Cuando viajo a algún lugar trato de dejar el plato fuerte para el final. Por eso, cuando en mi primer día en el Occidente de Asturias me encontré ante la siguiente imagen, pensé que mis anfitriones habían errado en la planificación. ¿Podía haber una aldea más bonita, remota y auténtica que aquella?

El conjunto etnográfico de Os Teixois fue solo el primero de los encantadores pueblos que visité durante esos cuatro días de viaje al corazón de Asturias. Quería llegar a lo más profundo, a la esencia del carácter asturiano, y creo que lo conseguí, a través de rincones perdidos como aquel, y sobre todo, gracias a sus habitantes, de cuyos labios pude conocer esas raíces en las cuales se sustenta su presente; la Historia que no se escribe en los libros: sus historias. Ésta es la primera de ellas.

El camino a Os Teixois no tiene pérdida. Situado a tan solo cuatro kilómetros de Taramundi, la carretera finaliza cuando uno da de bruces con esta pequeñísima aldea de casonas de piedra abrazada por las montañas.

El estruendo del agua lo llena todo nada más abrir las puertas del coche, y eso será ya lo único que oigamos durante el tiempo que permanezcamos allí, ya que Os Teixois es un pueblo deshabitado y detenido en el tiempo; una joya única en nuestro país, convertida en conjunto etnográfico por su valor histórico y cultural.

En Os Teixois hace ya años que no vive nadie. Nadie salvo Luis y su mujer, que aunque oficialmente asentados en Taramundi, aún ocupan su casa por temporadas y están todos los días allí, al pie del cañón, encargándose de mantener los ingenios a punto y guiando las visitas que completan con almuerzos caseros en su taberna.

Luis comenzó a hablarme de Os Teixois señalándome la casa donde nació. La historia del pueblo es la suya propia, la de su familia, y cuando describe a los vecinos que tiempo atrás habitaron cada una de las viviendas, lo hace con tanta riqueza de detalles que casi es posible notar su presencia.

Antes de que la segunda mitad del siglo XX lo invadiese todo con sus prisas, Os Teixois fue un pueblo prácticamente autosuficiente en el que el agua tenía un papel protagónico. Mediante un conjunto de ingenios hidráulicos que transformaban el caudal del arroyo de Las Mestas en energía, sus habitantes obtenían todo lo que necesitaban para subsistir e incluso fabricaban herramientas que después se vendían en toda la comarca. Por tener, la aldea incluso tenía su propia central eléctrica, construida por el padre de Luis y sus vecinos en el año 36, que proveía de electricidad a todas las casas de Os Teixois en aquellos años en los que el alumbrado público aún no había llegado a esos lugares remotos (y tampoco había electrodomésticos).

Hoy, gracias a los trabajos de restauración y conservación de los que Luis se encarga personalmente, todos estos ingenios siguen en funcionamiento: desde el molino, que aún se emplea para moler el pienso de los animales, hasta el batán: artefacto imponente donde los haya, cuyo rítmico golpeteo hipnotiza y  transporta a una época en la que confeccionar las propias prendas era más barato que comprar en Zara.

Durante la visita al conjunto etnográfico de Os Teixois uno se enfrenta a dos cosas: la fuerza de la naturaleza y la fuerza de un pasado que, por intenso, tiene presencia propia. Os Teixois está deshabitado, pero es tal su estado de conservación que, aún entre la humedad y la maleza, transmite una imagen de aldea irreductible, indómita, eternamente enfrentada a los estragos del tiempo y a la perspectiva del olvido. Una guerra que, de momento, gana.