Ya he regresado. Había dejado el diario de viaje un poco abandonado, pero ¡no quería encontrarme en la otra punta del mundo escribiendo todavía sobre la comida del sudeste asiático! Ahora que he hecho mis deberes, puedo continuar.
Lo habíamos dejado en la isla de Penang, desde donde me dirigí, como ya avisé, a Cameron Highlands, una región montañosa y verde en el interior peninsular. Duré poco tiempo. Mi plan, después de tanto ajetreo y viaje, era dedicarle cuatro o cinco días, tanto para verlo bien como para descansar un poco. No aguanté más de dos.
Normalmente no suelo guiarme por las opiniones que recibo de otros viajeros. Prefiero descubrir los lugares por mi misma, ya que esto de las percepciones y los gustos es algo demasiado personal como para dejar que un comentario influya o condicione el rumbo de un viaje. En mi opinión, existe, entre el viajero y el lugar que visita, una especie de “feeling”, de “conexión”, que puede darse o no. Lo que a una persona (o a la mayoría de la humanidad) puede fascinarle; a otra puede, sencillamente, aburrirle. Y eso es lo que a mí me ha pasado con Cameron Highlands: no me ha dicho nada.
Si fui a Cameron Highlands, fue porque todo lo que había escuchado y leído sobre esa zona era bueno. Dado el poco tiempo que tenía para recorrer Malasia, esta vez me dejé guiar; preferí apostar “sobre seguro”, para de este modo aprovechar lo mejor posible los días que tenía. Me equivoqué.
A mí, Cameron Highlands, o para ser más correctos, la ciudad que me ha servido de base, Tanah Rata, como lo diría…“más fu que fa”. Es la típica ciudad superturística, que no tiene nada, donde no se puede observar la vida local porque todo está enfocado al visitante, sin ningún encanto, y encima cara. Por hacerlo breve: es un lugar donde no me he sentido a gusto, y si he aguantado dos noches ha sido porque realmente tenía expectativas en los paisajes de los alrededores.
Contra eso no tengo ninguna pega: Cameron Highlands, la región en sí, es un lugar agradable. Muy verde, lleno de plantaciones de té, de granjas de fresas, jardines de rosas, con una selva inmensa donde se pueden hacer trekkings y ver la que dicen que es la flor más grande del mundo…ese tipo de cosas, pero todo pagando. Y pagando cantidades desorbitadas (hablamos de 50 dólares por una excursión de medio día). De modo que como yo ni tenía ese dinero, ni me gusta que me lleven a ninguna parte, y de trekkings ya había ido bien servida por este mes, decidí montármelo por mi cuenta y explorar la zona a mi aire.
Sólo he estado dos días, pero en este tiempo he podido dar un largo paseo por el “comienzo” de la selva (aunque sin flores gigantes), llegar hasta las plantaciones de té haciendo autostop, e incluso subir al monte más alto de a península, desde donde pueden disfrutarse de unas vistas alucinantes. Y bien contenta que he quedado. Tras eso, despedida, y hasta la próxima.
Kuala Lumpur
Y llegué a Kuala Lumpur. ¡Ah, qué cambio! Precisamente de esta ciudad nadie me había dicho nada bueno, y sin embargo me he quedado ni más ni menos que una semana. ¿Me he quedado porque me estaba gustando? ¿O he terminado cogiéndole el gustillo precisamente porque le he dedicado tiempo? Supongo que un poco de ambas, aunque reconozco que para cogerle el tranquillo a estas metrópolis tan inmensas, es necesario dedicarle un mínimo de tiempo.
A Kuala Lumpur puedes llegar, hacerte la foto con “las Petronas”, e irte por donde has venido diciendo que “ahí no hay nada que ver”, que “es agobiante”, “una gran ciudad como cualquier otra”. Con las dos últimas afirmaciones puedo estar de acuerdo; con la primera, en ningún caso.
