Llevo un poco de retraso, pero es que no he parado. Eso, sumado a que estos últimos días he tenido ligeras dificultades para conectarme a Internet, ha propiciado que se me acumulen los pueblos, las fotografías y las historias. Por eso voy a tratar de hacer un resumen, aunque ya sabéis cómo se me da a mí eso de sintetizar…
Dejé Saigón para empezar a recorrer el país, de sur a norte. Y, como adelantaba el último día, mi primera parada tras Saigón ha sido Dalat, una pequeña ciudad en la montaña, famosa por ser uno de los destinos preferidos entre los vietnamitas para pasar su luna de miel.
¿Y qué tiene de especial Dalat? Pues, desde mi punto de vista (ni mejor ni peor que ningún otro, simplemente el mío), poca cosa; a excepción de los espectaculares paisajes de los alrededores, si hacemos caso a la publicidad que se le hace en todas las agencias. Pero como tampoco es que yo sea muy «paisajística»… pues así me he quedado: un poquito a medias.
En la ciudad de Dalat no hay nada. Si me leyese un vietnamita, no me lo perdonaría: ¿Cómo que en Dalat no hay nada? ¡Está la Crazy House!, ¡la Crémaillère!, ¡el Valle del Amor!, ¡el cable-car! Y es que los atractivos de Dalat, esos que parecen atraer tanto a los recién casados, son todos de ese estilo: atracciones de feria. Y eso no es lo que yo estoy buscando…
Tengo que reconocer que con la “Crazy House” piqué. Piqué, y pagué la entrada correspondiente para encontrarme en medio de un decorado a lo “Alicia en el País de las maravillas”, de lo que parece ser un hotel que, además, está en pleno trabajo de ampliación. Aparte de mí y de los obreros, allí no había nadie. Ni siquiera un empleado que me explicase un poco el sentido de todo eso, o me diese un mísero folleto para enterarme por mi misma. Bueno, sí, alguien había: las dependientas de la tienda de souvenirs, que sin hablar una palabra de inglés me persiguieron por todas las habitaciones para intentar venderme un bolso por 35 dólares. Así que, con las mismas, a los quince minutos de haber entrado, me fui.
Al día siguiente decidí buscarme la vida, pasar absolutamente de todas esas “mamarrachadas” que ni me van ni me vienen, y alquilar una bicicleta para recorrer los alrededores. En la guía, al final del todo y en letra pequeña, señalaban un pueblo a 17 kilómetros de Dalat, llamado Lang Dinh An pero conocido popularmente como “Chicken Village” por el motivo que más adelante explicaré. Así que hacia allí me dirigí.
Llegar me costó lo mío. Diecisiete kilómetros en montaña, aunque sea por carretera, no son moco de pavo. ¡Yo que me creía Freire después de Bagan y Angkor! Además, los pueblos que iba encontrando en el camino no están nada bien señalizados, y lo de preguntar a alguien ya he comentado que no es una opción.
En cualquier caso, el paseo, aunque duro, fue muy bonito. Si bien debo decir que tampoco hubo nada que me hiciese abrir los ojos como platos, ya que los paisajes de los alrededores de Dalat son lo más parecido a Cantabria que he visto desde que salí de viaje. Las montañas, la vegetación, los animales… ¡idéntico! Incluso en algún momento tuve la sensación de estar dirigiéndome a Castañeda, en lugar de a Lang Dinh An. Al parecer, lo que verdaderamente destaca de esta zona son las cascadas, pero al acercarme a una que me quedaba de camino y comprobar que la entrada costaba 40.000 dongs; el “aparcamiento” de la bici, otros 20.000; y que, una vez dentro, cada actividad (rafting, cable-car… entre otras), más de lo mismo, se me quitaron las ganas de fotografiar bellezas naturales.
Finalmente, conseguí llegar al “Chicken Village”. ¿Y cómo me di cuenta de ello? Pues por el enorme “pollazo” que hay en el centro de la aldea: una gigantesca y extravagante estatua de un pollo que es imposible pasar por alto.
Lo cierto es que, una vez vista la estatua de dicha ave, sentí que todas las penurias sufridas para llegar hasta ahí habían valido la pena. Quien me lea pensará que estoy loca, o que vaya manera tengo de consolarme, pero es cierto. El “monumento al pollo” de Lang Dinh An, aunque sólo sea por raro e insólito, por casi rozar el absurdo, merece un desplazamiento a propósito. Además, pero no menos importante: no hay turistas, ¡tal vez porque a nadie le interesa!
Lang Dinh An es una pequeñísima aldea, apenas compuesta por quince o veinte casas situadas a lo largo de un precario camino secundario de tierra. Debido al terrible calor que hacía a aquellas horas del día (cuando llegué acababan de dar las doce del mediodía) no se veía a nadie por la calle, lo que hizo que mi encuentro con el pollo fuese todo lo íntimo que pudiera desearse. Bajo aquel sol abrasador éramos el pollo y yo; yo y el pollo: él posando y yo retratándole (y mirando en todas direcciones para ver si conseguía alguien que me sacase una foto con él).
