La primera vez que fui a Halong Bay, NO juré que no volvería. A pesar de sentirme timada y maltratada, estaba convencida de que la culpa había sido mía, que algo había hecho mal.

Aquella primera vez había optado por la vía fácil, contratando la excursión en mi hostal de Hanoi. Me estafaron. A mí y a todos mis compañeros de crucero, algunos de los cuales habían pagado hasta tres y cuatro veces más que yo para ser metidos en mi mismo barco y ser tratados con el mismo desprecio que yo recibí; un desprecio impropio de un país y un enclave que vive del turismo.

Más adelante supe que yo no había sido la única. Desde entonces he leído muchas experiencias de otros viajeros, como por ejemplo la de mi amiga Aniko Villalba, a quien (entre otras lindezas) robaron el teléfono móvil, y cuando intentó poner una denuncia se chocó de frente con unos policías metidos en la misma mafia que los barcos.

[Cumpliendo 25 primaveras en Halong Bay, año 2010.]

Así que, cuando el pasado octubre regresé a Halong Bay con Antonio y Marina, iba precavida y decidida a hacer las cosas bien. Contrataríamos el barco en el mismo puerto para evitar intermediarios y asegurarnos el precio justo de lo que íbamos a recibir. No regatearíamos tanto con el fin de obtener un mejor servicio. Estaríamos atentos a que no nos robasen (literal y metafóricamente). Nos regalaríamos una experiencia inolvidable, como Halong Bay se merece.

Y vaya que si fue inolvidable. Volvió a pasar: nos robaron. Hay quien dice que si te engañan una vez puede no ser culpa tuya, pero si te engañan dos es que eres un poco tonto. No quiero defenderme, puede que yo sea tonta, pero no fui solo yo: éramos tres, estábamos sobre aviso y nos la volvieron a meter doblada. Porque el problema no es que te engañen y no te des cuenta hasta el final: es que lo estás viendo, lo estás viviendo, lo estás diciendo, estás gritando, estás llorando, y no puedes hacer nada por escapar. Es una trampa. Halong Bay es una trampa de la que, una vez dentro, no puedes salir.

Así que vamos a hablar claro de una vez: a la mierda con el dragón que baja del cielo y escupe piedras preciosas que se convierten en islotes. Halong Bay es bonito pero no tanto, lo siento. No lo es tanto (para mí) porque si te obligan a ponerte unas gafas oscuras, da igual el color del paisaje que tengas delante.

Ésta fue, de forma resumida, nuestra última experiencia.

Contratando la excursión

Llegamos a la ciudad de Ha Long por nuestra cuenta en un autobús local desde Tam Doc. Viajando por el sur no habíamos tenido ningún problema al tomar el transporte local, pero casualmente con el autobús a Ha Long nos engañaron. Pudo ser casualidad, sí. Nos dejaron en algún lugar a las afueras de la ciudad y tuvimos que buscarnos la vida para llegar hasta el puerto de Cai Lan, porque todos los taxis querían estafarnos.

Una vez en el puerto, en las taquillas oficiales nos aseguraron que ellos no vendían cruceros de un par de noches en barco, solo excursiones de un día. Y les creímos, claro; al fin y al cabo son trabajadores del gobierno que no ganaban nada mintiéndonos. Luego supimos que sí se podían contratar ahí los tours. ¿Por qué nos dijeron que no? Si quiero pensar bien, diré que quizás no nos entendieron. Si admito pensar mal, estoy convencida de que lo que allí hay montado es una mafia muy grande cuyos tentáculos se extienden en todas direcciones.

