“…You are in the jungle, baby!”. Ante este grito de guerra, es difícil imaginar que los habitantes de Bukit Lawang, un pequeño pueblo situado a las puertas del Parque Nacional Gunung Leuser, todavía se estén recuperando de la terrible tragedia que asoló esta zona del norte de Sumatra en el año 2003: un desbordamiento del río Bohorok que se llevó, a su paso, no sólo los hogares de centenares de familias y toda la infraestructura hotelera (de construcción ilegal…), sino la vida de casi 300 personas de todas las edades.
Pero cuando el río suena, agua lleva; o lo que es lo mismo: cuando la selva clama venganza, es por algo.
Los gravísimos problemas que la deforestación ilegal está causando en Indonesia es algo de sobra conocido por todos, y de lo que casi cada día se hacen eco medios de comunicación de todo el mundo. Tal como denuncian organizaciones como Greenpeace, la tala ilegal de árboles en Indonesia, para la obtención de celulosa o la plantación de palmeras de aceite, está causando daños irreversibles en nuestro planeta, entre los que se cuentan unas emisiones de dióxido de carbono exorbitantes (en lo que este país se sitúa sólo detrás de dos gigantes como China o Estados Unidos), y lo que es más grave, llevando a la extinción a especies como el rinoceronte de Java, el tigre de Sumatra, o a nuestros parientes cercanos, los orangutanes.
De todos estos efectos, tal vez el menos grave (aunque a efectos inmediatos, el más trágico) haya sido precisamente el de la riada; una catástrofe natural que no deja de ser consecuencia lógica de esta tala, ya que cada vez hay menos árboles que “retengan” el agua que, de otra forma, va a parar al río… Un aviso, en definitiva, de que la deforestación descontrolada no sólo pone en peligro la vida de los animales, sino también la de los seres humanos.
A Bukit Lawang llegué acompañada de Claudio y Hannah, una simpática y multicultural pareja que conocí en el hostal de Medan la noche antes. Naturales de Chile y Australia respectivamente, mis amigos se conocieron hará cosa de un año en Nepal, donde ambos habían ido de vacaciones. Apenas había transcurrido un mes desde su despedida, Hannah no lo dudó y tomó un avión para visitar a Claudio a Nueva Zelanda, donde él estaba trabajando en la recogida de fruta; le agarró de los pelos, y se lo llevó a Australia a vivir con ella. El resto, es historia; pero entre sus planes entra un futuro viaje, el mes que viene, a Canadá (donde esperan estar trabajando un año, gracias a la “working holiday” que han conseguido) y tras esto, viajar hasta Chile por tierra, recorriendo la ruta panamericana. Casi nada.
Una vez en el pueblo, conseguimos unos bungalows muy baratos, y pronto entablamos amistad con los múltiples guías que nos ofrecían sus servicios para el trekking que pretendíamos hacer en el Parque. Y no me refiero a una amistad “ficticia”: en Bukit Lawang no se tiene en ningún momento la sensación de que todas esas sonrisas tengan como único fin “venderte la moto”; el “buen rollo” es real y palpable, tal como pudimos comprobar aquella primera noche que pasamos en el porche del bungalow, entre cervezas, canciones y acordes de guitarra, en compañía de todos los chavales del pueblo. Una noche inolvidable, pero sólo un aperitivo de lo que todavía estaba por venir: ¡Estábamos en la jungla!
Al día siguiente, un gallo (que decidió plantarse ni más ni menos que en mi ventana, a medio metro de mi oreja… ¡casi me muero del susto!) nos despertó con los primeros rayos del sol; y sin pérdida de tiempo, más del que tardamos en devorar el desayuno, salimos hacia la selva. El grupo lo componíamos nosotros tres, una jovencísima pareja de holandeses de 22 años, y nuestros dos guías, a los que partir de ahora llamaré Rambo y Mowgli (y hacen honor a sus motes, ¡os lo aseguro!).
Apenas habíamos caminado unos metros, cuando nos dimos cuenta de que el trekking no iba a ser cosa sencilla, y mucho menos fácilmente olvidable. No tengo palabras para describir la experiencia; ni yo misma hubiese imaginado que la selva iba a impactarme tanto. El Parque Nacional Gunung Leuser es un lugar sencillamente impresionante; por establecer comparaciones, supongo que algo así debió ser el Edén que, según las escrituras, nos fue arrebatado en el principio de los tiempos. Ni playas de arena infinita, ni mares aturquesados: para sentirse parte de la creación, de la naturaleza en su estado más salvaje, en este caso sólo hace falta adentrarse unos cuantos kilómetros selva adentro, y por supuesto, ¡un buen guía que te acompañe!
