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Encontré mi lugar fuera del mapa

¿Qué características debe reunir un lugar para ganarse tu corazón? ¿Cuáles son esos detalles que lo hacen especial, sin ningún motivo objetivo para serlo, hasta convertirse en “tu” lugar entre todos los demás? Supongo que no hay una respuesta común a todo el mundo. A mí hace poco me preguntaron cuál era “mi lugar” de India y ni siquiera supe qué responder. Qué vergüenza: después de toda la brasa que he dado con este país, resulta que no tenía una ciudad, o pueblo, o rincón propiamente mío. Hasta ahora.

Lo encontré sin buscarlo. De hecho puedo decir que aparecí en él por error, pues pocos días antes no sabía de su existencia. Una localidad de gran importancia religiosa para los hindúes, pero desconocida para los turistas. Un espacio en blanco en el mapa de las guías de viajes, que ahora ocupa un puesto ribeteado en oro dentro de mi corazón.

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[«Mi» lugar de India.]

Llegué por la noche, y en la única guesthouse que encontré me dijeron que no tenían habitaciones. Seguí caminando, mochila a cuestas, hasta que un hombre me llamó por la espalda para ofrecerme una habitación en el ashram de su Baba. No tenía una alternativa mejor y estaba cansada, de modo que le acompañé; en el camino, Yadov me hizo la pregunta.

– ¿Qué te ha traído aquí?

– No tengo la menor idea.

Las palabras salieron de mi boca sin pensarlo, y estaba siendo sincera. Incluso ahora soy incapaz de saber por qué pasé por esa paliza de viaje, la mitad de él en autostop a través de una reserva nacional, para terminar en aquel pueblo apartado de todo, en las montañas. Creo que leí algo en Internet, en algún foro, cuando buscaba un sitio donde hacer noche en mi camino desde el sur de Chhattisgar (donde acababa de vivir una semana entre tribus adivasi) hacia el asentamiento tibetano de Mainpat, en el norte. Alguien, un indio, comentaba que ésta era una parada para la que había que desviarse un poco pero bonita, con varios templos rodeados de verdes paisajes. Así que fui, sin más. Sin ideas previas.

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[Un pueblo normal, corriente, como otro cualquiera.]

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[En plena naturaleza.]

Yadov pareció quedar satisfecho con mi respuesta y me llevó al ashram. El Baba, un hombre de 76 años y 50 kilos (47 de piel y hueso y 3 de rastas), estaba cenando junto al fuego de la humildísima cocina y enseguida se hizo a un lado para que me calentara. Tras agasajarme con la mejor comida que había probado en varios días, me llevó a mi habitación, una estancia situada en el primer piso, sin ventanas, y como único mobiliario, una especie de mesa baja que cubrió con un par de mantas pesadas como un mamut: mi cama. “Por la noche hace mucho frío”, advirtió antes de regalarme una amplia sonrisa con la que iluminó toda la habitación. Puede que no fuese el lugar más cómodo del mundo, pero me sentí agradecida y contenta por estar allí. Aunque apenas eran las nueve de la noche, caí como un muerto sobre esa improvisada cama, y dormí de un tirón hasta que, sobre las cuatro de la mañana, me despertaron las oraciones nocturnas de mi singular anfitrión.

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[Una más para cenar.]

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[Mis aposentos.]

A las siete me levanté, dispuesta a ver qué aspecto presentaba el lugar bajo los rayos del sol. Hacía un frío de mil demonios, y para colmo tuve que lavarme (en un balcón con vistas a todo el bosque -y todo el bosque con vistas a mi desnudez-) con calderos de agua helada. Yo, que no necesito muchas comodidades pero reconozco tolerar mal las bajas temperaturas, no tuve ninguna duda de que “ventilaría” esa parada en un día, y salí a explorar.

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[Ducha con vistas.]

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[Samosas recién hechas para desayunar.]

