El tren atravesó los Urales sin ni siquiera enterarme. Tanto tiempo imaginándolos, idealizando ese momento irrepetible, para llegar a Ekaterimburgo y descubrir que la renombrada cordillera que separa Europa de Asia no era otra cosa que esas colinas casi inapreciables que había pasado unos minutos atrás.
Con un “¡Bienvenida!” sobre una cartulina amarilla me recibieron mis anfitriones, Olya y Stas. Olya se pronuncia “Ola”, y por eso, durante los dos días siguientes a mi se me adjudicó el nombre de “Como”. “Hola-cómo-estás”: curiosa forma de estrechar lazos con el pueblo ruso.
Olya y Stas viven en el centro de la ciudad, en uno de esos decadentes edificios soviéticos que parece que fueran a desplomarse en cualquier momento, pero cuyo interior ha sido completamente rehabilitado. Un coqueto apartamento de tres habitaciones donde esta pareja de 23 (ella) y 26 años (él) tienen su nidito de amor desde 2006. Precoz la juventud de este país.
Sirva como aclaración que el piso no es de ellos: ni en propiedad ni en alquiler, ya que con sus sueldos no podrían pagárselo sin llegar muy justos a fin de mes. Por suerte, el padre de Olya se lo dejó cuando fue a vivir con su tercera mujer, y sólo tienen que ocuparse de los gastos comunitarios. Precoces… pero con ayuda, claro.
En Ekaterimburgo he vivido el momento más emocionante del viaje hasta la fecha. Ni la Plaza Roja, ni el Kremlin, ni los símbolos comunistas adornando cada fachada; nada de esto había conseguido remover en mí más que las emociones obvias que se experimentan al conocer un nuevo lugar, una cara de la Historia y el mundo sobre la que tantas veces se ha leído. Pero sin ninguna preferencia, ninguna emoción que mereciese ser destacada. Simple curiosidad satisfecha.
Como buena «romántica», el único episodio de la Historia rusa que realmente, y desde hacía años, había ocupado un lugar destacado en mis pensamientos y me había hecho fantasear con la idea de venir a este país algún día, era la época zarista y, concretamente, el famoso y trágico acontecimiento que puso fin a la misma: el asesinato de Nicolás II y toda su familia a manos de los bolcheviques.
Qué sí, que no puede ser más típico, pero no me importa reconocerlo. La idea de visitar el antiguo emplazamiento de la casa Ipatiev, ahora ocupado por la Catedral de la Sangre Derramada, era, para mí, uno de los puntos más atractivos de este viaje.
Como viene siendo habitual, a mis anfitriones no pudo extrañarles más que yo tuviese interés en ver “eso”. Lo que me lleva a preguntarme: ¿qué puede ser, a sus ojos, interesante para un extranjero que viene a Rusia a conocer el presente y el pasado de su país? En cualquier caso, me acompañaron. Cuando la Catedral hizo su aparición al doblar una esquina, y conforme nos íbamos acercando a ella, mi emoción fue en aumento.
Son muchas las leyendas que han circulado acerca del asesinato de la familia Romanov, destacando aquella que aseguraba que la hija menor del zar, Anastasia, había conseguido salvarse del tiroteo por el que sus padres, hermanos, y varios miembros del servicio (once personas en total) fueron brutalmente aniquilados la noche del 16 de julio de 1918 en aquel sótano de la casa de Ekaterimburgo en la que llevaban meses arrestados.
La realidad es que de aquel sótano no salió nadie vivo; los cuerpos fueron enterrados en una mina a pocos kilómetros de la ciudad, y la casa Ipatiev, demolida para evitar que se convirtiese en un lugar de peregrinación. No sería hasta el año 2000, nueve años después de la canonización del zar y su familia, cuando se comenzaron las obras de la Catedral (una tradición muy común en Rusia: levantar un templo en el lugar donde haya sucedido un acontecimiento trágico), inaugurada en 2003.
