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Evento Nomaders Extremadura, tercera parte: Encuentros en la tercera fase… del pub Ibiza

Sería, más o menos, la una de la mañana. Había tenido tiempo para quitarme la ropa, ponerme el pijama, lavarme la cara, e incluso guardar las lentillas en su caja correspondiente. Diré más: ya estaba metida en la cama, bien tapadita y dispuesta a dormir. Sólo había un problema: no tenía sueño. Ni pizca.

Cuando el bar de la Hospedería nos dio con el toldo en las narices (literalmente), el grupo fue lentamente despidiéndose; y poco a poco, casi con vergüenza, unos y otros nos retiramos a nuestras respectivas habitaciones. Únicamente los más osados, los apasionados de la fotografía Jesús, Alberto y José Ramón, tuvieron el coraje de salir a hacer las últimas fotos nocturnas al castillo de Monfragüe.

A la vista de los resultados de su expedición la noche anterior, unas espectaculares fotografías en las que, como si de un montaje se tratase, el cielo es azul y las estrellas tan nítidas que parecen haber sido pintadas con rotulador, la idea de acompañarles se me pasó varias veces por la cabeza (a ver si se me pegaba algo de su talento, je). Al final, la perspectiva del frío que íbamos a pasar pudo más que mi deseo de mejorar mis técnicas fotográficas, y cuando me quise dar cuenta, como digo, estaba en la cama.

Pero no tenía sueño. Así que abrí el Twitter y lancé un mensaje velado de socorro, que si no recuerdo mal decía algo así: “@Jexweber Me arrepiento de no haber ido con vosotros… No tengo nada de sueño! Pero hace tanto frío…”. A los pocos segundos, una respuesta esperanzadora por parte de Quique llegaba a mi TimeLime: “@mitrajinar @Jexweber pues yo echo de menos otro chupito… #hoynomeduermoaladeuno”.

Y así, casi sin pretenderlo, medio en broma, medio en serio, un loco plan para escapar de la Hospedería y salir en busca de la fiesta cacereña comenzó a tomar forma en ese curioso medio que hasta hace meses apenas conocía, llamado Twitter.

El problema: el pueblo más cercano a nuestro alojamiento era Torrejón el Rubio, y la distancia que de él nos separaba, kilómetro y medio. No parece mucho, pero sumadle la nula iluminación en la carretera y unas temperaturas inferiores a los cero grados, y tendréis la ecuación perfecta del dilema que se nos planteaba. Incluso salvando esos obstáculos, nadie nos aseguraba que al llegar a Torrejón hubiese ningún local abierto.

No recuerdo bien el resto de la conversación. Alguien dijo “Pub Ibiza”, otro “no hay huevos”, el siguiente “¿que no?”, y antes de que me diese tiempo a razonar, me encontraba en la entrada de la Hospedería con Quique, valorando seriamente la posibilidad de sobornar al hombre de recepción con un billete de veinte euros si nos sacaba una botella que evitase el desastre (que digo yo: si pagamos veinte euros por la botella y al día siguiente lo justificamos a quien corresponda, no es tan grave, ¿no?).

Pero esa historia no hubiese tenido gracia: había que jugársela. Así que, ni cortos ni perezosos, hicimos de tripas corazón, tomamos aire, nos abrochamos bien los abrigos, y salimos a la gélida noche del invierno extremeño.

Y vaya frío. Si el del día había sido duro, no podéis imaginar el de la noche. Más que caminar, corrimos. Corrimos y corrimos, y el camino parecía no terminar nunca. Finalmente, vimos una luz en la lejanía: “¡Torrejón!”, dijo uno. “¡Vamos, vamos!”, apremió el otro. “¿Y si después de haber llegado hasta aquí, está todo cerrado?”. “Pues nada, habrá que tirar del plan B”. “¿Sobornar  al de recepción?”. “Eso”. “Ufff… me parece que para entonces ya no voy a tener ganas de nada”.