No tardé en sucumbir ante los encantos de aquel pueblito anónimo. Me vais a perdonar: no pretendo convertirlo en un secreto de estado (estoy dando pistas más que suficientes para localizarlo), pero algo me impide escribir su nombre. Egoístamente, lo siento demasiado “mío”, y sé que lo será un poco menos el día que aparezca en la Lonely Planet. Además, tampoco es relevante. No lo es porque, como digo, a nivel turístico el pueblo no tiene nada especial, ningún monumento excepcional o imprescindible, salvo que se sea un indiófilo crónico.

Si se es, sí. El pueblito en cuestión se encuentra en el nacimiento de uno de los ríos sagrados de India, por lo que constituye un importante destino de peregrinación hindú (otro más). A pesar de ello, afortunadamente apenas se ha desarrollado. Salvo por algunos ashram y dharamshalas a lo largo de su (única) calle principal, y las tiendas de ofrendas y otras baratijas religiosas, el pueblo podría ser cualquier otro.

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Dada su significación tiene, eso sí, un par de templos destacados alrededor de los cuales gira todo. Y otros más en las cercanías, algunos bastante singulares por lo que he visto en fotografías, pero que no he llegado a conocer. Y es que no he ido porque, sinceramente, no despertaron en mí mayor interés. No llevaba más de una hora caminando aquella primera mañana y ya me había dado cuenta de que había dado con un lugar especial, un tesoro cuyo valor estaba muy lejos de sus piedras, palpitando bajo la superficie. Esta vez no me apetecía hacer turismo, esta vez solo quería “estar”.

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Y eso hice: estar. Permanecí en el pueblo un total de once días, asistiendo a las abluciones de los peregrinos en el río, empapándome de la India más rural, dando largos paseos por los maravillosos bosques, y sorprendiéndome ante la pureza de unas gentes que, aún más sorprendidos que yo por mi presencia allí, fueron capaces de transmitirme lo que las palabras no pueden expresar, a través del lenguaje universal de las sonrisas.

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Porque esa es otra: a excepción de unos pocos forasteros entre todos los que acuden a bañarse en el nacimiento del sagrado río, en el pueblito nadie habla inglés. Solo una palabra, “Narmadeha!”, en sustitución del tradicional “Namaste!”, es todo lo que hace falta para sentirse acogido, parte de la comunidad. ¡Pero cómo hubiera deseado hablar algo de hindi para comunicarme! Cada hombre o mujer con el que me cruzaba era una invitación a entrar en su casa para conocer a la familia. Tras el «Aap ka naam kyaa hai?» (“¿Cómo te llamas?”) de rigor, ¿cuántos chais habré bebido mirando a los ojos de padres, hijos y abuelos, sin intercambiar más que sonrisas y gestos?

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[No se habla inglés, pero se intenta.]

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[Narmadeha! Haznos una foto en el trabajo.]

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[Narmadeha! Y ven a casa a tomar el té.]

Sonrisas y gestos han sido también el código empleado para comunicarme con el Baba; para darle los buenos días, las gracias por la comida, que salgo a pasear un rato, que volveré antes de las once, que hoy quise ir a la misma cascada pero me perdí y llegué a la casa de un ermitaño en el bosque… Y no solo a ese nivel básico. Es sorprendente la capacidad que tenemos de entender y hacernos entender cuando realmente nos importa. Sin hablar una palabra de inglés, en hindi, el Baba me contó a qué se había dedicado en su juventud, de dónde eran sus padres, quiénes eran aquellas familias que ahora vivían con él, qué le había llevado a abandonar su vida anterior y convertirse en sadhu… Y le entendí. Todo mediante sonrisas y gestos.

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Y silencios. He pasado muchas horas con el Baba, muchas, leyendo y escribiendo sentada al sol en el patio del ashram, asistiendo a la cotidianidad de unas familias regida por la sencillez, y a las muestras de cariño y respeto de las que su protector era objeto. Sobre todo por parte de Shashi, una niña de tres años y cinco meses (ni uno más, ni uno menos: el Baba es muy meticuloso con estos detalles) que literalmente le adoraba. ¡Cuánto amor! ¡Qué manera de demostrárselo! Baste decir que no se separaba de él ni por la noche, que prefería dormir a cielo descubierto en su cama del patio, antes que con sus padres, y que si al quedar dormida alguien la cogía en brazos para llevarla a su habitación, despertaba y rompía a llorar hasta que el abuelo la arropaba de nuevo contra su pecho. No importa lo duros que seáis: vosotros también os hubieseis derretido al verlo.

