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Lo que me gusta de India y disfruté en Bihar

Hace ya casi año y medio, en uno de mis viajes por India, pasé unos días en el estado de Bihar, del que hasta hoy nunca he escrito.

Bihar es un estado situado entre Uttar Pradesh y Bengala Occidental. Pocas personas lo incluyen en sus rutas, y quienes van suelen hacerlo únicamente para visitar Bodhgaya, uno de los lugares santos del budismo al ser donde Siddharta Gautama alcanzó la iluminación.

Sin embargo, además de Bodhgaya, en Bihar hay muchas cosas que ver. Lugares históricos relacionados con la vida de Buda podríamos decir unos cuantos, también abundan templos importantes de las religiones jaina y sikh; más famosas que estos son las ruinas de la antigua universidad de Nalanda y por último, también está allí la ciudad de Sonepur, donde anualmente se celebra una de las ferias de animales más grandes del mundo.

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Nosotros fuimos en diciembre, pasada la feria y con el tiempo justo (nuestro visado nos exigía salir del país poco después), así que centramos nuestra atención en los alrededores de Bodhgaya y Nalanda. Podría hablar de estos lugares en plan informativo, práctico o descriptivo, pero lo cierto es que cuando pienso en ellos, el recuerdo que se antepone a todo lo que vi y aprendí es el de una gran felicidad. Qué feliz fui en ese lugar, esos días. Y al final eso es lo importante, cuando viajas y cuando no: ser feliz.

En Bihar fui feliz por muchos motivos; entre otros, porque viví India con mucha intensidad. Siendo sincera, lo que menos huella me dejó en esa etapa del viaje fue la parte, llamémosle, “cultural”. India es un país de larga Historia y basta cultura, pero lo que a mí me enamora de ella es lo que me transmite, lo que me hace sentir, y eso es de lo que a mí me gusta hablar. Ésta es mi visión personal de un viaje bastante típico al estado de Bihar.

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Bodhgaya es hoy un lugar de peregrinación al que acuden personas de todo el mundo por motivaciones religiosas, mera curiosidad o turismo. Todo en Bodhagaya gira alrededor del Templo de Mahabodhi, levantado junto al árbol (mejor dicho, el “hijo” del árbol) bajo el cual el príncipe Siddharta se sentó durante semanas hasta alcanzar la iluminación espiritual y convertirse, por ello, en un Buda o iluminado.

La visita al recinto sagrado me encantó. Podría perderme enumerando cada uno de los detalles y escenas de fieles y no fieles que se pueden observar en él, pero no voy a hacerlo. Tampoco puedo mostrar fotografías, porque su entrada al mismo está prohibido con cámara, aunque conseguí colar el móvil y tomar la siguiente instantánea que publiqué en Instagram. Tenía más (soy una pequeña delincuente), pero las perdí cuando me robaron el teléfono (los hay más delincuentes que yo).

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Alrededor del Mahabodhi se levantan otros templos de diferentes países y corrientes budistas, algunos verdaderamente preciosos. Pero no son esos los mejores recuerdos que conservo de Bodhgaya sino, entre otros, el sabor de la comida, que se me ha quedado grabado y todavía hoy puedo paladear.

No es algo raro en mí; suelo recordar los sabores de mis momentos más felices. Recuerdo los momos que cenábamos en un puestito callejero, cuyo vendedor algunas noches no aparecía dejándonos desilusionados (y con hambre); el del thali que almorzamos un día, en una breve parada antes de seguir visitando templitos; o el del “pisto” que intentamos cocinar una noche para variar y aligerar nuestra dieta, escasa de verduras puras y duras (esto es, sin ghee y otras salsonas) en un país que, pese a todo, es el mejor del mundo para ser vegetariano.

También recuerdo nuestro alojamiento, regentado por un simpático chico musulmán, y su estupenda ducha, la primera con agua caliente en semanas, algo que tanto agradecimos dado que estábamos en invierno. Recuerdo las callecitas que rodean aquel hostal, donde familias hindúes o musulmanas (no llegué a conocer ninguna budista) viven al margen de lo que Bodhgaya significa para quienes lo visitan. Y recuerdo los niños, que no perdían ocasión de asaltarme cada vez que me encontraban para que les hiciese un reportaje fotográfico.

