Cuenta uno de los numerosos mitos hindúes que, muchos años antes de que el universo tomase forma y los seres humanos poblasen la tierra, dioses y demonios se aliaron temporalmente para batir el océano primigenio de leche y crear el amrita –néctar de la inmortalidad- y compartirlo. Sin embargo, cuando el dios Dhanvantari surgió de las aguas llevando en sus manos una kumbha (vasija) con el preciado líquido, los demonios la robaron y huyeron con ella, siendo perseguidos por los dioses en una batalla que duró doce días y doce noches divinas, equivalentes a doce años humanos.
En ese trajín, algunas gotas de amrita cayeron en cuatro lugares de India: Praiag, Haridwar, Ujjain y Nasik, motivo por el cual, cada tres años, estas ciudades sagradas se turnan para festejar tal acontecimiento. En Praiag, cada ciclo de doce años, tiene lugar el Maha Kumbh Mela (“Fiesta de la Gran Vasija”), al que acuden millones de personas, haciendo de él el mayor peregrinaje del mundo.
Tras el último Kumbh Mela, celebrado en Praiag en 2007, este año le tocaba el turno a la ciudad de Haridwar. La fecha exacta de los festejos viene determinada por métodos astrológicos, pseudociencia que en este país afecta a todos los ámbitos de la vida. Según los astrólogos, el Kumbh Mela en Haridwar debe celebrarse cuando Júpiter está en Acuario, el Sol en Aries, y la Luna en Sagitario, lo que indicaba que, este año, los festejos comenzarían el 14 de enero, prolongándose hasta abril. Estando yo en el país, ¿me lo iba a perder?
La primera impresión que tuve de Haridwar al adentrarme en el concurrido bazar que discurre paralelo al río, fue la de encontrarme en una especie de exótico Lourdes oriental, debido a la infinidad de tiendas de mālās (rosarios), estampitas, prasad (una especie de insulso arroz inflado que se usa como ofenda a los dioses), y todo tipo de artículos religiosos que acaparan la atención de los cientos de fieles que se dan cita en la ciudad. Entre todos los comercios, llaman especialmente la atención aquellos dedicados exclusivamente a la venta de botellas y garrafas de plástico, con el objeto de ser llenadas con agua del Ganges (o Ganga, si empleamos el nombre indio original), ya sea para realizar ofrendas o para lavarse con ella.
Sin embargo, al contrario que en la localidad francesa, en Haridwar se respira un ambiente festivo, no sólo por la fecha en que estamos, sino también porque aquí la gente viene con alegría, convencida de que, tras sumergirse durante unos minutos en las gélidas aguas del río sagrado, su karma quedará limpio de todo pecado. La creencia popular acerca de los poderes curativos del Ganga alcanza aquí valores superlativos, ya que es en esta ciudad donde el río sale de las montañas y penetra en los llanos. El lugar exacto donde esto sucede, y centro neurálgico del misticismo religioso de la ciudad, es el ghat Har-Ki-Pairi (“Escalera de Dios”), donde además se encuentra, marcada en una piedra, la que se afirma es la huella del pie de Vishnu.
Por todo esto, Haridwar es un importante centro de peregrinación al que, durante todo el año, desde las cimas del Himalaya, el golfo de Bengala, el desierto de Thar…, en definitiva, desde todos los puntos del país, acuden miles de peregrinos. En estos días, la cantidad de gente se multiplica, ya que es creído que, durante el tiempo del Kumbh Mela, el agua del Ganga está cargada positivamente con radiaciones electromagnéticas del Sol, la Luna y Júpiter, el flujo de las cuales varía de acuerdo a las posiciones y fases de la Luna, y también en función de los desplazamientos del Sol. Estas variables marcan también unas fechas exactas en las que esa energía tiene más fuerza, que es cuando se celebran los baños principales, tres de los cuales son llamados “Baños Reales”. El primero de estos no será hasta el 12 de febrero, fecha que queda muy lejana en mi calendario (no puedo permitirme permanecer aquí tanto tiempo); sin embargo, el 30 de enero iba a tener lugar uno de los baños grandes, y a ese día sí que podía esperar.
