por nuevos poblados así como por impresionantes bosques de bambú, algunos tan altos que producía vértigo mirar hacia arriba. Nuestro guía nos ha contado que en Myanmar existen unas 95 especies diferentes de bambú, algunas de las cuales crecen 4 y hasta 10 centímetros diarios, y que en tiempos de la guerra, cuando los británicos, los indios y los japoneses estaban aquí liándose a palos, uno de los métodos favoritos del país del sol naciente para torturar/asesinar a sus enemigos, era clavarles en estos troncos, donde morían lentamente deshidratados bajo el sol, al tiempo que los huesos de sus extremidades se quebraban debido al rapidísimo crecimiento de estas plantas.
Poco antes de las cinco y media hemos llegado a nuestro destino por ese día, un monasterio budista a los pies de una montaña, donde al dejarme caer sobre la silla he sido consciente por primera vez de lo cansada que estaba. A fin de cuentas, han sido siete horas de marcha bajo el sol y, aunque con alguna breve parada en el camino, al final se nota.
[¡Reventada!]
En el monasterio hemos tenido tiempo de descansar, ducharnos (si se le puede llamar así a “mojarnos” el cuerpo en las piletas de los monjes, mientras uno de nosotros bombeaba el agua del pozo que salía como le daba la gana) para después disfrutar de una opípara cena a base de pollo con patatas, mil tipos de verduras cocinadas de mil formas diferentes, curries, el omnipresente arroz y varios dulces de origen indio, indudablemente cosa de nuestro guía sij. Hacía mucho tiempo que no veía tanta comida junta, y curiosamente, tenía el estómago tan cerrado que apenas pude probar bocado. Lo que son las cosas…
Para dormir nos habían preparado un par de estancias en la misma sala de oraciones del monasterio, mediante una tela que colgaba de las columnas para garantizar nuestra privacidad, y camas consistentes en unas colchonetas en el suelo. En una de estas “habitaciones” hemos dormido el italiano, la americana y yo; en la otra, la pareja francesa.
A las cinco menos cuarto de la mañana nos han despertado los monjes con sus cánticos. La primera serenata duró unos quince minutos, tras lo cual nos relajamos y pensamos que podríamos dormir un rato más. Pero no: los monjes iban llegando por grupitos, y el concierto se prolongó durante más de una hora, haciendo imposible que pegásemos ojo de nuevo. Dado que sólo nos separaba de ellos una fina sábana, era como tenerles cantándote en la oreja, incluso me atrevería a decir que alguno de los más pequeños elevaba la voz más de lo necesario, divertido por la posibilidad de molestarnos. Al fin y al cabo, la mayoría son niños.
Tras un desayuno de campeones (chapati dulce, plátano frito, una verdura desconocida, papaya, café y té), a las siete emprendimos la marcha de nuevo. Esta vez el paseo se prolongó cinco horas y media, en las que pasamos, como el día anterior, por alguna aldea y más arrozales. Sin embargo, el grupo se veía más desmotivado, más cansado, a pesar de que yo, personalmente, no era consciente de un gran agotamiento. El italiano, por su parte, se había puesto malo: diarrea con todo lo que a ésta compaña (fatiga, dolor de estómago, malestar general…), y el pobre hombre era una piltrafa humana al que hay que reconocer el mérito de haber caminado las cinco horas y media que tardamos en llegar a nuestro destino final: un pequeño restaurante a orillas del río, donde almorzamos una típica sopa de noodles birmana, antes de subirnos en la lancha motora que nos llevaría hasta Nyaungshwe, nuestro campamento base en el lago Inle.
Una vez localizadas nuestras guesthouses, y tras los consecuentes agradecimientos a nuestro guía, que ha sido un completo encanto, el grupo se separó por primera vez en dos días. Aún así, como habíamos hecho buenas migas, a la mañana siguiente volvimos a reunirnos para hacer juntos el casi obligatorio recorrido en barco por el lago (ya que, yendo en grupo, nos salía más barato), e incluso los dos días siguientes (esto es: ayer y hoy),cuando la americana y los franceses se habían ido ya del lugar, Simone y yo hemos seguido quedando para explorar la zona en bicicleta por nuestra cuenta.