En esas me encontraba cuando apareció Carol, una mujer de 39 años, acompañada por su nieta y dispuesta a contarme la historia de la estatua, el pueblo y lo que hiciese falta. Por lo que pude entender, los orígenes de la estatua se remontan muchos años atrás (Carol dice que ya estaba ahí cuando ella nació), y su construcción conmemora la muerte de una pareja a lo “Romeo y Julieta” que en su época conmocionó a la aldea entera.
Los habitantes de Lang Dinh An componen una minoría étnica dentro de Vietnam, regida por un fuerte sistema de matriarcado. Esto quiere decir que es la mujer quien tiene todos los poderes de la casa, si bien a la hora de contraer matrimonio con alguien es también ella quien debe pagar una buena dote a la familia del novio. En aquella época, la dote debía estar compuesta por lo espolones de un extraño pollo que habita en las montañas de la zona, así como por veinte sharons (la “falda” típica del lugar) tejidos por ella misma.
Por lo que me contó Carol, la chica de la historia se aventuró en las montañas para “cazar” el preciado pollo, pero nunca regresó. Tras una búsqueda de varios días, la hallaron muerta en un bosque, lo que desencadenó una fuerte disputa entre ambas familias. Para solucionar el problema, los padres de la chica exigieron al chico que saliese también en busca del pollo, y también él murió. A la vista de lo sucedido entraron en escena las autoridades de la zona, eliminando para siempre la exigencia de tener que pagar tal extravagante dote (ahora está compuesta “sólo” por los veinte sharon y cinco búfalos) y erigiendo el monumento al pollo en recuerdo de la pareja.
Sea cierta o no, la historia no deja de ser curiosa; y el haber estado en el que posiblemente sea el único pueblo del mundo con un pollo gigante en el centro (editado: hay otra estatua parecida en Francia, ¿alguien da más?), una anécdota más para contar…
Tras las montañas de Dalat cambié radicalmente de aires y me dirigí a Nha Trang, un pequeño paraíso en la costa del Mar de China. Que nadie piense que me estoy acomodando, sólo he estado cuatro días; pero, ¿cómo iba a pasar por aquí sin bañarme en esa playa? A saber cuándo tengo la oportunidad de volver…
Nha Trang podría describirse como “la Marbella vietnamita”, tal es el parecido con la ciudad española. A la vista de sus avenidas, bares de copas, hoteles Sheraton y muchísimos más en construcción… cuesta creer que uno se encuentre en Vietnam. Aquí más que en ninguna otra parte se palpa y se siente el crecimiento que está viviendo este país, cuya economía le ha valido un puesto dentro de la lista de lo que se ha dado en llamar como los “Próximos Once”. Dentro de diez años, o menos, Vietnam estará irreconocible.
Además de tomar el sol y descansar un poco, la única “visita” digna de mención que he hecho en Nha Trang ha sido al Buda Sentado que, desde lo alto de una pequeña colina, vigila toda la ciudad. Allí tuve otro encuentro curioso con una señora (por lo que parece, encargada de limpiar las imágenes y los altares) que decidió impedir a toda costa que sacase una foto decente al Buda Reclinado que hay un poco antes de llegar a la cima. Era verme apuntar con la cámara, y automáticamente dejaba su colorido plumero a los pies de la estatua. Ante tal provocación, yo le pedía permiso con una sonrisa y apartaba el plumero a un lado, pero en cuando me alejaba unos pasos para tomar la fotografía, la mujer volvía a poner el plumero en “su sitio”. Así mantuvimos un forcejeo de unos diez minutos hasta que, haciendo uso de mis dotes persuasivas, sacándole un par de fotos a ella y dándole un poco de conversación, conseguí “mi” foto. Todo un personaje.
Y de la playa de Nha Trang qué os voy a contar… Seis kilómetros de arena blanca y un mar cristalino (aunque más fresquito que el de Sihanoukville) que han hecho mis delicias durante los cuatro días que he permanecido allí. Para no entretenerme más de lo necesario (y porque leer la descripción de un día de playa tampoco creo que tenga un gran interés), os dejo simplemente con las fotos. Cuidado con la baba…
Como los placeres se disfrutan más en pequeñas dosis, el domingo por la tarde guardé el bikini en la mochila (de dónde creo que va a tardar bastante en volver a salir) y cogí un autobús nocturno con destino Hoi An.