Resignados, buscamos una agencia donde contratar la excursión, pero no la encontramos. Y finalmente, apareció «El Gusano». Le llamo gusano de forma deliberadamente despectiva por no decir una palabrota, pero qué más da insultar cuando a ti te lo han hecho tantas veces: os le presento ya como el mayor hijo de puta que he conocido en los últimos meses. Todavía ahora cuando veo su cara en mis fotos me entran ganas de pegarle. No soy una persona violenta (más bien todo lo contrario), pero si hacen sufrir a los míos puedo sacar lo peor de mí, y éste “hombre” lo consiguió. Aunque todavía no. Todavía estamos en la fase de compra.

[El Gusano.]

Se presentó como representante de la agencia Halong VIP Cruises (luego sabríamos que no trabajaba ahí) y sacó un catálogo elegantemente encuadernado donde nos mostró los diferentes paquetes que ofrecían. Remarcamos muchas veces que queríamos pasar las dos noches en el barco, sabiendo que era más caro que dormir una noche en barco y otra noche en la isla, pues por cada día de navegación hay que pagar un permiso. No queríamos (y lo repetimos hasta la saciedad) dormir una noche en la isla de Cat Ba porque yo ya había estado y sabía que la ciudad donde te dejan a tu suerte es un lugar feo y triste donde no hay nada. Elegimos un paquete de dos noches en barco que incluía dietas y actividades como kayaking, una clase de cocina, visita a la cueva de Thien Cung y a las aldeas flotantes de pescadores (todos ellos extras que realmente no nos importaban demasiado), así como varios momentos reservados para simplemente nadar entre los islotes, que era lo que realmente queríamos hacer. Disfrutar de Halong Bay sin artificios.

El precio del paquete era de 120 dólares y sin mucho esfuerzo lo bajamos a 95 (unos 84 euros por persona). Más del doble de lo que yo había pagado en mi primera visita. El Gusano también nos facilitó el hombre de un hotel donde podíamos pasar aquella noche, y nos dijo que un coche iría a buscarnos a la mañana siguiente para llevarnos al puerto.

Aquella noche cenamos en un restaurante cercano al hotel y recibimos el peor trato (y la peor comida, y la más cara) de todo nuestro viaje en Vietnam. Pudo ser casualidad, otra vez. A la mañana siguiente, tal como habíamos acordado, un taxi nos esperaba en la puerta.

La estafa

Desde el momento en que pusimos un pie en el puerto, nos olió mal. Tuvimos que esperar algo más de una hora entre decenas de personas a que nos distribuyeran como ganado en una feria, y El Gusano se despidió de nosotros para nunca más aparecer, no sin antes pedirnos el recibo del pago para entregárselo al chico que desde ese momento nos atendería (a quien a partir de ahora llamaremos “El Nervioso”). Fuimos idiotas y se lo dimos, recibiendo a cambio el ticket de 150.000 dong que nos permitía pasar un solo día en la bahía. ¿Un día? Debía haber un error, porque habíamos solicitado dos. Se lo dijimos a nuestro guía y éste nos increpó de malas maneras que nos callásemos y subiésemos al barco. Que estaba al corriente de que habíamos contratado dos días y dos noches en barco. Que ese era solo un ticket general.

[Precios oficiales en Halong Bay.]

¿Conocéis esa sensación de SABER que te están estafando pero no poder hacer nada por evitarlo? Así nos sentimos. No nos quedó más remedio que tragar y cruzar los dedos; confiar en que las cosas irían bien.

En el barco, lo único que se parecía remotamente a las fotos que nos habían enseñado era nuestra habitación. Hay que reconocer que no estaba mal; al ser triple era algo más espaciosa que las dobles, en las que las camas están metidas con calzador en un cubículo mínimo donde no hay espacio ni para dar un paso.

Subimos al comedor, donde fuimos testigos del primer encontronazo de un joven holandés con el staff del barco, al que levantaron de la mesa antes de servir la comida, porque él sólo había pagado por un paseo. Tenían razón en el fondo, pero no en las formas. El chico podía haberse quedado con nosotros aunque no comiera, pero no le dejaron. Fue un detalle feo. El primero de muchos.