En mis planes entraba, después del lago Inle, una visita a Bago y posiblemente también a la Golden Rock, antes de regresar a Yangon. Sin embargo, me he quedado tan sin palabras al ver el lago y todo lo que le rodea, que he decidido quedarme aquí el resto de la semana, para poder disfrutarlo lo más posible. Tiempo tengo de seguir viendo pagodas y templos; omo para cansarme de ellos. Sin embargo, el lago Inle es un lugar único en el mundo, así que, que me perdone Bago, pero yo me quedo aquí, donde los gatos dan volteretas en el aire y los hombres reman con el pie y pescan a palazos. Pero de esto os hablaré el próximo día…
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(*) Creo necesario anotar, para quien no me conozca, que si por algo soy conocida es precisamente por ser una nulidad en cualquier tipo de deporte en grupo, así como por el repelús que suele despertar en mi la simple mención de “paseo por el monte”. Pero esto, al fin y al cabo, creo que suma valor a mis palabras cuando digo que el trekking merece, de verdad, la pena.
Mmm…
Curioso…
Envidiaca… De la buena, de la de verdad…
Te espero a la vuelta para llevarte de trekking por aquí… xD
Como decia el poeta …»se hace el camino al andar» o como dice sabinoel viajero …»viajar no alarga la vida,pero la ensancha».
Tanto ver cosas debes de tener la retina que no te cabe en el ojo! Gracias por contarnos tu ancho camino.
Hola Jose,
Gracias por ese comentario tan agradable, al mencionar mi frase: viajar no alarga la vida pero la ensancha. Paso a disposición de los q aqui acuden para cualquier comentario, un abrazo a todos y, ya sabeis…viajad que nunca os arrepentireis de ello.
Sabino
Es todo un honor que te hayas dejado caer por mi blog, Sabino! Tu currículum viajero me hace sentir muy muy pequeñita… nos queda tanto camino por andar! Un abrazo!
¡¡CARMINATOR!!
Y todavía tienes humor para escribir??…Que bárbaro!!.. de verdad que tiene que compensar mucho la caminata…Que maravilla… poder hacer lo que te de la gana!!.
Tengo mucha curiosidad por ver ese Lago…
Ku me das muchisima envidia! Si tu que no eres deportista y te a encantado, a mi que me encanta dar «paseos» no me lo quiero imaginar.A todo esto hay que sumarle que el paisaje de esa zona es IDILICO!
Por ultimo: ¡Te echamos muchisimo de menos!
El garrote vil , la hoguera, la guillotina, de cualquiera he leido o puedo decir algo, pero de la muerte atado al bambu…. creo que no solo no lo habia oido jamas, sino que….!!terrible!! No puedo pensar en ello.
Por lo demas, todo bien ¿NO?.
Te vas a volver =correcaminos= ¿Quien nos lo iba a decir? TQ.
Carmen!! procura sacar fotos al lago q describes tan maravilloso, y ya las subiras mas adelante, bueno tngo q decir q ya me he hecho una imagen mental hasta dl bosque de eucaliptos pero el estar alli no debe tener precio….
me hace gracia leer lo dl italiano, ya q tu hablas el idioma, yo lo intento y en ellas me hallo…jejeje
disfruta mucho d tu estancia x alli!!!un beso!!
ku el lago inle es de las cosas mas bonitas que he visto nunca, has acertado cambiando los días por Yangong, no hay color. ¿ Has visto a las mujeres Jirafa? UN BESO
Ku Importante : no te puedes ir del lago sin ver a «las mujeres jirafa» es algo realmente alucinante.
Con el comentario que has hecho sobre tu pasión por los entornos campestres se me acaba de ocurrir una pregunta sobre la fauna de la zona y la posible presencia de ciertas especies…