La primera vez que uno ve el Ganga, es difícil no quedarse unos minutos paralizado con la boca abierta. La cantidad de personas que se acumula a sus orillas y en los ghat es algo que impresiona: gurús hablando a grupos de atentos discípulos; jóvenes muchachas, venidas desde Mumbai, sumergiéndose en las aguas con sus preciosos y caros sarees; filas de barberos cortando el pelo y la barba a los hombres en plena calle; familias enteras sentadas en las escaleras, comiendo dhal y chapati casero traído en grandes bolsas de plástico… Es difícil caminar dos o tres metros sin pararse a mirar en todas direcciones, del mismo modo que resulta imposible tratar de verlo todo, de quedarse con todo, así que la opción mas acertada es, simplemente, meterse entre la multitud y dejarse llevar…
También nosotros somos una atracción para ellos: cada dos pasos alguien me para y, educadamente, solicita poder hacerse una foto conmigo, tras la cual viene una foto con el amigo, el primo, la hermana, y con toda la familia. Me asusta pensar cuántas de estas fotografías terminarán en el salón de alguna casa.
Esto es algo de lo que no había hablado antes, a pesar de ser algo muy común en India. Para entenderlo, debe tenerse en cuenta que no sólo les llamamos la atención por el color de nuestra piel, nuestro cabello, o por la vestimenta que llevamos. Para muchos indios, el salir de las fronteras del país es un sueño que en contadas ocasiones llegará a realizarse. Para la mayoría de la población, un billete de avión a Europa o América, es un lujo inaccesible, por lo que sus viajes se limitan al interior de sus fronteras, y su manera de conocer mundo es a través de los turistas que vienen a India, a los que no dudan en hacer fotos, hablar, y pedir cosas tan simples como monedas o sellos de nuestro país de origen, que coleccionan (tampoco faltan quienes, aprovechando esta coyuntura, se dedican a timar a los turistas… pero eso es otra historia).
Otra situación curiosa que se repite es la del indio que quiere que le hagan una foto a él mismo. Por ejemplo, una tarde que paseaba por el ghat y me paré a tratar de hacerle una foto a una vaca que comía de la basura, noté la presencia de un hombre detrás de mí, que pacientemente esperó a que terminase de sacar la fotografía, tras lo cual se acercó y, muy serio, me preguntó si podía fotografiarle a él con el Ganga de fondo. Le dije que sí, y el hombre se colocó bien el gorro, y muy firme se situó frente al río. Una vez hecha la fotografía, y sin ningún interés por verla, el hombre me agarró efusivamente con ambas manos, me miró fijamente a los ojos diciéndome: “Thank you, thank you!”, y se fue. Cosas de India.
Su deseo: ser fotografiado
Hablando de anécdotas, no puedo dejar de mencionar un suceso menos gracioso que tuvo lugar en mi segundo día en Haridwar. No sé si sabéis que, aún ahora, existe en India un temor bastante generalizado a sufrir un ataque terrorista por parte de Pakistán. Ya había tenido la oportunidad de comprobarlo en Pushkar, donde las redadas de policía eran constantes, al haberse interceptado una llamada al país vecino desde un teléfono satelital (reservados al gobierno), y se creía que un pakistaní había llegado a la ciudad con la intención de poner una bomba. Si en una ciudad como Pushkar se desata esa histeria por una simple llamada de teléfono, os podéis imaginar el control que hay en una concentración de personas como el Kumbh Mela: policias cada diez metros, perros, controles…
En una de esas, cruzando un puente hacia el ghat, un policia me para y, tras pedirme toda la documentación, me dice que no puedo pasar porque hay aviso de atentado. A partir de ahí, nos desalojan todos y nos hacen esperar en otro de los puentes, mientras el paseo que hay entre las dos orillas se llena de policias, militares… Dos de ellos cogen la bolsa donde, se cree, está la bomba y, ayudándose con un bidón, la apartan un poco. Primero envían a un perro, tras lo cual se acerca el experto de turno y comienza a manipular la bolsa… Tras tres cuartos de hora de tensión (y algo de aburrimiento), el hombre dice que no hay peligro, y la gente se apresura a correr hasta el bidón para ver con sus propios ojos el artefacto que ha provocado tanto alboroto.