Y empezó el crucero. Halong Bay, tan bonito como siempre, al otro lado de la ventana. La comida era buena pero escasa, y aunque no sirvieron desde el principio las opciones vegetarianas que habíamos solicitado (tanto nosotras como un chico hindú que estaba sentado en nuestra mesa), enseguida lo arreglaron para que pudiéramos comer. «Hay buena voluntad por parte del personal del barco», pensamos, y lo celebramos pidiendo unas cervezas antes de visitar la cueva de Thien Cung.

A partir de ahí, fue engaño tras engaño y vejación tras vejación. Nos detuvimos a hacer kayaking y no había piraguas para todos porque éramos más pasajeros de los que correspondía. Yo directamente renuncié a hacerlo (tampoco me importaba), pero mi hermana y Antonio, con el bañador puesto y aguardando pacientemente su turno, se quedaron con cara de tontos en cubierta. El Nervioso nos prometió que al día siguiente habría una nueva oportunidad de probar la experiencia.

Desde ese momento, nuestro barco se convirtió en un “taxi” encargado de traer y llevar a los viajeros que iban o abandonaban la isla de Cat Ba a los barcos que les llevarían de regreso a la Halong City. No hicimos otra cosa en todo el día: acercarnos a la isla y recoger a unos, llevarles a su barco, buscar a otros y llevarlos a la isla, así toda la tarde. Ni paseo entre islotes, ni visita a las aldeas de pescadores (que según nos aseguraron, «no existían»), ni tiempo para bañarnos. Bueno, sí, treinta minutos al final del día, cuando el sol ya casi había desaparecido.

[Aquí pasamos más de la mitad del primer día de nuestro crucero. Frente a la isla de Cat Ba, sin navegar ni conseguir permiso para bañarnos, llevando pasajeros del muelle a los barcos y viceversa.]

Llegó la hora de la cena, y tras ello la noche. Después un día perdido sin hacer nada (aún peor que mi primera vez allí, cuando al menos vimos cosas) estábamos de muy mala hostia y sacamos la botella de vodka que llevábamos en la mochila «por si acaso». El Gusano nos había advertido que quienes llevasen sus propias bebidas alcohólicas habrían de pagar 10 dólares por cada botella. Vaya por delante que es una norma respetable y que de estar todos de buen humor quizás no nos la hubiésemos saltado (aunque el precio de las bebidas a bordo sea desproporcionado), pero dada la situación ni lo dudamos. Nos estaban estafando, nos habían robado un día en Halong y todavía no sabíamos qué pasaría el siguiente. No íbamos, además, a pedir permiso por beber de nuestra propia botella. Aún así, lo hicimos con discreción (con el vodka metido en un botellín de agua dentro de la mochila, y comprando refrescos en el bar del barco a precio de oro); bajo la atenta mirada de uno de los trabajadores, que se sentó junto a nosotros y no tuvo reparos en tumbarse en el suelo para comprobar si bajo la mesa ocultábamos algo. Una situación bastante lamentable.

Atrapados en la isla de Cat Ba

Al día siguiente (¡sorpresa!) nos llevaron a la isla de Cat Ba. Y ahí empezó la verdadera fiesta. A esas alturas, la mitad de los pasajeros del barco estaban de mal humor porque nadie había recibido lo que había pagado. Un hombre (que ya había estado antes en Halong Bay y, como nosotros, en esta ocasión había pagado algo más para recibir un mejor servicio), se quejaba de que no estábamos haciendo nada de lo prometido en el programa, y de que para rematar se había encontrado una rata corriendo en su habitación. Unos chicos que habían pagado por un “Party Boat” (crucero con barra libre de bebidas incluida), se quejaban de que habían tenido que pagar por sus copas, porque el staff del barco desconocía las condiciones que habían contratado. Nosotros nos quejábamos porque, aunque lo vimos venir desde el momento en que nos dieron el ticket general de un día, habíamos especificado claramente que NO QUERÍAMOS visitar la isla, nos habían dicho que no nos preocupásemos, y nos estaban obligando a desalojar el barco. El Nervioso replicaba a todo alegando que él solo era un trabajador, que no tenía ni idea de qué agencia nos enviaba a cada uno ni sabía lo que cada cliente había contratado, y que él solo hacía lo que le mandaban.