Fue, como digo, una visita emocionante. El piso superior de la Catedral corresponde a la nave principal, con la excesiva ornamentación dorada que caracteriza a las iglesias ortodoxas. El inferior ocupa el lugar donde en teoría habría estado el sótano de la masacre, ahora una capilla apenas iluminada por unas pocas velas, donde es posible escuchar el aleteo de una mosca. Comprensiblemente, en ninguna de las dos estancias es posible hacer fotografías, pero sí en la sala contigua a la capilla, donde se presenta una pequeña exposición dedicada a la familia.
Visto el “highlight” de la ciudad, el siguiente punto a visitar hubiese sido la mina de Ganina Yama, el lugar donde fueron encontrados los restos de la familia imperial; pero viendo que la idea no despertaba excesiva emoción en mis anfitriones, y que con las fotografías del museo de la Catedral ya me había podido hacer una idea del aspecto que actualmente presenta (y no me había sugerido demasiado, esa es la verdad), decidí prescindir de ello y dejarme llevar una vez más.
A pesar de su importante historia (y no me refiero únicamente al acontecimiento puntual del que acabo de hablar), actualmente Ekaterimburgo no es una ciudad bonita ni que tenga demasiado para ver, así que puedo resumir mi estancia en ella como largos paseos por el centro, alrededor del estanque de la ciudad, y un par de visitas curiosas: el Museo de Historia de Ekaterimburgo, donde Olya trabaja como relaciones públicas, y el cementerio de Shirokorechinskoe.
Sobre el museo, poco que decir y no demasiado bueno: un popurrí de exposiciones permanentes y temporales de temática más bien dispersa, sin ninguna relación entre sí: “el hombre en el espacio”, ¿¿“comida”??, “trajes de guerra”… Sintiéndolo mucho (por Olya, especialmente), no puedo recomendarlo.
La idea de visitar el cementerio de Shirokorechinskoe fue mía. Había leído que en él se encuentran algunas tumbas bastante llamativas de los gánsteres de la ciudad, recuerdo de cuando Ekaterinburgo fue un importante centro mafioso a principios de los 90. Pese a la incredulidad de Olya, que no salía de su asombro cada vez que yo hacía una propuesta, cogimos el autobús local y nos desplazamos hasta allí.
Lo cierto es que alguna tumba de proporciones descomunales con grabados de “tipos malos” a tamaño real, vimos, pero nada destacable. Sí me llamaron la atención, no obstante, dos cosas: que fuese un cementerio multiconfesional, y que todas las tumbas estuviesen cubiertas por elaboradísimos adornos florales frescos, signo inequívoco de que en Rusia todavía se toman estos ritos algo más en serio que en mi país, donde parece que ya sólo visitamos a nuestros difuntos el día de Todos los Santos… si cuadra. Es más: cada lápida tiene a su lado un banquito y una mesa para que los días del aniversario de la muerte y el cumpleaños del difunto, la familia se reúna y tome un pequeño “tentempié” en su memoria. Curioso. Sobre todo, teniendo en cuenta que el estado del cementerio en conjunto es más bien descuidado y para abrirse paso entre los matorrales casi es necesario hacer uso de unas tijeras de podar.
Y como no puedo despedir esta entrada con estas imágenes, haré mención una vez más, a mis dos grandes anfitriones. Ella, además de hablar español casi perfectamente, una estupenda cocinera que me ha permitido probar algunos platos típicos rusos y salir, una vez más, de la rutina de los noodles. Él, sin hablar inglés (ni mucho menos español), no ha dudado en hacer uso del traductor de Google para comunicarse conmigo y mostrarme algunas bandas de punk y rock ruso que ya forman parte de mi playlist.
Si es que se te ocurren unos sitios donde ir… que madre mía jejeje… Quizás yo también me hubiera acercado al cementerio, que también es muy típico en mi.. La verdad que en Ekaterimburgo no pararemos nosotros… y a decir verdad, seguramente ya no pararemos hasta llegar al lago baikal… Con tan poco tiempo, me voy a arrepentir de hacer este viaje….
Cuidate!