Multitud expectante.
Todo bajo control…
Volviendo a las impresiones recibidas a orillas del Ganga, debo decir que la vista que, al caer la noche, ofrece la ciudad estos días de Kumbha Mela, es aún más espectacular que la diurna, si cabe. Al ponerse el sol, Haridwar se viste de fiesta, y todos los puentes y edificios que rodean los ghat se iluminan en un auténtico derroche de luz que podría competir con la iluminación de la Gran Vía madrileña en el mes de diciembre.
Una hora antes de ponerse el sol tiene lugar en Har-Ki-Pairi la ceremonia del fuego. Ésta puede verse desde la otra orilla del río, o bien desde el mismo ghat, aunque para ello sea necesario descalzarse y discutir duramente con los indios que tratan de recoger “donativos voluntarios” con cualquier excusa. La ceremonia dura aproximadamente una hora, durante la cual se arrojan al río hojas de banano, sobre las que se depositan ofrendas en forma de flores y velas. Mientras tanto, decenas de fieles alzan lámparas de barro, cantan, oran e incluso algún shadu baila y salta, medio desnudo y cubierto de ceniza, en una especie de trance histérico.
Mi consejo para quien venga a esta ciudad es que le dedique por lo menos cuatro o cinco días y la viva de verdad. Es pequeña, por lo que no tardará de reconocer a la gente por la calle, y sobre todo, de ser reconocido, algo que se agradece y permite estrechar lazos con sus habitantes. Hay alguna otra visita típica que no puedo dejar de mencionar, como la subida al templo de Mansa Devi (en teleférico o a pie) pero, sinceramente, exceptuando la hermosa vista de la ciudad y el río que desde lo alto de la colina puede contemplarse, el templo en sí mismo a mi no me dijo nada. Es bastante reciente, y parece que el único interés que pueda tener (para «paganos» como nosotros) sea ver cómo los fieles llegan allí para dejar cantidades insultantes de dinero al pie de las imágenes de sus dioses, o cómo los vendedores de agua, coca-cola y samosas hacen negocio con todos aquellos que hayan optado por hacer la subida de kilómetro y medio caminando. Supongo que es cuestión de gustos, pero personalmente prefiero quedarme en la ciudad y echar unas horas sentada en un puestito de la calle hablando con la gente.
En mi tercera noche en Haridwar recibí una visita muy especial. Antes de partir de viaje había mantenido correspondencia con Juanjo, un chico malagueño que tenía pensado venir a India en enero y viajar en el país durante cuatro meses. Habíamos intercambiado algunos emails, compartiendo dudas, nervios e informaciones, y quedamos en tratar de coincidir en algún lugar del país, al menos durante un par de días, para conocernos y compartir impresiones.
Esa mañana, Juanjo me había llamado diciéndome que se encontraba en la estación de autobuses de Delhi e iba a comprar un billete para Rishikesh, una localidad a 24 kilómetros de Haridwar, también a orillas del Ganga, conocida como la “capital mundial del yoga”. Al decirle dónde me encontraba, decidió cambiar su destino (o el orden de los mismos), y venir primero a Haridwar. A pesar de estar avisada, teniendo en cuenta que yo no le esperaba hasta el día siguiente, y que no tenía conciencia de haberle dado la dirección de mi alojamiento, la sorpresa fue mayúscula cuando, al regresar a mi hotel tras la cena, me encontré en la puerta con un chico delgadito, con barba de varios días que, cubierto por un gorro y varias bufandas, me saludó con un efusivo “¡Hola Carmen!”.
Juanjo regateando con su gran amigo de Rishikesh.
Al día siguiente, junto con Juanjo, puse rumbo a Rishikesh. Ambos queríamos estar en Haridwar el día 30 de enero para asistir a uno de los baños grandes, de modo que una buena forma de “hacer tiempo” era visitando dos o tres días la cercana localidad, para el 29 regresar a Haridwar.