Esa mañana caminamos durante más de cinco horas, en fila de a uno, entre árboles centenarios, lianas, reptiles de toda clase, monos, e insectos del tamaño de mi puño. Digo caminar, por decir algo… ese día comprendí el verdadero valor de las lianas: creo que en ningún momento tuve las dos manos libres, tan difícil como es abrirse paso entre aquella maleza, con cuidado de no tropezar ni resbalarse (debido a las lluvias, el suelo era puro fango) y en un terreno casi vertical durante todo el camino.
Y por fin, los orangutanes: esos simpáticos “hombres de la selva” (orangután es una palabra indonesia-malaya que significa precisamente eso: orang-hombre/utan-selva), tan parecidos a los seres humanos en tantos aspectos, y desgraciadamente con unas perspectivas de futuro negras como el alquitrán.
Fue Mowgli quién dio la voz de alarma: “¡Mirad! ¡Encima de vuestras cabezas!”. Y ahí estaban, tan tranquilos, sentados en las ramas de los árboles (con un peso que puede alcanzar los 100 kilos, ¡quién lo diría!), mirándonos curiosos a través de esos pequeños ojitos negros que parecen hablar (y pedir clemencia) por sí solos. Tuvimos suerte, y ese día, a lo largo del recorrido, vimos siete de los 40 que, se calcula, viven en esa zona. Fue muy bonito, pero también muy triste, especialmente a medida que nos explicaban su lamentable situación y el maltrato del que son víctimas.
El orangután de Sumatra (Pongo Abelii) es, de las dos especies de orangutanes que quedan en el mundo, la más rara. De tamaño inferior a sus primos-hermanos de Borneo, su número se estima en apenas 7.000… y se reduce cada día más, gracias a la “labor” de papeleras como Sinar Mas, encantadísimas de haberse conocido y dispuestas a enriquecerse al precio que sea; empresas como Kentucky Fried Chicken, que se abastecen de sus productos; cazadores furtivos, que separan a las crías de sus madres con el fin de venderlas en el mercado negro; y por supuesto, a los ojos ciegos de un gobierno al que le importa todo un pito y no hace nada por evitarlo.
Poco después del almuerzo, cayó el diluvio; y mi cámara de fotos, por orden expresa de Rambo, fue introducida en una gran bolsa de plástico con doble protección que nuestro guía había llevado en previsión de lo que pudiese pasar. Y vaya si pasó…. ¡pasó de todo! Si el trekking ya era duro con sol, no os quiero contar en lo que se convirtió aquello durante el aguacero, ¡una carrera de obstáculos! La lluvia caía con una fuerza como jamás había visto; el suelo se convirtió en una masa viscosa que hacía imposible mantenerse en posición vertical durante más de tres segundos seguidos, y yo, personalmente, terminé siendo arrastrada corriente abajo por el furioso río Bohorok…. hasta que Rambo me agarró por el pescuezo, liberándome así de un final bastante trágico (aunque no de varias magulladuras provocadas por las rocas…). ¡Pero que conste que no fui la única!
Montamos el campamento a orillas del río, donde nos unimos a otro grupo de “exploradores” que habían hecho un recorrido parecido al nuestro, así como a los porteadores que se nos habían adelantado para montar las tiendas y preparar la cena. A las seis ya habíamos dado buena cuenta de todos los platos (¡no quedaron ni las migas!) y aunque la noche fue entretenida, entre música, juegos, adivinanzas e historias de la selva, antes de las diez todos sin excepción habíamos sucumbido al cansancio acumulado a lo largo del día. Ni el duro suelo, ni los ruidos del bosque, impidieron que durmiese como un angelito hasta la mañana siguiente.