Hubo palabras muy fuertes aquella mañana. Llegamos a gritarnos, pero no sirvió de nada. Si te obligan a desalojar del barco, no hay nada de que puedas hacer. Desembarcamos en Cat Ba con nuestras maletas y mochilas, y nos subimos en un autobús con pasajeros de otros barcos para que nos llevasen a hacer un trekking al Parque Nacional que ocupa la mitad de la isla.

[Antes de bajar del barco nos mostraron, a esta distancia -y solo porque lo teníamos enfrente, el barco no se movió-, lo que según ellos era un «fishing village»: una granja de perlas desierta.]

El descontento era generalizado. Un hombre que había pagado doscientos euros por un crucero de lujo para él y su mujer gritó durante todo el trayecto que él no había pagado por hacer un “puto trekking que no le interesaba” (sic), exigiendo que les llevasen a un hotel para descansar, que era lo que él había venido a hacer en sus vacaciones. Un matrimonio con niños que también había contratado un crucero mejor, se negaron a unirse al trekking e hicieron sentada  a las puertas del parque. Nosotros no dijimos nada, pero cuando caminábamos por el sendero hacia la montaña, una mano se posó en el hombro de Antonio y escuchamos:

No vuelvas a hacer eso nunca. Me estoy enfadando mucho».

Era El Nervioso. El Nervioso estaba enfadado con nosotros por exigir nuestros derechos dejándole en evidencia delante de los demás pasajeros. No sé qué pensó que podría conseguir amenazándonos así, pero pinchó en hueso. Nosotros ya no teníamos nada que perder, así que volvimos a enzarzarnos en una pelea verbal en la que nos dijimos de todo menos “bonito”.

Tras una media hora de amenazas por parte de unos y otros que no llevó a ninguna parte (insisto: en Halong Bay estás atrapado y no hay nada que puedas hacer para salir de la trampa), le mandamos a la mierda y empezamos la ascensión de la montaña. Pero a medio camino yo me paré. La ira salía por cada poro de mi piel, estaba en una maldita isla donde había dicho que no quería ir, haciendo un trekking que no quería hacer, y encima El Nervioso me amenazaba con enfadarse si me atrevía a quejarme. Dejé a Marina y Antonio subiendo montaña arriba, y di media vuelta hacia la entrada del parque.

Allí me encontré con Eva y su madre Puri, de España, y un grupo de amigos de Colombia, con los que desde ese momento haríamos “pandilla”. Estaban igual de desencantados que yo. A todos ellos les habían estafado y no daban crédito a lo que ocurría, ni cómo el Gobierno vietnamita permitía que se hiciese algo así con el mayor reclamo turístico del país. Estuvimos largo rato hablando, hasta el regreso de Marina y Antonio, reflexionando sobre la situación y dándonos consuelo mutuamente.

Terminado el trekking nos llevaron a todos al hotel Sunflower II, donde tanto Eva como los colombianos habían pasado la primera noche, y donde supuestamente pretendían que nosotros durmiésemos la segunda. El tiempo a partir de ese momento era libre. Un día entero libre para “disfrutar” de esa horrenda ciudad donde no hay nada que hacer, o visitar la Isla de los Monos (previo pago, por supuesto).

Nos negamos a hacer check-in en el hotel. Cogimos al Nervioso por banda y, de buenas maneras (habíamos comprobado que por las malas no llegábamos a ningún sitio), le pedimos que nos permitiese llamar al Gusano de la agencia de Halong para explicarle que “había habido un error” con nuestra reserva y que habíamos pagado por pasar dos noches en el barco. Su respuesta: “No voy a daros el teléfono. Yo no soy responsable de los grupos, y si os lo doy pierdo mi empleo. Vais a callaros la boca y hoy dormís en el hotel”.