Rishikesh es uno de los lugares más bonitos y apacibles que he visto en el tiempo que llevo en India. Situada a orillas del Ganga, se encuentra rodeada por tres de sus lados de verdes montañas que le dan un aspecto idílico, de imagen de postal. Un pequeño oasis que, no por nada, es frecuentado por indios de clase alta, que tienen aquí sus residencias de verano, para pasar la temporada más calurosa. A nivel internacional, Rishikesh se hizo famosa en la década de los sesenta, cuando los Beatles vinieron a pasar unos meses en un ashram en compañía de su gurú, visita que marcó el inicio del despegue de la moda del yoga. A día de hoy, son muchos los turistas (al contrario que en Haridwar, donde cuesta más encontrarse con ellos) que vienen a Rishikesh a pasar varias semanas e incluso meses, con el objeto de dedicarse a la meditación, el aprendizaje del yoga, o asistir a cursos de música, danza, e incluso macramé.
También en Rishikesh tiene lugar, al caer la noche, una ceremonia del fuego en los ghat, aunque en este caso se trata de un espectáculo más grandilocuente y preparado que aquel de Haridwar. Monjes vestidos con túnicas granates y espectadores se sientan en las escaleras, a modo de gradas, frente a una gran estatua de Shiva, y los cánticos y oraciones, al igual que en la localidad vecina, se repiten por espacio de una hora. Bajo los escalones, en la parte más cercana al río, tiene lugar un ritual alrededor de una pequeña hoguera, donde monjes, fieles, y algún turista invitado, arrojan pétalos de flores, acompañados por la música de un extraño instrumento, parecido al acordeón (en tanto que es de viento y teclado al mismo tiempo… si alguien conoce el nombre, puede animarse a decirlo).
Toda esta escena es grabada por una cámara de video, y los focos empleados para iluminarlo quitan parte del romanticismo al momento. En alguna ocasión que me levanté para verlo con un poco más de distancia, tuve la impresión de encontrarme frente a un plató de televisión, donde en cualquier instante aparecería el ayudante de realización con el cartel de “aplausos”. Pero, como digo, esto sólo son impresiones…
Luces, cámara… ¡Acción!
Rishikesh me ha parecido un buen lugar para quien quiera tomarse unos días de descanso y, tal vez, dedicarse un poco al yoga o a la meditación. Sin embargo, al igual que en todos los lugares donde veo que la afluencia de turistas supera a la de los locales, no me he sentido a gusto. Tras un día en la ciudad, una vez que se ha recorrido su calle principal tres o cuatro veces, y se ha asistido a la ceremonia del fuego, el viajero inquieto por conocer y mezclarse con la gente, se sentirá atrapado como un ratón en una jaula. Afortunadamente, Rishikesh todavía nos tenía preparada una última sorpresa.
Una mañana, paseando por un caminito perdido lejos del centro del pueblo, escuché el sonido de voces infantiles. Al acercarme, di con un colegio, donde estaba teniendo lugar lo que parecía el ensayo general para una obra de fin de curso. Decenas de niños, sentados en el suelo sobre alfombras y moquetas, observaban atentos los bailes que sus compañeros, por turnos, salían a interpretar al frente de todos ellos y sus profesores. Hasta que aparecí yo, naturalmente. En cuanto se dieron cuenta de mi presencia, todas las caritas se giraron hacia mi, y empezaron a señalar, a sonreirme, a cuchichear entre ellos, hasta que al final me entró un poco de apuro, sobre todo por las niñas que estaban bailando, y decidí irme.
Al día siguiente, Juanjo y yo decidimos hacer una excursión que nos habían recomendado, consistente en un “pequeño” trekking de diez kilómetros montaña arriba, siguiendo un camino que conduce hasta un pueblo perdido en un pequeño valle. En el camino, volvimos a pasar por el colegio donde yo me había colado el día anterior, y esta vez el sonido de las voces y las canciones nos llegó amplificado por medio de un altavoz. Nos acercamos con curiosidad, y al entrar en el patio vimos que estaba teniendo lugar la obra cuyo ensayo había presenciado el día anterior. El motivo: era 26 de enero, Día de la República, y todos los niños estaban vestidos con sus uniformes, arregladitos y peinaditos como de primera comunión.
