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Los tres momentos inolvidables de mi vida viajera

Esta semana, haciendo un poco de limpieza por casa, me topé con un álbum de fotos de mi primer viaje a Egipto y me emocioné. No por haber encontrado una reliquia semejante (aunque tampoco sería mal motivo); me emocionó pasar las páginas y encontrar, en cada fotografía, a una niña más sonriente que en la anterior.

En contadas ocasiones he sido más feliz que en ese viaje. De verdad de la buena: ahí marqué un “top”. No sólo me lo pasé bien, como cualquier niño que viaja con sus papás a un país «lejano» y exótico, sino que tuvo efectos a más largo plazo. Me cambió la vida. Creo (llevo todo el día dudándolo, no termino de atinar con la fecha) que tenía ocho o nueve años; yo no sabía mucho de Egipto por aquel entonces, lo justo para sentirme atraída por las pirámides, las momias y la maldición de Tutankamón, y a partir de ahí me convertí en una experta en miniatura.

Pero eso es otra historia, que además me escuece un poquito recordar (es lo que pasa con las frustraciones, que se convierten en rozaduras… y terminas abriendo un blog de viajes :P ). Así que voy a contar lo que he venido a contar, cosas bonitas: los tres momentos estelares de mi vida viajera. El primero, cómo no, tuvo lugar en tierra de faraones.

Las Pirámides de Guiza

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Nuestro viaje a Egipto tocaba a su fin. Tras hacer el clásico crucero por el Nilo, pasamos un par de días en El Cairo, donde nos aguardaba uno de los platos fuertes del recorrido: la visita a las Pirámides.

La noche anterior, papá, mamá y «la niña” (o sea, yo) fuimos a cenar al Mena House Hotel, desde cuyo jardín nos habían dicho que se contemplaba una de las mejores vistas de la célebre maravilla. Yo concretamente estaba obsesionada con una descripción que le había escuchado a mi tío, quien decía que a él las Pirámides se le aparecieron “de repente, majestuosas”, pero llevábamos unos minutos andando (camino al restaurante) por aquel sendero rodeado de árboles y yo no veía nada. Todo estaba oscuro. Yo miraba al cielo, miraba y miraba, y me desesperaba.

De pronto, por encima de la copa de los árboles, la vi. Un pico negro, enorme, descomunal. Descomunal de verdad. Tan descomunal que parecía estar encima de mí. Me asusté y di un chillido de espanto. Juraría que hasta me eché a llorar. Cuentan mis padres que aquella noche cené completamente muda, con la mirada fija en aquellas grandes moles de piedra, que entonces sí, estaban delante de nosotros, iluminadas con un juego de luces.

Las cremaciones nocturnas en Varanasi

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Los momentos estelares de una vida (viajera o no) no ocurren todos los días. De ser así no tendrían nada de extraordinario. Por eso entre el primer momento hielasangre que almaceno en mi memoria y el siguiente pasan la friolera de tres lustros (año arriba, año abajo). 2010: año de la “vuelta al mundo” y de mi primer viaje a India. Llevaba unos meses en el país, de modo que ya estaba algo curtida, pero todavía no había visto una cremación ni sabía la impresión que me causaría.

Cuando me acerqué por primera vez al Manikarnika Ghat donde se incinera a los muertos en la ciudad sagrada de Varanasi sería casi medianoche. No sé por qué no fui antes, había llegado a la ciudad por la mañana y me había dedicado a pasear durante todo el día, pero quizá no sentí la llamada hasta ese momento. A esas horas a penas había dos o tres hogueras encendidas y, por supuesto, mucha menos concurrencia que durante el día. Podría decir que estaba sola, porque contar quince indios a tu alrededor en un lugar como aquel, en el epicentro de una ciudad como aquella, es lo mismo que decir que no había nadie.

Recuerdo haberme acercado a las piras y quedarme petrificada, hipnotizada, con la mirada fija en el fuego y la madera que crujía. Durante la hora que permanecí allí sólo levanté la vista un par de veces, cuando el silencio era roto por el (casi inapreciable, todo hay que decirlo) sonido de un nuevo cortejo funerario llegando a ocupar su lugar en esa cola de horror y muerte. Aquella noche escribí que sentía haber estado en una gran fábrica de almas, y esa es la imagen que desde entonces me acompaña de Varanasi.

El Muro de las Lamentaciones

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No deja de tener su gracia que todos los grandes momentos de mi vida (ya no digo viajera: de mi Vida, y punto) hayan sucedido por la noche. La oscuridad invita a la reflexión, el recogimiento y el misterio, supongo. El tercero también ocurrió a la luz de la luna, concretamente en Jerusalén, durante el #minubetrip a Israel (¿Quién afirma que los viajes organizados son experiencias plastificadas, en las que no se vive nada auténtico? Ya os digo yo que no, o al menos hay excepciones).

Llevábamos un par de días en la ciudad y habíamos ido al Muro de las Lamentaciones varias veces, pero en ningún momento había sucedido nada insólito que me removiese demasiados sentimientos. Sin embargo, la noche del sábado, después de cenar, pasamos por ahí coincidiendo con el final del Sabbat. Mientras mis compañeros (todos hombres) se entretenían con una celebración que tenía lugar en el lado reservado a los de su género, yo me acerqué a la base del Muro en el sector femenino, y volvió a ocurrirme: quedé paralizada, abrumada por la energía que desprendían las mujeres que me rodeaban. No lo puedo explicar mejor (ni siquiera yo llego a entender qué sentí), aunque en su momento lo intenté en este texto, que por supuesto se queda cojo y no es digno de… nada.