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Si hago memoria (y prometo que lo he hecho, he pensado mucho en ello), no recuerdo haber dado con un hombre capaz de transmitir tanto amor solo con la mirada. Yo misma llegué a ese pueblo por casualidad para una noche, como me gustó el ambiente decidí quedarme dos días más (incluso compré un billete de autobús para esa fecha), y finalmente no me fui hasta pasados once. A la mierda el billete, a la mierda el dinero, a la mierda Mainpat y a la mierda todo. No quería marcharme.

Por fin lo encontré: éste es “mi” lugar de India. No el Valle de Kashmir (y admito que objetivamente no he conocido otro más idílico… pero ese es de dominio público) y tampoco el pueblito sin nombre (al fin y al cabo, no es más que un pueblo como cualquier otro): mi lugar en India es el ashram Phal Hari, el del hombre que solo comía fruta, el de mi Baba sonriente.

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19 comentarios en Encontré mi lugar fuera del mapa

  1. claudiamary 29 enero, 2014 at 13:37 #

    ¡Ay Carmen! se me han puesto los pelos escarpias pensando en esos momentos con el Baba… es como si me hubieses transportado allí :-)
    ¡Me ha encantado!
    Un beso

  2. Rafa Pérez 29 enero, 2014 at 14:17 #

    Me tienes totalmente enganchado a tus reportajes. La foto de la niña poniéndose las gafas junto al baba y la nocturna del templo, son magníficas.
    Besos desde la conocidísima Barcelona :(

  3. Adrilax 29 enero, 2014 at 14:40 #

    Creo que yo también me he sentido allí, levantándome cada día para disfrutar de aquel lugar, viendo cómo esa niña jugaba con el hombre que más amor transmite por sus ojos… Qué grande!!!

    Me intriga la historia del Baba Yadov… Cómo es su modo de vida allí? Él es el propietario de su ashram, y allí aloja a familias? Parece un buen hombre, no parece que haya hecho ningún negocio de ese estilo de vida… Y cómo hablabas con él sin saber hindi?

    Sí, pregunto más que un niño… Jaja. :D

    • Carmen 5 marzo, 2014 at 19:53 #

      ¡Hola Adrilax!

      Primera anotación importante: ¡el Baba y Yadov son personas distintas! Yadov es un hombre que vive en el ashram, quien me llevó ahí.

      Por otra parte, el Baba no cobra nada a las familias. «Heredó» (por así decirlo) el ashram de su Gurú (el «hombre que solo comía fruta» original) cuando éste falleció , y deja vivir a esas familias en él de forma gratuita. A cambio ellas le «mantienen» por así decirlo, ya que él no trabaja ni obtiene ingresos de ninguna parte, más que las donaciones que le dejan los peregrinos que caen por ahí.

      Esta es la versión resumida de la historia. Para saber todo lo demás… ¡quedamos y nos tomamos un café! ;)

  4. Pau 29 enero, 2014 at 15:43 #

    Soy #muyfan de tu aventura Carmen, a veces me gustaría comprar un billete y acompañarte una larga temporada.

  5. Gabriela 29 enero, 2014 at 16:57 #

    Gracias!
    Muy lindo relato, es hermoso encontrar «nuestros lugares» no importa si son conocidos o no, lo importante es sentirse dentro de el.
    Has transmitido muy bien ese sentimiento.