Nuestra intención era permanecer en un discreto segundo plano y disfrutar del espectáculo durante algunos minutos desde una esquinita, pero entonces, el director del colegio se acercó a nosotros y nos invitó (o más bien, nos obligó) a sentarnos a su lado. Asistimos a todos los números; los niños y niñas, antes y después de salir al escenario, nos miraban nerviosos, y sonreían con orgullo cuando les aplaudíamos. Cuando el espectáculo terminó, uno de los profesores fue llamando de uno en uno a algunos de los niños (a los que supusimos los mejores de la clase, o algo así), dándoles como regalo un cuaderno y un boli, que recibían con alegría, tras lo cual se inclinaban y tocaban los pies del maestro, llevándose la mano a la frente en señal de respeto.
Cuando nos íbamos, una profesora nos trajo dos bolsas llenas de dulces y un plátano, y el director habló un rato con nosotros, nos presentó a sus hijos, y nos trató con un respeto y una reverencia con la que no me han tratado en ningún otro lugar anteriormente, siempre dirigiéndose a nosotros como “sus invitados”. Juanjo y yo nos mirábamos con la boca abierta, y no dejábamos de preguntarnos qué habíamos hecho nosotros para merecer tanta amabilidad. Finalmente, el director nos invitó a asistir a un “espectáculo cultural” que tendría lugar ese mismo día en el pueblo, a las ocho de la tarde, en conmemoración del Día de la República, invitación que aceptamos gustosamente.
Dejad que los niños se acerquen a mí.
Cuando conseguimos escapar de nuestros anfitriones (o raptores), comenzamos, esta vez sí, la ascensión de la montaña. Debo reconocer que, aunque empecé con mucho entusiasmo, a los dos kilómetros ya me quería morir del calor y el cansancio (el camino es vertical), pero como no dependía solo de mi, llegué hasta el final. La vista que desde lo alto de la montaña se tiene de Rishikesh y el orgullo de haber completado el recorrido merecieron la pena. Además, en el camino conocimos (además de a los numerosos peregrinos que hacen la ascensión hasta el templo del pueblo para realizar la puja) a Felipe, un chico chileno que estaba pasando esos días solo en la ciudad. Tras visitar el templo y reponer fuerzas en el pueblo, comenzaba a anochecer, de modo que el camino de vuelta lo hicimos en uno de los numerosos jeep que esperan a los peregrinos a la salida del templo, y que por el módico precio de 50 rupias llevan de nuevo a Rishikesh.
Al caer la noche, tras una fría ducha, y aunque estábamos bastante cansados del “paseito”, nos acercamos a la carpa donde el director del colegio nos había indicado que tendrían lugar las celebraciones. El “espectáculo cultural” resultó ser un concurso de talentos en el que participaban todos los habitantes del pueblo, tuviesen talento o no. Hubo números realmente buenos, y otros que más bien provocaban algo de risa; mujeres cantando y bailando canciones populares de diferentes regiones y estados de India, chicos jóvenes bailando temas de Shakira con una coreografía que ya quisiese para sí Poti, e incluso un fantástico imitador de Michael Jackson. Todo bajo la atenta mirada de un jurado formado por miembros honorables de la comunidad y de todos los vecinos, que no dudaban en reír a carcajadas cuando el número era malo, o aplaudir efusivamente a sus ídolos locales (como el Michael Jackson). Tal vez os parezca un detalle sin importancia, pero a mi, lo que más me conmocionó, fue ver a tanta gente (TANTA), de todas las edades, reunida bajo un mismo techo y disfrutando como niños durante más de cinco horas, sin alcohol, cigarros o una triste cervecita para acompañarlo. Eso en España es casi inimaginable.
