Mi estancia en Camboya ha terminado rápidamente, como la de todos aquellos países por los que he pasado después de India. Da igual el tiempo que les dedique: 15, 20 o 30 días; se escurren entre mis dedos, líquidos, fugaces, sin apenas tiempo para darme cuenta.
En Phnom Penh he estado cinco días: dos dedicados al museo de Toul Sleng y el campo de Choeung Ek, otro a la visita del Palacio Real y la Pagoda de Plata, y los dos últimos, simplemente a pasear y tramitar mi visado para Vietnam.
[En el paseo marítimo del río Tonlé Sap.]
[Llamativa mezquita en mitad de ninguna parte.]
Phnom Penh no me ha defraudado. Históricamente, quiero decir. Pasear por sus enormes avenidas, imaginarlas completamente vacías apenas treinta años atrás; coches y electrodomésticos abandonados y amontonados en sus esquinas; negocios saqueados y los cristales de sus lunas desperdigados frente a los escaparates; antiguos billetes sin ningún valor llenando papeleras, alfombrando los alrededores del Banco Nacional (donde todavía podían encontrarse algunos en 1981), usados para encender hogueras… hace que se encoja el corazón.
[Monivong Boulevard, gran arteria de la ciudad.]
Sin embargo, en lo que respecta al momento actual, lo cierto es que Phnom Penh me ha parecido una ciudad bastante marrón. No digo gris, porque eso implicaría algún tipo de tristeza en ella, y no es el caso… Simplemente, no me ha gustado mucho; o, por decirlo de otra manera, no sería lugar donde viviría una temporada.
Con esto no me refiero a que para agradarme tuviese que ser preciosa o estar plagada de templos maravillosos y jardines llenos de flores. No. A mi pueden enamorarme ciudades como Delhi o El Cairo; ciudades excesivas, caóticas, brutales y que generalmente no son de una gran aceptación, pero que, sin embargo -desde mi punto de vista-, tienen encanto; algún tipo de encanto oculto que me atrae como un extraño magnetismo. A Phnom Penh no he sido capaz de encontrárselo. Demasiado tráfico para cruzar la calle con seguridad, demasiado poco tráfico para que resulte emocionante; demasiado tranquila para resultar caótica, demasiado caótica para resultar tranquila; demasiado funcional para resultar atractivamente turística, demasiado turística para resultar auténtica. Una ciudad marrón. Y un calor insoportable.
[Los moto-taxi, el trabajo de moda en Asia.]
[Recorriendo en moto-taxi Monivong Boulevard.]
No obstante, del mismo modo que digo que Phnom Penh me ha parecido “marrón”, no puedo cerrar este capítulo de mi viaje sin dedicar al menos una párrafo a sus habitantes, a los camboyanos; unas personas excepcionales, con una fuerza y una capacidad de recuperación y de mirar hacia el futuro admirables.
A lo largo de los veinte días que he estado en Camboya me he cruzado con personas que perdieron a sus padres o hijos durante el genocidio y todavía hoy no saben cuál fue exactamente su final ni dónde estarán enterrados sus cuerpos; con personas mutiladas, sin brazos, sin piernas -algunos dramáticamente jóvenes-, y que con la mejor de sus sonrisas se despiden de ti aunque no les hayas comprado ningún libro; con personas que, debido a la eliminación de los colegios durante ese periodo oscuro que va de 1975 a 1979, vieron su educación interrumpida, y ahora llevan escuelas y organizaciones sin ánimo de lucro para asegurar la enseñanza de aquellos que no pueden permitirse pagarla.
[Recurrente «bar-cine»: tres pantallas y tres altavoces enchufados a la vez. Menú único.]
A lo largo de estos veinte días me he cruzado, en definitiva, con personas alegres, rosas. Y aunque este adjetivo pueda parecer algo cursi, lo uso en el sentido más literal del término: personas rosas, como muchas de las motos que recorren las calles de sus pueblos; rosas como las camisas floreadas de las mujeres que cocinan noodles en sus carritos callejeros; o rosas como el perro de la tienda a la que fui a comprar pasta de dientes, y cuya dueña, como si no hubiese escuchado mi demanda, encendió el karaoke y se puso a cantar una canción a “grito pelao” (bastante bien, por cierto). Rosa y verde, verde y rosa, como el recuerdo que me llevo de este país.