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[Pequeños demonios.]

Tras Bodhgaya fuimos a Rajgir, nuestra base para visitar Nalanda. Además de las ruinas de la célebre universidad, Rajgir está rodeado de enclaves santos para el budismo, pero la ciudad en sí no tiene nada especial, salvo los tonga: carros tirados por caballos que recorren sus calles al sonido de cascabeles, lo que automáticamente me hizo sentir como si estuviera en la Romería de El Rocío (nunca he ido a El Rocío, pero fue lo que pensé cuando estaba allí).

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También recuerdo con cariño una zona encantadora que descubrimos dando un paseo por las afueras. La “zona” básicamente se reduce a una calle de casitas, llena de animales y pura vida rural, que a mí me hizo pensar en la imagen idealizada que tengo del Belén de Navidad. Mi mente hace asociaciones muy raras. Quizá fue porque estábamos en esas fechas: era 24 de diciembre.

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Cerca de Rajgir se encuentran también unas fuentes de aguas termales a donde los indios acuden en masa porque, además de ser agua calentita (algo que no todos tienen en casa), es un lugar sagrado para la religión hindú.

Las visitamos al menos un par de veces, siendo invitados a bañarnos (cosa que no llegamos a hacer) y hablando con unos y con otros, encantados de que estuviésemos allí. Aunque no hubiésemos hablado con nadie, podría haber pasado horas observando aquel lugar.

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Y finalmente visitamos Nalanda, destino soñado por mi compañero en ese viaje, quien es un ferviente admirador de Xuanzang (o Hieun Tsang, según la fuente que consultes).

Xuanzang fue un monje chino que peregrinó a India y, entre otras cosas, pasó en Nalanda varios años estudiando la doctrina yogacara. No me meto a contar más porque seguro que la lío (cuando Antonio publique en su blog, le enlazaré aquí porque él sí que sabe de estas cosas). En cualquier caso, la visita fue más que interesante; al menos para mí, que antes de ir no había escuchado hablar del tal chino, ni de aquella universidad en la que en su época llegaron a vivir unos diez mil monjes. Recorrer sus pasillos y entrar en las diminutas celdas donde vivían los estudiantes produce escalofríos.

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[En la celda que se le atribuye a Xuanzang nos encontramos esta estampa.]

Sin embargo (y es que cada cual es como es) el recuerdo más bonito que conservo de Nalanda fue nuestro “viaje a China”, mucho antes de planificar o si quiera pensar que algún día este país estaría también en nuestro punto de mira.

El “viaje a China” no es otra cosa que el paseito que desde el recinto arqueológico de Nalanda dimos para ver el memorial levantado en honor del susodicho Xuangzang: China en India, lo último que te pudieras esperar. Para mi compañero fue un momento importante; para mí, motivo de diversión. Cómo me reí (y me río ahora recordándolo). Esas fotografías no las puedo mostrar.

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[Así que aquí va una de los techos del hall. ¿Estamos o no en China?]

Supongo que si alguna conclusión quiero sacar de todo esto, es que hay otro viaje fuera del propio viaje, más allá de los monumentos o visitas recomendadas, que a mí me llena mucho más. En el caso de India, lo que me llena es la sonrisa que se dibuja en mi cara cada vez que unos niños me asaltan para jugar, cada vez que una familia me pide que les haga una foto porque sí (éste es un tema que habría que estudiar), o cada vez que me encuentro algo insólito que nunca hubiese esperado encontrar (y mira que ya llevo años viajando por allí… pues nunca dejo de sorprenderme, y siempre termino riendo a carcajadas).

En definitiva, lo que me enamora de India es la alegría que me transmite un pueblo al que desde nuestra mirada podríamos decir que le faltan muchas cosas y, sin embargo, todo lo que tienen lo disfrutan y además te lo dan. Saben sacarle partido a la vida, y a mí me llenan el alma.

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[Retrato familiar.]