Al día siguiente, Juanjo se fue. Ambos sabíamos que habíamos explotado al máximo nuestra estancia en Rishikesh, y él quería continuar su camino hacia Amritsar. Yo decidí quedarme un día más, empeñada como estaba en asistir al baño del día 30 en Haridwar. El día 29 regresé a la ciudad sagrada en autoestop, una manera de moverme a la que estoy cogiendo el gustillo, ya que permite conocer a personajes a cada cual más pintoresco. En esta ocasión, para recorrer los 26 kilómetros que separan ambas localidades, tuve que hacer uso de dos vehículos diferentes: primero, una camioneta que accedió a llevarme en la zona de carga hasta la salida del pueblo; después, el coche de lujo de una pareja joven de clase alta, que me llevaron todo el camino escuchando la discografía completa de Vengaboys. Una experiencia.
Me alegré de haberme quedado. No hay mucho más que pueda añadir sobre Haridwar en esos días, o al menos, nada que pueda expresarse con palabras: el Kumbh Mela es algo que hay que ver y sentir. Digamos que lo que allí pude vivir esos dos últimos días, fue “más de lo mismo”, pero con más gente. Muchísima más gente. Y muchísimos más controles. No sólo por el miedo a un posible atentado: hablando con uno de los policías descubrí que otro de los temores que en estas fechas ensombrecen las celebraciones son las previsiones de un gran número de suicidios, debido a la creencia de que morir a orillas del Ganga libera a la persona del ciclo de las reencarnaciones, lo que hace que muchos fanáticos se acerquen hasta aquí con éste propósito. La policía no me permitía moverme ni dos pasos en línea recta sin querer desviarme hacia la otra punta de la ciudad, ya que el acceso a los ghat estaba imposible. Las masas humanas, vistas desde lo alto, harían estremecerse a la más inmutable de las personas: parecía un enorme éxodo bíblico, excepto por el detalle de que, en esta ocasión, en lugar de huir lo que se intentaba era entrar.
Pero, como dice una frase popular india: “sab kuch milega” (todo es posible), e incluso en medio de esa vorágine, el destino quiso que me encontrase de nuevo con Felipe, el chileno al que Juanjo y yo habíamos conocido un par de días atrás en Rishikesh. Con él compartí esas últimas horas en la fiesta santa, recorriendo los campamentos de shadus donde los devotos reciben sus bendiciones, y asistiendo al desfile que se celebró al caer la noche, cuando las caravanas de shadus y hombres santos abandonan la ciudad tras el baño, para regresar a sus ciudades de origen, acompañados por orquestas de músicos ataviados con sus brillantes uniformes.
Felipe, enamorado del cine de Bollywood.
Cuando el desfile hubo terminado, también yo regresé a mi habitación para preparar mi mochila de cara al viaje que me esperaba al día siguiente. Tras algunos infructuosos intentos por conseguir una conexión a Internet para escribir esta crónica (no había electricidad en la mitad de la ciudad debido a la iluminación del río y el desfile), me fui a la cama, pensando en el destino que me esperaba: un lugar donde se halla el monumento más grande al amor jamás construido.
La vaca de mi vida.
Bua, que bien te veo! Yo como un peregrino más me dirigiré hacia ahí en Marzo!!! Me apunto también la recomendación de Rishikesh! Genial la crónica!
Un beso
Me gustan mucho las fotos de los festivales de Rishikesh, tanto el infantil como el cultural, rezuman sencillez y alegría.
Vas ir ya a ver ya el… Diossss :00000 XD
Madre mia Carmen! Estas fantástica y disfrutando de todo! Menudas historias tienes que estar viviendo… lo del señor, que gracioso. Los colores de las fotografías son increíbles, de verdad, que fascinantes. Me encanta!
Un fuerte abrazo guapa!
Viaje al atardecer
All About Cities
jo Carmen, es increible todo!!! esta entrada ha sido buenisima,pero lo mejor la forma ordenada q tienes d contarlo…lo haces super facil de leer d verdad, estas super wapa en la foto con la vaquita jajaj,
lo del hombre de la foto a orillas del «ganga» jeej, tb es super curioso, pensara q hay una foto de el recorriendo el mundo y le llenara de orgullo…xq si no…no tiene mucho sentido, estos hindúes y sus creencias..hasta q punto llegan jeje
lo del concurso de talentos es super gracioso y a la vez envidiable, xq ya ni nos acordamos d lo bien q se lo puede pasar uno cn lo minimo…riendose con lo basico y pasando un rato agradable sin necesidad de consumir y consumir…me encanta!
ojala nosotros recuperasemos esa ilusion x las pequeñas cosas….
espero que siga todo bien, y cuidado con los auto-stop!!! ;)
aunque lo de los venga boys no tiene precio jajajaaj
un beso enorme!
