Tras un aperitivo como el del día anterior, la jornada del sábado se presentaba apetecible. Tan apetecible como el magnífico desayuno que en la Hospedería Parque de Monfragüe nos habían preparado, y de cuyo buffet únicamente pongo una pequeña muestra, por eso de no suscitar envidias ;)
Con los estómagos llenos (tal vez, demasiado) nos subimos al autobús para desplazarnos a Plasencia. En la media hora que duró el trayecto pudimos contemplar parte de los hermosos paisajes del Parque Nacional de Monfragüe; ese que tantas ganas teníamos de ver y que, sabíamos, nos esperaba al día siguiente.
En Plasencia nos encontramos con Javi y Carmen, y con el grupo al completo (dentro del autobús, porque fuera hacía un frío que pelaba) los chicos de L&P Travel nos dieron las directrices de la gymkhana urbana que habían preparado para esa mañana. El juego consistía en una especie de “Pekín Express” en el que, a través de diversas pruebas, tendríamos la oportunidad de conocer Plasencia de una forma diferente.
Los equipos, distribuidos al azar, nos dispersamos y empezamos a correr. A día de hoy todavía tengo mis dudas de si el ímpetu con que corríamos se debía más al espíritu de competición, al goloso premio que aguardaba a los ganadores, o al frío que cortaba los labios, helaba las manos y quitaba el hipo.
En cualquier caso, fue realmente divertido. En nuestro recorrido por el casco antiguo de la ciudad conocimos lugares emblemáticos de Plasencia como la Catedral Nueva, la Catedral Vieja o la Torre de Santa Lucía; descubrimos muchas curiosidades de la cultura extremeña, como qué es y cómo se prepara un buen tasajo; y con la gymkhana como excusa, tuvimos las puertas abiertas a otros lugares menos accesibles de la ciudad, como una antigua bodega del siglo XVIII con mucho encanto.
Lo cierto es que Plasencia me ha sorprendido muchísimo; por supuesto, para bien. Es una ciudad pequeña y acogedora, y el casco antiguo resulta realmente pintoresco, con sus edificios históricos entremezclados con otros de arquitectura más reciente, como aquel que, aseguran, es uno de los más estrechos de España. Y sobre nuestras cabezas, en lo alto del campanario de la Casa Consistorial: el Abuelo Mayorga, del que no se sabe si ha subido ahí para tocar las campanas o a vigilarnos a todos.
Pero seamos sinceros: la mejor prueba y la que mejor nos sentó a todos, fue la última: ¡cañas y tapas por Plasencia! Que sí, que sí: que eso también era una prueba. A partir de más pistas ingeniosamente redactadas en hojas azules tuvimos que dar con los tres locales colaboradores y, una vez en ellos, adivinar la tapa típica de cada uno.
Imaginaros el plan: casi una veintena de bloggers -y no sólo- corriendo por las calles de Plasencia como lobos hambrientos, nariz en alto, husmeando, rastreando, atentos a la dirección que tomaban los equipos rivales (no fuesen a llegar antes y acabar con las existencias).
Así, tomamos nuestro primer vinito en La Pitarra del Gordo, un lugar que me encantó por su españolísima decoración y donde degustamos una deliciosa tapa de Patatera. Recuerdo especialmente ese lugar porque, acuciada por las ganas de ir al servicio que acumulaba desde hacía horas, al entrar en el baño y tratar de desabrocharme el pantalón, las manos se me habían quedado completamente congeladas y no me respondían. Lo Twitteé: #yoconfieso (Dios mío: ¿hasta dónde he llegado que ya twitteo mis visitas al servicio?).
Tras esa primera parada siguió otra en El Español, donde probamos las Palomitas; y terminamos en Succo, donde tras hincarle el diente a su famosa paella, hicimos la comida propiamente dicha, también de tapas (¡y qué tapas!).
No puedo finalizar la crónica de esa mañana sin anotar EN MAYÚSCULA que el equipo ganador de la gymkhana, como no podía ser de otra manera (¡ja! qué mala soy) fue el formado por José Ramón, Judith, Javi y yo misma. El premio: una noche en cualquiera de las Hospederías de Extremadura, con cenita incluida (¿qué haré con ella…? Tralalala ;) ).
Después de comer y tomar un café en el precioso Parador de la ciudad, ubicado en el antiguo convento de Santo Domingo, nos dirigimos a las Bodegas Viña Placentina, donde la simpatiquísima Ana, su enóloga, nos contó la historia de esta pequeña y ecológica empresa familiar. Aunque no soy en absoluto una experta en estos temas, disfruté muchísimo la visita y el curso de iniciación a la cata y maridaje que, sin entrar en profundidades, sí nos dio algunos truquillos para distinguir un buen vino.
Finalmente, regresamos a la Hospedería. Teníamos apenas hora y media antes de reunirnos para cenar, y aunque parezca tiempo suficiente, no lo es cuando has estado trotando (y comiendo…) sin parar durante casi doce horas. Algunos, me consta, incluso se durmieron.
Si el desayuno de la mañana había sido bueno, la cena alcanzó la categoría de espectacular. No voy a describir uno por uno cada plato porque necesitaría un post sólo para ello, pero sí quisiera destacar el helado de cebolla de la entrada (exquisito), los lomitos de lubina rellenos de rissotto de morcilla extremeña con ragut de tomate y yemas de trigueros del segundo; y como colofón final, el postre: cremoso de chocolate sobre pincelada de pistacho y arroba de galleta. Habéis leído bien: arroba de galleta. ¡Detallazo por parte de las hospederías!
Tras semejante cena, cabe pensar que la mayor parte de los integrantes del grupo estuviésemos muertos. Y así era. Sin embargo, tras la copita que tomamos en la cafetería de la misma hospedería (esta vez sí, nos esperaron) y las pertinentes despedidas hasta la mañana siguiente, una loca idea comenzó a gestarse en nuestras agitadas mentes…
Jolin como se hace de rogar lo más esperado…. ;)
Que buena pinta tiene todo :) Dan ganas de ir a Plasencia, menuda envidia (de la sana eh?)
Qué pinta tan rica tiene todo!! Seguro que lo pasastéis en grande!! Qué envidia!! ;-)
Saludos
Que hambre me ha entrado solo de ver de nuevo todos esos platos típicos extremeños!!!
Muerto me quedo…jo! que bueno todo. como en India e Ku! ja ja ja