Precisamente por ser “una gran ciudad como cualquier otra”, Kuala Lumpur tiene un montón de rincones y “capas” por descubrir. ¿Que te apasiona la tecnología? Has dado con el lugar indicado: Kuala Lumpur es una ciudad (casi) futurística: el modernísimo skytrain sobrevolando las calles, sus enormes centros comerciales en la zona del Golden Triangle (uno dedicado íntegramente, en sus seis plantas, a todos los ordenadores, portátiles, televisores, cámaras fotográficas y móviles de ultimísima generación que puedan pasar por vuestra imaginación; otro… ¡con una montaña rusa dentro!); y por supuesto, las Petronas.
Antes de venir, había visto tantas fotos de las Petronas, que estaba convencida de que cuando las viese de verdad no me iban a impresionar demasiado. Me equivoqué otra vez. Las torres Petronas han sido mi obsesión durante los seis días que he permanecido en la ciudad; casi todas las noches reservaba un rato para acercarme hasta su base (iluminadas son increíbles); y durante el resto del día, estuviese en el punto de la ciudad que estuviese, siempre miraba a mi alrededor, sobre los edificios, buscándolas, ya que pueden verse desde casi todas partes. A veces, estás caminando tranquilamente, distraído, y sin esperarlo… ¡zas! las torres Petronas. ¡Vaya susto! A mi me producían la sensación de que dos gigantes me estuviesen observando, vigilando, espiando, constantemente.
Quien guste de la tecnología, por tanto, disfrutará de Kuala Lumpur. Y la visita al skybridge que une ambas torres por la planta 41 (de las 88 que tienen), es por supuesto obligada. Para subir no hace falta pagar nada, pero sí hacer una cola terrible para la que hay que llegar a las 6:30 de la mañana (se puede ir más tarde, corriendo el riesgo de quedarse sin ticket, ya que el cupo es limitado), y esperar hasta las 8 a que abran la taquilla. Después, una hora más viendo cómo la cola avanza muy lentamente (con decir que estuve a punto de abandonar en el último momento); pero la espera tiene su recompensa: se puede escoger el momento del día en que se quiera subir, desde las nueve de la mañana hasta las siete de la tarde. Yo, que fui el sábado, cuando ya llevaba cinco días en la ciudad, opté por el último pase; a esas alturas ya era una enamorada de la Kuala Lumpur nocturna.
A quien le interesen más las personas, los barrios, las culturas o la historia, en Kuala Lumpur tiene también para escoger y saciar su curiosidad viajera. En la capital de Malasia hay un barrio indio, que aunque me gustó menos que el de Georgetown (le noté “poco indio”, qué se le va a hacer) también puede tener su encanto; sobre todo en el mercado que acoge los sábados por la noche, según me han dicho.
Kuala Lumpur tiene, asimismo, un distrito colonial, donde los rascacielos abren paso a un hermoso edificio de estilo árabe, construido por el sultán Abdul Samad a finales del siglo XIX, que actualmente acoge al Ministerio de Cultura y Comunicación y las Cortes Supremas. Y frente a éste, la enorme plaza Merdeka, rematada con una bandera nacional que podría competir con la de Colón, en Madrid. Sobre esto, me gustaría comentar una cosa que me ha llamado mucho la atención: en Kuala Lumpur se ve la bandera nacional en todas partes. Pueden llegar a contarse por centenas: en los edificios, en los coches, en las farolas, en los comercios… Sin ir más lejos, en esa plaza de la que estoy hablando, y sin moverme del sitio, llegué a contar ¡43!
La zona en la que más me he movido ha sido el barrio chino, ya que allí estaba mi alojamiento. No sé que tendrán los chinos, que siempre termino con ellos. ¿Será que son los que más opciones económicas ofrecen? ¿O que son los que mejor se lo montan y su barrio es una fiesta continuada que lo convierte en el mejor lugar para plantar campamento? Da igual. El barrio chino de Kuala Lumpur es el mejor que he visto hasta la fecha. Ni el de Londres. Tiene un color, una alegría, un ambiente, que es difícil no sucumbir a la tentación de quedarse allí todo el día.