El segundo día fue mucho más tranquilo. Tras despertarnos fuimos a una cascada cercana a tomar una “ducha”, y de ahí, a una zona en la que, en teoría, el Bohorok pasa con algo menos de fuerza, donde nos bañamos durante un largo rato. Debería omitirlo, ¡pero qué demonios!: la corriente volvió a llevarme corriente abajo, y una vez más, Rambo tuvo que acudir en mi rescate. Esta vez sí, fui la única…
A eso de la una del mediodía, emprendimos el camino de regreso al pueblo. Esta vez, “vía fluvial”, haciendo una especie de rafting en unos enormes neumáticos atados entre sí (algo parecido al tubbing de Van Vieng, en Laos, pero en equipo… y sin alcohol) y dirigidos por el implacable remo de Rambo; a estas alturas, el héroe de todo el grupo.
Una vez en Bukit Lawang, mis amigos y yo decidimos quedarnos otro día para poder disfrutar el máximo posible de ese precioso y tranquilo pueblo, donde una noche más las guitarras volvieron a amenizar la velada, acompañadas de la voz de un hombre (el propietario del restaurante The Rock, para más señas, ¡si tenéis la oportunidad no os lo perdáis!), que nos dejó con la boca abierta a todos. Un auténtico artista, de los que nacen y no se hacen; con una voz entre el Eddie Vedder de Pearl Jam y…. él mismo. ¡Alucinante!
Así pues, por finalizar de alguna manera, sólo diré que esta experiencia en la selva me ha maravillado, obnubilado, dejado sin palabras y con ganas de más… Y no sólo a mí: a la mañana siguiente, cuando con la mochila puesta esperaba a Claudio y Hannah para coger el autobús de regreso a Medan, mis amigos aparecieron para comunicarme la noticia de que se quedaban otro día… ¡para “meditar” si se animaban a hacer un trekking más largo! Lástima que mi visado termine mañana… me hubiese apuntado.
Ei! Que pasa del treking! :D
Hola! Ku!
Menuda experiencia..que maravilla el poder ver a los orangutanes en su propia casa.. esa selva maltratada..una gran perdida, si al final acabamos con su existencia. Esperemos que su situación se reconduzca,y no sea demasiado tarde.
Te haré caso, y vitare el zoo de Santillana.
Un Abrazote..
Aventurera! Habria que haberte visto rio abajo dando gritos de auxilio jajaja si sigues asi, cuando vuelvas a madrid la vida te va a parecer una rutina asquerosa, si no te lo parecia ya claro! Que «monos» los orangutanes, y me parece curioso que sea precisamente la cadena kentucky uno de los responsables de su extincion: un pollo «comiendose» a un simio, aunque bueno tampoco es que los pollos salgan muy bien parados con todo esto!
un beso!
Menuda experiencia!!!! Tiene que impresionar muchísimo el meterte por la selva todo lleno… así como que te absorbe.
He de reconocer que me he reído al ver la foto de «la he liado parda», pero son cosas que pasan y mas con las lluvias que caen por allí… bufff ya me lo estoy imaginando.
Y menuda envidia me esta dando el ver la cascada jejeje
Ku
No se si me me das envidia o lo que cuentas me produce pánico. No se. Mas bien creo lo segundo. ¿ Te llevo el rio?
¡Que horror!
Sin duda , continuas viviendo experiencias interesantes. Van a más.
Tengo ganas de verte con el pelo liso y un poco de maquillaje. Como antes.
Te quiero.
KU no publicites mucho lo de los orangutanes de Santillana, lo mismo el parlament catalá lo prohibe antes de fin de año. Cuidate mucho.
Me gusto mucho esta entrada! Deberias titularla «Ku vs. Wild» o «A prueba de todo» como lo llamamos aca, no se el nombre que le dan en españa. Espero con ganas la siguiente, Abrazo Ku! Vas a venir a sudamerica?
carmen!!! q hacia un monton q no te escribia xq acabo d llegar d italia, y me he leido todo dl tiron, dsd la boda (increibles las fotos y la descripcion) hasta esta ultima entrada, precisamente q mencionas el zoo de mis tios, les voy a pasar el link d tu pagina para q te lean xq de verdad merece la pena!!! precioso y no me kiero imaginar lo q ha debido de ser sentirse en mitad d la jungla asi, y yo q creia q el atajo d los locos era toda una proeza jajajaja
te sigo leyendo!! cuidate un besito!!!
Menuda aventura!! Aunque la selva no parecia muy cómoda, con tanta vegetación e insectos debió ser un trayecto muy duro.. aunque los orangutanes me han encantado!! Además se les ve super pacíficos.