Tu madre no se si va a pensar que estás más delgada (es lo que piensan siempre), pero parece que los ratones te están dejando sin pantalón…¡para cuando llegues a China van a ser unos shorts!
Come más :)
..Que cementerio mas Kitsch.. por vaya sitios te paseas Ku! je je..Comprendo que tus anfitriones fliparan contigo. Por las fotos y lo que comentas, la ciudad no parece muy atractiva, no me extraña que se monten la fiesta en el cementerio..
por cierto, bonito look
BUENO GENIA, Y AHORA DE EKATERIMBURGO, PUES QUE ME HA ENCANTADO EL CEMENTERIO, QUE CHEVEREEEEEE…MUY BELLO LUGAR PARA ESTAR EN PAZ, JAJAJ, EN OTRO MOMENTO POR AHORA PIENSO EN VIAJAR……….MIRA LAS MADRES SON TODAS IGUALES LA MIA ME DICE EXACTAMENTE LO MISMO SOBRE LAS FOTOS..JAJJAJ..BESOS DESDE EL FRIO RUSO EN ARGENTINA……….
Estoy con avisto ku, !te vas a quedar sin pantalones!! ,!como están!!, por lo demás, una entrada interesante con la que siempre aprendemos. A pesar del atuendo,gracias por dedicare una foto. La recibo como algo grande y T.Q.
@Víctor: No te arrepientas, hombre! Es cierto que este viaje no es moco de pavo, y mejor hacerlo con tiempo… pero si no «pierdes» tanto tiempo como yo en publicar en cada ciudad y otros menesteres, con una buena organización puedes estar 2-3 días en cada ciudad y disfrutarlo :)
@Avistu: Uy, ¡qué equivocado estás! Mi madre es la excepción que confirma la regla y siempre opina que he engordado! Mira, mira, de hecho ya ha comentado por ahí y ni rastro de preocupación por mi estado físico… Por mis pantalones, eso sí, faltaría más :P
@Riky: Ya decía yo… que esta entrada me había quedado un poco siniestra… Ekaterimburgo, bueno… es para mí una parada imprescindible por la Catedral, pero el resto de la ciudad, poca cosa, la verdad. Tal vez si hubiese ido a la mina de Ganina Yama, o al punto ese donde han «marcado» la frontera de Europa con Asia (qué tontería, por otra parte)… Un beso!
@Marcelo: Un comentario siniestro para una entrada siniestra, jajaja. Un abrazo!
@Mami: Yo también te quiero :) Estos días no os he podido llamar porque estoy en un sitio apartado del mundo, pero lo intentaré esta semana!
Pues al final vamos a pasar por esta ciudad. Debido a que no hay ya billetes directos hacia baikal, hemos tenido que coger dos por separado y como había que hacer varias horas en alguna ciudad, hemos elegido esta para estar un día… Nos pasa lo mismo que ne Kazán… Llegar por la mañana y salir por la noche… Al final corriendo a todos los lados… si es que… jejejeje…
¡Hola Víctor!
En mi modesta opinión, en un día tenéis tiempo para ver la Catedral y dar una vuelta por el centro… la verdad es que, pobre Ekaterimburgo… lo que es la ciudad en sí no tiene mucho más, es más bien «feota». Si dispusieseis de más días, podríais ir a la frontera euroasiática, o hacer una excursión por los Urales, o el cementerio glorioso… pero yo creo que con un día va bien. La Catedral si lo merece :)
¡Un abrazo!
La catedral no me la pierdo!
Desde luego que por los anfitriones que estás teniendo no te puedes quejar :D
Veo que te están saliendo unas entradas muy resumiditas, se ve que te lo estás pasando bien y no tienes tiempo para enrollarte, por nosotros no lo hagas, que nos encanta leerte.
Saludos!!!
Jajajaja, ¡es que Rusia ha consumido todas mis energías! Era correr, correr, avanzar… y poco tiempo para publicar, que si no me quedaba sin visado :( Habrá que volver, en otras condiciones…. Aún así, creo que lo he aprovechado :D