  6. criss 29 enero, 2014 at 17:23 #

    ay carmen nunca se termina de aprender contigo, es increible…te das cuenta la pila de experiencias q tienes ya a tus espaldas? olé por ti!
    algún dia tu tb serás abuela, y como esa niña con su abuelo mira todo lo que podrás contar tu a tus nietos ;)

  7. Avistu 30 enero, 2014 at 0:40 #

    Tienes la sana costumbre de encontrarte cuando, voluntariamente o no, te pierdes… :)

  8. Pablo Strubell 30 enero, 2014 at 1:10 #

    Haces bien en no decirnos el sitio. Y todos haremos bien en no preguntártelo, en no intentar averiguarlo, respetar ese «derecho» de no compartir algunos lugares. Eso no se lleva mucho ahora, pero mejor que sea así. Ese pueblo es tu pueblo.

  9. po 30 enero, 2014 at 17:55 #

    Muy bonito Ku me ha encantado la entrada

  10. Iván 30 enero, 2014 at 22:49 #

    Muy bonita la historia y las sensaciones allí vividas. Es bueno sentir eso sencillo y hermoso de «estar». Buen viaje y seguir disfrutando de los caminos :)

  11. Rosa 31 enero, 2014 at 9:06 #

    ¡Qué bien hiciste al no coger el bus! buena elección la de disfrutar por más tiempo de tu lugar en el mundo.

    Y de egoísta nada, más bien generosa con ese lugar, normalmente soy súper curiosa, pero por esta vez me aguantaré las ganas de investigar, porque de hacerlo no sé si sería capaz de guardarte el secreto…jejeje.

    Ciao, hasta la próxima lectura.

  12. mami 31 enero, 2014 at 12:13 #

    Lo cuentas como un cuento y lo vives como un cuento. Un cuento con final feliz guardado en tu memoria.
    un beso muy grande

  13. Luis López de Guideo App 2 febrero, 2014 at 15:01 #

    Un relato, unas fotografías y un lugar increíble, gracias por compartir tu rincón con todos nosotros.

    Un saludo. Luis.

  14. José Carlos DS 11 febrero, 2014 at 0:00 #

    Precioso relato una vez más, además acompañado de fotos memorables como la del Baba poniéndose las gafas de sol junto a la niña.

    Un lugar que rebosa calidez por las palabras que transmites y por las expresiones de la gente en tus fotos, me encanta :D

    ¡Saludotes!

  15. El Guisante Verde Project 20 febrero, 2014 at 22:41 #

    A menudo nuestro lugar en el mapa suele estar, precisamente fuera de él, donde menos lo esperas, esperando que un día aparezcamos por allí para preguntarnos como hemos tardado tanto tiempo en llegar…
    Un abrazo Carmen, caminamos contigo. :)

  16. Carmen 5 marzo, 2014 at 19:48 #

    ¡Muchas gracias a todos por vuestros comentarios!

    Debido a la desconexión forzada de este último mes (entre enfermedades, islas alejadas de la civilización, etc) y la poca conexión que tengo ahora, me veo incapaz de responder a todos uno por uno, pero no me he dejado ninguno sin leer :D

    ¡Un saludo y gracias por estar ahí!

  17. Marulia 23 marzo, 2015 at 19:26 #

    Carmen, hace unas horas le pregunté al gran Pau -Pachinko- referencias sobre India, me remitió a tu blog, y no puedo parar de leerte.

    Con esta entrada me acabo de ver por primera vez allí: me voy el 31, me lo propusieron hace justo hoy una semana, y vivía en un mar de dudas por aquello de cómo-voy-a dejar-desatendido-mi curro-tantos-días+qué lejos+ oh díor mío qué calzado me llevo. Y después de ver tus fotos del Baba con la nieta, iría descalza.
    (Ya tengo billete, y visado, y mañana me vacuno)

    Un abrazo y gracias por transmitir La India así de bien, así de real, así de mágica, así de cercana.

  18. Eme 11 octubre, 2015 at 15:34 #

    Hola Carmen!!!

    Mi pareja y yo estamos pensando en viajar a India y pasar un tiempo en un ashram, me gustaria saber, como podriamos localizar el ashram de Baba, ya que todo lo que cuentas, suena muy interesante y nos gustaria mucho poder vivir un tiempo.

    Un besazo.

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