Después de un vuelo de cuatro horas y media a El Cairo, una escala de tres, un vuelo de ocho horas a Bangkok, un descanso de tres días allí, un vuelo de tres horas a Kuala Lumpur, una escala de ocho horas (por la noche y sin dormir), un vuelo de once horas (en el peor asiento del mundo y también sin pegar ojo) a Christchurch, una espera de siete horas (por la noche y sin dormir más de 35 minutos en un momento de desesperación) y un viaje de nueve horas en autobús, llegué a Queenstown, en la Isla Sur de Nueva Zelanda.

Me canso hasta al recordarlo. Creo que ha sido el viaje más terrible que he hecho en mi vida.

El estado en que llegué no era recibo. Por eso, el hecho de que el autobús que debía llevarme de Christchurch a Queenstown parase en todos y cada uno de los “asentamientos humanos” (no sé ni cómo llamarlos) que encontró en el camino, no hizo más que aumentar mi desesperación.

Y eso que no son muchos. Si una primera conclusión he de sacar en mi segundo día aquí, y sin haber visto más que lo que rapidísimamente pasaba ante mi ventanilla durante esos casi 500 kilómetros de recorrido, es que Nueva Zelanda, o al menos su Isla Sur, es un país VACÍO.

Vacío y de una belleza sobrenatural. En todo el viaje no pude dormir, a pesar de lo terriblemente cansada que estaba, y fue porque mi estado de perplejidad ante lo que mis ojos veían no me lo permitía. Lo juro.

Afueras de Christchurch

Al principio lo miraba todo sin demasiada simpatía, tengo que admitirlo. Esas casitas blancas, esas “barbery shop” como salidas de un cuento… “¿Qué se me ha perdido a mi en este mundo artificial?”, pensaba mientras el autobús recorría los suburbios de Christchurch, “Si a mi lo que me gusta es Kolkata”.

Tal vez Nueva Zelanda no sea el país donde me quedaría a vivir toda la vida. Creo que, a menos que residiese en una gran ciudad, a la larga me aburriría, aunque eso lo comprobaré en las próximas semanas. Pero de lo que no me cabe la menor duda es que sus paisajes no tienen comparación alguna con NADA de lo que haya visto antes. Y eso que todavía no he visto… nada.

En las nueve horas de viaje entre Christchurch y Queenstown (que en condiciones normales no deben ser más de siete), no pude despegar la cara de la ventanilla ni una sola vez. Si me preguntaseis qué vi que fuera tan alucinante, no sabría que decir. Prados extensísimos de un verde brillante, vacas, campos dorados, ovejas, un grupito de personas tirándose desde un puente, montañas nevadas (¡¡en verano!!), el cielo azul, gente haciendo esquí acuático en los lagos, más ovejas…

Como digo, nada nuevo bajo el sol. Si de paisajes alucinantes hablamos, los que rodean al Salar de Uyuni en Bolivia, son mucho más fantásticos e irreales. Es algo diferente. ¿Cómo describirlo? Lo cotidiano elevado a la categoría de extraordinario. No hay nada fuera de lo normal, pero es todo tan perfecto que parece de mentira, un Edén salido del pincel del mismísimo Dios en su momento de máxima inspiración.

Y todavía no he mencionado el color del agua. ¿Qué diablos tiene ese agua? El lago Tekapo, de tan bonito que es, me resultó siniestro. Así lo digo. De los 45 minutos que paramos en su orilla para almorzar, 43 los pasé mirándolo embrujada. Los dos minutos restantes son los que invertí en ir al baño.

Lago Tekapo

En fin, no quiero extenderme ni hacer juicios de valor antes de tiempo. Me queda mucho por ver, y cuando lo cuente, espero que estéis ahí para leerlo. Aunque estéis muy muy lejos :P

Solo quería confirmar lo que ya era un secreto a voces: que mi destino para los próximos dos meses es Nueva Zelanda, y que he llegado bien. Que vivo en una casita muy bonita en Queenstown, y que cuando salgo a la calle me siento en una película americana de los años 50. Me entran ganas de chasquear los dedos, ponerme a cantar y dar un par de pasos de baile. No sé lo que me durará, ni si irá a peor.

Mi casa en Queenstown

Parque de Queenstown

¿Mis planes? Meterme en la piel de un kiwi, llevar una vida común y ordinaria entre semana, y aprovechar los “findes” para hacer excursiones cortas por la zona. Si el presupuesto lo permite, algo más. Igual hasta me tiro de un avión (¡ja!). Bungee jumping ni lo soñéis. Las últimas semanas, cuando deje la casa, me acercaré hasta la Isla Norte para hacer un tour de 20 días. O, bueno, ya se irá viendo.

Ah, y si os preguntáis qué mosca me ha picado para venir aquí, no os lo pienso decir… Pero no os preocupéis, que estoy bien acompañada ;)

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PD1: Las pocas fotos que acompañan este post, exceptuando las de Queenstown, han sido hechas con el móvil, desde la ventanilla del bus. Que no me las tengáis en cuenta, vaya :P

PD2: Soy perfectamente consciente de que tengo mil mensajes sin responder en las dos entradas anteriores. Lo haré mañana, prometido.