En lo referente al transporte en Vietnam, las posibilidades fuera de las compañías turísticas privadas son bastante limitadas. Exceptuando el primer pick-up local que tomé para ir del Delta del Mekong a Saigón, me estoy desplazando siempre en autobuses super turísticos, con todas las comodidades y bastante caros. No es lo que yo quería… ¡pero es que no hay otra forma de moverse! En cada pueblo al que llego, pregunto por la estación de autobuses locales, y o no existe, o está a cinco kilómetros del centro, o para más inri, el billete cuesta lo mismo que aquellos que pueden contratarse en las agencias. Ya, ni pregunto. Y me da mucha rabia, porque en Saigón tuve la posibilidad de contratar un open-tour, la forma más cómoda de recorrer el país, que consiste en un billete que permite hacer todo el recorrido de Saigón a Hanoi (o a la inversa), parando en los lugares que quieras, y en teoría más barato que comprar los viajes individualmente, y no lo hice, convencida como estaba de que no sería tan difícil viajar como los locales… Pues lo es. Ahora estoy a la espera de comprobar a cuánto asciende la suma de todos los billetes comprados, y ver si, efectivamente, metí la pata con mi decisión…
De Hoi An, aunque acabo de abandonarlo (y las fotos ya están en su álbum), os voy a hablar el próximo día; tanto para que esta entrada no quede demasiado larga (Hoi An lo merece, ¡qué maravilla de lugar!), como para publicarlo conjuntamente con Hué, el lugar donde acabo de llegar hace dos horas, y mi última parada antes de Hanoi. Así pues, la próxima entrada no se retrasará tanto, ¡en un par de días me tenéis de nuevo por aquí! Eso, si los apagones de luz deciden por una vez ponérmelo fácil…
Oye, pues las casitas esas del principio molaban! y qué carácter la mujer del plumero, no? para lo chiquitina que es! jaja
Por cierto…? yo también soy de cantabria! xD
Besoss, a seguir disfrutando del viaje : )
Me encantaaaa!!
Que curioso el bus, es muy chulo, jeje.
Besos
Muchas gracias por tu comment, te iba a decir que te enlazaba también, pero te tengo ya, me encanta tu blog, y «seguiré siguiendote»
Un besazo
Hola, Carmen
Me llama la atención todo lo que cuentas al rededor del pollo,es muy curiosa la historia, y el monumento (creo que hay otro monumento al pollo, en el pueblo Francés de Bresse) pero este es de bronce. Curioso también que tengamos un clon de Cantabria en Vietnam…je,je.
Pero que playas..que envidia..por Dios..y encima, se mi vacías…
Cuídate,pero sobre todo disfruta..
Un Besote!
No tenía ni idea de que hubiese otra estatua de pollo en Francia! Lo corrijo ahora mismo. ¿Y por qué la habrán puesto? Tendré que buscarla, a ver si es tan descomunal como ésta… Un abrazo!
«Incluso en algún momento tuve la sensación de estar dirigiéndome a Castañeda, en lugar de a Lang Dinh An.» Bueno, pues nada, nos daremos una vueltuca por Castañeda a ver si aparece la señorina del plumero evitándonos sacar fotos ;D Qué triste la historia del pollo… que siempre tenga que pasar alguna gorda para caer en lo absurdas que son algunas imposiciones…
Mmm…
Curioso…
Ponga un pollo en su vida…
Aquí el día menos pensado nos ponen una vaca…
Tengo entendido que del pueblo Francés de Bresse ,salen los pollos mas apreciados y con mas calidad del mundo.. según los restauradores mas reputados.. No se si has visto, o te suena, la película-documental El Pollo, El Pez y El Cangrejo Real..Trata sobre el Campeonato del mundo de cocineros y hay te documentan sobre todo esto…
Tragón que es uno je,je,je..Por eso te presto tanta atención, cuando hablas de las costumbres culinarias de los sitios por donde pasas..(Bueno
y todo lo demás eh!…
Un Abrazote!.. Ku
Hola! Acabo de engancharme a tu blog, es genial, felicidades!! aunque después de tantas condecoraciones ya te lo habrán comentado muchas veces.
Solo quería felicitarte y decirte que tuve sensaciones muy similares a las tuyas en mi viaje al Vietnam, especialmente comparto lo increíble q es Sa Pa…
Yo sí viajé en general con compañías de autobuses de largo recorrido locales (Mai Linh por ej.), en las q no había más q nosotros de turistas.
Es cierto que no hablaban mucho inglés y no hacían el esfuerzo para entenderte en según qué lugares, por eso lo mejor era pedir a algún vietnamita que hubiéramos conocido durante el viaje q nos ayudara con las traducciones…
Sea como sea, Vietnam es un país precioso!
Hola Lara!
Me alegro mucho de que te guste el blog, y comparto tu opinión de que Vietnam es un país precioso… Yo el problema, fundamentalmente, lo tuve con su gente, pero como se suele decir…. me gustaría volver de nuevo para darle otra oportunidad! Ahora que voy «sobreaviso», seguro que lo encaro de otra manera :)
Un abrazo!