[La artista (lamento no poner foto del perro teñido de rosa, quedó desenfocada).]
El martes, subida en un barco junto con un matrimonio americano y un coreano residente temporalmente en Bangkok por negocios, dejé atrás la «sorprendente Camboya». Cruzar la frontera con Vietnam navegando sobre las aguas del Mekong ha sido una experiencia única, una ceremonia muy íntima durante el transcurso de la cual tan pronto me creía dentro de alguna escena de Apocalypse Now, como en algunos momentos llegaba a sentir la voz del Kurtz de El Corazón en las Tinieblas susurrándome al oído “¡El horror! ¡El horror!”. Por supuesto, de «horrible» Vietnam no tiene nada, así que no me preguntéis por qué me dio por pensar esto: no lo sé.
[Destino: Vietnam.]
[Mamá, ¡perdóname estos pelos!]
Las primeras impresiones de Vietnam, tal y como me ocurrió al llegar a Camboya, han impactado fuertemente en todos mis sentidos. Éste es un fenómeno que no deja de sorprenderme: que al cruzar una frontera, una frontera que en este caso ni siquiera está claramente delimitada, los paisajes, la gente y el ambiente del país cambie tanto. Es como atravesar una puerta cerrada con llave.
Esto me hace recordar, por ejemplo, cuando en algún museo me encuentro con un grupo de asiáticos, y automáticamente mi mente los clasifica a todos como “chinos” o “japoneses”. Puede que incluso esas dos nacionalidades, por su forma de vestir o relacionarse, sean más o menos fáciles de reconocer, pero en lo que respecta a vietnamitas, camboyanos, coreanos… creo que no sólo yo, sino a muchos de nosotros nos pasa que no somos capaces de distinguirlos. Es difícil reconocer con precisión los matices que marcan la diferencia en unas fisonomías tan diferentes a la nuestra.
Sin embargo, al cruzar de país a país, las diferencias se notan. Al momento. La primera persona que te encuentras por la calle ya refleja una manera de actuar, de dirigirse hacia ti, de moverse, que te hace darte cuenta de que no tiene nada que ver con los habitantes del país en el que has pasado el último mes. Los matices, aquí, saltan a la vista. Por supuesto, soy consciente de que en cuanto regrese a casa seré nuevamente incapaz de distinguirlos, y cuando el domingo vaya al Museo del Prado y me encuentre con un grupo de asiáticos con sus audífonos, volveré a clasificarlos a todos como “chinos” o “japos”, pero bueno, es una impresión que quería subrayar.
[Atardecer en Can Tho.]
[Arcoiris monzónico.]
Mis dos primeros días en Vietnam los he pasado en algunos de los pueblecitos del Delta del Mekong. En Chau Doc, donde me dejó el barco, tuve que hacer noche, ya que llegué algo tarde y el tiempo no estaba como para salir en busca de aventuras. Aunque hace mucho calor y, por lo general, el cielo está despejado, la temporada de lluvias está empezando y las trombas de agua son diarias. Por suerte, no se alargan más de una o dos horas.
De Chau Doc a Can Tho, una ciudad muy animada a orillas del río, donde lo que más me ha impresionado, con diferencia, es la cantidad de banderas comunistas que cuelgan de absolutamente todos los postes y farolas. No me lo esperaba y, no habiendo estado anteriormente en ningún país así, resulta impactante.
[Estatua de Ho Chi Minh en Can Tho.]
[Ambiente en el mercado.]
[¿Un sapito?]
Segunda gran impresión de Vietnam: el tráfico; o concretamente, la cantidad de motos que hay. Es terrible, inaudito: ni en Tailandia, ni en Birmania, ni en Camboya, ni en ningún otro lugar había visto algo parecido. Y mira que en estos países pensar que cada niño debe venir al mundo con una moto debajo del brazo es un sentimiento bastante común… pues nada comparado con Vietnam. Yo diría que hay incluso más de dos o tres motos por persona, sin contar las de los concesionarios. Están por todas partes: sobre las aceras, tiradas en la calle, apoyadas en las paredes… y en la carretera, por supuesto. Resulta gracioso verlas a todas esperando a que el semáforo cambie de color, rodeando como un enjambre de abejas a un único par de coches. Supongo que, aquí, el que tenga cuatro ruedas sobre las que moverse debe ser el rey de la ciudad; y el pobre chaval al que no le hayan comprado la moto, “el margi de la pandi” [Nota de la autora: Es broma. Es imposible que exista semejante personaje; las dos ruedas les vienen de serie.]