He dejado lo mejor para el final: el día que fuimos a la Vishwa Shanti Stupa, una de las Pagodas de la Paz levantadas en diferentes lugares del mundo a partir de la Segunda Guerra Mundial para difundir un mensaje de no-violencia. La de Rajgir data de 1969, año en que se celebraba el 100 aniversario del nacimiento de Mahatma Gandhi.

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Obviamente no voy a hablar de la pagoda. A mí lo que me gustó fue el transporte que lleva a ella. Tras la noria de Khajuraho y la Feria de Pushkar, llega… LA TELESILLA.

Me encanta subirme en todos los cacharros (en el sentido literal del término) que me encuentro en India. Sé que algunos por su estado podrían ser catalogados como deportes de riesgo, pero la emoción que me contagian los indios me supera; si ya ellos de por sí son bastante niños, hay que verles subidos en estos cachivaches. Me repito: los indios saben sacar partido a las pequeñas cosas de la vida.

Así que ni pagodas, ni templos, ni budas iluminados ni monjes chinos: el momentazo de mi viaje a Bihar fue la telesilla. Me lo pasé tan bien, pero TAN BIEN (llegué a llorar de la risa), que tuve que retratar a todas las personas que me crucé tanto en el ascenso como en el descenso. Jóvenes, adultos, ancianas con cara de susto (hay que reconocer que la bajada daba impresión), militares enfurruñados, padres con niños, niños con abuelos… Tengo más de cuarenta fotos de todas aquellas personas sonrientes (bueno, casi todos), y ahora soy yo quien sonríe al mirarlas.

En su momento pensé publicar un post en exclusiva sobre «Indios en telesilla». Me pareció una manera divertida de terminar el año 2013, pero al final no me animé. De modo que éste es mi pequeño homenaje a aquellos días, a aquel viaje a Bihar donde India me llenó el alma una vez más.

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10 comentarios en Lo que me gusta de India y disfruté en Bihar

  1. Ana Arango 14 abril, 2015 at 20:05 #

    Este es el primer post que leo de tu blog, lo encontré la semana pasada y me ha encantado. Me dieron tremendas ganas de ir a India. Muchos saludos! :)

    • Carmen 16 abril, 2015 at 10:57 #

      ¡Muchas gracias, Ana! Me alegra que te haya gustado. Cualquier cosa que necesites saber sobre India, ya sabes ;)

  2. Pau 7 mayo, 2015 at 9:44 #

    Jejejeje lo de las telesillas es impagable :D

  3. carmen 14 agosto, 2015 at 20:27 #

    salgo-el-dia-2-de-septiembre.para-la-india.voy–cerca-de-borhgaya-de-voluntariado-me.ha-encantado-leerte

  4. carmen 14 agosto, 2015 at 20:29 #

    me-gustaria-visitar-al-final-del-voluntariado-el-tal-mahal…que-me-aconsejs-como-hacerlo?

  5. Fernando 11 agosto, 2016 at 17:09 #

    Es una satisfacción poder leer tus relatos,e viajado por india 20 años y cada vez me gusta mas,gracias por ser tan sutil con esa maravillosa gente y ese hermoso país,gracias viajera.

  6. Estefy 11 mayo, 2017 at 5:58 #

    «Indios Viajando en Telesilla»
    Bajo ningún contexto se llaman a los pobladores de India «indios», lo correcto es decir Hindúes .-.
    A nuestros indios los colonizaron (llegada de Colón) y en cambio los Hindúes se extendieron desde la meseta Irán al río Indo.

    • Alicia 1 noviembre, 2017 at 0:10 #

      Gracias Carmen por compartir tus experiencias!!

      Estefy, no son hindúes, ya que eso implica religión, son indios e indias. Los indios que tu llamas justamente se les ha llamado indigenas, por el hecho de que Colon creyó que había llegado a India!!

  7. Cristina 4 febrero, 2018 at 13:00 #

    Bueno para una retratadora el telesilla es un filón 😂. Muchas gracias por compartirlo.

  8. JamJenny 20 agosto, 2023 at 15:11 #

    Bueno lo explicaste todo detalladamente ha sido de gran ayuda. Gracias por compartir el blog útil e informativo.

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