Tras visitar la Isla del Sol, tomé un autobús que, de Copacabana, debía llevarme a Puno, otra ciudad a orillas del lago Titicaca, pero en el lado peruano. Todo iba bien… hasta que llegué a la frontera. ¿Recordáis la sorna con que, hace unos días, comentaba que me había “colado” en el país? Evidentemente, aunque en ese momento yo no le diese la menor importancia, se trataba de un incidente que, antes o después, iba a pasarme factura… Y lo hizo.
Cuando el oficial encargado de sellar mi pasaporte, empezó a pasar las hojas del mismo hacia delante y hacia detrás, ya empecé a sospechar que las cosas no me iban a salir bien. Aún así, me hice la tonta y dejé que lo revisará hasta el aburrimiento. Tras unos cuantos minutos de tensión e incertidumbre, finalmente, el hombre dejó el documento sobre la mesa, y mirándome con cara de pocos amigos, se dirigió a mí:
Oficial: Aquí no hay sello de entrada a Bolivia, ¿por dónde ha entrado?
Yo (con mi mejor cara de corderito degollado): Por el paso de La Quiaca con Villazón…
Oficial: ¿Y no le sellaron el pasaporte?
Yo: Sí, claro… supongo que sí (jujuju…).
Oficial: Pues aquí no hay ningún sello.
Yo (mirando hacia otro lado): Qué raro…
Oficial: Tengo que confiscarle el pasaporte y detenerla por evasión de frontera
Yo: ¿¿¿QUÉ???
Por supuesto, el propósito del hombre era dar un buen golpe de efecto para después pedirme lo que quisiese… Nada más ver la cara que puse ante mi sentencia, se apresuró a “tranquilizarme” y decirme que, si pagaba la multa de 300 bolivianos (unos 32€), no tendría ningún problema en ponerme el sello de salida. En caso contrario, el documento quedaba confiscado y era enviado a La Paz, donde debería ir a recuperarlo, previo pago de la multa.
“Fiuuuu…”, respiré tranquila: para todo había una solución. Sólo había un pequeño inconveniente: yo… no tenía dinero. Viajaba al límite con los últimos centavos que me habían sobrado de mi último cambio en Bolivia, y no tenía pensado sacar más hasta llegar a Puno. Para complicar un poquito más las cosas, la frontera en cuestión estaba en un lugar inhóspito, sin cajeros automáticos, y lo que es peor: a las siete de la tarde, media hora antes de que cerrasen el paso, y noche cerrada, como quien dice. No tenía escapatoria.
Empecé a “llorar” al agente, diciéndole que bajo ningún concepto podía volver a La Paz, que eso estropeada todos mis planes, que yo no había querido evadir ninguna frontera, que debía tratarse de un error del agente de Villazón (vaya argumentos…), que a mi no me importaba pagar la multa, pero que desgraciadamente no tenía esa cantidad… Ante mi verborrea histérica, el oficial pareció ablandarse un poco, y me propuso una solución alternativa: “Bueno, si no tiene ese importe puede pagarnos algo menos: 200 bolivianos, y se lo hacemos… sin recibo”.
¡AJÁ! Ese era el tema. A aquel hombre le importaba un pimiento que yo me hubiese saltado una frontera, y mucho menos, ponerme el maldito sello o no. Lo que sucedía era que me había visto sola, desprotegida, y estaba apretando hasta donde podía para sacarse la propina del día. Intentando disimular mi disgusto, le dije que con mucho gusto le daría el dinero… en caso de tenerlo, pero que, por desgracia, no llevaba NADA encima. Mi respuesta no pareció gustarle mucho, ya que torció el gestó y empezó a presionarme aún más, amenazándome con mandar el pasaporte a La Paz, porque “la ley es la ley y las normas están para cumplirlas; y, por cierto, su autobús ya se va”.
En esas estábamos (yo, al borde del ataque de histeria), cuando entró en escena el conductor del autobús, quien lo había escuchado todo y había visto ahí la oportunidad de su vida. “Mire, mire, agente: le propongo una solución. Yo le dejo a esta niña 200 bolivianos para que se los dé a usted, y así los dos quedan contentos y nosotros podemos seguir”. Fue una entrada breve, pero efectiva: al oficial se le iluminaron los ojos y, tras agarrar los billetes, no tardó ni dos minutos en estampar el sello de mi libertad. “La ley es la ley…”, claro.
Así, y como el conductor del autobús había predicho, todos quedamos contentos: El oficial, que se llevó la propinaza del día; la “niña”, que consiguió cruzar la frontera sin tener que regresar hasta La Paz; y por supuesto, el propio conductor, que sabía que al llegar a Puno y recibir el dinero en “soles”, salía ganando con el cambio.
Moraleja: A menos que seáis agentes de la CIA y esté vuestra vida en juego, nunca dejéis de sellar el pasaporte en una frontera. No compensa.
Nota al pie: Esta entrada no debería haber existido. Mi idea era dividir mi experiencia en el Titicaca en sólo dos partes: la del lado boliviano, y la de Perú. ¿Cómo sabía yo que iba a pasarme esto? (bueno, un poquito igual sí lo sabía…)
Madre mia, por desgracia así es en todas partes por allí, el dinero es el dinero, precisamente el otro día mi novio me contaba de algo
Se me ha enviado solo… sorry!!
… que les pasó con la policía en Mexico, él vivió allí y se las sabe ya todas, pero menuda gracia.
Un beso guapa.
Vaya Carmen, cada día una aventura, menos mal que trapicheando se puede salir al paso que si no…
Bueno guapa que todo te siga yendo tan bien en Perú.
¡¡Un besote!!
Pero q fuerte!!!!! Todo por la pasta!!!! hehehehe, me alegro q hayas podido cruzar la frontera, aunque hayas tenido q sobornar al poli y pagas la supuesta «multa».
Sigue contandonos tu viaje (q conste q a pesar que no escribo en todos, me los leo).
Hablamos pronto
Ciaooooooo
Carmen, alias la Simpa…»Simpapeles», se entiende…
KU
No puedo comprender que una niña «tan viajada» cometa fallos de principiante.
No me gusta.
Por lo demás espero que bien. T.Q.
No puedo creer lo que estoy leyendo, ¿de verdad dejaste que un pobre conductor pagase la multa por ti? No se te cae la cara de vergüenza? No crees que esa cantidad de dinero, que para ti será insignificante, para él seguro supone mucho más? Alucino!
Hola Chiacherare,
Me parece que no has entendido bien el post. Nadie me pagó nada. Léelo de nuevo antes de alucinar tanto ;)
Un saludo
A nosotros nos pasó algo por el estlo cuando cruzamos de México a Guatemala (camino de Tikal).
Nos hicieron pagar malamente en la frontera mexicana, a la salida, y luego al a entrada de Guatemala.
A la salida de Guatemala, nos querían hacer pagar otra vez, no llevábamos un duro, así que dijimos que ni de coña, que ya habíamos pagado, que menudo cachondeo…
Al final la cosa quedó en agua de borrajas y nos dejó marchar, previa amenaza de que no ibamos a poder vovler a entrar en el país…
La corrupción que reina en muchas fronteras del mundo es algo escandaloso…. yo tengo anécdotas ara una colección!
Una pena, además esa frontera tiene una pinta bastante trunca.
Deberías de preparar el siguiente viaje a America para recorrer México, Guatamala y Belice, os recomiendo ampliamente.
Saludos y muy buen blog.+