Como tampoco lo son las imágenes esta entrada, tomadas en aquellos viajes, pero no en esos momentos que tratan de ilustrar. No hay fotografía a la altura de los recuerdos. Y a seguir creando recuerdos me voy, a la ciudad donde más se me remueven los sesos y las entrañas, la tercera de este post precisamente: Jerusalén, punto de partida de un muy esperado viaje (aunque cortito) por Oriente Próximo. Necesitaba un cambio de aires radical; cambiar de zona geográfica, de religión, de Historia, de cultura y de contexto sociopolítico. A ver.

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13 comentarios en Los tres momentos inolvidables de mi vida viajera

  1. Martin 24 abril, 2014 at 9:40 #

    Muy bueno lo de las pirámides, en esa época de la vida esos recuerdos te marcan a fuego.

    Mi primer viaje por libre fue a Egipto en 2007. Llegué todo jetlagueado, después de escalas largas en Río de Janeiro y Madrid. Dormí en el aeropuerto de El Cairo porque el vuelo aterrizó pasada la medianoche. Al otro día tomé un colectivo hasta el centro de la ciudad, no tenía ni idea y seguí de largo hasta que quedé sólo y el conductor me hizo bajar porque había terminado el recorrido. Estaba en la parte de atrás de la pirámide de Keops pero no tuve ni fuerzas para asombrarme porque estaba destruido de cansancio… cosas que no se olvidan.

    • Carmen 27 abril, 2014 at 23:57 #

      Exactamente la experiencia opuesta a la mía, jeje. Al final, por unas cosas o por otras, ambas se han convertido en recuerdos inolvidables :P

  2. José Carlos DS 25 abril, 2014 at 13:33 #

    Hace tiempo me escribía un viajero que iba a viajar por primera vez a Asia, quería recomendación para saber como afrontar el viaje y curiosamente me dijo que no había visto demasiadas fotos para no «spoilearse», yo le dije que las experiencias y momentos que marcan un viaje no se recogen en fotos, sino que se quedan en la memoria y no hay manera de plasmarlas en ningún formato físico, por lo que no podía estar más de acuerdo con esta entrada :)

    Preciosos recuerdos ¡Un saludote!

    • Carmen 28 abril, 2014 at 0:00 #

      Suscribo tus palabras :D

      De todas formas, también entiendo al chico. Cuando ves muchas fotos o lees otros blogs, con recuerdos o sin recuerdos intensos, esas imágenes inevitablemente crean una expectativa, buena o mala, que en el primer caso puede no verse satisfecha (con lo que se convierte en decepción), mientras que en el segundo se corre el riesgo de descartar un lugar que a una persona no le gustó, cuando a ti podría haberte encantado.

      En fin, yo siempre lo digo: que nadie haga mucho caso a lo que escribo, porque es completamente personal.

      ¡Un saludo!

  3. Luis López de Guideo App 4 mayo, 2014 at 11:04 #

    Hola Carmen,

    Nos ha encantado tu post y tus tres momentos inolvidables y trasmites perfectamente cómo son momentos de esos que te llegan muy dentro y es difícil de expresarlos con palabras. Por recordar las fechas exactas de los viajes no te preocupes, como Cesare Pavese «No se recuerdan los días, se recuerdan los momentos» y tu los recuerdas magníficamente :-)

    Un saludo. Luis.

    • Carmen 15 mayo, 2014 at 18:29 #

      Muchas gracias, Luis! No conocía esa cita de Pavese, anotada :)

      ¡Un saludo!

  4. Mami 4 mayo, 2014 at 20:00 #

    Hola KU. Bonito post

  5. Ivy 24 mayo, 2014 at 10:10 #

    Hola Carmen,
    Bonito post, es evidente que tu gusanillo por viajar viene de lejos. Yo no llevo tantos años viajando, pero estoy totalmente enganchada.
    Este año queremos hacer un viaje, que realmente es el motivo que impulsó a viajar a mi chico. Queremos ir a Egipto, y de regalo, Jordania e Israelí.
    Con la que está cayendo en Egipto, parece que un viaje por nuestra cuenta es algo temerario. Te comentaré que hemos ido por nuestra cuenta a multitud de sitios, alguna vez te he comentado por aquí, este verano pasado China y Rusia, y otros años la India, México, Guatemala, Japón, Australia… Pero en Egipto no sé qué tal serán los desplazamientos yendo solos.
    Este año tenemos el tiempo para poder hacerlo, otros años no sé, y tenemos unas ganas de ver las pirámides que nos impulsa a hacerlo. No sé si crees que es factible, qué nos recomendarías. Miraré tus otros post sobre Jordania e Israelí.
    Gracias por todo, eres toda una inspiración.

  6. Yesenia 3 diciembre, 2016 at 6:10 #

    Waoo!! este Blog no pudo haber llegado en mejor momento a mi vida, estoy sin palabras.

  7. Joe Lisky 1 julio, 2022 at 21:17 #

    Súper genial este post

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