[El Nervioso, enfadado porque la situación se le va de las manos.]

Explotamos. Llegamos casi a las manos. Mi hermana sufrió un ataque de ansiedad, rompiendo a llorar, tirada en el suelo, mientras todo el mundo nos miraba estupefacto. La única persona que hizo un ademán por ayudarla fue una mujer de recepción, a la que enseguida unos hombres obligaron a entrar en la cocina para no dejarla salir más.

Conseguimos una conexión Wi-Fi para llamar, vía Skype, al Gusano. Nos colgó el teléfono cuatro veces, en cuanto empezábamos a hablar, y después dejó de responder a nuestras llamadas. Buscamos en Internet el teléfono de la agencia para la que supuestamente trabajaba, y el empleado que nos atendió nos dijo que eso tampoco lo controlaba él. Pedimos que viniera la policía, pero nos dijeron que allí no iba a ir nadie. Me acordé de Aniko y comprendí que tampoco serviría de nada.

Entonces nos dimos cuenta (ya lo sabíamos, pero en ese momento fuimos definitivamente conscientes de ello): daba igual lo que hiciéramos o cómo lo hiciéramos, por las buenas o por las malas, hablando con el de aquí o con el de allá. Halong Bay está gestionada por una mafia cuyo funcionamiento es terriblemente simple, pero efectivo. Las culpas pasan de unos a otros y nadie se hace responsable de nada. Topas con un muro y de ahí no pasas.

Nos sentamos, resignados, en la mesa donde habíamos comido junto a los colombianos. Un hombre del hotel se nos acercó para decirnos “Vuestro guía (El Nervioso) os ha conseguido la excursión a Monkey Island gratis. Tenéis que darle las gracias y pedirle disculpas. Subid en ese autobús para ir a las isla”. Perdona un momento. Es que no sé si te estás riendo de mí a la cara o te he entendido mal. ¿Me estás diciendo dónde tengo que ir, y que le pida disculpas a quién? La situación era tan bizarra que me costaba creerlo.

[La ciudad de Cat Ba, un lugar para soñar.]

No fuimos a la isla, no nos movimos del hotel más que para dar un breve paseo (por perderles de vista un rato), y esperamos toda la tarde sentados a que saliese el autobús que llevaría a nuestros amigos al barco, sin saber si podríamos subir a él. Al final resultó que sí. Subimos al barco pasadas las ocho de la tarde, ya de noche, sin posibilidad de ver el paisaje, ni de bañarnos, ni de hacer kayaking, ni de visitar las aldeas de pescadores. En definitiva, no hicimos nada, absolutamente nada, de lo que deberíamos haber hecho. Un día de barco-taxi para otros pasajeros, y uno retenidos a la fuerza en una isla a la que nunca quisimos ir. Si miro hacia atrás y pienso en mi primera experiencia en Halong Bay, creo que fui afortunada. Me timaron y trataron mal, pero al menos pude bañarme varias veces y vi algo.

Esa segunda noche en el barco (otro barco distinto, concretamente), El Nervioso desapareció. Le cambiaron por otro guía que, por supuesto, no sabía nada de lo que había pasado hasta el momento (o fingía no saberlo), y con el que empezamos otra vez de cero. Nunca perdió las formas, cosa que se agradece, pero fue igual de frustrante, así que decidimos dejarlo estar. Le vimos discutir con otras parejas a quienes también habían estafado, y con un hombre al que habían robado, y nos limitamos a mostrar nuestro apoyo a las víctimas sin hablar más de nuestro caso. Para qué.

[Un hombre denuncia haber sido robado por una de las vendedoras del muelle. La encontraron, pero por supuesto nadie hizo nada por ayudarle.]