Por la mañana es más tranquilo. La calle principal, Tun Lee, empieza a despertar y los comercios (especialistas en imitaciones de todo tipo) abren sus puertas al público, pero sin molestar demasiado. Con esto quiero decir que la mercancía se queda en el interior del local, sin obstruir el paso de los viandantes, como debería ser siempre. A esa hora, y más o menos hasta el medio día, resulta muy agradable pasear por ella, picoteando de un lado u otro, preguntando el precio de todo, regateando, o parando a comer en algún restaurante chino-indio-malayo-birmano.
Al caer tarde las cosas empiezan a cambiar: el número de turistas y curiosos aumenta considerablemente, haciendo difícil caminar sin tropezar con algo o alguien, y convirtiendo un recado rápido al Seven7 en una odisea de más de veinte minutos. Pero eso no es nada comparado con la noche. Por la noche, la calle Tun Lee se transforma radicalmente; los vendedores montan frente a sus tiendas enormes puestos que ocupan todo el ancho de la calzada y ahí ya sí, se acabó: no sólo es casi imposible recorrerla en su totalidad sin echar una hora en el intento, sino que llega a resultar bastante agobiante: ¡cuesta hasta respirar! No tengo imágenes del momento, pero me justifico diciendo que no tendrían sentido: el mercadillo y la multitud no hubiesen permitido ver nada (si acaso, una foto desde el aire….).

Este no es "mi" restaurante (ya apareció en la entrada anterior), pero es una buena muestra del ambientillo nocturno
Por eso, por la noche, y tras cenar en mi restaurante de siempre, yo salía del barrio chino y me dedicaba a dar larguísimos paseos por toda la ciudad, desde Chinatown hasta el Golden Triangle; en ocasiones pasando por el barrio indio, pero siempre con un mismo objetivo: llegar a las Petronas. A esas horas, la ciudad es simplemente mágica.
Sigo atenta a la pantalla esperando tus entregas. Qué entrada tan bonita, me encantan tus fotografías. Y como lo cuentas… Parece un sueño.
En la urbanizacion en que vivimos las vacaciones no tenemos internet, razon por la que, desde hace dias no te leemos. Ya hemos comprado un USB, y ¡por fin tenemos conexion! Esta noche leeré la entrada con tranquilidad. De momento solo una pasada rapida. Las Torres Petronas, lo peor que tienen es el nombre. Lo demas impresionante. Hasta luego,T.Q.
Coñooooooo !!!!!!!!! Asere chica , que buen viaje te estas pegando . Te cuento que me llamo Ramon y te escribo desde Sudafrica , pero soy cubano, Habanero puro chica . Por pura casualidad te encontre en el google y asere , partistes todo . Te lei desde la India , eso si que debe ser candela muchacha !!!!!!! Haber si pasas por la Habana y te das un paseito por el Tropicana !!!! Un beso bonita
Bienvenido Ramón! Me alegro mucho de que te guste el blog =)
Ya me gustaría ir a Cuba, pero de momento creo que va a tener que esperar… no se puede hacer todo!
Un beso y a ver si te veo más por aquí!
Encontraste a Wally en las paredes de la guesthouse? Porque mirando, mirando me he encontrado a medio plantel de Dragon Ball XD Qué bonitas las fotos de las torres de noche :)
Tanta tecnología que se ven por esos lares… y yo sigo aquí sin Internet… Dios 50 pavos no es mucho. KU, pierdes perspectiva!! Llegarás a EEUU?? A lo mejor no te gustta, pierde exotismo y tal. Bueno, ya hablamos por Facebook!!!
Antonio, no es pérdida de perspectiva: este es un viaje mochilero, y yo con 50 dólares vivo cinco días!!
De todas formas, todo es cuestión de gustos y prioridades: yo por dar un paseo que puedo hacer por mi misma no lo pago; y sin embargo, por el trekking de la selva de Bukit Lawang, pagué eso y bastante más.
(En cualquier caso: 50 dólares en Asia si es mucho dinero….)
Vaya acabo de dar con tu blog a través de diariodelviajero y me ha encantado, creo que tengo entradas para entretenerme en mucho tiempo porque todas las zonas que has ido visitando me encantan y las tengo en mente para un futuro viaje.
Seguiré leyendo los próximos post que vayas subiendo.
Un Saludo :D