Hola kuku estas muy guapa, se te vé muy feliz, disfruta cuanto puedas. Como soy un egoista estoy deseando que vuelvas. Un beso chiquitina. Cuidate.
HOOOLA!!! Estaba ya preocupada, que llevabas unos cuantos días sin escribir. Es que nos tienes mal acostumbrados, teniéndonos tan al día.
Me alegro que todo te siga yendo tan bien. Las fotos chulísimas!!!
Un besote!!
Encantado de conocerte Carmen,gracias por compartir tus experiencias,tal como las cuentas y viendo las fotos nos trasladas por donde vas.Por un momento he llegado a pensar que estoy contigo paseando por Haridwar,he olido las especies y parecia que la vaquita se metia a mi casa.
Adelante y un abrazo de los que te seguimos detras de la pantalla.
KU
Veo que estas bien. Me gusta tu reportaje. Desde el sillon desde el que te leo, es dificil hacerse con el mundo en el que vives. Eso da igual. Estas pasando por una experiencia inolvidable, que es lo importante. A los burgueses nos da … yo que sé lo que nos dá. Lo que vives es inmejorable. Tus fotos son excelentes. Inmejorables.,
Tienes que escribir algo mas, o, al menos llamar a la máma. T.Q.
Hola,Carmen
Ahora entiendo la tardanza, tenias que procesar todo eso. Pero por Dios!! eso no es un Río…(es un parque temático), que barbaridad cuantas cosas pasan a su alrededor.
Maravillosa entada..(como siempre), preciosas las fotos.
Un Beso…..y no te demores tanto.
No hay día que pase sin mirar el blog, a ver si has puesto algo más.
Me estás picando mucho, y la verdad es que la India nunca me había llamado nada… y ahora me está llamando mucho, mucho…
¡Un beso!
Mmm…
Curioso…
La aventura continúa y la calidad de las crónicas va en aumento…
Cada vez que te leo, me siento un poquito ahí, aunque lo más importante de todo, y de las fotos, es verte a tí tan bien…
:)
Carmenciata guapa!!!! vaya fotazos, que colores……increible!!!!!
Carmencilla! gracias por comentar en mi blog…por cierto, me ha resultado sorprenderte lo que cuentas de los suicidios…madre mía, debe ser un caos todo no? en fin…veo que estás muy bien y me alegro mucho…sigue disfrutando tanto y conociendo todo lo que puedas, que seguro que te va a venir genial el día de mañana!!
Un saludo desde Dublín!
NO TENGO PALABRAS!!Son las 23:20 y llevo abstraida desde las 22:00 leyendo está maravilla!!Dios mio Ku eres increible.Lo peor de todo esque mañana hay cole y como papi me pille…la lio PARDA!asique te digo lo mas destacable:
-Cjonudo el indio de la foto y asi sin más se largo (sin ver la foto) y por otro lado la cantidad de salones decorados con tu cara jajajame lo imagino..
-Que malaqueño mas simpático ajajaj es un «crack»!!
-Los saris son preciosos y la iluminacion!
-Las anecdotas son buenisimas!45 min y no pasa nada,simplemente no hay peligro!ajaj todo todo me encanta pero por ultimo decirte que…
QUIERO ESA VACAA!!!!!!!!AJAJJA
Hola Carmen!!!! Hace poco que descubrí tu blog y me encanta!!! Estoy viajando sola por la India y me inspiras mucho. Me quedaré unos 6 meses por aquí, es mi primera vez, pero no la última seguro. Enhorabuena por cómo está escrito y por todo el contenido tan interesante. Un abrazo! Belén