[Una pareja se queja y pide que les lleven al barco que han pagado.]

Al día siguiente nos dijeron que no tendríamos tiempo de bañarnos, que las propinas eran bien recibidas, y que abandonásemos los camarotes antes de las ocho de la mañana para que las pudiesen limpiar, pues regresábamos inmediatamente a Halong City. Los colombianos, Eva, Puri y nosotros tres, hicimos motín y nos negamos a abandonar las habitaciones hasta la hora de dejar el barco.

Escándalo en el puerto

Llegamos a Halong con la firme intención de esperar al Gusano en el puerto y reclamarle la devolución de nuestro dinero, algo que nos había prometido si el crucero no cubría nuestras expectativas. Sabíamos que no nos lo iba a dar y no teníamos ninguna esperanza de ello (no somos TAN idiotas); en realidad solo queríamos poder gritar, delante de toda el mundo, lo que nos había hecho para poner a sus nuevas víctimas sobre aviso.

Esperamos durante casi dos horas. Creo que se lo habían advertido. El nuevo guía (sustituto de El Nervioso) quiso obligarnos a montar en el autobús que habría de llevarnos a Hanoi, pero nos negamos. Los colombianos se disculparon porque no podían quedarse con nosotros, y solos esperamos. Frente a nosotros, una pareja de mochileros muy joven que no había viajado en nuestro barco, parecían estar en una situación similar a la nuestra. La chica lloraba desconsoladamente y su novio no sabía qué hacer para calmarla.

Finalmente, el Gusano llegó. Nunca olvidaré su cara, sus gestos, su sonrisa torcida y el desprecio con el que nos trató. Se rió de nosotros, y al rato había varios agentes más con él, riéndose también. Nos sentimos insultados y humillados.

[Encuentro con el Gusano. Primeros momentos de sorpresa.]

[De la sorpresa inicial pasó al cinismo, y terminó sentándose en una silla a esperar que nosotros hiciésemos algo -tal vez pegarle-, regalándonos una sonrisa para «la policía», según sus propias palabras.]

Acudimos a la policía del puerto, y comenzamos una discusión que llevó más de dos horas. Mandaron venir al Gusano, y después a los superiores de los superiores de los superiores de la Policía Turistica de Halong, pero la conversación no iba a parar a ningún sitio. Al final conseguimos una devolución de 20 dólares por persona y una palmadita en la espalda. El primer policía que nos había atendido, se ofreció a llevarnos en su coche a la estación de autobús. “Lo siento mucho. Sabemos que esto está ocurriendo, pero no podemos hacer nada”, fue lo último que nos dijo.

Conclusiones

Contratar un crucero en Halong Bay por cuenta propia es complicado. Hay que acudir directamente a una agencia de la que se tengan muy buenas referencias, o se corre el riesgo de caer en alguna de las muchísimas mafias que operan en la bahía.

El consejo que yo daba hace cinco años era llegar al puerto por medios propios y contratar allí mismo el crucero, pero he comprobado que no sirve de nada. Si tenéis tiempo y no os queréis gastar mucho dinero, mejor id directamente a Cat Ba en ferry (aunque la ciudad sea fea) y, tomándola como base para dormir, haced alguna excursión privada entre los islotes, sin noche a bordo, porque supongo que en la isla operan las mismas mafias.

Si el crucero y dormir en el barco os hace mucha ilusión, no dejéis su elección al azar, porque os puede salir bien (he conocido a gente que ha tenido suerte y lo ha disfrutado mucho) pero también muy mal. Buscad una agencia u hotel de prestigio y dejaros aconsejar por ellos, o si no tenéis referencias previas a las que acudir, pagad directamente un barco de lujo. A mi amigo Sele en su viaje de Luna de Miel le fue bien así. Quizás sea la única manera. Eso, o tener suerte.