En el pueblo reinaba un silencio absoluto, y por las calles no se veía un alma. Entonces, una luz acompañada por un leve murmullo de risas y música llamó nuestra atención. Nos acercamos para descubrir que se trataba de una fiesta privada, y aunque pensamos en llamar a la puerta, justo en ese momento una peculiar pareja formada por un hombre de edad avanzada y una jovencita latinoamericana entró en escena.

– Disculpen, ¿saben si hay algún local abierto donde tomar una copa? – les preguntó Quique.

– Claro, el Pub Ibiza, donde vamos nosotros –respondió el hombre abrazando por la cintura a su compañera-. Seguidnos.

Y allá fuimos. Por fin íbamos a desentrañar el misterio del famoso Pub Ibiza; ese que ya habíamos visto de refilón la noche anterior al salir del Restaurante Carvajal, y sobre el que tantas bromas habíamos hecho a costa de su sospechosa iluminación.

El aspecto exterior del Pub Ibiza es el de una gran casona de piedra, sin ningún tipo de ventana a pie de calle, y con una gran puerta de madera maciza impidiendo adivinar nada de lo que ocurre en su interior. Tal vez por eso, la sorpresa fue mayúscula al entrar, subir las escaleras a la primera planta, y descubrir un lugar realmente acogedor, con una gran chimenea calentando su única sala, varios futbolines y una gran concurrencia formada por los personajes más variopintos. Jóvenes y viejos, hombres y mujeres (aunque ninguna mayor a los treinta y cinco años), todos compartiendo espacio, música y cubatas; como si fuesen “pandilla” de toda la vida, como si en lugares como Torrejón el Rubio la distinción entre edades y grupos sociales no existiese a la hora de salir a divertirse un sábado por la noche.

Nos acercamos a la barra y pedimos la primera copa. “¿Has visto lo que me han cobrado?”, me preguntó Quique, “¡Tres euros y medio cada una! Esto no lo veía yo desde…”. No pude evitar sentir un cierto recelo: “Garrafón puro debe ser eso. Verás mañana cuando nos levantemos…”.

Tomamos el primer trago apoyados en la barra sin dejar de mirar a nuestro alrededor: los chicos jugaban al futbolín en una esquina; en el lado opuesto de la habitación, unas chicas charlaban animadamente sentadas junto al fuego; a pocos metros, un grupo de hombres de unos 50 o 60 años, con pinta de haber tomado cinco o seis copas de más, reían como locos. Efectivamente, no era ese lugar donde salir a la pista a echar unos bailes, pero como nunca me ha gustado bailar, me sentía como pez en el agua. La observación desde la barra siempre ha sido más lo mío.

Fue entonces cuando nos percatamos de una puerta tipo “garaje”, situada en el centro de la habitación, por la que entraba y salía un goteo incesante de personas. “Ahí es donde guardan la droga”, le dije a Quique, “el oscuro secreto del Pub Ibiza”. “¿Entramos a averiguar?, me respondió él.

Y entramos. No encontramos droga ni trapicheos de ningún tipo, pero sí un patio en el que un grupo heterogéneo de personas (hombres mayores, la muchacha latina, unas jovencitas cuchicheándose secretos al  oído…) se congregaba en torno a un cubo de pintura con un objetivo común: fumar. Habíamos dado con “la sala de fumadores” del pub, y el cubo blanco alrededor del cual se reunían todos no era sino un rudimentario «brasero» que alguno de los presentes había tenido a bien traer de su casa para calentar el ambiente. “¡Cómo se lo montan en el Pub Ibiza!”, exclamamos.

A partir de ahí todo sucedió rápidamente. El grupo, sin duda excitado ante la presencia de los “forasteros”, se abrió para hacernos un sitio; y curiosamente, en lugar de mostrarse interesados por saber de dónde veníamos o qué hacíamos allí, cada uno comenzó a relatarnos su vida, o su visión de la misma.