[De compras en moto. Atención a Tweedledee y Tweedledum al fondo.]
[Muy, muy fresco. (¡Saltaban!)]
[Casas flotantes.]
Como decía, Can Tho es una ciudad muy animada. He pasado allí dos días muy agradables, visitando tanto el mercado local (algún día hablaré de la gastronomía de este país, pero adelanto que, del mismo modo que hay exquisiteces dignas del mejor restaurante “de autor”, algunas de las cosas que se ven en los menús podrían quitar el apetito al más hambriento) como el mercado flotante de Cai Rang, a seis kilómetros de Can Tho, al que conviene desplazarse antes de las siete de la mañana si se quiere asistir al ajetreo y las transacciones entre los comerciantes en todo su apogeo.
[Mi barquera desayunando sopa de noodles.]
[Ambiente en el mercado de Cai Rang.]
Como veis, de momento no puedo compartir más que pequeñas impresiones. Y pocas, porque acabo de llegar y todavía no estoy para hacer valoraciones. Tengo alguna más en relación a lo que antes de comentaba de la gente y cómo cambia de un lugar a otro… pero lo voy a reservar para el próximo día. Todavía es muy pronto para crucificar a nadie y que paguen justos por pecadores.
Ahora, ¡a Saigon! O, para ser correctos: ¡Ho Chi Minh City!
Pero al final te vendió la pasta de dientes? Jo, la de personajes que nos perderíamos de no ser por tu viaje ;D Aquí hace sol, a ver si de aquí a las 6 no se jode!
Auntie Ku wants YOU! mola la foto final…
Que morenaza estás!! se nota que te estás curtiendo con el sol!! Disfruta de Vietnam y no te sientas culpable por tirarte 4 días en la playa que te lo mereces!!!
Un besazooo
Increíbles posts.
El anterior genial, y el toque de subir las fotos en blanco/negro o sepia las hace más acorde a la identidad de texto.
Sobre este, sin palabras. Me alegro que tan solo cruzar la «frontera» captes rápidamente la diferencia de idiosincrasia de un país a otro.
Yo solamente de pensar que en breve pueda estar pisando también estas tierras, argg!!
Un beso, a cuidarse (aunque poca duda tengo de esto)
Mañana te leo en el despacho. Algo pasa a esta maquina que no esta bien. Las fotos no entran ( la de los pelos si ) Solo que sepas que estamos aqui, pero mañana te leere mejor.
te echo de menos
Me encanta tu blog, no te había comentado nunca, pero es que estas fotos lo merecen, me han encantado.
Sigue disfrutando tanto.
Un beso
Kuuu! veo que todo va de maravilla! Disfruta que el tiempo vuelaa!Estoy deseando que me cuentes tus batallas en persona,pero todavia es pronto =)
Me he reido muchisimo con esta entrada (así como el otro día me quede con un mal cuerpo…tuve una pesadilla y me levante sudando y llorando por tu ultima entrada,deberias haberla clasificado como no apta para menores ^^)
lo mejor lo de «perdoname por estos pelos» y lo de Tweedle-dee y Tweedle-dum al fondo son geniales!,pero la del karaoke no se queda atrás!
ajaj vaya carita…¬¬
Que pena que no saliese bien la foto del perro (yo quiero uno así y tambien quiero esos leggins de lunares XD con ellos no te pierdes!)
Las barcas parecen las de «amor en los tiempos del cólera»
Bueno no me enrollo que estoy de EXÁMENES!
Termino el miercoles de la semana que viene y…VERANO POR FIN!!(ya me he bañado 4 veces en la pisci,no me he podido resistir)bueno a loq ue iba que tendre todo el tiempo del mundo para escribirte.
Pd:creo que has adelgazado(como para no con los tutes que te metes) que envidia me das…esque ahora que termino si tuviese dinero me iba a la aventura contigo…bueno me queda Canadá(que no está nada mal XDD)
A pesar de los pelos estas muy guapa.^^!!!