Así, un hombre nos contó sin ningún pudor que, de camino al bar, se había bajado los pantalones y había “meado” contra la pared, “levantando una pata, como las burras”; otro sacó su DNI afirmando que en la fotografía parecía un etarra (?), pero que él era un hombre de mundo que se había “pateado” media España, y además había hecho la mili con “Chanquete”, de Verano Azul.

Al parecer este último individuo vio un filón abierto con nosotros, y ya no pudimos desembarazarnos de él en el resto de la noche. Por más que entrábamos, salíamos, íbamos al baño o tratábamos de escondernos tras la barra, el hombre siempre nos encontraba para contarnos las mismas historias una y otra vez: que si con “Chanquete” estuvo hablando casi cuatro minutos, que si sus hijos no querían ir a ese bar porque les daba vergüenza encontrarse con su padre, y más cosas que no vienen al caso.

Rondarían las tres de la mañana cuando un olor a carne a la brasa llamó nuestra atención desde el patio. Cuando salimos, no dimos crédito a lo que vimos: habían traído un trozo de cerdo descomunal, y lo estaban cocinando ahí mismo, en el cubo blanco. Como olía de maravilla, lo probamos: era grasa pura, “barbá” lo llamaban. Disimuladamente, escondí mi pedazo bajo una servilleta y dije que estaba buenísimo. No es que no lo estuviese, pero comer grasa de cerdo a esas horas de la mañana… no me apetecía.

Y así, entre copas, partidas al futbolín, conversaciones dignas de la mejor película de Almodóvar y grasa de cerdo recién hecha, nos dieron las cuatro y media de la mañana. Lo estábamos pasando tan bien que, de no tener presente que en menos de tres horas debíamos levantarnos,  con gusto nos hubiésemos quedado hasta cerrar el bar.

Regresamos a la Hospedería corriendo como alma que lleva el diablo: el frío que hacía ya no era ni para contarlo. Pero nuestra pequeña “aventura” nocturna mereció la pena: más que una simple historia para contar, este tipo de episodios siguen confirmando que a la hora de viajar, sea a la Conchinchina o a la cercana Extremadura, conocer bien un lugar pasa necesariamente por conocer a su gente, sus costumbres y su historia. Sean del tipo que sean.

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10 comentarios en Evento Nomaders Extremadura, tercera parte: Encuentros en la tercera fase… del pub Ibiza

  1. TxemaCG 31 enero, 2011 at 13:33 #

    Que relato más bueno. Da gusto leer como escribes :-)

    • Ku 31 enero, 2011 at 13:34 #

      Pero seguro que te he decepcionado… algo me dice que tú esperabas más «carnaza», ¿verdad? :P

      • TxemaCG 1 febrero, 2011 at 14:56 #

        No, que va, me parece estupendo. No sabía lo del intento de soborno.

        • Ku 1 febrero, 2011 at 20:06 #

          Jijiji, nosotros también tenemos nuestro lado oscuro ;)

  2. Quique 1 febrero, 2011 at 11:55 #

    Genial! Casi lloro al recordar al de la burra, al Chanquete y la barbá!!! jajaja que gran noche. Me encanta tu estilo!
    Que lastima que no tengamos fotos de esa noche…

    Habria que montar una salida en algun pueblo perdido de por aqui para seguir nuestro tour nocturno campestre! :)

    • Ku 1 febrero, 2011 at 20:11 #

      Ya sabes que yo me apunto a un bombardeo… marca fecha y lugar, y ahí estaré!
      Lo de las fotos es una auténtica lástima… pero bueno, también una buena excusa para esforzarse en la escritura e intentar transmitirlo todo sólo con palabras (y en el caso del lector, obligarle a trabajar la imaginación… algo que, en casos como el de esa noche, es incluso recomendable!)

  3. M.C. 1 febrero, 2011 at 23:49 #

    Qué valor salir a esas horas en busca del pub perdido con el frío que debía de hacer!!! Pero aventuras como esas no se producen en cualquier parte, así que seguro que mereció la pena!
    Saludos

    • Ku 2 febrero, 2011 at 19:55 #

      Claro que mereció la pena! Fue una noche inolvidable :D

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